Read La búsqueda del dragón Online
Authors: Anne McCaffrey
F'nor respiró a fondo y, parpadeando furiosamente contra los vapores, entró en la enorme Caverna cocina, en la que reinaba una intensa actividad. La mitad de la población femenina del Weyr estaba probablemente involucrada en aquella operación, ya que unos grandes calderos monopolizaban todos los espaciosos hogares abiertos en la pared exterior de la Caverna. Había mujeres sentadas delante de las anchas mesas, lavando y cortando las raíces de las cuales se extraía el ungüento. Algunas pasaban el producto hervido a unas grandes ollas de tierra cocida. Las que removían el contenido de los calderos con una especie de remo de mango muy largo llevaban mascarillas sobre nariz y boca, y se inclinaban con frecuencia para secarse los ojos llorosos a causa de los acres vapores. Unos niños mayorcitos iban y venían, transportando combustible desde las cuevas—almacén hasta los fuegos, y ollas a las cuevas de enfriamiento. Todo el mundo estaba ocupado.
Afortunadamente, el hogar más próximo a la entrada estaba funcionando para el uso normal, con la enorme olla de klah y la caldereta de guisado colgando de sus garfios, para que se mantuvieran calientes. Cuando F'nor terminó de llenar su copa, oyó que le llamaban. Mirando a su alrededor vio a su madre legítima, Manora, que le hacía señas. Su rostro habitualmente sereno estaba nublado por una expresión de intrigada preocupación.
F'nor se acercó obedientemente al hogar ante el cual se encontraban Manora, Lessa y otra joven cuyo rostro le pareció vagamente familiar, examinando una pequeña cacerola.
—Mis respetos a ti, Lessa, a ti Manora... —y F'nor hizo una pausa, tratando de recordar el tercer nombre.
—Deberías recordar a Brekke, F'nor —dijo Lessa, enarcando las cejas ante aquel olvido.
—¿Cómo puedes esperar que alguien vea con claridad en un lugar tan lleno de humo? —inquirió F'nor, frotándose ostentosamente los ojos con su manga—. Te he visto muy poco, Brekke, desde el día en que Canth y yo te trajimos de tu artesanado para Impresionar a la joven Wirenth.
—F'nor, eres tan malo como F'lar —exclamó Lessa con cierta acritud—. Nunca olvidas el nombre de un dragón, pero sí el de su jinete.
—¿Cómo se encuentra Wirenth, Brekke? —preguntó F'nor, ignorando la interrupción de Lessa.
La muchacha pareció desconcertada, pero logró esbozar una tímida sonrisa y miró después hacia Manora, como si tratara de desviar la atención del caballero pardo. Era demasiado delgada para el gusto de F'nor, y no mucho más alta que Lessa, cuyo diminuto tamaño no le impedía ejercer autoridad e inspirar respeto. Sin embargo, en el rostro solemne de Brekke, inesperadamente enmarcado por cabellos oscuros y rizados, había una dulzura que F'nor encontró muy atractiva. Y le gustó su evidente modestia. Se estaba preguntando cómo podía convivir con Kylara, la atolondrada e irresponsable Dama del Weyr de más edad del Weyr Meridional, cuando Lessa dio unos golpecitos a la olla vacía delante de ella.
—Mira esto, F'nor. La parte interior se ha agrietado y toda la cacerola de ungüento de adormidera está descolorida.
F'nor dejó escapar un silbido.
—¿Sabes lo que utiliza el Herrero para recubrir el metal? —preguntó Manora—. No me atrevería a utilizar ungüento teñido, pero me fastidia tirarlo si no hay motivo para ello.
F'nor examinó el interior de la olla. El revestimiento interior estaba lleno de grietas.
—Mira como ha quedado el ungüento —dijo Lessa, entregándole un pequeño cuenco.
El ungüento anestésico, normalmente de color amarillo pálido, había adquirido un tono rojizo. Un color más bien amenazador, pensó F'nor. Lo olió, hundió un dedo en la pomada y notó la piel inmediatamente entumecida.
—Funciona —dijo, con una mueca.
—Sí, pero, ¿qué pasaría si lo aplicásemos sobre una herida abierta? —preguntó Manora.
—Comprendo. ¿Qué ha dicho F'lar?
—¡Oh, él! —refunfuñó Lessa, encogiéndose de hombros—. Se ha marchado al Fuerte de Lemos para ver lo que están haciendo con la pulpa de madera los artesanos de Asgenar.
F'nor sonrió.
—Nunca está a mano cuando le necesitas, ¿eh, Lessa?
Lessa abrió la boca para replicar violentamente, con sus ojos grises llameando, pero se dio cuenta a tiempo de que F'nor no estaba hablando en serio.
—Eres tan malo como él —dijo, pensando en lo mucho que se parecía F'nor a su compañero de Weyr.
Sin embargo, aunque no podían negar que eran hijos del mismo padre, con sus abundantes matas de cabellos negros, sus rudas facciones y sus cuerpos enjutos (F'nor era algo más robusto que su hermanastro pero parecía faltarle carne en los huesos, de modo que daba la impresión de que no había terminado de desarrollarse), los dos hombres eran muy distintos en temperamento y personalidad. F'nor era menos introspectivo y más bonachón que su hermanastro, F'lar, tres Revoluciones mayor que él. La Dama del Weyr se descubría a veces a sí misma tratando a F'nor como si fuera una extensión de su hermanastro y, quizá por este motivo, podía bromear con él y aceptar sus bromas, cosa que no le ocurría con muchas personas.
F'nor la saludó con una burlona reverencia, como dándole las gracias por el cumplido.
—Bueno no tengo inconveniente en ir a preguntarle al Maestro Herrero lo que utiliza para recubrir el metal. Se supone que estoy de Búsqueda, y puedo realizarla en el Fuerte de Telgar como en cualquier otra parte. Y R'mart no es tan puntilloso como algunos de los otros caudillos de Weyr Antiguos. —F'nor tomó la olla, la examinó una vez más y luego miró a su alrededor, agitando la cabeza—. Le llevaré vuestra olla a Fandarel, pero tengo la impresión de que habéis preparado ya ungüento suficiente como para untar a todos los dragones de los seis, perdón, de los siete Weyrs.
Le sonrió a Brekke, ya que la muchacha parecía estar extrañamente cohibida. Lessa podía mostrarse muy desagradable cuando estaba preocupada, y Ramoth sólo se preocupaba de su nidada como si fuera una primeriza... lo cual tendía a aumentar el malhumor de Lessa. Resultaba raro que una Dama del Weyr joven del Weyr Meridional estuviera involucrada en una elaboración de ungüento en Benden.
—Un Weyr no tiene nunca demasiado ungüento de adormidera —declaró Manora.
—Y ésa no es la única olla que se ha agrietado –añadió Lessa en tono obstinado—. Y si necesitamos más adormideras para reemplazar el ungüento que hemos perdido...
—En el Weyr Meridional hay una segunda cosecha —sugirió Brekke, e inmediatamente enrojeció por haberse atrevido a hablar.
Pero la mirada que Lessa le dirigió estaba llena de gratitud.
—No tengo la intención de poner en apuros al Weyr Meridional, Brekke, privándolo del ungüento que necesitará para atender a todos los tontos que no sepan eludir a las Hebras.
—Yo llevaré la olla. Yo llevaré la olla —exclamó F'nor con aire risueño—. Pero antes necesito algo más que una copa de klah.
Lessa volvió sus ojos hacia la entrada, iluminada por los últimos rayos del sol de la tarde, y enarcó las cejas.
—En el Fuerte de Telgar apenas es mediodía —dijo F'nor pacientemente—. Ayer estuve todo el día buscando en el Boll Meridional, de modo que llevo varias horas de retraso.
Ahogó un bostezo.
—Lo había olvidado. ¿Tuviste suerte?
—Canth no movió una oreja. Ahora, dejadme que coma y me aleje de este hedor. No sé cómo podéis soportarlo.
Lessa resopló.
—Por mi parte, lo soporto porque no puedo resistir los gemidos de los jinetes si les falta el ungüento.
F'nor le sonrió a su mujer Weyr, consciente de que los ojos de Brekke reflejaban el asombro que experimentaba ante sus amigables escarceos. F'nor apreciaba sinceramente a Lessa como persona, no sólo como Dama del weyr de la reina de más edad de Benden. Aprobaba calurosamente los firmes lazos que unían a F'lar y Lessa, al margen de que no existieran muchas probabilidades de que Ramoth se dejara cubrir por un dragón que no fuera Mnementh. Lessa era una Dama del Weyr soberbia para Benden y F'lar era el lógico caballero bronce. Formaban una pareja perfecta como Dama del Weyr y Caudillo del Weyr, y el Weyr de Benden —y Pern— se beneficiaban con ello. Lo mismo que los tres Fuertes protegidos por Benden. Luego, F'nor recordó la hostilidad de la gente en el Boll Meridional, el día anterior, hasta que se enteraron de que era un caballero de Benden. Empezó a mencionar esto a Lessa, pero Manora le interrumpió.
—Estoy muy preocupada por esta decoloración, F'nor –dijo—. Mira. Enséñale esas al Maestro Herrero Fandarel —y metió dos ollas pequeñas en el recipiente de mayor tamaño—. Así podrá ver exactamente el cambio que se produce. Brekke, ¿te importa servir a F'nor?
—No es necesario —se apresuró a decir F'nor, y se alejó, cargado con las ollas. Le fastidiaban mucho que Manora, que al fin y al cabo no era más que su madre, no pudiera librarse nunca de la idea de que su hijo era incapaz de hacer algo por sí mismo. Su madre adoptiva, en cambio, había procurado que aprendiera a alimentarse por su cuenta desde una edad muy temprana, lo mismo que había hecho Manora con sus hijos de leche.
—No dejes caer las ollas cuando marches al inter, F'nor —fue la recomendación de despedida de Manora.
F'nor rió para sus adentros. Una madre no podía dejar de sentirse madre, por lo visto, ya que Lessa se comportaba igual en lo que respecto a Felessan, el único hijo que había dado a luz. Esto justificaba el sistema de adopciones practicado por los Weyrs Felessan —el muchacho más idóneo para Impresionar a un dragón bronce que F'nor había visto en todas sus Revoluciones de Búsqueda— se criaría mucho mejor con su madre adoptiva de lo que se hubiera criado con Lessa, siempre pendiente de sus menores deseos.
Mientras llenaba de estofado una escudilla, F'nor se maravilló de la malicia de las mujeres. Las muchachas suplicaban continuamente ser llevadas al Weyr de Benden, donde no se esperaría de ellas que diesen a luz hijo tras hijo hasta ajarse y envejecer prematuramente. Las mujeres, en los Weyrs, permanecían activas y atractivas. Manora había visto transcurrir doble número de Revoluciones que, por ejemplo, la última esposa de Sifer, Señor de Bitra, y sin embargo Manora parecía más joven. Bueno, un caballero prefería buscar sus propios amores, y no que se los impusieran. Ahora mismo había bastantes mujeres disponibles en las Cavernas Inferiores.
El klah sabía a medicina. F'nor no pudo beberlo. Se comió rápidamente el estofado, procurando no saborearlo. Tal vez podría encontrar algo comestible en la Herrería del Fuerte de Telgar.
—¡Canth! Manora tiene un encargo para nosotros —le advirtió al dragón pardo mientras salía de la Caverna Inferior. Volvió a preguntarse cómo podían soportar el olor las mujeres.
Canth se lo había preguntado también, ya que los vapores le habían impedido descabezar un sueño en el cálido saledizo. De modo que se alegró de tener un pretexto para alejarse de Benden.
F'nor surgió encima del Fuerte de Telgar a primera hora de la mañana y dirigió a Canth a lo largo del valle hacia el grupo de edificios que se erguían a la izquierda de las Cataratas.
El sol arrancaba brillantes reflejos de las ruedas hidráulicas que giraban incesantemente movidas por las poderosas aguas de las Cataratas de tres puntas y hacían funcionar las fraguas de la herrería. A juzgar por la cantidad de humo negro que surgía de los edilicios de piedra, los talleres de fundido y refinado trabajaban a pleno rendimiento.
Mientras Canth descendía, F'nor pudo ver las lejanas nubes de polvo que significaban la llegada de otro convoy de mineral procedente del último porteo del río más importante de Telgar. La ocurrencia de Fandarel de colocar ruedas en las barcazas había reducido a la mitad el tiempo necesario para transportar mineral bruto río abajo, por tierra desde las profundas minas de Crom y Telgar hasta los talleres de todo Pern.
Canth rasgó el aire con un trompeteo de saludo que fue contestado inmediatamente por los dos dragones, verde y pardo, posados sobre un pequeño saledizo encima del Taller principal.
Benth y Seventh del Weyr de Fort
, informó Canth a su jinete, pero los nombres no le resultaron familiares a F'nor.
La época en la que un hombre conocía a todos los dragones y caballeros de Pern había quedado atrás.
—¿Vas a reunirte con ellos? —le preguntó F'nor a su pardo.
No necesitan compañía
, respondió Canth tan pragmáticamente que F'nor rió para sus adentros.
La verde Beth, en efecto, no parecía insensible a los avances del pardo Seventh. Observando el brillante color del dragón hembra, F'nor pensó que sus caballeros no tendrían que haber sacado a aquella de su Weyr natal en esta fase. Mientras F'nor miraba, el dragón pardo extendió sus alas y cubrió a Beth posesivamente.
F'nor acarició el cuello de Canth, pero el dragón no parecía necesitar ningún consuelo. Después de todo, no le faltaban compañeras, pensó F'nor sin la menor presunción. Las hembras verdes preferían a un pardo que era tan grande como la mayoría de los bronce de Pern.
Canth tomó tierra, y F'nor saltó al suelo rápidamente. El polvo levantado por las alas de su dragón formaba dos remolinos gemelos a través de los cuales tuvo que andar F'nor. En los cobertizos sin paredes a lo largo del camino hacia el Taller principal había hombres ocupados en diversas tareas la mayor parte de ellas familiares para el caballero pardo. Se detuvo delante de un cobertizo, tratando de adivinar por qué los sudorosos obreros hacían girar el volante de una máquina en la que previamente habían introducido una plancha de metal, hasta que comprobó que el material salía en forma de fino alambre. Estaba a punto de formular una pregunta cuando observó que los artesanos le miraban con los labios apretados y el ceño fruncido. Les saludó amablemente y continuó su camino, preocupado ante la indiferencia —no, el desagrado— que provocaba su presencia. Empezaba a lamentar el haber accedido a cumplir el encargo de Manora.
Pero el Maestro Herrero Fandarel era la suprema autoridad en metales y podría explicar por qué la gran olla se había decolorado súbitamente con el vital ungüento anestésico. F'nor agitó la olla para asegurarse de que los dos recipientes más pequeños continuaban en su interior, y sonrió ante aquel gesto inconsciente; por un instante, había vuelto a asaltarle la aprensión infantil de perder algo que le había sido confiado.
La entrada al Taller principal era imponente: a través de aquel macizo portal podían pasar cuatro grandes reses una al lado de la otra sin rozar sus lados. ¿Producía Pern Maestros Herreros en proporción a aquella puerta?, se preguntó F'nor mientras era tragado por el buche, ya que las inmensas alas de metal estaban abiertas. Lo que había sido la Herrería original se había convertido ahora en taller de artífices. En tornos y bancos había hombres puliendo, grabando, añadiendo los toques finales a obras ya terminadas. La luz del sol penetraba a través de las ventanas situadas más arriba en la pared del edificio, arrancando destellos a las armas y objetos de metal exhibidos en estanterías en el centro del enorme Vestíbulo.