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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

Imago

 

Imago:
"En entomología, dícese del último o perfecto estado de un insecto, habitualmente aquel en que tiene alas. En psicoanálisis, dícese del concepto del padre, que se adquiere en la infancia y se retiene en el inconsciente"

Los alienígeneas oankali han salvado a la Tierra, condenada por una guerra nuclear, y a la agonizante Humanidad… Pero lo han hecho como parte de una "intercambio comercial", puesto que su supervivencia como raza les exige un constante intercambio genético. Así, los restos de la raza humana deberán mezclarse con los alienígenas para dar coomo resultado una nueva raza híbrida: los construidos.

Esto nos contaba la autora de
Amanecer
. Luego, en
Ritos de madurez
nos narró el intento de uno de los nuevos construidos por conservar un vestigio de raza humana pura… aunque fuese en una colonia en el desolado planeta Marte.

Ahora, en
Imago
, la historia llega a su culminación, con la aparición de los primeros construidos del tercer sexo… con el peligro, real o imaginario, que en esto ven tanto humanos como oankali.

Octavia Butler

Imago

Xenogénesis III

ePUB v1.0

Zacarias
01.08.12

Título original:
Xenogenesis: III - Imago.

Octavia Butler, 1989

Traducción: Luís Vigil

Ilustraciones: Antoni Garcés

Editor original: Zacarias (v1.0)

ePub base v2.0

A Irie Isaacs

I - METAMORFOSIS
1

Caí en mi primera metamorfosis de un modo tan suave que nadie se dio cuenta. Se supone que las metamorfosis no deben de comenzar de esta manera. En la mayoría de personas se inician con pequeños, pero obvios, cambios físicos: la pérdida de dedos en las manos y los pies, por ejemplo, o la aparición de nuevos dedos, de diferente diseño.

¡Ojalá mi experiencia hubiera sido tan normal, tan segura!

Durante varios días estuve cambiando sin llamar la atención. Normalmente, los estadios primarios de la metamorfosis no duran varios días sin provocar un sueño profundo, pero en mí sí que lo hicieron. Mis primeros cambios fueron sensoriales. Los sabores, los olores…, de repente, todas las sensaciones se convirtieron en complejas, confusas y, sin embargo, inesperadamente seductoras.

Tuve que volverlo a aprender todo. Por ejemplo, ahí está el agua del río: cuando nadaba en ella, observaba que tenía dos principales sabores distintivos —¿hidrógeno y oxígeno?—, y muchos otros sabores secundarios. Ahora podía diferenciarlos y saborear cada uno de ellos por separado. De hecho, no podía evitar el separarlos. Pero los aprendí con rapidez y los acepté en su nueva complejidad, de modo que sólo me llamaban la atención los cambios ocasionales en los pequeños sabores.

En Lo, el agua del río siempre nos llegaba enturbiada por el sedimento.

—Rica —la definían los oankali.

—Embarrada —la llamaban los humanos, y la filtraban, para que la arcilla se depositase en el fondo, antes de bebérsela.

—Simplemente agua —decíamos nosotros, los construidos, encogiéndonos de hombros. No habíamos conocido otra clase de agua.

Tan rápidamente como pude, aprendí de nuevo a comprender y aceptar mis impresiones sensoriales sobre la gente y las cosas que me rodeaban. Esta experiencia absorbió tanto de mi atención que no pude entender cómo mi familia no veía que me estaba pasando algo raro. Pero, aparte de mencionar que soñaba demasiado con los ojos abiertos, ni siquiera mis padres se dieron cuenta de las señales.

Después de todo, eran señales equívocas. Y, como nadie las estaba esperando, nadie se fijó en ellas.

Cuando yo nací, mis cinco progenitores, todos ellos, eran ya viejos. Naturalmente, no parecían tener más edad que mis hermanos y hermanas mayores, pero lo cierto es que habían ayudado a la fundación de Lo. Tenían nietos que también eran ya viejos. No creo que yo los hubiera sorprendido nunca antes, y no estaba seguro de que me gustase sorprenderlos ahora. No quería decírselo. En especial, no deseaba decírselo a Tino, mi padre humano. Se suponía que él debía de permanecer conmigo durante toda mi metamorfosis…, dado que era mi progenitor humano del mismo sexo; pero yo no me sentía atraído hacia él, como debiera haberme sentido. Ni tampoco me sentía atraído por Lilith, mi madre de nacimiento. Ella también era humana, y lo que me estaba pasando, desde luego, no era humano. Cosa extraña, tampoco deseaba acudir a mi padre oankali, Dichaan, y eso que él era la elección lógica después de Tino. Mi madre oankali, Ahajas, habría hablado por mí con uno de mis padres: ya lo había hecho por dos de mis hermanos, que le tenían miedo a la metamorfosis…, que temían cambiar demasiado, perder todo rastro de su humanidad. Esto podía sucederme a mí, a pesar de que era algo que jamás me había preocupado. Ahajas me hubiera hablado a mí, y hubiese hablado por mí, sin importarle cuál fuese el problema. De todos mis progenitores, era con ella con quien me resultaba más fácil hablar. Hubiera ido con ella, si me hubiese parecido más apetecible tal idea… o si hubiera comprendido por qué no me lo parecía. ¿Qué andaba mal en mí? No es que yo fuera tímido o tuviese miedo, pero, cuando pensaba en ir a verla, en un primer momento me sentía atraído por la idea, pero luego… casi me repelía.

Finalmente, estaba mi progenitor ooloi, Nikanj.

Él me diría que me fuese con uno de mis progenitores de mi mismo sexo. ¿Qué otra cosa podía decirme? Yo sabía perfectamente que me hallaba en la metamorfosis, y que ésa era una de las pocas cosas en las que los padres ooloi no podían ayudar. Algunos humanos insistían aún en ver a los ooloi como algún tipo de combinación macho-hembra, pero no eran tal cosa. Eran lo que eran: un sexo distinto, totalmente diferente a los otros dos.

Así que me fui a ver a Nikanj, esperando disfrutar un rato de su compañía. Él terminaría por darse cuenta de lo que me estaba pasando y me mandaría con mis padres. Pero, hasta que lo hiciese, descansaría a su lado. Yo estaba cansado, adormilado. La metamorfosis era, por encima de todo, sueño.

Encontré a Nikanj dentro de la casa de la familia, hablando con una pareja de desconocidos, humanos. Estos humanos se mantenían apartados de Nikanj: la hembra se protegía tras del macho, y éste llevaba a cabo un doloroso esfuerzo por parecer valiente. Ambos parecieron alarmados cuando abrí una pared y entré en la habitación. Luego, cuando me hubieron echado una mirada, parecieron relajarse un tanto. Yo tenía un aspecto muy humano…, sobre todo si me comparaban con Nikanj, que no lo era nada.

Estos humanos olían, demasiado obviamente, a sudor y adrenalina, a comida y sexo. Me senté en el suelo y me puse a desentrañar la compleja combinación de olores. Mi nueva percepción no me permitía hacer otra cosa. Para cuando hube terminado, pensé que sería capaz de seguirles la pista a aquellos dos humanos por cualquier parte.

Nikanj no me prestó atención, excepto para ver quién entraba. Estaba acostumbrado a que sus niños entrasen y saliesen a su libre albedrío, acostumbrado a que todos pasásemos algún tiempo con él, aprendiendo lo que estuviera dispuesto a enseñarnos.

Tenía un aroma increíblemente complejo, porque era un ooloi. Había recogido dentro de sí no sólo el material reproductor de los otros miembros de la familia, sino también células de otras especies animales y vegetales, con las que recientemente se había encontrado. Cuando pudiera las estudiaría, memorizaría y, o bien las consumiría, o las almacenaría. Consumiría aquellas que sabía que podía recrear de memoria, utilizando su propio ADN. Mantendría a las otras vivas en una especie de estasis, hasta que fueran necesitadas.

El subaroma más fácil de notar en él era Kaal, el grupo familiar en el que había nacido. Yo no conocía a los padres de Nikanj, pero conocía el aroma Kaal de otros miembros de ese grupo familiar. No obstante, por algún motivo, nunca me había fijado en ese aroma en Nikanj, jamás lo había diferenciado de este modo.

Naturalmente, el aroma principal era Lo. Se había unido a cónyuges oankali del grupo familiar Lo y, al atriarse, había cambiado su aroma como debía hacer todo ooloi. El término «ooloi» no tenía una traducción exacta en los idiomas terrestres, porque su significado era tan complejo como el aroma de Nikanj… «Forastero precioso», «Puente», «Comerciante de vida», «Tejedor», «Imán».

Imán es como lo llama mi madre de nacimiento. La gente se siente atraída hacia el ooloi y no le puede escapar. Desde luego, ella no podía…, aunque también es verdad que tampoco Nikanj podía escapar de ella o de ninguno de sus cónyuges. Los oankali decían que los nexos químicos del atriamiento eran tan difíciles de romper como pudiera serlo el dejar el hábito de respirar.

Aromas…, los dos humanos visitantes eran compañeros desde hacía largo tiempo, y cada uno olía al otro.

—Aún no sabemos si queremos emigrar —estaba diciendo la hembra—. Hemos venido a ver cómo sería eso, tanto para nosotros como para nuestro pueblo.

—Os lo enseñaremos todo —les dijo Nikanj—. No hay secretos acerca de la colonia de Marte o los viajes a la misma. Aunque, justo en este momento, todos los transbordadores destinados a la emigración se hallan en uso. Pero tenemos una zona para invitados, que los humanos pueden usar para esperar.

Los dos humanos se miraron el uno al otro. Aún olían a asustados, pero ambos estaban haciendo un esfuerzo por aparentar valentía. Sus rostros casi no registraban expresión alguna.

—No queremos quedarnos aquí —dijo el macho—. Volveremos cuando haya una nave.

Nikanj se puso en pie…, o, como dicen los humanos, se desplegó.

—No puedo deciros cuándo habrá una nave —les explicó—. Llegan cuando llegan. Dejadme mostraros la zona de invitados. No es como esta casa: los humanos construyeron el edificio con madera cortada.

La pareja trastabilló, apartándose de Nikanj.

Los tentáculos del ooloi se aplastaron contra su cuerpo, mostrando su jocosidad. Se volvió a sentar.

—Hay otros humanos aguardando en la zona de invitados —les dijo con suavidad—. Son como vosotros: quieren tener su mundo, totalmente humano. Viajarán con vosotros cuando os marchéis.

Hizo una pausa y me miró.

—Eka, ¿por qué no se lo enseñas tú?

Ahora más que nunca deseaba quedarme con él, pero pude ver que los humanos parecían más tranquilos al ser confiados a alguien que se parecía tanto a ellos. Me alcé y les di la cara.

—Éste es Khodahs —les dijo Nikanj—. Uno de mis hijos más pequeños.

La mujer me lanzó una mirada que yo ya había visto demasiadas veces como para no reconocerla.

—Pero, pensé… —tartamudeó.

—No —le dije, y le sonreí—. No soy humano. Soy un construido, nacido de humana. Venid conmigo. La zona de invitados no está lejos.

No me siguieron a través de la pared hasta que ésta no estuvo totalmente abierta…, como si creyesen que la pared se les iba a cerrar mientras pasaban, como si les pudiese hacer daño.

—Sería como si os aferrase suavemente una gran mano —les dije, cuando estuvimos fuera.

—¿Cómo? —me preguntó el macho.

—Si la pared se cerrase sobre vosotros… No os haría daño, porque estáis vivos. Aunque quizá se os comiese la ropa.

—¡No, gracias!

Me eché a reír.

—Nunca he visto que pasase eso, pero he oído que puede suceder.

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