Aaor se había dado la vuelta para guiar el camino de regreso a la cabaña. Tomás me alzó en brazos, y Jesusa caminó cerca de él. La hablé desde los brazos de su hermano:
—Aquí tendrás buena comida para alimentarte —le dije—. Probablemente durante un tiempo te sentirás más hambrienta de lo habitual, porque aún estás volviendo a hacer crecer una parte de ti misma. Aparte de eso, estás bien.
Ella tomó mi colgante mano y la besó,
Tomás sonrió.
—Si de veras te sientes bien, Jesusita, dale otro más por mí. No sabes de la que te ha sacado…
Ella miró hacia delante, a Nikanj.
—Tampoco sé en lo que me ha metido —susurró.
—Aquí nadie te hará daño —le dije de nuevo—. Nadie te tocará o se te acercará. Nadie te impedirá que vengas conmigo cuando lo desees.
—¿Me dejarán ir? —me preguntó.
Volví la cabeza, de modo que pudiera mirarla con mis ojos.
—No me abandones —le dije en voz muy baja.
—Tengo miedo. No sé cómo voy a poder quedarme aquí con tu… familia.
—Quédate conmigo.
—Tu… tu pariente… el oankali…
—Nikanj. Mi padre ooloi. Nunca te tocará. —Lograría esa promesa de él antes de volver a quedarme dormido.
—Es… ooloi, como tú.
¡Ah!
—No, como yo no. Es oankali. No tiene la menor mezcla humana. Mira, Jesusa, mi madre es tan humana como lo puedas ser tú. Mi padre humano parece pariente vuestro. Incluso cuando yo sea adulto, no tendré el aspecto que tiene Nikanj. Nunca tendrás motivo alguno para temerme.
—Ya te temo ahora, porque no entiendo lo que está sucediendo.
Tomás intervino:
—Te ha salvado la vida, Jesusa. Apenas si se podía mover, pero te salvó.
—Lo sé —dijo ella—. Y le estoy agradecida. Más de lo que puedo decirle.
Me acarició el rostro, luego movió su mano a mi cabello y dejó que sus dedos se deslizasen expertos hasta la base de unos tentáculos sensoriales.
Me estremecí con repentino placer y frustrada necesidad.
—Trataré de quedarme hasta que tu metamorfosis esté completa —me dijo—. Te debo eso y más. Te prometo quedarme ese tiempo.
Mi madre volvió su cabeza y miró a Jesusa, luego a mí…, me miró largamente a mí.
Crucé mi mirada con la de ella, pero no le dije nada.
Al cabo de un rato volvió a mirar al sendero. Cuando me llegó, su aroma me dijo que estaba nerviosa, bajo una gran tensión. Pero, al igual que yo, no dijo nada.
Nos dieron comida. Para variar, esta vez realmente la necesitaba. El curar a Jesusa había vaciado mis reservas. No tenía la menor fuerza, y Jesusa me dio de comer al tiempo que comía ella. Parecía encontrar algo de consuelo en alimentarme.
A Jesusa y Tomás les dieron ropa limpia y seca. Fueron hasta el río para lavarse, y regresaron a la casa limpios y contentos. Comieron nueces garrapiñadas y se relajaron con mi familia.
—Contadnos cosas acerca de vuestra gente —les dijo Aaor cuando se puso el sol y Dichaan echó más madera al fuego—. Sé que hay cosas que no queréis decirnos, pero…, contadnos cómo fue que surgió vuestro pueblo. ¿Cómo se encontraron el uno al otro vuestros antepasados fértiles?
Jesusa y Tomás se miraron el uno al otro. Jesusa parecía aprensiva, pero Tomás sonrió. Era una sonrisa cansina, triste.
—Nuestros primeros antepasados de posguerra jamás se encontraron el uno al otro —dijo—. Si lo deseáis, os lo contaré…
—¡Sí!
—Nuestros ancianos fueron gente que se reunió porque podían comunicarse entre ellos —explicó—. Todos hablaban español. Provenían de México, Perú, España, Chile y otros países. La Primera Madre era de México. Tenía quince años de edad y estaba de viaje con sus padres. Con ellos había otros que conocían estas tierras y que decían que sería mejor vivir en lo alto, en las montañas. Iban camino de las alturas cuando la Primera Madre y su propia madre fueron atacadas. Habían abandonado el grupo para bañarse. La Madre nunca vio a sus atacantes. La golpearon por la espalda. Y la violaron…, probablemente muchas veces.
«Cuando recuperó el conocimiento estaba sola. Su madre estaba allí pero muerta, y la Primera Madre estaba malherida. Tuvo que arrastrarse y reptar, de vuelta a su gente. Ésta la cuidó lo mejor que supo. Su padre no podía ayudarla: la dejó en manos de otros, y estaba tan fuera de sí por lo que les habían hecho a su madre y a ella que acabó por abandonar el grupo. La Primera Madre se despertó un día, y él se había ido. Ya nunca lo volvió a ver.
»La gente había empezado ya a hacerse casas en las que vivir, en el lugar que habían elegido, cuando se dieron cuenta de que la Primera Madre iba a tener un hijo. Nadie había pensado que eso fuera posible. La gente había tratado de aceptar su esterilidad. Decían que era mejor no tener hijos…, que tener hijos inhumanos.
Tomás se miró las manos. Cuando alzó la cabeza, se encontró mirando cara a cara a Tino.
—Antes de que yo me fuera, mi gente decía lo mismo —comentó Tino—. Y lo creían de veras. Pero es una mentira.
Tomás miró a Lilith con ojos interrogantes.
—Sabes que es una mentira —confirmó Lilith con voz tranquila.
Tomás me miró, luego continuó su historia:
—A la gente le preocupaba que el hijo de la Primera Madre pudiera no ser humano. Nadie había visto a sus atacantes. Nadie sabía quién o qué podían ser.
Nikanj le interrumpió:
—¿Cómo se les pudo ocurrir que las íbamos a mandar por ahí, estériles, para luego cambiar de idea e impregnar a una y matar a la otra? —Incluso con su suave voz de ooloi maduro, logró sonar muy indignado.
Tomás ya era capaz de mirarle, de hablarle. Nikanj había tenido buen cuidado de fingir no darse cuenta de cómo lo estudiaba mientras comía. Así que ahora le contestó:
—Decían que vosotros lo podíais hacer prácticamente todo. Algunos afirmaban que vuestros poderes os los había dado el diablo. Otros decían que erais diablos. Algunos estaban irritados con esta clase de disquisiciones: para ellos erais, simplemente, el enemigo. No creían que hubierais violado a la Primera Madre, estaban convencidos de que ella podía ser el arma con que derrotaros. Así que la tomaron, la cuidaron y la alimentaron, pese a que no tenían lo bastante para comer ellos mismos. Cuando el hijo de ella nació, la ayudaron a cuidarlo y se lo enseñaron a todos, para que viesen que era humano y perfecto. Lo llamaron Adán. El nombre de la Primera Madre era María de la Luz. Y, cuando el niño estuvo destetado, lo cuidaron. A ella la animaron a trabajar en los huertos y a ayudar en la construcción, para tenerla alejada de su hijo. De este modo, cuando llegó el momento adecuado, y Adán tenía trece años de edad, pudieron juntar a madre e hijo. Para ese entonces, a ambos se les había explicado cuál era su obligación. Y, también por ese entonces, todos se habían dado cuenta de que la Madre no sólo era fértil, sino además mortal…, a diferencia de los demás, que no parecían serlo. Para cuando nació su primera hija, la Madre parecía más vieja que algunos de aquellos que la habían ayudado a criar a su primogénito.
»Al cabo, la Madre tuvo tres hijas, y murió en el parto de su segundo hijo. Este hijo era… gravemente deforme: tenía un agujero en la espalda; la gente dice que por él se le podía ver la espina dorsal. Y tenía otras cosas mal. Murió, y fue enterrado con la Primera Madre en un lugar… que es sagrado para nosotros. La gente construyó allí un santuario, y algunos dicen que, cuando van a rezarle a la Madre, ésta se les aparece. Que la han visto en espíritu.
Tomás se detuvo y miró a los tres oankali.
—¿Creéis en los espíritus? —les preguntó.
—Creernos en la vida —le contestó Ahajas.
—¿En la vida después de la muerte?
Ahajas alisó brevemente sus tentáculos, en silencioso asentimiento.
—Cuando esté muerta —dijo—, nutriré otra vida.
—Pero lo que yo quiero decir…
—Si muriese en un mundo sin vida, un mundo que sin embargo pudiese mantener algún tipo de vida si ésta fuese lo bastante tenaz, las organelas que hay dentro de cada célula de mi cuerpo sobrevivirían y evolucionarían. Quizás en un millón de años, ese mundo estaría tan lleno de vida como lo está éste.
—¿…Lo estaría?
—Sí. Nuestros antepasados han sembrado de esa manera muchos muertos desiertos. Nada hay más tenaz que la vida de la que estamos hechos. Un mundo de vida que surge de la muerte aparente, de la disolución. En eso es en lo que creemos.
—¿En nada más?
Ahajas se alisó de nuevo, divertida, y al hacerlo reflejó la luz del fuego.
—No, Lelka. En nada más.
Él no preguntó lo que significaba «Lelka», pese a que no podía saberlo. Significaba niño atriado…, algo que los padres llamaban a sus hijos adultos y a los cónyuges de sus hijos. Tendría que acordarme de pedirle que no le volviese a llamar así. Aún no.
—Cuando yo era pequeño —prosiguió Tomás—, planté un árbol en el santuario de la Madre. —Sonrió, recordando—. Alguna gente quería arrancarlo. Pero creció tan bien, y eso que nadie lo cuidaba, que la gente dijo que a la Madre le debía de gustar tenerlo allí.
Se detuvo y miró a Ahajas.
Ésta asintió con la cabeza, en un gesto muy humano, y le contempló con interés y aprobación.
—La Madre tuvo treinta y tres nietos —continuó Tomás—. Quince sobrevivieron. Entre éstos había varios deformes o que fueron adquiriendo deformaciones. Pero eran fértiles, y no todos sus hijos tenían las deformaciones. Los deformes no podían ser desdeñados: a veces, chicos que parecían estar bien, con sólo unas pocas manchas en su piel, tenían descendientes deformes. Uno de nuestros ancianos dijo que ésta era una enfermedad que ya se conocía antes de la guerra, que él había sabido de una mujer que la tenía, y que su aspecto era muy parecido al que yo tenía antes de que Khodahs me curase.
Al momento, todo el mundo se volvió para enfocarme.
—Preguntádmelo cuando haya terminado su historia —les dije—. De todos modos, no sé cómo se llama esa enfermedad, sólo puedo describírosla.
—Descríbela —dijo Lilith.
La miré, y me di cuenta de que me estaba pidiendo algo más que una descripción de la enfermedad. Su rostro estaba tenso y hosco, como lo había estado desde que Jesusa había prometido quedarse durante mi metamorfosis. Ella quería saber qué otra razón podía haber, aparte de su amor por mí, para no decirles a los demás humanos lo muy ligados que iban quedar a mí. Deseaba saber por qué debía traicionar a su propia especie con su silencio.
—Era una enfermedad genética —le dije—. Afectaba a su piel, a sus huesos, a sus músculos y a sus sistemas nerviosos. Les provocaba tumores, muy grandes en la cara y en la parte superior del torso de Tomás. Su nervio óptico estaba afectado. Los huesos de su cuello y de un brazo estaban afectados. Su sentido del oído estaba afectado. Jesusa estaba cubierta, de cabeza a pies, por pequeños tumores, muy visibles, pero que no coartaban su habilidad de moverse o usar sus sentidos.
—Yo tuve mucha suerte —dijo Jesusa con voz tranquila—. Tenía un aspecto feo, pero a la gente no le importaba, porque podía tener hijos. No sufría del mismo modo en que sufría Tomás.
Tomás la miró, y su mirada decía más de lo que hubiese podido decir un grito de protesta.
—Sufriste —le contradijo—. Y, de no haber sido por Khodahs, te hubieras obligado a regresar y habrías seguido sufriendo… durante el resto de tu vida.
Ella miró al suelo, luego al fuego. No había timidez en ese gesto: simplemente, no estaba de acuerdo con él. Las comisuras de su boca se curvaron ligeramente hacia abajo. Cuando su hermano empezó de nuevo a hablar, tomé su mano. Tuvo un sobresalto y me miró como si fuese un extraño. Luego aceptó mi mano entre las suyas, la retuvo. No creí que se hubiera fijado en que, al otro lado de la habitación, Tino estaba sujetando del mismo modo uno de los brazos sensoriales de Nikanj.
—A veces —estaba diciendo Tomás—, la gente sólo tiene unas manchas marrones, no tumores. A veces, tienen ambas cosas. Y, en ocasiones, sus mentes se ven afectadas. Ocasionalmente, tienen otras cosas y mueren. También los niños mueren.
Dejó que su voz se desvaneciese.
—¡Ya no por más tiempo! —exclamó Lilith—. Pronto acabará para ellos esa miseria.
Tomás se volvió para mirarla directamente.
—Debes saber que no nos van a dar las gracias a Jesusa o a mí por eso. Nos van a odiar y a considerarnos traidores.
—Lo sé.
—¿Fue eso lo que te pasó a ti?
Por un momento Lilith bajó la vista, moviendo sólo los ojos.
—¿Os ha hablado Khodahs de la colonia de Marte?
—Sí.
—Para mí no existió esa alternativa.
—Puede que mi pueblo tampoco lo vea como una alternativa.
—Si son inteligentes, lo verán como tal. —Miró a Nikanj—. Su enfermedad suena como algo que ya nos atacaba antes de la guerra, si es que eso sirve de algo. En los Estados Unidos se llamaba neurofibromatosis. No sé si tenía algún nombre local en español. Podría haber aparecido en uno o más de los hijos de la Primera Madre como una mutación si nadie la hubiera tenido hasta la tercera generación. Recuerdo haber leído acerca de un par de casos de anteguerra, especialmente terribles. A veces los tumores se convierten en malignos. Creo que eso le resultaría muy atractivo para Khodahs: los ooloi pueden ver una gran potencialidad en utilizar ese tipo de cosas.
—Verlo, olerlo y probarlo —dijo Aaor.
Todo el mundo enfocó en él.
—Puedo cambiar para tener el aspecto que tiene Khodahs —dijo—. Entre la gente de la Primera Madre debe de haber una pareja, o al menos un humano enfermo más, que quiera unírseme.
Silencio. Jesusa y Tomás parecieron sobresaltarse.
—No entiendes el modo en que se nos previene contra vosotros —le explicó Tomás—. Y la mayoría de nosotros nos creemos lo que nos han enseñado. Jesusa y yo viajamos a las tierras bajas, para ver algo del mundo, antes de empezar a tener hijo tras hijo, y antes de que yo quedase ya demasiado impedido. Que nosotros sepamos, nadie más ha hecho nunca una cosa así. Y no creo que nadie la vaya a hacer.
—Si pudiera ponerme en contacto con ellos —dijo Aaor—, los convencería.
Podía ver el hambre que había en él, la desesperación. Ayodele y Yedik se movieron para colocarse uno a cada lado de él y calmar su desazón, en el mejor modo que les fuera posible. Parecían hacerlo de un modo automático, como si se hubiesen adaptado a la idea de tener compañeros de camada ooloi.