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Authors: David Lodge

Tags: #Humor, Relato

Intercambio (9 page)

Morris seguía riéndose mientras la minifaldera secretaria, que volvía de vez en cuando la cabeza para mirarlo por encima del hombro —estaba algo nerviosa, le pareció—, le guiaba hacia su despacho. Andar por los pasillos del pabellón Dealer era como recorrer la galería de retratos de lingüistas ilustres contemporáneos, pero allí, en Rummidge, sólo reconoció el nombre grabado en una de las placas, ante la cual se detuvo la señorita Slade: MR. P. H. SWALLOW. Aquel nombre le resultó familiar, pero, mientras la joven trataba torpemente de introducir la llave en la cerradura (realmente, aquella chica era un saco de nervios), recordó que no lo había visto impreso en ninguna publicación profesional, sino en la correspondencia sobre su viaje. Swallow era el individuo con el que intercambiaba su puesto. Recordó a Luke Hogan, actual director del departamento de lengua y literatura inglesas de la Universidad de Euforia, con una carta de Swallow en su enorme mano (manuscrita, cómo no, recordó también) y quejándose, arrastrando las palabras con su peculiar deje de vaquero de Montana: «¡Maldita sea, Morris!, ¿qué vamos a hacer con el tal Swallow? Dice que no es especialista en nada.» Morris propuso entonces que pusieran a Philip a enseñar lengua y literatura inglesas 99, un sencillo curso de introducción a los géneros literarios y al método crítico para estudiantes que aspiraban a especializarse como profesores de inglés, y lengua y literatura inglesas 305, un curso para aprender a escribir novelas. Garth Robinson, el novelista residente de la Eufórica, sólo residía allí muy de tarde en tarde, pues una sucesión casi ininterrumpida de premios, conferencias, excedencias y curas de desintoxicación alcohólica hacía que estuviera en órbita semipermanente alrededor de la universidad, de modo que de la enseñanza de lengua y literatura inglesas 305 solía encargarse, por lo general a regañadientes, algún miembro del personal docente que no era especialista en la materia. Por eso dijo Morris: «Si se arma un lío con lengua y literatura inglesas 305, nadie se va a dar cuenta de ello. Y cualquier payaso con el doctorado puede enseñar lengua y literatura inglesas 99.»

—No tiene el doctorado —dijo Hogan.

—¿
Qué
?

—En Inglaterra tienen un sistema diferente, Morris. No le dan tanta importancia a doctorarse.

—¿Quieres decir que los puestos son hereditarios?

Al evocar aquella escena, Morris recordó que antes de salir de Euforia no había podido conseguir información alguna sobre lo que iba a enseñar en Rummidge.

Por fin la muchacha abrió la puerta y entró. Morris quedó agradablemente sorprendido: el despacho era una habitación grande y confortable, bien amueblada, con un escritorio, una mesa, varias sillas y estantes para libros, todo de la misma madera barnizada, un sillón y una hermosa alfombra. Pero, sobre todo, la pieza estaba caliente. Morris Zapp iba a experimentar muchas veces la misma sensación de sorpresa ante las paradojas a lo largo de sus primeras semanas en Rummidge. Riqueza pública y miseria particular; no se le ocurría otra manera de definirlo. El nivel de vida de los profesores de Rummidge era notoriamente inferior al de los de la Eufórica, pero hasta el último recién llegado tenía allí un amplio despacho sólo para él, y la residencia destinada al personal docente, que parecía un Hilton, dejaba pequeño al club de profesores de la Eufórica. Incluso en el edificio en que estaba el despacho de Morris había un salón espacioso y confortable, reservado para el profesorado, donde se podía tomar café o té recién hechos y servidos en tazas y platillos de auténtica porcelana por dos maternales camareras, mientras que el pabellón Dealer sólo podía presumir de una pequeña pieza llena de vasos de papel parafinado usados y abandonados y colillas de cigarrillo, donde el propio interesado se hacía su vaso de un café soluble que sabía a desinfectante caliente. «Riqueza pública» era quizá demasiado halagador para Rummidge, y, por otra parte, aquello no parecía ser el socialismo del que tanto había oído hablar. Era más bien como una estrecha franja de privilegios que discurría entre las privaciones y la vulgaridad de la vida en general. Por lo menos, el profesor universitario británico disponía de un despacho que podía considerar suyo, de un sitio decente donde sentarse a leer el periódico y de un lavabo que estaba fuera del alcance de los estudiantes. Al parecer, ése era el principio subyacente. Pero estos pensamientos coherentes no se formaban todavía en la mente de Morris Zapp cuando echó su primer vistazo al despacho de Philip Swallow. Estaba todavía en una especie de estado de shock cultural, y sintió que la cabeza le daba vueltas cuando, al mirar por la ventana, vio el familiar campanil de la Eufórica, pero rojo, como si estuviera airado, y reducido a la mitad de su tamaño normal, lo que le daba el aspecto de un pene que se estuviera deshinchando.

—El aire está un poco viciado —dijo la secretaria dirigiéndose hacia la ventana para abrirla.

Morris, que ya se había colocado junto al radiador, hizo un movimiento brusco y torpe para impedir que la abriera. La chica retrocedió y se encogió, temblorosa, como si aquel hombre hubiera intentado meterle la mano por debajo de la falda, cosa que, por otra parte, podía ocurrir por casualidad simplemente al estrecharle la mano, dadas sus dimensiones. Morris trató de calmarla con un poco de conversación.

—Parece que hoy no hay mucha gente en el campus.

La secretaria le miró como si fuera un ser recién llegado de otro mundo:

—Estamos de vacaciones —dijo.

—Mmmmm… ¿Está por aquí el catedrático Masters?

—No, está en Hungría. No regresará hasta que empiece el segundo semestre.

—¿En una conferencia?

—Cazando jabalíes, según creo.

Morris estaba seguro de no haber comprendido bien, pero no pidió aclaraciones.

—¿Y los demás profesores?

—Estamos de va-ca-cio-nes —repitió la secretaria, como si hablara a un retrasado mental—. Vienen de vez en cuando, pero esta mañana no he visto a ninguno.

—¿A quién debería ver para hablar del programa de mi curso?

—El doctor Busby dijo algo sobre ello hace unos días…

—¿Y bien…? —respondió alentadoramente Morris, después de una pausa.

—No recuerdo qué —dijo la muchacha, abatida—. Me marcho el verano próximo para casarme —agregó, como si hubiera decidido que hacerle esta confidencia era la única manera de salir de aquella situación embarazosa.

—La felicito. ¿Hay algún expediente sobre mí en la casa?

—Debe de haberlo. Voy a echar un vistazo —dijo la muchacha, evidentemente contenta de poder irse de allí.

Morris se quedó solo en el despacho. Se sentó ante el escritorio y abrió los cajones. En el de arriba, a la derecha, encontró un sobre dirigido a él. Contenía una extensa carta de Philip Swallow escrita a mano.

Estimado profesor Zapp:

Me han informado de que usará mi despacho mientras se encuentre aquí. He perdido la llave de mi archivador, de manera que si tiene que guardar algo realmente confidencial, haría bien en colocarlo debajo de la alfombra. Por lo menos es lo que hago yo. Use mis libros con toda libertad, pero le agradecería que no se los prestara a los estudiantes, pues escribirán en ellos.

Por lo que me ha dicho Busby, se hará usted cargo de los grupos de los que soy tutor. Los de segundo curso tienen algunas dificultades, sobre todo el de especialización, pero el grupo de primer curso es muy activo, y creo que los dos grupos del último curso le parecerán interesantes. Hay algunas circunstancias que creo que le convendría tener en cuenta. Brenda Archer sufre mucho de tensión premenstrual, de manera que no debe sorprenderle que a veces se ponga a llorar. El otro grupo de tercer curso resulta algo peliagudo, porque Robin Kenworth fue novio de Alice Murphy, pero últimamente ha estado saliendo con Miranda Watkins, y, como todos están en el mismo grupo, es posible que encuentre el ambiente un poco tenso…

La carta continuaba durante varias páginas en este tono, describiendo las peculiaridades emocionales, psicológicas y fisiológicas de algunos estudiantes con detalles íntimos. ¿Qué clase de hombre era aquél, que parecía saber más sobre sus alumnos que sus propias madres? Y preocuparse más, a juzgar por lo que decía.

Morris abrió los demás cajones del escritorio, esperando encontrar alguna pista acerca de aquel excéntrico personaje, pero estaban vacíos, excepto uno que contenía un trozo de tiza, un bolígrafo con la tinta gastada, dos limpiapipas y un pequeño bote vacío que había contenido cincuenta gramos de tabaco para pipa Three Nuns Empire Blend. Sherlock Holmes habría hecho algo con aquellas pistas… Morris se levantó y examinó los armarios y los estantes. Los libros no hacían más que confirmar la confesión de Swallow de que no era especialista en nada, porque eran una mezcla heterogénea de literatura inglesa con una muestra más bien pobre de la crítica moderna, en la que no figuraba ningún libro de Morris. Fue probando los armarios y descubrió que todos se abrían sin dificultad y estaban vacíos excepto uno colocado muy alto, encima de los estantes, al que casi no llegaba. Su inaccesibilidad convenció a Zapp de que contenía la revelación que andaba buscando —una docena de botellas de ginebra vacías o una colección de ropa interior femenina— y se subió a una silla para alcanzar mejor la puerta corredera. Ésta no cedía y el mueble empezó a tambalearse peligrosamente mientras forcejeaba. Por fin cedió la puerta, y sobre la cabeza de Morris cayeron ciento cincuenta y siete latas vacías de tabaco de pipa Three Nuns Empire Blend.

—Le han asignado el despacho 426 —dijo Mabel Lee, la pequeña secretaria asiática—. Es el del catedrático Zapp.

—Sí —comentó Philip—, él utilizará mi despacho en Rumidge.

Mabel Lee le sonrió con amable indiferencia, como una azafata de avión, que, de hecho, era lo que parecía con su blusa blanca y su pichi escarlata. La oficina del departamento estaba llena de gente que acababa de entrar en el edificio y hablaba con vehemencia sobre la explosión de la bomba en el lavabo de hombres del cuarto piso. Las opiniones estaban divididas, a partes más o menos iguales, entre los que creían que la habían puesto los Estudiantes del Tercer Mundo, que amenazaban con convocar una huelga en el período lectivo que estaba a punto de empezar, y los que sospechaban que se trataba de una provocación de la policía para desacreditar a los Estudiantes del Tercer Mundo. Aunque el tono de las conversaciones era excitado, Philip no observó en los presentes el menor indicio de indignación ni de temor.

—Dígame una cosa… ¿Esto…, esto… ocurre a menudo…? —preguntó.

—¿Eh? Oh, sí… Bueno, creo que es la primera
bomba
que han puesto en el pabellón Dealer.

Después de esta ambigua respuesta, Mabel Lee le entregó la llave de su despacho junto con un montón de folletos de tarjetas que extendió sobre el mostrador que dividía la pieza. Rápidamente, le explicó:

—Tarjeta de identidad, no se olvide de llenarla y firmarla; solicitud para aparcamiento del coche; folletos sobre el seguro médico, puede escoger el plan que más le convenga; solicitud de alquiler de máquina de escribir, puede escogerla eléctrica o manual; la guía de cursos; el impreso para solicitar la exención del impuesto sobre la renta; la llave del ascensor; la llave del cuarto de la fotocopiadora, tiene que firmar el libro cada vez que use la máquina… Avisaré al catedrático Hogan de que ha llegado. Ahora está ocupado con el jefe de los bomberos. Ya le llamará.

Philip encontró su despacho en el cuarto piso. En el pasillo, en cuclillas, estaba un joven de tez cetrina, con una rizada pelambrera, fumando un cigarrillo. Llevaba una especie de guerrera militar con manchas de camuflaje, y Philip no pudo evitar pensar que aquel tipo parecía muy capaz de poner una bomba en cualquier lugar. Cuando Philip metió la llave en la cerradura, el joven se puso de pie. En su solapa brillaba una chapa fluorescente: ¡QUEREMOS QUE KROOP SE QUEDE!

—¿El catedrático Swallow?

—Sí, soy yo.

—¿Podría hablarle?

—¿Ahora?

—Precisamente ahora me iría muy bien.

—Bueno… Acabo de llegar.

—Tiene que dar dos vueltas a la llave.

Era verdad. La puerta se abrió de pronto y a Philip se le cayeron algunos de sus papeles. El joven los recogió diestramente y aprovechó la oportunidad para introducirse tras él en el despacho, que apestaba a tabaco. Philip abrió la ventana y observó con satisfacción que daba a una estrecha terraza.

—Bonita vista —dijo el joven, que le había seguido silenciosamente.

Philip se sobresaltó.

—¿Qué puedo hacer por usted, señor..?

—Smith. Wily Smith.

—¿Willy?

—Wily.

Wily se sentó en el único rincón del escritorio que no estaba cubierto de libros. El primer pensamiento de Philip fue que demostraba mucho descuido por parte de Zapp dejar su despacho en tal desorden. Enseguida se dio cuenta de que muchos de los libros llevaban todavía la faja con el franqueo e iban dirigidos a
él
.

—¡Dios mío! —exclamó.

—¿Cuál es el problema, catedrático Swallow?

—Estos libros… ¿De dónde salen?

—Los envían los editores. Esperan que los señale como textos para sus cursos.

—¿Y qué pasa si no los señalo como textos?

—Se los queda, de todos modos. A no ser que quiera venderlos. Conozco a un tipo que se los pagaría a mitad precio de venta al público.

—No, no… —protestó Swallow mientras rompía ávidamente las fajas y abría los envoltorios de celofán, de los que salían enormes antologías y brillantes y sugestivos libros en rústica.

El regalo de un libro era raro en Inglaterra, y la vista aquel inesperado tesoro le mareaba un poco. Casi desea que Wily Smith se marchara para deleitarse a solas.

—¿Sobre qué quiere hablarme, señor Smith?

—Usted va a enseñar lengua y literatura inglesas 305 próximo trimestre, ¿no?

—No sé todavía lo que voy a enseñar. ¿Qué es lengua y literatura inglesas 305?

—El arte de escribir novelas.

Philip se echó a reír.

—Bueno, pues seguro que no. No sabría escribir una novela aunque me fuera la vida en ello.

Wily frunció el entrecejo, hundió la mano en un bolsillo de su guerrera militar y sacó lo que Philip temió que fue una bomba y que resultó ser la guía de cursos.

—«Lengua y literatura inglesa 305» —leyó el joven—, «curso avanzado sobre la composición de narrativa extensa. Matrícula selectiva. Trimestre de invierno: catedrático Philip Swallow. »

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