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Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Herejía (7 page)

—¿Por qué será que Alchrib lo recibe ahora con los brazos abiertos? —pregunté—. ¿Existe la certeza de que Reglath represente una amenaza para el poder de su hermano?

—Es posible que Alchrib piense que puede mantener a Reglath bajo controlo que pueden alcanzar algún tipo de acuerdo. El peligro que nos acecha a nosotros consiste en que Reglath es el mejor comandante que tienen los haletitas. Taneth y las ciudades que la rodean corren aún mayor peligro.

—Supongo que sólo los clanes más pequeños, no Malith o Ukhaa. —Si los haletitas los atacan, quizá Malith y Ukhaa caigan tras ser sitiados por un periodo prolongado. Y si Malith se derrumba, queda abierta la puerta para que los haletitas desafíen a Taneth. Por cierto, que Taneth es inexpugnable, ya que se halla en una isla y los haletitas carecen de flota Pero su territorio podría ser severamente aislado de todo trato con el exterior y privado de libertad de comercio.

—Eso, por descontado —añadió Miserak—, suponiendo que los haletitas se consideren capaces de atacar Taneth. El Rey de Reyes es lo bastante astuto para percatarse de la importancia del comercio para la población de Taneth. E igual de astutos son sus aliados del Dominio. Lo más probable es que acabe exigiendo el pago de un doloroso tributo anual. Los comerciantes de Taneth lo pagarán y la vida seguirá su curso como antes.

El pago de un tributo era en todo el mundo un método aceptado y eficaz para evitar la guerra y la dominación. Se trataba de una imposición costosa —las exigencias de Pharassa por poco habían arruinado a Lepidor años atrás—, pero supongo que era preferible a la guerra. No me era ajeno que los comerciantes, con excepción de los traficantes de armas, no prosperaban en tiempos de conflicto. Dado que los comerciantes gobernaban la mayor parte de los clanes de Aquasilva, por lo general éstos se encargaban de pagar tributo a cualquier opresor (usualmente los haletitas o el imperio thetiano) para luego proseguir sus actividades. Así se beneficiaban ambas partes: los mercaderes porque mantenían su pacifico comercio y los receptores del tributo porque se hacían con dinero.

Muchos estados pequeños de Equatoria habían considerado que el pago de un tributo socavaba su dignidad y, por consiguiente, fueron destruidos. Yo siempre me había preguntado, por otra parte, cómo podían ser tan ciegos para no comprender lo débiles que eran en comparación con sus atacantes. Cualquier persona racional de Aquasilva ponía el beneficio por encima del orgullo, con la excepción de los haletitas y los habitantes del Archipiélago.

—Pues seria la primera vez que los haletitas demostraran actuar Con algo de sensatez sostuvo Xasan—. Lo más común es que no vean más allá de sus narices.

—Las ciudades del interior son una cosa. Taneth es otra. Allí tienen de su parte pequeñas ventajas como la caballería de elefantes; los haletitas no tienen nada comparable. Además, Taneth cuenta con el apoyo del resto del mundo.

—¿Acaso el resto del mundo es lo suficientemente sensato? —inquirió Sarhaddon, tomando un gran trago de su copa de vino. Yo aún no había tocado la mía y bebí unos sorbos para no parecer descortés. Era .vino para huéspedes, el mejor del lugar, reservado para la visita de extranjeros importantes. El hecho de que el vizconde mandase servir su mejor vino a un mero capitán de manta era evidencia de lo lejos que había llegado la decadencia de Cambress.

—Lo seríamos —dijo tajante Xasan, y agregó—: si abandonásemos nuestras disputas. Por un instante, Miserak frunció el ceño frente a los cambresianos, pero me pareció que no tanto por rencor como para expresar su opinión. —¿Quizá acabando con quien posee Mons Ferranis —cuestionó el vizconde—. A lo que debemos sumar vuestras luchas internas.

—Se trata de una cuestión delicada por ahora —adujo Ganno— y creo que lo seguirá siendo por un tiempo. Pero no dudo de que si Taneth es amenazada, los almirantes suspenderán sus disputas para socorrerla.

—Me parece que estamos preocupándonos demasiado —intervino Xasan—. Incluso si los haletitas atacaran Malith y si
además
sus habitantes rehusaran pagar el tributo, transcurrirían diez años o más antes de que Taneth corriese un grave peligro. Y en diez años pueden suceder muchas cosas.

—¿Qué quieres decir con eso? —lo interrumpió cortante Miserak.

—No mucho —respondió Xasan sintiéndose atrapado.

—Propongo un brindis —dijo Hilaire alzando la voz—. Por la paz y la prosperidad, y por el desconcierto de los haletitas.

—¡Bebo por eso! —Miserak vació su copa de una sola vez.

La conversación se desvió después hacia cuestiones de mucha menor importancia, por lo general relativas a dificultades en el comercio. A medida que anochecía, la servidumbre comenzó a encender las lámparas de aceite, dispuestas en columnas de mármol. Poco a poco se dejaron oír los sonidos del puerto tras las ventanas.

Más tarde cenamos en el salón comedor del conde, un lugar mucho más grande que aquel en el que habíamos estado conversando y cuyo suelo estaba adornado con figuras geométricas que recuerdo haber observado extasiado durante los interminables episodios diplomáticos de hacía unos cuantos años. También la comida era para huéspedes importantes, y para nosotros resultó un alivio tomar algo que no fuese pescado. Formaba parte de la tradición no servir pescado a los navegantes que llegaban al puerto, dado que solían estar hartos de comerlo durante las travesías y agradecían el cambio.

—¿A qué hora partirá mañana vuestro buque? —le preguntó el vizconde a Sarhaddon cuando nos sentamos a la mesa.

—Pasado el mediodía, una vez que Bomar concluya sus negocios.

—¡Ah! Entonces ¿estáis aquí con Bomar? —Hilaire sonrió—. Solicitó una audiencia conmigo durante su última estancia aquí, quejándose de que lo había estafado uno de los mercaderes, pero sólo se trataba de un error, un cero mal ubicado en su libro mayor. Bien, por supuesto, os ofrezco mi hospitalidad durante esta noche y enviaré un sirviente para despertaras una hora antes de vuestra partida, por sí aún no os habéis levantado.

—Si no os importa, lord Hilaire, nos retiraremos ahora mismo —dijo Xasan en medio de un bostezo—. Ha sido un largo día y mañana nos espera más trabajo. Me ofrecería con gusto a llevaras a vosotros a Pharassa, pero el
Lion
no estará en buen estado hasta dentro de unos cuatro o cinco días. ¡Ah! Además deberíamos escribir la lista de las grandes familias.

—Traed la escribanía —le ordenó el vizconde a un esclavo, que salió del recinto a toda prisa y regresó en seguida con un rollo de pergamino y una pluma, que le fueron entregados a Xasan. El capitán cambresiano apoyó el rollo en el muslo y comenzó a escribir—. Las ordenaré de mayor a menor según su tamaño; una preocupación mayor por lo general da como resultado una suma de dinero más generosa para mantener los buques en forma. La familia Hiram es la familia más importante y la segunda más grande de Taneth. Sus miembros comercian con todos los rincones del mundo. La segunda es la familia Banitas, sólo ligeramente más pequeña. En tercer lugar se encuentra la familia Jilreith, que sólo comercia en el este y el norte, y no tiene ningún tipo de intereses en Huasa, Thetia o el interior de Equatoria. La cuarta es Dasharban, una familia nueva en ascenso, que puede llegar muy lejos. En quinto lugar tenemos a la familia Barca. Es una familia antigua que casi fue arruinada debido a varios años de mala administración, pero cuenta ahora con un nuevo jefe con reputación de ser honesto. Cualquier vecino del lugar podrá deciros dónde se halla el palacio de cada una de estas cinco familias. Quizá Jilreith y Barca os resulten más difíciles de contactar, ya que ambas tienen fuertes lazos a lo largo del delta.

—Nuevamente muchas gracias —le dije.

Xasan se incorporó y lo mismo hicimos los demás.

—Que obtengas un trato beneficioso y la prosperidad ilumine Lepidor.

—Que tu nave salga victoriosa de todas sus batallas y la prosperidad ilumine Cambress.

—¡Y también Mons Ferranis! —dijo Miserak volviendo a fruncir el ceño a espaldas de Xasan. Ambos irrumpieron entonces en sonoras carcajadas, sin duda propiciadas por la considerable cantidad de vino que habían bebido.

Los sirvientes nos guiaron a Sarhaddon y a mí hacia cómodas y enormes recámaras con vistas al mar. La mía la conocía muy bien: la había ocupado muchas veces anteriormente. También yo estaba fatigado y caí casi inmediatamente en un sueño profundo.

Por la mañana fui consciente de que la noche anterior había bebido dos copas de vino. Esa cantidad estaba bastante cercana a mi limite y me consideraba afortunado de estar despierto.

Aunque habían transcurrido varias horas desde el amanecer, no me fue posible dar con ninguno de los cambresianos y tampoco con el vizconde. Sin embargo, cuando nos dirigimos hacia la cocina para buscar provisiones vimos a Miserak sentado en un banco en uno de los rincones. Pese al elevado número de copas que había consumido la noche anterior, parecía tener perfecta claridad mental.

—Tened cuidado con la manta negra, compañeros —dijo en tono amigable cuando nos volvíamos—. Iréis más allá de la boca del río. Y hay algo más. Algo que el orgullo de Xasan le impidió admitir anoche. Dado que yo no pertenecía a la tripulación, mi orgullo no está en juego, pero no lo olvidéis.

—¿Qué? —indagó Sarhaddon. Noté cómo parpadeaba cuando un rayo de sol se coló por una de las ventanas y cayó sobre su rostro. El monaguillo había bebido mucho más que yo la noche anterior.

—Ese navío estaba capitaneado por una mujer. La voz que nos impelía a rendimos era femenina, sin ninguna duda. Y llegamos a oír por detrás otra voz de mujer. Las dos voces nos llegaban un poco apagadas, pero eran definitivamente femeninas.

—Eso lo hace todavía más peculiar —dijo Sarhaddon cuando dejamos a Miserak y salimos del palacio de camino hacía el muelle en medio del ajetreo matinal—. Los habitantes del Archipiélago son los únicos fuera de Mons Ferranis que cuentan con mujeres guerreras y, por lo general, son centinelas ceremoniales del templo, como el resto de su ejército.

—¿Hay mujeres guerreras en Mons Ferranis? —indagué, azorado, intentando imaginar algo semejante.

—Los habitantes de Mons Ferranis son muy extraños. Tienen un cuerpo de élite integrado sólo por mujeres, que custodian los tesoros más preciados del pueblo. Pero si bien no les faltan motivos para atacar una manta cambresiana y lo harían si creyeran que pueden salirse con la suya, cubrir el trayecto desde Mons Ferranis hasta aquí lleva más de tres meses, La gente de Mons Ferranis no tiene intereses económicos en estas regiones y nunca podrían movilizar a los centinelas de sus ciudades sin que resultase evidente, Nada de todo esto tiene demasiado sentido,

Caminamos en dirección a la entrada del muelle acompañados por chillonas gaviotas y vimos que ya estaban siendo izadas las velas del Parasur,

—Parece que Bomar cree que hemos llegado tarde —comenté con los ojos puestos en el capitán del Parasur, que desde cubierta no dejaba de hacemos nerviosas señas—, Será mejor que aceleremos el paso,

Con las prisas estuve a punto de meter el pie en un esqueleto de pescado, y Sarhaddon se golpeó la rodilla al chocar contra un ancla, pero logramos atravesar el puerto y abordar el Parasur en un tiempo récord.

—¿En qué os habéis estado entreteniendo? —protestó Bomar, todavía falta media hora para el momento en que tú nos dijiste que viniésemos —adujo Sarhaddon,—¡Al demonio con eso! ¡Debemos pasar la boca de ese endiablado río antes del anochecer! ¡No tengo ninguna intención de perder mi nave a costa de una flota de espíritus nocturnos! Delante de nosotros, el buque remolque de Kula ya había amarrado nuestra nave y el primer asistente de Bomar dio la orden de partir. Suall, mi escolta de dimensiones de gorila, ayudaba a los marinos, Kula era un territorio amigo, por lo cual no había necesidad de que estuviese a mi lado. En Pharassa todo seria diferente,

—¡Estamos listos! —gritó el primer asistente— ¡Remos! —Ordenó Bomar al capitán del remolcador, que le devolvió una grata sonrisa y ladró la orden a su propia tripulación—. Pude ver a Bomar casi saltando de impaciencia a medida que el Parasur comenzaba a mecerse lentamente mientras era conducido fuera de la ensenada, Nos acomodamos en nuestros sitios habituales sobre los fardos y desde allí observamos las maniobras. Los olores del puerto —a cuerda, brea y restos de pescado— fueron disipándose poco a poco cuanto más nos acercábamos a mar abierto. Una vez fuera de la zona portuaria, Bomar no tardó un instante en arrojar las maromas que lo unían a la nave remolque y orientar el Parasur a toda velocidad con rumbo sudoeste.

Sin duda, nuestra tripulación había estado conversando sobre la manta cambresiana la noche anterior y, sin lugar a dudas, todos habían bebido. Parecía natural que los cambresianos exagerasen el poder del enemigo a fin de vencer su propia vergüenza por haber sido sorprendidos, pero no era menos cierto que sus descripciones podían alcanzar proporciones ridículas. Sin duda, la historia circularía por toda Pharassa cuando llegásemos a destino y, con ese precedente, ningún capitán navegaría costa arriba sin la escolta de un ejército, algo que de ningún modo seria beneficioso para el comercio.

De creer las narraciones de los marinos, el Lion había sido atacado por al menos diez mantas negras, todas bien provistas de radares y dieciséis plataformas lanzatorpedos. Según sus palabras, como el agua era poco profunda, muchos de los proyectiles no dieron en el blanco, ya que cualquiera sabe que luchar cerca de la costa es muy difícil, incluso para los enviados de aquellas criaturas chupadoras de sangre que están habituadas a ver en la oscuridad. Los cambresianos resistieron con bravura y dañaron a tres de las naves enemigas, obligando a los agresores a refugiarse en la noche en medio de espeluznantes aullidos y el sonido de música etérea llegando desde el agua.

—Es sorprendente cómo pueden exagerarse las cosas, ¿verdad? —comentó Sarhaddon con sensatez mientras nos echábamos a disfrutar del sol del mediodía.

Nos habíamos sentado después bajo uno de los toldos que solían extenderse a esa hora del día en que el sol es demasiado potente para exponerse a sus rayos.

—Sorprendente —prosiguió el monaguillo—. Si la noche pasada no hubiésemos escuchado la historia verdadera de boca de Xasan y Miserak, ¿cómo sabríamos qué creer? Por lo que acabamos de ver, la reputación de Reglath Eshar como líder podría basarse en una única arremetida durante una sola batalla, luego exagerada por los rumores y magnificada a una proporción tal que ahora todos los enemigos huyen a la sola mención de su nombre.

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