—Oeka.
Enfoqué en Nikanj, sin volverme.
—Tino le ha hecho unas muletas, para que las use durante los próximos días. Están a sus pies.
—De acuerdo. —Yo nunca había visto una muleta, pero había oído hablar de ellas a los humanos de Lo.
—Junto a las muletas hay ropa. Lilith dice que deberías ponerte algo, y darle el resto a él.
Ahora sí me volví para mirarle.
—Ponte la ropa, Khodahs. Es un macho resistente. Ya le va a costar bastante el aceptarte.
Naturalmente, tenía razón. Yo ni siquiera estaba muy seguro del motivo por el que había dejado de usar ropas…, excepto, quizá, porque no tenía a nadie por quien usarlas. Me vestí y me eché al lado del macho.
El macho y yo nos despertarnos al mismo tiempo. Me vio, y de inmediato trató de apartarse de mí. Lo agarré y le hablé con suavidad.
—Estás a salvo —le dije—. Aquí nadie te hará daño. Te estamos ayudando.
Frunció el ceño y contempló mi boca. No pude leer comprensión en su expresión, pese a que la suavidad de mi voz parecía tranquilizarlo.
—¿Español? —le pregunté.
—¿Portugués? —me interrogó, esperanzado.
Alivio.
—Sim. Falo portugués.
Suspiró, aliviado a su vez.
—¿Dónde estoy? ¿Qué me pasó?
Me senté, pero, poniéndole una mano en el hombro, lo animé a seguir tendido.
—Te encontramos malherido, solo en la selva. Creemos que debiste caerte de un árbol.
—Recuerdo…, mi pierna. Traté de llegar a casa.
—Podrás volver a casa dentro de unos pocos días. Ahora aún estás curándote. —Hice una pausa—. Te hiciste mucho daño, pero podemos curarte totalmente.
—¿Quién eres?
—Khodahs lyapo Lilitheal Kaalnikanjlo. Yo soy quien tiene que ocuparse de que puedas caminar de vuelta a casa sobre dos buenas piernas.
—Me rompí la pierna…, ¿me quedará deformada?
—No. Te quedará recta y nueva. ¿Cómo te llamas?
—Perdóname por no habértelo dicho antes. Soy João. João Villas da Silva.
—João, tu pierna estaba demasiado dañada para que pudiéramos salvarla. Pero tu nueva pierna ya ha comenzado a crecer.
Tanteó, presa de repentino terror, buscando la pierna que le faltaba. Me miró. De repente, trató de escapar de nuevo, a gatas.
Lo agarré por los brazos y lo mantuve quieto, inmovilizándolo hasta que dejó de debatirse.
—Estás bien y tienes salud —le dije con voz tranquila—. En unos pocos días tendrás una pierna nueva. Ahora, no te hagas más daño. Estás bien.
Miró mi cara, agitó la cabeza y me volvió a mirar.
—Es cierto —le dije—. Unos días de ir con muletas, luego una nueva pierna entera. Míratela.
Miró, girándose para que yo no se la pudiera ver…, como si su cuerpo aún tuviese algún secreto para mí.
—No parece una pierna nueva —me dijo.
—Sólo tiene unas horas de edad. Dale tiempo a que crezca.
Se sentó en donde estaba y miró en derredor, al resto de la familia.
—¿Quiénes sois todos vosotros? ¿Qué hacéis aquí?
—Somos viajeros. Una familia de Lo, que viaja hacia el sur.
—Mi casa está al oeste, en las colinas.
—No nos iremos hasta que puedas volver allí.
—Gracias. —Me miró un rato más—. No quiero ofenderte, pero…, he conocido a muy pocos de los de tu pueblo…, humanos y no humanos.
—Soy un construido.
—Sí, pero no sé…, ¿eres un hombre o una mujer?
—Aún no soy adulto.
—¿No? Pues pareces un adulto. Pareces una mujer joven…, quizá demasiado delgada, pero muy guapa.
Esta vez no me sorprendió. Mi cuerpo lo deseaba. Y mi cuerpo deseaba complacerle. Pero, ¿qué me pasaría cuando tuviese dos o más compañeros? ¿Sería como el cielo, cambiando constantemente: nublado, claro, nublado, claro? ¿Tendría que resultarle odioso a uno de mis cónyuges para agradarle al otro? Nikanj tenía siempre el mismo aspecto y, sin embargo, todos y cada uno de mis otros padres lo tenían por un verdadero tesoro. ¿Qué les parecería a los otros mi aspecto, cuando tuviese cuatro brazos en lugar de dos?
—Ningún macho o hembra podría regenerar tu pierna —le dije a João—. Yo sí: soy un ooloi.
Fue como si el aire que había entre nosotros se convirtiese en una pared de cristal…, transparente pero impenetrable. Ya no podía atravesarla para llegar a él. Había buscado refugio tras ella y, aunque le tocase, ya no lo alcanzaría.
—No tienes nada que temer de nosotros —le dije, queriendo explicarle, en realidad, que no tenía nada que temer de mí—. Y, aunque no soy un adulto, puedo completar tu regeneración.
—Gracias —dijo, desde detrás de su nuevo y gélido escudo—. Os estoy muy agradecido.
No lo estaba. No me creía.
Los tentáculos de mi cabeza y cuerpo se enredaron en duros y apretados nudos, y me aparté de João. Me hubiera resultado más fácil si me hubiera rehuido de un salto, tal cual casi había hecho Marina. Era más fácil enfrentarse al miedo que a este… frío rechazo…, a esta repulsión.
—¿Por qué me odias? —susurré—. Podrías haber muerto, si un ooloi no te hubiese salvado la vida. ¿Por qué me odias tanto, si he salvado tu vida?
El rostro de João sufrió varios cambios: sorpresa, remordimiento, vergüenza, ira, odio y repulsión renovados.
—Yo no te pedí que me salvaras.
—¿Por qué me odias?
—Sé lo que hacéis… los de tu especie: ¡abusáis de los hombres, como si fueran mujeres!
—¡No! Nosotros…
—¡Sí! ¡Tu especie y vuestras putas humanas sois la causa de todos nuestros problemas! ¡Tratáis a la Humanidad entera como si fuera vuestra concubina!
—¿Es así como te he tratado a ti?
Se tornó hosco.
—No sé lo que me has hecho.
—Tu cuerpo te dice lo que te he hecho. —Me quedé un rato sentado, y le miré con mis ojos. Cuando él apartó la vista, le dije—: Ese macho que está allá es mi padre humano. La hembra es mi madre humana. Yo salí de dentro de su cuerpo. Y no te he curado para que pudieras insultar a esa gente.
Se limitó a mirarme; pero ahora había una duda en él. Lilith estaba echando algo en la olla de tela de Lo, que había colgado de dos árboles. Aún no había prendido un fuego debajo. Tino estaba algo más allá, cortando ramas de palmera. Construiríamos un refugio con arbolillos, tela de Lo y ramas de palmera, y colgaríamos dentro nuestras hamacas. Hacía bastante que no hacíamos esto.
Mis padres humanos debían de haberse parecido mucho a la gente del poblado de João. Cuando algún resistente solitario se quedaba a vivir entre nosotros, habitualmente acababa identificándose con los humanos atriados que había a su alrededor, y eligiendo un «protector» oankali o construido. Se convertía en cónyuge temporal o en compañero de camada, temporalmente adoptado. Así, Marina había elegido una especie de estatus temporal de cónyuge, quedándose conmigo y apenas si hablado con nadie, a excepción de Aaor. Eso mismo era lo que yo quería de João. Pero aún tendría que animarlo más, y al mismo tiempo convencerle de que su masculinidad no estaba amenazada. Había oído que, a menudo, los hombres sentían eso respecto a los ooloi. Tendría que hablar con Tino; él me ayudaría a comprender ese miedo de João y a hacérselo superar. Estaba claro que con la razón no habría bastante.
—Nadie va a vigilarte —le dije a João—; no eres un prisionero. Pero tengo que mantener tu pierna en observación. Si te vas antes de que la regeneración esté completada, antes de que me asegure de que se ha detenido el proceso de crecimiento, podrías acabar teniendo un tumor monstruoso. Que terminaría matándote. Y, si alguien te lo extirpase, volvería a crecer.
No deseaba creerme, pero lo había asustado. Era lo que deseaba. Y todo lo que le había dicho era cierto.
Me alcé y señalé:
—Ahí están tus muletas. Y mi madre humana te ha dejado ropa limpia. —Hice una pausa—. Si necesitas algo, cualquiera de los que están aquí te facilitará todo tipo de ayuda…, si no lo insultas.
Deseaba tenderle la mano, pero su lenguaje corporal me decía que él no haría como Marina, que no la aceptaría. Se quedó sentado donde estaba, contemplando el lugar que había ocupado su pierna. No hizo esfuerzo alguno por levantarse.
Le traje un cuenco con fruta y gachas de nueces y se limitó a seguir sentado, mirándolo. Yo me senté junto a él y comí mi parte, pero él casi ni se movió. No, se movió en una ocasión: cuando lo toqué, tuvo un escalofrío y se volvió para mirarme. No había más que odio en su expresión.
Me fui al río, a bañarme. Aaor estaba con João cuando regresé al campamento. No estaban hablando, pero la rigidez había desaparecido de la espalda de João. Quizá, simplemente, fuera que estaba cansado.
Vi a Aaor empujar el cuenco de gachas hacia él. Lo tomó y comió. Y, cuando Aaor le tocó, no mostró ningún estremecimiento.
João eligió a Aaor. Aceptaba su ayuda, le hablaba, y le acariciaba sus pequeños senos, cuando vio que esto ni la molestaba a ella ni a ninguno de los otros. Esos pechos no eran verdaderas glándulas mamarias. Probablemente Aaor los perdería cuando se metamorfosease. Era lo que les ocurría a la mayoría de los construidos, incluso cuando su transformación era a hembras. Pero a João le encantaban. Y a Aaor, simplemente, le gustaba el contacto.
Por la noche, João me soportaba. Creo que su mayor vergüenza era el que su cuerpo no me hallase tan repelente como su mente deseaba creer que era. Esto le asustaba casi tanto como le avergonzaba. Quizá le decía lo que yo ya había descubierto…, que, dado el tiempo necesario, él podría llegar a aceptarme, a disfrutar mucho de mí. Creo que me odiaba más por esto que por todo lo demás.
En veintiún días, la pierna de João ya hubo crecido. Yo le había hecho comer enormes cantidades de alimentos…, había estimulado su apetito de modo que no pudiera ponerse testarudo y rehusar la comida. Asimismo, le había animado químicamente a ser sedentario. Necesitaba de todas sus energías para hacer crecer su pierna.
Por mi parte, a mí me habían salido pechos, y había ido desarrollando una apariencia aún mucho más claramente femenina. Yo no dirigía mi cuerpo ni trataba de controlarlo. Claro que éste ya no desarrollaba ni enfermedades ni crecimientos ni cambios anormales. Parecía estar totalmente enfocado en João, que me ignoraba durante el día, pero me acariciaba por la noche, e investigaba mi cuerpo antes de que yo le hiciera dormirse.
Lo mantuve conmigo durante tres días extra, para ayudarle a recuperar sus fuerzas y para estar absolutamente seguro de que la pierna había dejado de crecer y trabajaba tan bien como la vieja. Era suave, de piel lisa y muy pálida. La suela del pie era tan tierna, que doblé unos trozos de tela de Lo y los pegué para hacerle unas sandalias.
—No he usado nada en los pies desde mucho antes de que tú nacieras —me dijo.
—Usa esto hasta que llegues a tu casa, o te harás mucho daño en los pies.
—¿Realmente vais a dejarme ir?
—Mañana. —Era nuestra vigesimoquinta noche juntos. Aún pretendía ignorarme durante el día; pero, aparentemente, se había convertido en demasiado difícil para él mantener su odio contra mí por las noches. Además, aceptaba lo que hacía por él, y no me insultaba. Ya no insultaba a nadie. En una ocasión lo encontré hablándoles a Aaor, Lilith y Tino acerca de Sao Paulo, que era donde había nacido. Sólo tenía diecinueve años cuando había estallado la guerra, y era estudiante. De haber ido todo bien se habría convertido en médico, como su padre.
—Al principio, la gente agitaba la cabeza cuando hablaba de la guerra —les explicó—. Decían que matarían a todo el Norte: a Europa, Asia, América del Norte. Decían que los del Norte habían perdido la cabeza. Nadie se daba cuenta de que, a consecuencia de la guerra, también nosotros íbamos a sufrir enfermedades, hambre, cegueras…
Descubrió que yo le estaba escuchando. No le había importado, pero a mí no me hubiera contado, por su propia voluntad, nada de su pasado. Contestaba a mis preguntas, pero no me hablaba de motu propio.
El nombre de su poblado de resistentes era Sao Paulo, en recuerdo a su ciudad natal, que en otros tiempos se había alzado muy al este. Cuando lo encontramos, justo acababa de viajar hasta el lugar en que estaba la ciudad… Antes de la guerra y de la llegada de los oankali, Sao Paulo había sido una ciudad de muchos millones de habitantes, un auténtico laberinto de edificios, grandes y pequeños. Pero lo que no había destruido la guerra y sus consecuencias había sido devorado por los transbordadores de los oankali. Estas naves podían comer cualquier cosa sobre la que se posasen. Sí, quedaban algunas ruinas, pero la selva cubría ahora la mayor parte de lo que en otro tiempo fuera Sao Paulo.
João también había hablado de su pasado con Ahajas y Dichaan. Al menos, evitaba a Nikanj. Yo podía aceptar cualquier cosa que hiciera, mientras evitase a Nikanj.
—Mañana —repitió ahora, tendido junto a mí. Se movió, avisándome, luego se sentó. Yo le había dicho que siempre se moviese un poquito para avisarme de que pensaba cambiar de posición o levantarse…, por si yo tenía algunos tentáculos sensoriales unidos a él. Había ignorado esto en una ocasión. El dolor resultante le había hecho lanzar un alarido y acurrucarse en un apretado nudo fetal, quedándose así durante un rato, sudando y jadeando. Yo me había hecho tanto daño a mí mismo como se lo había hecho a él, pero conseguí no reaccionar tan aparatosamente. Nunca le dije nada al respecto, pero después de aquello siempre hacía un pequeño movimiento de advertencia.
Me miró desde arriba.
—No te creo.
—Tu pierna está completa y sana. Es tierna y deberás protegerla, pero está completa. ¿Por qué no te ibas a ir?
Su boca no me dijo nada. Su rostro me dijo que no estaba seguro de querer irse. Ni siquiera estaba seguro de si le gustaba que yo le dijese que podía irse. Pero su orgullo lo mantenía en silencio.
—¡De acuerdo! —dijo al fin—. Mañana me voy. Mañana por la mañana.
Lo atraje hacia nuestro jergón y le besé el rostro, luego la boca.
—No me alegrará el que te vayas —le dije—. Si fueras más joven…
Froté su nuca. Mis sobacos ya no me picaban…, ahora me dolían.
—No sabía que mi edad fuera importante —dijo. Suspiró—. No debería importarme. Debería estarte agradecido. Pero no he cambiado mi opinión… sobre los ooloi.
—Creo que sí.
—No, sólo he cambiado mis sentimientos hacia ti. Y eso que, antes, ni tal cosa hubiera creído posible.