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Authors: Kami García,Margaret Stohl

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico, #Romántico

Hermoso Caos (47 page)

Macon condujo a Marian hasta una silla.

—Él detesta a los Mortales.

Marian aún seguía temblando. Macon tomó una manta de los pies de su cama y la envolvió en ella. Recordé a Marian haciendo lo mismo por las Hermanas la noche del ataque de los Vex. Los mundos, ya no había dos universos separados, Caster y Mortal. Ahora todo se estaba aplastando al mismo tiempo.

Las cosas no podían seguir así mucho más tiempo.

Liv arrastró una silla al lado de Marian y pasó sus brazos alrededor de ella. Lena retorció un dedo en la dirección de la chimenea de Macon encendiéndola. Las llamas ascendieron por los troncos, alcanzando tres metros hasta el techo. Al menos no estaba lloviendo.

—Tal vez no sea sólo él. Tal vez sea Abraham. —John suspiró—. No le gusta ceder tan fácilmente.

Macon frunció la frente.

—Eso es interesante. Angelus y Abraham. ¿Tendrán un objetivo común, quizá?

Liv intervino.

—¿Está sugiriendo que los Guardianes están confabulados con Abraham? Porque eso sería tan impropio a todos los niveles que no puede ser verdad.

John se calentó las manos delante del fuego.

—¿Se ha fijado alguien en todos los Caster Oscuros que había en esa habitación?

—Yo me fijé en el que golpeaste en la cabeza. —Sonreí.

—Eso fue un accidente. —John se encogió de hombros.

Macon negó con la cabeza.

—En cualquier caso el veredicto se ha pronunciado. Tenemos una semana para inventar algo antes de que… —Todos miramos a Marian. Era evidente que aún seguía conmocionada. Sus ojos estaban cerrados y se ciñó la manta alrededor de los hombros, acurrucándose. Creo que estaba reviviendo toda la noche.

Macon sacudió la cabeza.

—Hipócritas.

—¿Por qué? —pregunté.

—Tengo mis propias sospechas sobre lo que se trae entre manos el Custodio Lejano, y no puedo decir que tenga algo que ver con mantener la paz. El poder cambia a la gente. Me temo que ya no son los líderes impolutos que fueron en su día. —Macon apenas podía disimular la desaprobación en su rostro.

Y el agotamiento. Estaba haciendo lo posible para disimularlo, pero su aspecto era el de no haber dormido en días. Y ahora que necesitaba dormir, no dejaba de sorprenderme descubrir que lo necesitaba tanto como el resto de nosotros.

—Pero Marian ha vuelto a casa con nosotros, sana y salva. —Puso una mano en su hombro, aunque ella no levantó la vista.

—Por ahora. —Sentí unas ganas terribles de volver atrás, atravesar de nuevo la
Temporis Porta
y sacudir la mierda de cada uno de los que estaban en esa habitación. No podía soportar ver así a Marian.

Macon se sentó en la silla que había junto a ella.

—Por ahora. Que es todo lo que puedo decir en estos días para cualquiera de nosotros. Tenemos una semana hasta que se cumpla la sentencia, dado que ha sido declarada culpable de traición. Ése es el tiempo que debería necesitarse para que una Proclamación de
Perfidia
haga efecto. No permitiré que le suceda nada más, Ethan. Y eso es más es una promesa.

Liv se desplomó sobre la mesa del estudio totalmente desolada.

—Si alguien va a asegurarse de que no le suceda nada a Marian, soy yo. Si no hubiera ido con vosotros… si me hubiera quedado en la biblioteca, como se suponía que…

—¿Y ahora quién es la quejica Caster? —Lena dio unas palmaditas a Liv en el brazo—. Ése es mi territorio. Se supone que tú eres la astuta rubia inteligente, ¿recuerdas?

—Qué grosería por mi parte. Te pido perdón. —Liv sonrió y Lena le devolvió la sonrisa, pasando un brazo alrededor de ella, como si fueran amigas. Supongo que, en cierto modo, lo eran. Esos días todos estábamos atados por el hilo común de nuestro destino. Porque la Decimoctava Luna estaba prácticamente encima y ninguno de nosotros tenía respuestas.

John se sentó al lado de Liv protectoramente.

—No es por tu culpa. —Me lanzó una aviesa mirada—. Es por él.

Para que luego me hablen de amistad.

—Tenemos que llevarnos a Marian a casa. —Me levanté.

Por primera vez ella alzó la vista hacia mí.

—Yo… no puedo.

Lo entendí. No podría dormir sola, al menos durante algún tiempo. Ésa era la primera noche que Liv y Marian estaban bajo el mismo techo, sólo que esta vez era en la habitación de Liv y el tejado era el techo de los Túneles. Me pregunté si los Hechizos de Ocultación funcionaban también contra los Guardianes. Y confié en que fuera así.

Había un lugar donde podíamos ir, por mucho que nuestros mundos estuvieran girando fuera de control. El lugar donde todo había comenzado para Lena y para mí. Un lugar que era nuestro.

La mañana siguiente después del juicio de Marian fuimos a buscarlo de nuevo.

El devastado jardín de Greenbrier aún seguía negro y calcinado, pero podían distinguirse algunas zonas en las que la hierba estaba comenzando a crecer. Sin embargo, los pequeños tallos no eran verdes sino marrones, como todo lo demás en el Condado de Gatlin. Los muros invisibles que protegían Ravenwood de ser arrasado no llegaban hasta aquí.

Aun así, éste era nuestro sitio. Guie a Lena a través del jardín hasta la lápida de piedra donde descubrimos el guardapelo de Genevieve por primera vez. Parecía que hubieran pasado años, en vez de sólo uno.

Lena se sentó en la piedra, tirando de mí.

—¿Recuerdas lo bonito que era todo?

La contemplé, la chica más guapa que había visto nunca.

—Aún lo es.

—¿Has pensado en cómo sería todo esto si hubiera desaparecido? ¿Si no logramos arreglarlo y no hay un Nuevo Orden?

Apenas pensaba en otra cosa, además de en el calor, los bichos y los lagos desecados. ¿Qué vendría después? ¿Una inundación?

—No estoy seguro de que importe. Tal vez también nosotros desaparezcamos y ni siquiera notaremos la diferencia.

—Creo que ambos hemos visto lo suficiente del Más Allá para saber que eso no es cierto. —Sabía que intentaba hacerla sentir mejor.

—¿Cuántas veces has visto a tu madre? Ella sabe lo que está pasando, tal vez mejor que nadie.

No había nada que pudiera decir. Lena tenía razón, pero no podía dejar que cargara con el peso de todo esto ella sola.

—No provocaste todo esto a propósito, L.

—No sé si eso me hace sentir mejor por destruir el mundo.

La estreché contra mi pecho, sintiendo el suave ritmo de sus latidos.

—El mundo no está destruido. Aún no.

Arrancó una brizna de hierba seca.

—Pero la vida de alguien lo estará. El Uno Que Son Dos tiene que ser sacrificado para crear el Nuevo Orden. —Ninguno de los dos podía olvidarlo, aunque no habíamos avanzado mucho para descifrarlo.

Y si la Decimoctava Luna era realmente en el cumpleaños de John, entonces sólo nos quedaban cinco días para encontrar al Uno. La vida de Marian —todas nuestras vidas— estaban en juego
Él.

Ella.

Podría ser cualquiera.

Quienquiera que fuese, me pregunté qué estaría haciendo en este momento —si es que lo sabía—. Tal vez no estuviera preocupado en absoluto. Tal vez ni siquiera lo veía venir.

—No te preocupes. John nos ha comprado algo de tiempo. Ya pensaremos en algo. —Sonrió—. Fue agradable verle hacer algo por nosotros, en vez de contra nosotros.

—Sí. Si es que lo hizo. —No sabía la razón, pero seguía sin poder confiar en él. Incluso aunque Lena estuviera deseando darle una oportunidad a Liv.

—¿Qué has querido decir? —Lena parecía enfadada.

—Ya has oído a Macon. ¿Qué pasa si ha aprovechado la oportunidad para absorber todos vuestros poderes?

—No lo sé. Tal vez debamos darle un voto de confianza.

Yo no quería hacerlo.

—¿Por qué tendríamos que hacerlo?

—Porque la gente cambia. Las cosas cambian. Todo y todos los que conocemos han cambiado.

—¿Y qué pasa si yo no quiero hacerlo? —No quería.

—No importa. Cambiamos, lo queramos o no.

—Algunas cosas no lo hacen —declaré—. Nosotros no decidimos cómo funciona el mundo. La lluvia cae hacia abajo y no hacia arriba.

El sol sale por el este y se pone por el oeste. Así es como funciona. ¿Por qué os cuesta tanto a los Caster entenderlo?

—Supongo que somos unos fanáticos del control.

—¿Eso crees?

El pelo de Lena se onduló.

—Es difícil no hacer cosas cuando puedes hacerlas. Y en mi familia, no hay mucho que no podamos hacer.

—¿De verdad? —La besé.

Ella sonrió bajo mis labios.

—Cállate.

—¿Es difícil no hacer esto? —La besé en el cuello. En la oreja. En los labios.

—¿Y qué me dices de esto? —Abrió la boca para quejarse, pero las palabras no llegaron a salir.

Nos besamos hasta que mi corazón empezó a palpitar. Incluso así, no estoy seguro de que hubiéramos parado, pero lo hicimos.

Porque escuché un desgarro.

El tiempo y el espacio se abrieron. Vi la punta de su bastón en cuanto Abraham Ravenwood se deslizó por el agujero del cielo, el aire cerrándose de golpe tras él.

Vestía un traje negro y chistera, lo que me hizo pensar en el padre de Abraham Lincoln.

—¿He oído mencionar algo sobre el Nuevo Orden? —Se quitó el sombrero y dio un toquecito en el borde, sacudiendo un inexistente polvo—. Resulta que esta rotura me conviene. Y estoy seguro de que mi chico John sentirá lo mismo, una vez que haya vuelto a donde pertenece.

Antes de que tuviera la oportunidad de responder escuché el sonido de pasos. Un segundo después, vi sus botas negras de motociclista.

—Voy a tener que coincidir. —Sarafine estaba junto a la arcada de piedra, su cabello negro tan rizado y rebelde como el de Lena. A pesar de que estábamos a cuarenta grados, vestía un largo vestido negro con tiras de tela entrecruzando su corpiño. Me recordó a una camisa de fuerza.

Lena…

No contestó, pero podía sentir su corazón palpitante.

Los ojos dorados de Sarafine se clavaron en mí.

—El mundo Mortal está en un estado de hermoso caos y destrucción, lo que a la postre conducirá a un exquisito final. Ni siquiera nosotros podíamos haberlo planeado mejor. —Era fácil para ella decirlo dado que su plan original había fracasado.

Había algo de escalofriante en ver allí a Sarafine, después de haber presenciado cómo abandonaba el lugar de infancia de Lena en llamas con ella y su padre dentro. Pero, asimismo, era imposible sacudirse las imágenes de esa muchacha, no mucho mayor que Lena, luchando contra la oscuridad de su interior y perdiendo.

Tiré de Lena para levantarla, su mano ardiendo en la mía en cuanto nuestra piel se tocó.

Lena.
Estoy
aquí contigo.

Lo
sé.

Su voz sonaba vacía.

Sarafine sonrió a Lena.

—Mi dañada hija medio oscura. Me encantaría decirte lo agradable que resulta volver a verte, pero mentiría. Y si algo soy, es honesta.

El color había desaparecido de la cara de Lena, y se mantenía tan tiesa que tuve dudas de si estaba respirando.

—Entonces supongo que no eres nada, madre, porque ambas sabemos que eres una mentirosa.

Sarafine agitó los dedos.

—Ya sabes lo que dicen sobre los invernaderos y las piedras. Yo no lanzaría ninguna si fuera tú, querida. Me
estás
mirando a través del ojo dorado.

Lena parpadeó y el viento empezó a soplar.

—No es lo mismo —intervine—. Lena tiene Luz
y
Oscuridad en ella.

Sarafine sacudió la mano como si yo fuera un molesto insecto, un cigarrón tratando de arrastrarme lejos del sol.

—Hay Luz y Oscuridad dentro de todos nosotros, Ethan. ¿Acaso no lo has aprendido ya?

Un escalofrío me recorrió la columna.

Abraham se inclinó hacia delante apoyado sobre su bastón.

—Habla por ti, querida. El corazón de este viejo Íncubo es tan negro como el alquitrán del infierno.

Lena no estaba interesada en el corazón de Abraham o en la carencia de uno en Sarafine.

—No sé lo que queréis, ni me importa. Deberíais marcharos antes de que el tío Macon perciba que estáis aquí.

—Me temo que no podemos hacerlo. —Los negros y vacíos ojos de Abraham estaban fijos en Lena—. Tenemos asuntos que atender.

Cada vez que escuchaba su voz, la rabia crecía dentro de mí. Le odiaba por lo que le había hecho a la tía Prue.

—¿Qué clase de asuntos? ¿Destruir todo el pueblo?

—No te preocupes, ya llegaré a eso. —Abraham sacó un pulido reloj de oro del bolsillo de su chaqueta y lo miró—. Pero primero tenemos que matar al Uno Que Son Dos.

¿Cómo sabe quién es, L?

No hables en kelting. Ella puede oírte.

Apreté con fuerza la mano de Lena, sintiendo que mi piel ardía y se llenaba de ampollas bajo la suya.

—No sabemos de qué estáis hablando.

—¡No me mientas, chico! —Alzó el bastón con una mano, señalándome—. ¿Acaso creías que no lo descubriríamos?

Sarafine miraba fijamente a los ojos de Lena. Ella no los había visto la noche que convocó la Decimoséptima Luna. Había estado atrapada en alguna clase de amodorramiento de Caster Oscuro.

—Después de todo, tenemos el
Libro de las Lunas.

Un trueno retumbó en el aire, pero por enfadada que estuviera, Lena no pudo provocar la lluvia.

—Puedes quedártelo. No lo necesitamos para forjar el Nuevo Orden.

A Abraham no le gustaba que le retaran, especialmente un Caster que era mitad Luz.

—No. Tienes razón, pequeña. Necesitáis al Uno Que Son Dos. Pero no vamos a permitir que te sacrifiques a ti misma. Vamos a matarte primero.

Obligué a mis pensamientos a regresar a la parte de mi mente donde podía aislarme de Lena, porque si averiguaba lo que estaba pensando, también lo haría Sarafine. Pero incluso en ese resquicio privado de mi mente, el mismo pensamiento trataba de abrirse paso.

Pensaban que el Uno Que Son Dos era Lena.

E iban a matarla.

Traté de empujar a Lena detrás de mí. Pero en el segundo en que me moví, Abraham extendió su mano y la elevó en el aire. Mis pies se levantaron del suelo y fui propulsado hacia atrás, una garra de hierro cerrándose sobre mi garganta. Abraham empezó a cerrar la mano y pude sentir un guante invisible estrechándose alrededor de mi cuello.

—Me has causado suficientes problemas para dos vidas. Esto se ha acabado.

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