Nunca les dije que no podrían hacerlo. Lo descubrieron del mismo modo en que lo había descubierto Lilith: cuando ya hubieron soportado todo lo que podían soportar de Aaor, cuando se dieron cuenta de que no iban a lograr convencerme de que les dejase irse a su poblado de las montañas solos, se marcharon sin mí. Se fueron juntos a la floresta, y se quedaron allí durante varios días. Para mí fue un anticipo de lo que sufriría cuando muriesen.
Me hundí en el pánico cuando descubrí que se habían marchado. Se suponía que Tomás debía pasar la noche con Aaor y conmigo. Y, sin embargo, en el mismo momento en que pensé en él, me di cuenta de que no estaba en el campamento. Ni tampoco Jesusa. Su olor estaba empezando a desvanecerse.
¿Por qué? ¿Adonde habían ido? ¿Por dónde se habían ido? Enfoqué toda mi atención en hallar su rastro de olor, en descubrir el lugar en el que su aroma era más fuerte y reciente. Una vez hubiese descubierto el camino por el que habían penetrado en la selva, los seguiría.
Ahajas me lo impidió.
Era grande y callada, y reconfortaba inmensamente sólo estar cerca de ella. Las mujeres oankali acostumbraban a ser así. Sabía que, a veces, tras una sesión con Aaor, Nikanj iba con ella y, literalmente, parecía perderse en su cuerpo. Ahajas era mucho más voluminosa y, junto a ella, el ooloi parecía un niño.
Ahora me cerró el paso.
—Déjales que sean ellos los que vuelvan a ti —me dijo con voz tranquila.
La miré con mis ojos, mientras mis tentáculos sensoriales enfocaban enteramente el sendero que habían tomado Tomás y Jesusa.
—Los vi irse —me dijo—. Se llevaron mochilas y machetes. No les pasará nada y, en unos días, regresarán.
—¡Podrían capturarlos los resistentes! —exclamé.
—Sí —admitió ella—, pero no es muy probable. Antes de toparse contigo ya estaban acostumbrados a andar por ahí solos.
—Pero…
—Son tan capaces como pueda serlo un humano de cuidarse de sí mismos. Lelka, deberías haberles dicho que estaban atados a ti.
—Tuve miedo de hacerlo. Tuve miedo de que hicieran algo como esto.
—Probablemente lo hubieran hecho de todos modos. Pero ahora, cuando empiecen a necesitarte y se sientan desesperados y temerosos, no sabrán por qué.
—Es por eso por lo que quiero ir tras ellos.
—Primero habla con Lilith. ¿Sabes?, antes ella acostumbraba a hacer esto. Desde muy joven, Nikanj tuvo que aprender que ella tiraría de la cuerda hasta que casi la estuviera ahorcando. Y, si Nikanj iba tras de ella, lo maldeciría y lo odiaría.
Sabía aquello de Lilith. Fui a ella, y me quedé a su lado durante un tiempo. Estaba dibujando, con tinta negra o un tinte oscuro sobre tela de corteza. En Lo, otros humanos habían atesorado sus dibujos…, escenas de la Tierra de antes de la guerra, de animales extintos desde hacía mucho, de lejanos lugares, ciudades, el mar… A veces también pintaba, utilizando pigmentos obtenidos de las plantas. Pero, durante nuestro exilio, había pintado poco. Ahora estaba volviendo a ello, pelando corteza de una rama de una higuera cercana, preparándola y haciéndose ella misma sus tintes, sus pinceles y sus plumillas. En cierta ocasión me había dicho que aquello era algo que hacía para calmarse. Algo que hacía para sentirse más humana.
Dio unas palmadas en el suelo, a su lado, y yo fui allí, limpié un espacio y me senté.
—Se han ido —le dije.
—Lo sé —admitió. Estaba dibujando una comida campestre, con todos nosotros reunidos y comiendo en el suelo con cuencos y vasijas de Lo. Todos: mis padres, mis compañeros de camada…, incluso Aaor, tal como se le veía antes de que se fuese al bosque, y Jesusa y Tomás. Todos eran perfectamente reconocibles, pese a que me parecía que no deberían haberlo sido, pues sólo estaban hechos con unas pocas líneas negras.
—Tus cónyuges no volverán a confiar nunca más en Tino o en mí —me dijo—. Y ésta será nuestra recompensa por habernos callado respecto a lo que les estaba sucediendo.
—¿Debo ir tras ellos?
—Ahora aún no. Dentro de unos días. Ve cuando tus propios sentimientos te digan que ellos están sufriendo, quizá volviendo ya. Encuéntrate con ellos en algún punto entre aquí y donde hayan llegado. ¿Puedes seguirles la pista lo suficientemente bien como para poder hacer eso que te digo?
—Sí.
—Entonces hazlo. Y no esperes que se comporten como si estuvieran contentos de verte por otras razones como no sea la obvia necesidad biológica.
—Ya lo sé.
—Durante un tiempo, no te amarán. Ni siquiera les caerás bien.
—Tampoco confiarán en mí —dije, derrotado.
—Eso no durará. Es con nosotros con quienes estarán resentidos y en quienes no confiarán.
Me moví para colocarme frente a ella.
—Sabrán que estuvisteis callados por mí.
Ella sonrió con una amarga sonrisa.
—Las feromonas, Lelka. Tu aroma no les dejará odiarte durante mucho tiempo. En cambio, a nosotros sí que nos pueden odiar. Y lo sentiré, porque me gustan. Tienes mucha suerte de contar con ellos.
Hice lo que ella me dijo y, cuando traje de vuelta a casa a mis silenciosos y resentidos cónyuges, también ellos hicieron lo que ella había dicho que harían. Y, para cuando Aaor terminó su metamorfosis, si bien Tomás y Tino parecían haber hallado algún terreno común de entendimiento, Jesusa mantuvo una inquina imborrable y, desde entonces, apenas si le habló a mi madre. Y, cuando llegó el momento de que nos fuéramos y se enteró de que Aaor tenía que venir con nosotros, casi dejó también de hablarme a mí.
Ésa era otra batalla: Aaor tenía que venir; si lo dejábamos atrás, con sólo Nikanj para ayudarle, no sobreviviría. Yo sospechaba que ahora estaba aguantando únicamente a causa de nuestros esfuerzos combinados y su esperanza de lograr humanos con los que atriarse. Y también sospechaba que Jesusa entendía esto: jamás me amenazó con cambiar de idea, con negarse y dejar a Aaor a su destino. Se mostraba más amable con Aaor que conmigo. El contacto con él a través de mí seguía siendo un tormento para ella, pero la enfermedad de él pulsaba en ella una fibra a la que, probablemente, ninguna otra cosa podría llegar.
Por otra parte, yo era para ellos, al mismo tiempo, alivio y tormento. Dejó de tocarme. Aceptaba que yo la tocase, e incluso disfrutaba con ello tanto como antes, pero dejó de intentarlo ella.
—Hiciste algo equivocado —me dijo Tomás, tras estar un tiempo observándonos—. Y, si ella no fuese tan buena en castigarte, tendría que pensar un modo en que hacerlo yo.
—Pero a ti no te importó —le contesté. Cuando los había hallado en el bosque y los había llevado de vuelta a casa, él sólo había sentido alivio. Jesusa estaba llena de ira y resentimiento.
—A ella sí le importa —me indicó—. Se siente atrapada y traicionada. Eso también me importa a mí.
—Lo sé. Y lo siento. Tenía mucho más miedo de perderos de lo que te puedas imaginar.
—Puedo ver a Aaor —me espetó—. No tengo por qué imaginármelo.
—No. Lo que yo quería es teneros a los dos. Y no sólo para evitar el dolor.
Me miró por unos instantes, luego sonrió.
—¿Sabes?, al final acabará por perdonarte. Y se mostrará muy suspicaz hacia el motivo por el cual lo habrá hecho. Y tendrá razón en mostrarse suspicaz, ¿no?
Rodeé su cuello con un brazo sensorial y no me molesté en contestarle.
La temporada de las lluvias estaba justamente terminando cuando los cuatro nos dispusimos a abandonar el campamento. Aaor volvía a estar fuerte, era ya capaz de caminar todo el día y de vivir de aquello con lo que nos topásemos. Y, si dormíamos con él cada par de noches, podía mantener su forma. No obstante, con todos nosotros a su alrededor, se sentía espantosamente solo, vacío, casi en blanco. Podía seguirnos y cuidar de sí mismo, justo apenas. A veces, tenía que tocarlo para hacerlo reaccionar. Era como si estuviera perdido dentro de sí mismo, y sólo saliese a la superficie cuando estábamos en contacto. Raramente hablaba.
Cuando estuvimos dispuestos para partir, Nikanj se colocó entre mis padres oankali para darme los últimos consejos y despedirse.
—No regreséis a este lugar —me dijo—. En unos pocos meses volveremos a Lo. Os daremos mucho tiempo de ventaja, pero tenemos que volver a casa. Una vez lleguemos allí, todos deberán saber lo de tus cónyuges y su poblado. Entonces Lo mandará una señal a la nave, y los humanos serán recogidos. Si vosotros cuatro tenéis éxito, entonces ya seréis seis, y quizá también vosotros estéis ya de vuelta en Lo.
Me enfocó por un rato, sin hablar, y no pude dejar de pensar que, si no éramos cuidadosos, quizá no viviéramos para regresar a Lo. Tal vez no volviese a ver a mis padres. Nikanj debía de haber estado pensando lo mismo.
—Lelka, tengo recuerdos que darte —me dijo—, déjame pasártelos ahora. Creo que ya es hora.
Recuerdos genéticos. Copias viables de células que Nikanj había recibido de su propio padre ooloi, que había recogido por él mismo o que había aceptado de sus cónyuges e hijos. Había duplicado todo lo que poseía, y ahora me iba a pasar toda aquella herencia. Pues yo ya era un adulto atriado.
Y, sin embargo, mientras Nikanj se adelantaba entre Ahajas y Dichaan y tendía hacia mí sus cuatro brazos, yo no me sentí un adulto, y tuve miedo de dar este paso final, de recibir este toque definitivo. Era como si Nikanj me estuviese diciendo: «Aquí está tu herencia, mi regalo/deber/placer final para ti». Punto final.
Pero Nikanj no me dijo nada. Cuando me tocó, me eché hacia atrás, resistiéndome. Él, simplemente, esperó a que me hubiese calmado; entonces habló:
—Debes tener esto antes de marcharte, Lelka. —Hizo una pausa—. Y debes pasárselo a Aaor tan pronto como esté atriado y sea estable. ¿Quién sabe cuándo me volveréis a ver vosotros dos?
Me obligué a mí mismo a introducirme en su abrazo y, de inmediato, me sentí asido y penetrado, mantenido absolutamente inmóvil, pero no paralizado. Nikanj tenía un toque mucho más suave que el que yo había logrado. Y, aun así, daba placer…, incluso a mí…, incluso entonces.
De repente, el mundo pareció estallar en una deslumbrante luz blanca a mi alrededor. Ya no podía mirar más allá. Todos mis sentidos se volvieron hacia mi interior, mientras Nikanj usaba ambas manos sensoriales para inyectar una oleada de células individuales, cada una de ellas un auténtico plano mediante el cual podría ser construida toda una entidad viva. Las células fueron directas a mi recién madurado yashi. El órgano pareció sorberlas del mismo modo que yo había sorbido la leche, en otro tiempo, del pecho de mi madre.
Noté una inmensa nueva sensación. Era vida en más variedades de las que jamás podría haber imaginado…, unidades únicas de vida, la mayoría de ellas jamás vistas en la Tierra. Generaciones de recuerdos que ser examinados, memorizados y, o bien conservados en estasis, o bien permitidos vivir su período natural y luego dejados morir. Aquellos que yo podía recrear a partir de mi propio material genético no tenía que mantenerlos con vida.
Al principio, la avalancha de información me resultó incomprensible. La recibí y la almacené y, mientras lo hacía, sólo algunos retazos llamaron mi atención. Habría mucho tiempo para examinar el resto. No perdería nada de la misma y, una vez la comprendiese, jamás la olvidaría.
Cuando terminó el chorro y Nikanj estuvo seguro de que podía mantenerme en pie por mí mismo, me soltó.
Me sentía confuso, repleto de información, abrumado por la nueva sensación, estupefacto, incapaz de hacer poco más que mantenerme por mí mismo en pie. Oía lo que decía Nikanj, pero el significado de sus palabras tardó en llegarme lo que me pareció ser mucho tiempo. Noté que me tocaba de nuevo con un brazo sensorial, luego me atraía hacia él y me llevaba caminando hasta Tomás, que estaba haciendo un hatillo con la hamaca de Lo y otras cosas que mis padres le habían dado.
Tomás se levantó al momento y me tomó de brazos de Nikanj. Según yo recordaría luego, tuvo buen cuidado de no tocar a Nikanj, pero no le preocupaba ya su cercanía. Ése era el modo en que se comportaban los adultos atriados…, sin problemas los unos con los otros, porque sabían a dónde pertenecía cada uno, y también lo que cada uno de ellos debía o no hacer.
—¿Qué le has hecho? —preguntó Tomás.
—Le he pasado la información que puede necesitar en este peligroso viaje que va a hacer con vosotros. Ahora su estado se parece un poco al que tendría un humano borracho, pero en unos momentos se encontrará bien.
Tomás me miró, dubitativo.
—¿Estás seguro? —preguntó—. íbamos a irnos.
—Estará perfectamente.
Esto lo recordé luego, del modo en que recordaba las cosas que percibía mientras estaba dormido. Tomás me sentó junto a él, acabó de preparar su mochila y de enrollar las cosas. Luego tomó uno de mis brazos sensoriales entre sus manos y me dijo:
—Si no te despiertas te dejaremos aquí y luego, cuando estés sobrio, tendrás que venir corriendo tras de nosotros.
Su voz sonaba divertida, pero no bromeaba. Se iría sin Aaor y sin mí y dejaría que luego los atrapásemos como mejor supiéramos. Desde luego, Jesusa se iría con él.
Tanteé buscándolo, oliéndolo más que viéndolo, apenas capaz de enfocarlo. Me dio enseguida su mano y me centré en ella, enfocándola tan intensamente que empecé a verle y oírle normalmente a través de la increíble confusión de información que me había dado Nikanj. Esa información era un peso que reclamaba mi atención. Y no empezaría a hacerse más «ligero» hasta que comenzase a entenderla. Naturalmente, el comprenderla toda me llevaría años, pero por lo menos debía de empezar ya.
—Realmente, no es como estar borracho —le dije cuando pude hablar—. Es más bien como tener a miles de millones de desconocidos gritándote desde tu interior, tratando de lograr tu atención indivisa. Incomprensible, anonadante…, ninguna palabra es lo bastante grande. Déjame quedarme un rato a tu lado.
—Nikanj dijo que, simplemente, te había dado información —protestó él.
—Sí. Y si empezase ahora mismo y continuase durante el resto de nuestras vidas, apenas si podría explicarte una pequeña fracción de ella. Ooan debería haber esperado a que hubiésemos regresado.
—¿Puedes viajar? —me preguntó.
—Sí. Sólo que déjame estar junto a ti.
—Pensé que eso estaba aclarado. Ya nunca te alejarás de mí.
La floresta no tenía fin. Los árboles y los arbustos cambiaban gradualmente. Algunas variedades desaparecían, pero el bosque continuaba. Era una gruesa capa de pelambrera verde sobre las colinas y luego sobre las laderas, casi verticales, de las montañas. Había lugares por los que no hubiéramos podido pasar sin abrirnos camino con los machetes.