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Authors: Gary Jennings

Tags: #Historica

Halcón (11 page)

—Ahora… sí que… he comido…

—Lo siento… si te ha sido desagradable —dije yo apesadumbrada.

— emNe, ne. Sabía a… deja que piense… como la leche espesa de avellanas machacadas. Caliente y con sal. Mucho mejor que el pan eucarístico.

—Me alegro.

—Y yo de que fuese contigo. ¿Sabes que si una mujer hace eso a un hombre es culpable de antropofagia? Según el venerable teólogo Tertuliano, el jugo del hombre —lo que eyacula dentro de la mujer para hacer un niño— es ya realmente un niño cuando brota. Por consiguiente, si una mujer hace con un hombre lo que yo he hecho contigo, hermana Thorn, se hace culpable del horrendo pecado de comer carne humana.

En otra ocasión, Deidamia me dijo:

—Hermanita, si lamer y chupar beneficia el crecimiento de otros órganos, deja que te lo haga en los pezones.

—¿Para qué? —repliqué.

—Pues para que te aumenten los senos, cuanto antes se empiece, más pronto se desarrollarán y más bonitos serán cuando seas mayor.

—¿Y para qué los quiero grandes?

—Hermana Thorn —contestó muy paciente—, los senos, junto con un bello rostro y un abundante cabello son los rasgos más atractivos de una mujer. Mira mis senos. ¿No son bonitos, emniu?

—Sí que lo son, hermana, pero, aparte de ser dos órganos agradables al tacto, ¿para qué sirven?

—Bueno, en realidad, para nada… en una monja. En las otras mujeres tienen la misma función que la ubre de la vaca. Las mujeres hacen en ellos leche para dar de mamar a sus hijos.

—Yo he probado tus pezones muchas veces, hermana Deidamia, y nunca me han sabido a leche.

—¡Oh, emváü ¡No seas sacrilega! Yo soy virgen, y de todas las vírgenes que ha habido sólo Santa María tuvo leche auténtica en sus senos.

—Ah, por eso dicen que María lanzó la leche que creó la vía láctea en el cielo. No me había dado cuenta de que querían decir leche de sus senos.

—Y más aún —añadió Deidemia bajando la voz en tono confidencial—, la leche de María es el motivo por el que a emnonna Aetherea la nombraron abadesa de Santa Pelagia.

—¿Cómo?

—Gracias a la abadesa, nuestro convento tiene la fortuna de poseer una auténtica reliquia reconocida.

—¿Y qué abadía no tiene una? En San Damián hay un hueso del pie de su patrón mártir y un trocito emde la cruz verdadera hallada en Palestina por santa Elena.

em—Aj, trocitos y clavos de la cruz hay por toda la cristiandad, emnonna Aetherea trajo a Santa Pelagia algo mucho más raro: una redoma de cristal con una gota de leche de la Virgen María.

—¿Ah, sí? ¿Dónde la tiene? ¿Y cómo se hizo con ella?

—No sé cómo la consiguió, quizá de algún peregrino o en algún viaje que hiciera ella, pero la lleva colgada al cuello de una correa, entre los pechos, y no la enseña más que a las novicias mayores que tenemos senos, pero únicamente en Navidad, cuando nos habla de la Natividad de Nuestro Señor. A cambio de las confidencias de Deidamia, yo también le confié una, enseñándole el emjuika-bloth y explicándole cómo lo entrenaba a escondidas.

—Ese nombre que le has puesto significa «lucho por sangre» —dijo Deidamia—, ¿y le enseñas a atacar a un huevo?

—Bueno, sus presas naturales son las serpientes, sobre las que se lanza como una furia, pero también le gusta comer huevos de reptiles. Claro que a éstos no tiene que atacarlos con fuerza, porque están en el suelo y no escapan ni se defienden.

—Pero eso no es un huevo de reptil —replicó ella, señalando el que yo tenía en la mano—, sino de gallina. Es mucho más grande y muy distinto.

—Querida Deidamia, no tengo ocasión de ir a buscar huevos de serpiente y tengo que contentarme con lo que hay. Pero untaré éste con manteca de guisar para darle un aspecto brillante y gelatinoso como los de serpiente y lo pondré en un nido que he hecho con musgo seco.

—Pero es muy grande.

—Así lo verá mejor el emjuika-bloth. Ya te digo que le estoy entrenando a que ataque al huevo cayendo en picado y destrozándolo con el pico y los espolones. En general, el águila vuela hasta donde está el huevo puesto y únicamente lo pica para abrirlo.

—Muy interesante —dijo Deidamia, aunque en un tono que no traslucía gran interés—. Así que estás enseñando al ave algo contrario a su naturaleza.

—Eso espero. Vamos a ver cómo aprende.

Le quité el capuchón y lancé el emjuika-bloth al aire, donde comenzó a ascender en espiral; luego, dejé

el nido de musgo en tierra y puse en él el reluciente huevo falso, lo señalé y le grité em«¡Sláit!» El ave permaneció sobrevolando el tiempo suficiente para fijar la vista en el blanco y luego plegó las alas y se lanzó en picado como una flecha, destrozándolo con el pico y los espolones con tal fuerza que casi lo desintegró, esparciendo trocitos de cascara y salpicándolo todo de clara y yema. Le dejé que siguiera destrozando y engullendo los restos y al decirle em«¡Juika-bloth!» regresó rápidamente a mi hombro.

—Es impresionante —dijo Deidamia, aunque ella no parecía impresionada—. Pero este pasatiempo es más bien de chico. ¿Tú crees que es adecuado para una novicia virgen?

—No sé yo por qué los chicos y los hombres tienen que tener juegos apasionantes y nosotras sólo los delicados.

—Porque somos delicadas. Yo prefiero que los varones hagan las cosas que requieren mucho ejercicio —dijo ella, fingiendo afectadamente bostezar y sonriendo con malicia—. Pero tú juega como quieras, hermanita. No tengo nada que objetar a ninguno de tus juegos.

Pero claro, la severa emdomina Aetherea (y la cotilla y chismosa hermana Elissa) sí que tenían que objetar y ya he explicado cómo un día nos sorprendieron a Deidamia y a mí en flagrante delito. La enfurecida abadesa no hizo lo que don Clemente, sometiéndome a un compasivo interrogatorio, ni me concedió la absolución ni esperó a la mañana siguiente para devolverme a San Damián. Me alegró

que me expulsaran aquel mismo día, porque estaba seguro de que si emdomina Aetherea hubiese reflexionado detenidamente sobre mi delito, se le habría ocurrido que era una buena ocasión para descolgar su temible emflagrum, y me habría matado con sus azotes. Por otra parte, me entristeció que me expulsaran de forma tan expeditiva, porque a la hermana Deidamia la habían llevado desmayada a su celda y no tuve ocasión de verla por última vez para pedirle perdón y despedirme. También he explicado cómo don Clemente —antes de expulsarme del valle— me había explicado la clase de ser perverso y paradójico que era, pero lo he contado resumido. El hecho es que el abad me llamó a su aposento para hablar por última vez, después de pasarse su tiempo en el emchartularium investigando en los archivos.

—Thorn, hijo —me dijo, mirándome con la misma tristeza con que yo debía estar—, como sabes, el abad y el enfermero que te examinaron al hallarte en la puerta de la abadía ya no vivían cuando yo vine a la comunidad; ni yo ni el enfermero siguiente, el hermano Hormisdas, tuvimos motivo alguno para volverte a examinar, pero he encontrado un informe del otro enfermero, el hermano Chrysogonus, en el que explica lo que vio al quitarte los pañales. Ojalá lo hubiese buscado antes, pero lo cierto es que rara vez hace falta redactar un informe sobre un novicio y más raro aún que se conserve en el archivo de la abadía. Desde luego, éste se escribió y se guardó por tratarse de un caso raro; el informe del hermano Chrysogonus no sólo te describe tal como eras, sino que incluye lo que el buen hermano te hizo como médico que era.

—¿Lo que me hizo? —inquirí, casi indignado—. ¿Es que queréis decir que ese Chrysogonus me hizo lo que soy, emniu? — emNe, ne, Thornila. Eras emmannamavi, andrógino, de nacimiento. Pero por lo que deduzco de esas páginas, el buen hermano te practicó un modesta cirugía; es decir, que efectuó ciertos arreglos en tus… partes pudendas. Y creo que con ello te evitó una vida de molestias, dolores o incluso una penosa deformidad.

—No entiendo,
nonnus.

—Ni yo, del todo. Ese hermano Chrysogonus era griego de nacimiento o bien optó por ser discreto en el asunto, porque escribió su informe en griego, y sé leer las palabras, «cordón», por ejemplo, pero se me escapa su exacto significado médico.

—¿No le podríais preguntar al hermano Hormisdas?

—Prefiero no hacerlo —replicó el abad, mirándome un tanto inquieto—. Hormisdas, al fin y al cabo, es un médico muy entregado a su profesión y a lo mejor querría tenerte aquí para el estudio… la experimentación… hasta para exhibirte. Se sabe de monasterios que han incrementado su fama y riqueza atrayendo a peregrinos con la promesa de enseñarles… algo de naturaleza milagrosa.

—Un espécimen monstruoso, queréis decir —tercié con crudeza.

—En cualquier caso, quiero evitarte esa indignidad, hijo. No vamos a pedirle al hermano Hormisdas que nos explique el informe; ha de bastarnos la somera explicación que te doy. El hermano Chrysogonus dice que efectuó «una leve incisión» gracias a la cual pudo eliminar las «bandas que trababan» tu… principal órgano, forzándole a una curvatura anormal. Ya te digo, Thornila, que debes estarle agradecido a ese buen hombre.

—¿Eso es todo lo que escribió sobre mí?

—No. Hace la observación de que, aunque tienes los… órganos externos de varón y hembra, está

convencido de que nunca podrías tener hijos. Ni engendrarlos ni concebirlos.

—Me alegro de saberlo —balbucí—, porque no me gustaría traer al mundo otro ser como yo.

—Pero eso te impondrá otra constricción, Thorn, y muy severa. Del mismo modo que las personas comen para seguir viviendo, también se aparean con el exclusivo propósito de perpetuar la especie, el único motivo para la cópula que admite la Santa Madre Iglesia. Como tú no puedes tener hijos, cometerás pecado mortal efectuando el acto carnal con otra persona de… ejem… uno u otro sexo. Tu previa ignorancia e inocencia te lava la culpa de las delincuencias que has cometido, pero a partir de ahora, que sabes a qué atenerte, debes mantenerte célibe para siempre.

—Pero Dios tendrá sus motivos para haberme hecho emmannamavi, nonnus Clement —exclamé yo, casi quejándome como una mujer—. ¿Por qué lo habrá querido el Señor? ¿Qué va a ser de mi vida?

—Bien… Tengo entendido que en la Misnah judaica hay reglas relativas a la conducta social y religiosa del emmannamavi. Lamentablemente, las Sagradas Escrituras no dicen nada al respecto… No obstante… te haré una sugerencia. Tu trabajo como exceptor era muy prometedor, Thorn, cuando todos creíamos que eras varón. Ni que decir tiene que un emexceptor o escriba femenino sería algo antinatural e impensable. Pero yo diría que si te presentases como emvarón a otro abad o a un obispo, en un lugar muy distante, y te mantuvieses célibe para siempre y tuvieses siempre cuidado de no mostrar ninguna de tus… facetas femeninas, ni siquiera en el retrete… podrías encontrar un buen empleo como emexceptor de algún prelado de la Iglesia.

—Así, cuando muera —añadí, amargamente—, no quedará rastro de mi vida, salvo las copias de obras de otras personas. Y durante esa vida gris, tendré que reprimir todo apetito normal humano, y hasta la mitad de la naturaleza que me ha dado Dios.

El abad frunció el ceño y dijo con firmeza:

—Todo lo que es posible para un cristiano está obligado a hacerlo. Es posible para un cristiano ser perfecto, por consiguiente, es su obligación esforzarse en serlo; moralmente, espiritualmente, intelectualmente y hasta físicamente. Si ese cristiano, o cristiana, se empecina en la imperfección… emja, emincluso en ser un monstruo, como tú has dicho… es una imperfección volitiva y, por lo tanto, execrable, merecedora de castigo.

Yo me quedé mirándolo y, finalmente, dije:

— emNonnus Clement, creéis en la concepción de la Virgen, creéis en la resurrección de los muertos, creéis en que los ángeles no tienen sexo, y, sin embargo, pensáis que soy increíble e intolerable.

— em¡Slavaith, Thornila! Lo que dices es rayano en la blasfemia. ¿Cómo puedes compararte tú con los ángeles de Dios? —dijo el abad, conteniendo su ira, para hablar al cabo de un instante con más calma, pero tembloroso—. No nos despidamos amargamente, hijo. Hace mucho que somos amigos, y te he dado el consejo amistoso que está en mi mano; ahora, en prueba de amistad, te entrego este emsolidus de plata para que puedas alimentarte y albergarte durante un mes o más. Sé sentato y marcha lo más lejos posible donde no te conozcan y trata de iniciar una nueva vida, sea la que yo te he sugerido o la que tú elijas. Ruego para que Dios te acompañe y siempre esté contigo. emVade in pace. Huarbodáu mith gawafrthja. Viaja en paz.

Y así dejé a don Clemente, con pesadumbre por ambas partes, y nunca más volví a verlo. Pero no me marché inmediatamente del Circo de la Caverna, como me instaron a hacerlo, pues tenía cosas que hacer. Lo primero, recoger a mi emjuka-bloth del establo de Santa Pelagia. Aquella misma noche, entré a escondidas en el convento, como había hecho tantas veces, y, como sabía el camino, no necesité encender luz alguna ni para subir la escalera del pajar. Andaba a tientas hacia la jaula de mimbre, cuando oí de pronto una voz femenina que decía:

—¿Quién anda ahí?

Creo que se me pusieron los pelos de punta, pero reconocí la voz y cedió mi temor.

—Soy yo… Thorn. ¿Eres la hermana Tilde?

— emJa. ¿De verdad que eres tú, hermana Thorn? Bueno, hermano Thorn, ¿no? ¡Oh, emvái, buen hermano, no vayas a violarme!

—Chist, hermana. Habla en voz baja. Nunca he violado a nadie ni pienso hacerlo… y menos a una buena amiga. Pero ¿qué haces aquí a estas horas?

—He venido para ver si tu ave tenía comida y agua. ¿Es cierto, entonces, Thorn, lo que nos han dicho, que eras un varón? ¿Por qué te hiciste pasar por…?

—Calla —repetí—. Es una larga historia, que ni yo mismo acabo de entender. Pero ¿cómo sabías que yo tenía escondida aquí al ave?

—Me lo dijo la hermana Deidamia, cuando aún podía hablar, y me pidió que lo cuidara. ¿Has venido a llevártelo?

— emJa. Tú y Deidamia habéis sido muy amables cuidándolo. Un momento. ¿Qué has querido decir con «cuando podía hablar», Tilde?

Tilde tuvo un ligero sobresalto y contestó:

—Creo que se ha roto algo dentro de ella, emnonna Aetherea la ha estado pegando con gran crueldad con el temible emflagrum a ratos todo el día, cada vez que ella volvía en sí después de una paliza.

— em¡Atrocissimus sus! —balbucí entre dientes—. Esa cerda perdió la oportunidad de pegarme a mí y ahora hace sufrir por las dos a la pobre Deidamia.

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