Read Herejía Online

Authors: Anselm Audley

Tags: #Fantástico

Herejía (10 page)

—Pronto vendrá alguien de rango adecuado para recibiros. Una vez bajo la escasa sombra brindada por el portal, elevé las cejas expresando mi desconcierto, pero Sarhaddon me pidió silencio y yo me pregunté si el monaguillo estaría nervioso. Dentro podía verse un patio pequeño rodeado de columnas; hacia la derecha se hallaba la escalinata que conducía al frente del zigurat. Contra la base del gigantesco edificio había algunas construcciones de dos o tres plantas y alcanzaban a verse otras construcciones contra los otros lados. El novicio desapareció en la penumbra de la columnata situada ante nosotros. Tras un instante notamos un gran flujo de actividad y aparecieron dos sacerdotes escoltados por, cuatro o cinco monaguillos.

—Bien venido, vizconde Cathan —dijo el sacerdote que iba a la cabeza del grupo, un hombre corpulento con una pronunciada nariz aguileña. Su túnica, de color rojo como las que debían llevar todos los sacerdotes, eran de fina calidad y su cinturón tenia incrustaciones de fibra de oro.

—Soy Dashaar, el encargado del templo —ill1unció—, y mi compañero es el encargado asistente Boreth. He oído que deseáis ser alojados.

—¿Qué mejor lugar podríamos hallar para pasar la noche?— Exclamé inseguro de mi mismo. —Por cierto, es obvio que eres de los que caminan bajo la luz de Ranthas —lo dijo de un modo que sonaba un poco forzado, como dicho de memoria—. ¿El monaguillo Sarhaddon es tu escolta?

—Así es.

—Entonces se le brindará el respeto que corresponde a los integrantes de tu séquito —anunció Dashaar con el ceño fruncido—. ¿Éstos son tus únicos acompañantes?

—Me gusta viajar ligero de equipaje —afirmé. Suall y Karak, al parecer, no tenían para él demasiado interés.

—Vamos —sugirió Dashaar—, no debemos dejar que permanezcas de pie bajo el sol. Entremos al templo, donde hallaremos para ti un alojamiento propio de tu rango y haremos que Etlae te reciba en audiencia. Me temo que en este momento el ex arca no se encuentra aquí, sino en la Ciudad Sagrada

¿Quién es Etlae? A cada paso que daba juma a Dashaar y sus compañeros, y mientras los monaguillos aliviaban a Suall y Karak del peso de los bultos, no dejaba de sorprenderme el cálido y efusivo recibimiento del encargado del templo. Detrás de sus caballerescos modales y su cordialidad, aquél era un hombre astuto en el que no se debía confiar del todo, eso podía percibirlo. Sin embargo, ¿era costumbre congraciarse con todos los nobles, por muy menores que fuesen? Sin duda, semejante bienvenida había sido mejor que la que me hubiesen brindado en el palacio. Pero ¿por qué dársela al heredero de un clan al que incluso los habitantes de Pharassa consideraban situado en los límites de la civilización? Tenia que mantenerme despierto.

Cuando estuvimos bajo la sombra de las columnas y pasamos al interior, a través de un amplio portón quedé impresionado por la opulencia del lugar. Era evidente que competía en lujo con el palacio de Pharassa y que superaba con creces a cualquier edificio de Kula o Lepidor. Los suelos eran de mosaico o de mármol blanco pulido; los muros estaban decorados con bellos y costosos frescos y las columnas eran de madera de cedro dorada. Incluso la bóveda del techo, sobre nuestras cabezas, estaba pintada con brillantes colores. A intervalos regulares se encendían lámparas de incienso, cuya humareda envolvía todo el edificio con un dulce aroma de ensueño. Pensé que cualquiera podría perderse a sí mismo en este tipo de lujo.

Dashaar nos guió escaleras arriba hacia una extensa antesala y nos invitó a tomar asiento en sillas almohadilladas. En seguida se nos sirvió vino en copas doradas con incrustaciones de piedras semipreciosas.

—Veo que estáis admirando nuestra decoración —comentó Boreth, un hombre de menor estatura que Dashaar pero no menos zalamero—. Este templo ha sido construido para glorificar a Ranthas, y ¿qué mejor forma de adorado que prodigando la mayor atención a los lugares asociados con él?

—¿Quiénes son ésos, Dashaar? —indagó una voz en tono autoritario. Todos se miraron sorprendidos, y Sarhaddon dejó la silla y se echó al suelo apoyado sobre una rodilla. No me quedé menos sorprendido cuando logré echar un vistazo a la figura que había hablado, que apareció desde el portal que comunicaba con una sala externa. Una ligera brisa nos llegó desde el hueco de la puerta.

La voz pertenecía a una mujer, alta y angulosa, vestida con los colores blanco y dorado del exarca. Su rostro estaba cubierto parcialmente por un velo, pero sus cabellos, de un gris como el del acero y recogidos en la nuca, brillaban a la vista de todos.

—Puedes incorporarte, monaguillo. Bienvenidos, honorables huéspedes. Yo soy Etlae, tercera primada del Elemento y supersacerdotisa del norte.

Mis ojos se abrieron de par en par y le expresé los respetos que alguien de mi condición le debe a un primado. Un primado, nada menos, incluso si era una mujer, una primada del elemento Fuego, que no el dios mismo. Me pregunté qué estaría haciendo en Pharassa.

—Yo soy... Cathan, vizconde de Lepidor.

—¿Qué es lo que te trae al templo y no al palacio?

—He preferido evitar a los valientes que administran el palacio en ausencia del rey.

—¿No deberías estar allí con ellos?

¿Era posible que hubiese un rastro de humor en su voz? —No. Siendo provinciano, no estoy acostumbrado a las fiestas desenfrenadas. —Ya veo —repuso ella estudiándome con la mirada—. ¿Y por cuánto tiempo tendremos el placer de vuestra compañía?

—Sólo hasta mañana.

—Bien —dijo dando media vuelta—. Espero veros nuevamente esta noche durante la cena.

Sin más palabras, la primada se deslizó velozmente hacia la sala contigua por una puerta lejana. Su túnica flotó por un instante a sus espaldas.

—¿Vive aquí? —interrogué, rompiendo el incómodo silencio que se había creado tras su partida. —por lo general reside en Taneth y rara vez nos brinda el honor de su presencia —respondió Dashaar con lo que pudo haber sido un toque de aspereza. Una supersacerdotisa del norte que sólo visitaba su área de influencia de vez en cuando. Me pregunté si el Dominio repetiría esa conducta en algún otro sitio. ¿Acaso el absentismo era algo habitual? Dashaar y Boreth nos entretuvieron durante un rato conversando de cuestiones intrascendentes. Entonces apareció un novicio en túnica marrón, quien anunció de modo vacilante que ya estaba dispuesta una suite para los huéspedes. Boreth murmuró la autorización para retirarse y el joven se esfumó por donde había venido. Entonces, después de recobrar su grandilocuente sonrisa, nos pidió que lo siguiésemos. Nos adentramos en otro de los corredores palaciegos y subimos una nueva escalera. Boreth abrió una puerta y la sostuvo, permitiéndonos cruzar un pequeño pasaje que daba a los aposentos que me habían asignado.

Esas habitaciones podían humillar a las que me pertenecían en Lepidor —en realidad bastaban para superar en lujo a nuestro palacio en su totalidad—. Sobre las relucientes baldosas del suelo había dispersas esteras con elaborados tejidos; los muros estaban cubiertos de bajorrelieves y adornos colgantes, sin duda ejecutados por expertos artesanos. En las esquinas sobresalían aún más mecheros de incienso, pero el aire no era tan denso como abajo porque los aposentos comunicaban con el exterior gracias a un amplio pórtico con vistas al complejo. Lo agradecí para mis adentros, ya que los pocos minutos que había pasado en el templo me hablan bastado para considerar opresivo ese aroma omnipresente. ¿Cómo podían soportarlo día tras día? Los dos centinelas y Sarhaddon dormirían las habitaciones del corredor y compartirían un lavabo. Yo tenía uno privado.

—¿Son éstas las habitaciones destinadas a los huéspedes? —le consulté a Boreth, ya que Dashaar se había retirado antes de que dejásemos la antecámara.

—Si, están reservadas para las visitas de dignatarios seglares corno tú. ¿Saldréis del templo esta tarde?

—El vizconde tiene asuntos que concluir en la ciudad —intervino Sarhaddon con presteza—. Pero regresaremos antes de que anochezca.

—Informaré de ello a los guardias. Se ofrecerá una cena al cabildo de! templo, y quizá deseéis estar presentes. Será después del crepúsculo, en e! refectorio de! exarca, aunque es poco probable que venga él en persona. También estáis invitados a la ceremonia del anochecer en los altos santuarios. ¿Hay algo más en lo que pueda serviros?

—No, muchas gracias.

Boreth nos hizo una reverencia y cerró la puerta tras él. Como nuestros dos guardias se hallaban en sus propias cámaras, Sarhaddon cerró la puerta de la habitación principal y se apoyó contra ella, sacudiendo la cabeza en señal de incredulidad.

—¿Qué sucede?

—Recuerdo que este templo era bastante lujoso —dijo en un susurro, y me sugirió mediante señas hablar tan bajo como me fuese posible.

¿
Bastante
lujoso?, pensé, preguntándome cuál era el misterio.

—Nada es como antes. Dashaar y Boreth son nuevos. Ninguno estaba aquí cuando yo partí. Boreth proviene de Taneth, es evidente por su acento. El lugar rebosa de sacri, ocultos en las penumbras.

—Pues yo no vi ninguno además de los del portal.

—Tú no mantienes los ojos abiertos; estás demasiado ocupado contemplando la decoración como un buey aturdido. Y la primada es desconcertante.

—¿Crees que alguien estará escuchando lo que decimos? —inquirí mientras recorría la habitación con los ojos. Luego añadí—: Me pone la piel de gallina.

La primada había sido lo suficientemente ruda conmigo para que no me importase que supiese lo que opinaba de ella.

—Tienes razón, sin duda hay alguien escuchándonos. Habitaciones de los huéspedes honorables... y, sin duda, habrá algún monaguillo agazapado entre las vigas escuchando todo lo que decimos, de manera que los sacerdotes puedan ponerse al tanto de cualquier secreto.
De cualquier modo, creo recordar que debíamos hacer una visita al cónsul de tu padre
.

Sus últimas palabras iban cargadas de un énfasis cuyo significado pude asimilar tras un momento de confusión.

—Por supuesto. Debemos informarle antes de que se entere por medio de rumores.

Descendimos por los corredores hacia el portal y en dos ocasiones nos desorientamos por los serpenteantes pasadizos. La segunda vez fuimos a parar a una escalera que, según creía recordar Sarhaddon, conducía directamente al patio central, pero nuestro avance se vio interrumpido al final de la sala por una sólida puerta. Sarhaddon maldijo en voz baja y dimos la vuelta, pero no bien cruzamos una cámara cortinada escuchamos el sonido de voces. Me quedé congelado por el pánico.

—¿No se opondrá e! exarca de Cambress? —preguntó una voz masculina.

—El exarca cambresiano no ocasionará problemas —respondió Etlae—. Ha sufrido una repentina enfermedad y le será imposible asistir al cónclave durante el cual será elegido e! nuevo primado. Si los cambresianos no insistieron siquiera en escoger sus propios candidatos, está claro que no nos fastidiarán. Ahora él es el único que podría detener a Lachazzar, pero puedes tener la seguridad de que no estará allí.

—Bien.

Sarhaddon me cogió frenéticamente de! brazo. No aminoramos el paso hasta llegar al patio y, una vez que traspasamos los portales del templo, volvimos a correr hasta quedar sumergidos en el protector anonimato de la ciudad.

CAPITULO V

Caminamos en silencio a lo largo de la calle central, pasando nuevamente por el mercado principal, una inmensa plaza que era siete u ocho veces más grande que su equivalente en Lepidor. Sus puestos estaban repletos de gente. Algunos eran negocios casi permanentes, dotados de pabellones de suelos alfombrados y con techos de seda meciéndose en la brisa. Incluso el más pequeño de ellos mostraba un grado de prosperidad desconocido en costas más lejanas.

Aunque las tiendas estaban dispersas en una área muy amplia, los espacios vacíos entre las mismas eran ocupados por personas. En más de una ocasión fuimos empujados contra el extremo de un puesto cuando algún mercader lo suficientemente rico para permitirse una escolta se habría paso entre la multitud.

—¿Por qué estamos aquí? —le pregunté a Sarhaddon cuando pasó un tercer mercader de esas características y a duras penas evitamos estrellamos contra las mercancías de un vendedor de ropa. Éste cerró el puño ante nosotros en señal de furia contenida y luego repitió el gesto en dirección al dignatario que atravesaba la calle, murmurando maldiciones para ambos por igual.

—En caso de que alguien se pregunte por qué partimos con semejante apuro o de que alguien nos haya visto e intentase seguirnos —explicó Sarhaddon—, no hay manera de que nos rastree en medio de esta multitud.

—¿Adónde nos dirigimos?...

—No tengo ni idea —respondió—. Este sitio es demasiado público como para que podamos conversar.

Meditó por un momento y luego dijo:

—Deberíamos ir a un jardín del barrio de los mercaderes ricos.

Nos mezclaremos entre ellos y nadie se atreverá a cuestionar el derecho del hijo de un conde a gozar de paz y tranquilidad.

—Creo que últimamente no hemos tenido demasiada paz ni tranquilidad.

—Muy bien, muy bien —advirtió el monaguillo con tono distraído, lo que ya no me resultó sorprendente.

Así, pronto abandonamos el gentío de la plaza del mercado y orientamos nuestros pasos hacia una calle parecida a la central pero mucho menos populosa, por la cual avanzamos hasta divisar a la izquierda una extensión de verde protegida por una muralla. Un agradable aroma a hierba y flores reemplazó la acritud del resto de la ciudad.

—Éste es el acceso a la calle —dijo Sarhaddon—. Allí nos toparemos con un centinela. Intenta exhibir el aire más noble que puedas e infórmale de quién eres con autoridad.

En la práctica, la estrategia de Sarhaddon demostró ser perfecta para tratar con el solitario y elegante centinela que custodiaba la entrada al parque. Supuse que los habitantes del barría contarían con sus propios accesos en la parte posterior y podrían entrar directamente. Sin embargo, estaba seguro de que no admitirían que vagase por allí ninguna chusma, que podría quizá pretender atentar contra alguno de los habitantes de este exclusivo barrio del distrito.

Dentro había una profusión de espacios verdes, fuentes con chorros de agua y más de una pequeña torre con una cámara interna privada. Me sentí allí más a gusto que en cualquier otro sitio desde que dejamos Lepidor, donde los edificios estaban separados por grandes espacios y había un montón de lugares abiertos. Los jardines de la zona baja de Pharassa hablan sido diseñados varias décadas atrás y se percibía en ellos un ambiente incómodo y árido.

Other books

Lily Dale: Awakening by Wendy Corsi Staub
Edison's Gold by Geoff Watson
Incubus Moon by Andrew Cheney-Feid
Shattered by Love by Dani René
Desperate Measures by Laura Summers
Incidents in the Life of Markus Paul by David Adams Richards
Streets of Laredo: A Novel by Larry McMurtry


readsbookonline.com Copyright 2016 - 2024