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Authors: Gary Jennings

Tags: #Historica

Halcón (120 page)

—Debería habértelo dicho: a alguien que me sustituirá. Hay una fuente en la plaza central del mercado; es un lugar muy transitado, naturalmente, y allí los extranjeros pasan desapercibidos. Que los hombres se quiten la coraza, la escondan con las armas, vayan vestidos como ciudadanos cualesquiera y paseen cerca de la fuente —día tras día, si es necesario— hasta que los aborde una mujer.

—¿Una mujer?

—Deben respetarla y obedecerla como si portara mi insignia de mariscal. Recuerda bien su nombre: se presentará a ellos diciendo que es Veleda.

Ya en Bononia, alquilé un pesebre en un establo y dejé en él a emVelox con todo lo que traía de Verona, incluida la espada romana; no cogí más que lo imprescindible y los dos artículos de mi vestuario de Veleda, que había llevado por si los necesitaba. Uno era la faja con dijes con la que ocultaba mi miebro viril cuando actuaba como mujer, fingiendo pudor romano, y el otro, las cazoletas de filigrana de bronce que había comprado en Haustaths para poner de relieve mis senos.

En las tiendas de la plaza del mercado compré —«para mi esposa»— un vestido, pañoleta y sandalias de mujer, y después me cambié en un callejón retirado, en que dejé mi atuendo de hombre y las botas. A continuación, busqué una taberna barata de viajantes de comercio en la que alquilé una habitación, diciendo al hospedero que «esperaba la llegada de mi esposo», por si se mostraba reticente en alojar a una mujer sola. Los tres o cuatro días siguientes, compré más prendas, de la mejor calidad, algunos cosméticos costosos y unos cuantos adornos de bronce corintio. Y así, muy bien vestida y adornada, dejé la humilde taberna y me personé en el emhospitium más elegante de la ciudad. Como esperaba, sus emhospes no tuvieron inconveniente en alquilar costosos aposentos a una viajera tan hermosa, bien hablada y evidentemente acomodada como yo.

Había hecho «desaparecer» a Thorn y sería Veleda quien abatiera la presa; eso había decidido al recordar la advertencia del viejo campesino, que me había dicho que otros antes que yo habían atentado contra la vida del emlegatus de Bononia, y ahora no dejaban que se le acercase nadie sin interrogarle y registrarle para comprobar que no representaba ningún peligro. Eso significaba que tendría que inventar un arma invisible e indetectable. Ya tenía pensada una, pero era un arma que sólo podía utilizar una mujer, y sólo en determinado momento —el momento que bien conocía yo por mi experiencia como hombre y como mujer—, ese momento sublime en que cualquier hombre es más vulnerable y se halla más indefenso. Para conducir a Tufa a ese momento, determiné que debía hacer amistad con él, y hacerla de tal modo que pareciese ajena a mi voluntad.

Volví de nuevo a la plaza del mercado, y en la tienda de un comerciante que vendía herramientas estuve mirando piedras de amolar y, finalmente, adquirí una «para limarme las uñas», le dije al hombre, que me miraba risueño con ojos de admiración. Observé a la gente que paseaba por los alrededores. En una ciudad próspera como Bononia, se ven gentes de todas las nacionalidades y, naturalmente, no conocía la faz de todos los millares de guerreros de Teodorico, pero como casi todos en el mercado se ocupaban en una cosa u otra, no me costó percatarme de un hombre que paseaba ocioso cerca de la fuente con semblante aburrido. Aguardé hasta asegurarme de que sólo yo le miraba y le abordé, diciéndole en voz baja:

—¿Te ha enviado aquí el emsignifer Tulum?

El hombre se puso firme inmediatamente y replicó con voz alta, que hizo volverse a algunos que pasaban:

— em\Ja, dama Veleda!

—Tranquilo, habla natural —musité, sofocando una sonrisa—. Como si fuésemos unos viejos amigos que se encuentran. Vamos a sentarnos en el pretil de la fuente —él lo hizo, aún con cierta rigidez—. ¿Cuántos ha encontrado Tulum? —inquirí.

—Tres, señora. El emsignifer ha partido hacia el Norte y nosotros tres os hemos aguardado, turnándonos en dar paseos por la fuente.

—Di a los otros que vengan.

Los tres soldados de caballería se llamaban Evvig, Kniva y Hruth. Si les pareció extraño que una mujer les diera órdenes, no lo hicieron ver; en realidad, conservaban actitud tan marcial que tuve que decirles varias veces en voz baja que se relajasen.

—Por lo que hemos podido comprobar —dijo Ewig—, nosotros y Tulum somos los únicos supervivientes de la centuria de Brunjo. Tulum nos ha dicho que vos y emsaio Thorn vais a vengar a nuestros compañeros muertos en la bestial matanza ordenada por el general Tufa, y queremos — emne, ansiamos— participar y ayudar en lo que mandéis.

—Vamos a hablar paseando —dije, al ver que llamábamos la atención, pues varias mujeres que pasaban, entre ellas algunas damas notables, dirigían miradas de envidia al verme flanqueada por aquellos tres fornidos mozos.

—Nuestra víctima, el despreciable general Tufa —dije yo, conduciéndoles camino del emhospitium—, se encuentra en este momento en Ravena, a unas cuarenta millas al este, pero tendrá que reintegrarse a su puesto de emlegatus aquí, que es donde voy a esperarle. Yo y emsaio Thorn —añadí, al ver que me miraban de soslayo—. Pero Thorn debe permanecer oculto hasta que llegue el momento de actuar. Ese edificio —

fijaos bien— es el emhospitium en que me alojo y en donde me informaréis. Otra cosa, en esta ciudad se hablan varias lenguas, incluida la nuestra, pero, claro, la más común es el latín. ¿Lo habláis bien alguno?

Kniva dijo que lo entendía bastante bien y que sabía expresarse, mientras que los otro dos confesaron cabizbajos que no lo sabían.

—Bien, Kniva, tú me ayudarás aquí en Bononia, y vosotros, Hruth y Ewig, seréis mis emspeculatores fuera de la ciudad. Ewig, montarás a caballo y cabalgarás por la vía Aemilia hasta la desviación que lleva a Ravena, y sin llamar la atención, estarás al acecho cerca de ella para ver cuándo sale Tufa, momento en que regresarás a galope tendido para decírmelo; espero que pronto puedas avisarme de que viene para acá, pero si ves que se dirige a otro lugar, también quiero saberlo. Va. Parte ya. em¡Habái ita swe!

Ewig iba a alzar el brazo para saludar, pero yo fruncí el ceño y él se contuvo.

—A vuestras órdenes, señora —musitó antes de alejarse a buen paso.

—Quiero que salgas a caballo también hacia esa zona —añadí, dirigiéndome a Hruth—, pero vigila sobre todo de noche. A Ravena la tienen informada de la evolución de la guerra mediante señales con antorchas. Quiero que interceptes los mensajes y me informes.

Estaba segura de que un simple soldado de caballería no sabría leer ni escribir, ni contar, así que no intenté explicarle en qué consistía el sistema de señales de Polibio; le dije simplemente que cada vez que viera las luces hiciera unas rayas en una hoja o un trozo de corteza señalando las líneas de cinco y cuatro antorchas y otras rayas indicando las secuencias en que eran alzadas.

—Si lo haces bien —añadí— yo podré leer los mensajes —él me miró con gran respeto y me dijo que lo haría tal como yo decía—. Quiero que me anotes todos los mensajes y me los traigas de inmediato. Puede que tengas que ir y volver cada día después de haberte pasado la noche en vela, pero debes hacerlo.

¡Habái ita swe!

—¿A mí no me ordenáis nada, señora? —inquirió Kniva después de que Hruth hubo partido.

—Quiero que te emborraches y estés borracho.

— ¡Señora…! —exclamó el muchacho atónito.

—Vas a ir por toda Bononia, bebiendo en todas las tabernas, bodegas y emgastas-razns que encuentres y convidando a la gente. Y en latín y en el antiguo lenguaje irás diciendo que celebras el haber pasado la noche más deliciosa y delirante de placer sexual de tu vida.

— ¡Señora…!

—Alardearás beodo y en voz alta, en las dos lenguas, que has pasado una noche con la puta más hermosa, más mañosa y más lasciva que has conocido. Di que acaba de llegar a Bononia, que es carísima

y muy exigente con los clientes, pero que es incomparable en las artes sexuales y bien vale la pena pagarla.

—¿Vos señora…? —inquirió Kniva asombrado.

— emJa, dama Veleda, por supuesto. Y no se te olvide decir el emhospitium en que se aloja.

— ¡Señora! —exclamó el hombre, como abatido por el rayo—. ¡Os asediarán y cortejarán todos los hombres de Bononia!

—Espero que lo haga uno en concreto. Mira, Kniva —dije señalando—, ése es el palacio y empraesidium del emlegatus Tufa. Ya ves que está rodeado de soldados casi a cada paso. Pues tengo que entrar ahí para matar…, quiero decir para de algún modo hacer entrar a emsaio Thorn para que lo mate. El maldito Tufa es conocido por su libertinaje y lascivia, y quiero que llegue a sus oídos mi fama de meretriz para que me invite a su residencia.

—¡Señora! —protestó Kniva con voz estrangulada—. ¿Vais a prostituir vuestro cuerpo por esta causa? ¿De verdad que…?

—Tú difunde mi fama de que lo hago a veces por un buen precio. Te aseguro, Kniva, que del mismo modo que la gente está dispuesta a creerse que el más sobrio se ha dado a la bebida, igual se cree que la mujer más piadosa y decente se ha dado al libertinaje. Basta con que se propale el nombre. Ve, Kniva, y dilo por toda la ciudad.

CAPITULO 7

Cuando me instalé en Bononia para aguardar la llegada de Tufa, pensé que no tendría que esperar mucho, y días después de haber enviado a Hruth y Ewig hacia el Este, el primero regresó al galope y me entregó en el emhospitium un montoncillo de cortezas de árbol.

—Anoche… me dijo sin aliento— las antorchas brillaron… al noroeste… Me puse inmediatamente a descifrar el mensaje en el que Hruth había hecho cuatro muescas. Asentí

satisfecha con la cabeza porque indicaban «primera antorcha de la izquierda, tercera de la derecha», es decir, «primer grupo del alfabeto, tercera letra del grupo», lo cual significaba la letra rúnica emthorn. Como ya había observado antes, la misma letra se repetía insistentemente: emthorn, thorn, thorn. Evidentemente se trataba de «Teodorico». Luego, seguían nueve letras más distintas, que componían la palabra MEDLANPOS. Había muchos modos de fragmentarlo en abreviaturas de palabras latinas con la consiguiente diversidad de significados, por lo que, indeciso, pregunté a Hruth:

—¿Eso es todo?

— emJa, dama Veleda.

—¿Estás seguro de haber contado bien?

—Creo que sí, señora. Lo he hecho lo mejor que he sabido.

Volví a releerlo y, aplicando lo que sabía del reciente paradero de Teodorico, comprendí que el mensaje había que dividirlo así: TH MEDLAN POS. «Median» no parecía palabra latina, pero supuse que debía ser la abreviatura de «Mediolanum», que es el nombre de la ciudad más grande cerca del río Addua. La tercera palabra tenía que ser algún tiempo del verbo «possidere». Y sonreí eufórica. Era una buena noticia. Significaba que Teodorico no había sido vencido ni detenido en el Addua; su ejército se había abierto paso hacia el oeste y se «había apoderado» de Mediolanum. Lo había hecho o estaba haciéndolo; estaba a punto de tomar la ciudad más populosa de Italia, después de Roma.

—Lo has hecho muy bien, Hruth —comenté alborozada—. Te doy las gracias y te felicito —añadí, dándole una palmada en el hombro muy poco femenina que debió sorprenderle—. Si la noticia no obliga

a Tufa a salir de Ravena, es que ya ha muerto. En cualquier caso, regresa a toda prisa a tu puesto de observación y espero que me traigas inmediatamente cualquier otro mensaje. Hruth no debía hallarse muy lejos de Bononia cuando se cruzó con su compañero al galope, pues no habrían transcurrido dos horas cuando el caballo de Ewig se detenía en el patio del emhospitium. El joven se llegó a mis aposentos sin aliento.

—Tufa… salió esta mañana… de Ravena.

—Bien, bien —dije casi cantando—. Lo que me esperaba. ¿Le llevabas mucha delantera?

Ewig meneó la cabeza, respirando trabajosamente.

—No viene… hacia aquí…, va hacia el Sur…

— em¡Skeit! —exclamé, haciendo también poco honor a mi condición femenina. Una vez que hubo recuperado el aliento, Ewig añadió:

—Tufa no ha pasado por donde yo estaba, señora. Como sólo podía vigilar la ruta de las marismas, he preguntado a los lugareños por gestos y no se han recatado en decirme cuanto saben de Tufa.

—Yo también he comprobado que sus subditos no le tienen mucho aprecio —musité.

—Si es verdad lo que dicen, Tufa salió de Ravena con una sola emturma de caballería, su guardia personal de palacio, creo. Y se dirigieron al galope hacia Ariminum para tomar por la vía Flaminia hacia el Sur.

—La principal vía que conduce a Roma —comenté. Era decepcionante pero comprensible. Habiendo caído en manos de Teodorico la segunda ciudad de Italia, era lógico que Tufa se apresurase a llegar a la primera para organizar la defensa—. Bien —proseguí, como hablando conmigo misma—, sería absurdo intentar ir tras él. Pero su feudo de Bononia es un enclave importante y no lo abandonará al enemigo. Tendrá que venir más tarde o más temprano. Si puedes darle alcance —añadí para Ewig— y seguirle sin que te descubran, hazlo. Y como eres tan listo en obtener información de los campesinos italianos, no dejes de seguir preguntándoles y envíame uno a que me diga cuándo llega Tufa a Roma. Y tú

sigue observando para decirme cuándo sale de ella y a dónde se dirige.

Si hay algo esencial en la preparación de un asesinato, es que el asesino pueda llegar a la víctima. Y

era lo único que necesitaba yo, porque el resto del plan para matar a Tufa era de lo más sencillo. Pero la víctima, pese a que no podía imaginar mi presencia ni mis intenciones, seguía burlándome sin acercarse a mí. Por describir en pocas palabras lo que fue una espera exasperante: estuve encerrada en Bononia todo el invierno.

De vez en cuando, por algún mensaje recogido por Ewig o por noticias locales, me enteraba de que Tufa iba de un lado a otro, pero ninguna de sus andanzas le llevaban a Bononia. Después de estar un tiempo en Roma, me comunicaron que se había dirigido a Capua, la ciudad famosa por los talleres en que se trabajaba el bronce, y luego, a Sulmo, en donde había obradores de hierro; por lo que deduje que estaba acuciando a los fabricantes romanos para que sirvieran armas. Me informaron que intentaba reorganizar las disgregadas fuerzas romanas del Sur y me llegó noticia de que había ido a uno de los puertos del oeste de la península —Genua o Nicaea—, lo que debía ser indicio de que intentaba traer a Italia tropas de las legiones romanas estacionadas en el extranjero.

Estaba a punto de desesperar y marchar al Norte a reunirme con Teodorico para serle de alguna utilidad militar, cuando a principios de noviembre Hruth me trajo al emhospitium otro mensaje que había interceptado, el cual decía TH MEDLAN HIBERN. Teodorico iba a invernar con su ejército en la conquistada Mediolanum.

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