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Authors: Olaf Stapledon

Tags: #Ciencia Ficción

Hacedor de estrellas (10 page)

Sería tedioso describir los experimentos por los que adquirimos y perfeccionamos el arte de volar por el espacio estelar. Baste decir que luego de muchas aventuras aprendimos a elevarnos y a dirigir el rumbo por un simple acto de voluntad. Parecía que viajábamos con más facilidad y exactitud cuando lo hacíamos juntos que cuando yo me aventuraba solo en el espacio. Podía creerse que nuestra comunidad de mentes fortalecía también la locomoción estelar.

Era una experiencia muy rara encontrarse en las profundidades del espacio, rodeado sólo por la oscuridad y las estrellas y, sin embargo, en estrecho contacto personal con un compañero invisible. Mientras las deslumbrantes lámparas del cielo pasaban a nuestro lado, podíamos hablarnos de nuestras experiencias, o discutir nuestros planes, o compartir los recuerdos de nuestros planetas. A veces usábamos mi lenguaje, a veces el suyo. A veces no necesitábamos palabras, y nos bastaba compartir esas imágenes que fluían en nuestras dos mentes.

El deporte del vuelo incorpóreo entre las estrellas ha de ser seguramente el más estimulante de todos los ejercicios atléticos. No dejaba de tener sus peligros, pero éstos, como descubrimos pronto, eran psicológicos, no físicos. En nuestro estado los choques con los objetos celestes importaban poco. A veces, en las primeras etapas de nuestra aventura caíamos por accidente en una estrella. Por supuesto, el calor del interior debía de ser enorme, pero para nosotros sólo se manifestaba como resplandor.

Los peligros psicológicos del deporte eran en cambio graves. Pronto descubrimos que el desánimo, la fatiga mental, el temor, todo tendía a reducir nuestros poderes de movimiento. Más de una vez nos encontramos inmóviles en el espacio, como un buque abandonado en medio del mar; y sentíamos entonces tanto miedo que perdíamos toda posibilidad de movernos, hasta que al fin luego de haber experimentado todas las gamas de la desesperación, pasábamos a la indiferencia y a una calma filosófica.

Un peligro aún más grave, pero que sólo nos atrapó una vez, era el de un conflicto mental. Un serio desacuerdo a propósito de nuestros planes futuros nos condenó no sólo a la inmovilidad sino también a un desorden mental terrible. Nuestras percepciones se hicieron confusas. Teníamos alucinaciones. Perdimos la capacidad de pensar coherentemente. Luego de un período de delirio, en el que tuvimos la sensación abrumadora de una aniquilación inminente, nos encontramos de vuelta en la Otra Tierra; Bvalltu en su propio cuerpo, en cama, tal como lo había dejado; yo otra vez un desencarnado punto de vista que flotaba de un lado a otro sobre la superficie del planeta. Los dos parecíamos enloquecidos de terror, y tardamos mucho en recobrarnos. Pasaron meses antes que reanudáramos nuestra relación y nuestra aventura.

Mucho más tarde conocimos la explicación de este doloroso incidente. Habíamos alcanzado un acuerdo mental tan perfecto que cualquier conflicto que asomara entre nosotros se parecía más a la disociación interior de una mente que a un desacuerdo entre dos individuos. De ahí sus serias consecuencias.

A medida que perfeccionábamos nuestros vuelos sentíamos un placer cada vez mayor en ir de aquí para allá entre las estrellas. Gustábamos a la vez de los deleites del patinaje y el vuelo. Una y otra vez, por el placer de la pura alegría, trazábamos grandes figuras de ochos alrededor de los dos núcleos de una «estrella doble». A veces nos quedábamos inmóviles mucho tiempo observando desde cerca los cambios de una estrella variable. A veces nos zambullíamos en un grupo apretado de astros, y nos deslizábamos entre sus soles como un coche que corre entre las luces de una ciudad. Otras resbalábamos sobre las ondas de unas superficies de gas, pálidamente luminosas, o entre prominencias y jirones plumosos; o nos hundíamos en la niebla entrando en un mundo gris, de luz de amanecer. A veces, inesperadamente, nos devoraban oscuros continentes de polvo, que borraban el Universo. En una ocasión, mientras atravesábamos una populosa región del cielo, una estrella brilló de pronto con exagerado esplendor, transformándose en una nova. Como la estrella estaba rodeada aparentemente de una nube de gas oscuro, vimos sólo una esfera luminosa, cada vez mayor. Nos alejamos a la velocidad de la luz y la nova se nos apareció como un reflejo en el gas, un globo brillante que iba apagándose a medida que aumentaba de tamaño.

Estos fueron sólo unos pocos de los espectáculos estelares que nos deleitaron mientras nos deslizábamos fácilmente, como en alas de golondrinas, aquí y allá entre los vecinos del Otro Sol, y aprendíamos el arte del vuelo interestelar. Cuando alcanzamos suficiente habilidad, nos alejamos más todavía, y logramos volar con tanta rapidez que (como en mi primer e involuntario viaje) las estrellas de adelante y de atrás se colorearon y al fin todo fue oscuro. No sólo esto; alcanzamos también esa visión más espiritual, que yo había conocido asimismo en mi primer viaje, y en la que ya no contaban las extravagancias de la luz física.

En una ocasión nuestro vuelo nos llevó hasta los límites de la Galaxia, y al vacío que se abría después. Durante un tiempo las estrellas cercanas habían sido cada vez más escasas. Al fin quedó atrás un hemisferio de luces débiles, mientras enfrente se extendía una negrura sin estrellas, con unas pocas manchas aisladas centelleantes, unos pocos fragmentos separados de la Galaxia, o las subgalaxias planetarias. En el resto del cielo la oscuridad era casi total; sólo se veía una media docena de puntos borrosos: las otras galaxias más cercanas.

Ante este pavoroso espectáculo nos quedamos mucho tiempo inmóviles en el vacío. Era en verdad una perturbadora experiencia ver delante de nosotros todo un «Universo», y descubrir que había millones de universos, invisibles, demasiado remotos.

¿Cuál era el significado de aquella inmensidad y complejidad física? En sí misma, indudablemente, no era más que inutilidad y desolación. Pero con angustia y esperanza nos dijimos que había allí una promesa de algo más complejo, sutil y diverso que la mera materia. Esto sólo era justificación suficiente. Pero la formidable posibilidad, aunque inspiradora, nos pareció también terrible.

Como un pichón que mira por primera vez por encima del borde del nido, y luego se recoge de nuevo en su casita retrocediendo ante la inmensidad del mundo, nosotros habíamos asomado a los confines de aquel nidito de estrellas que durante tanto tiempo, pero falsamente, los hombres habían llamado «el universo», y ahora nos echábamos atrás refugiándonos en los amables recintos de nuestra Galaxia natal.

Como en nuestras experiencias habíamos encontrado muchos problemas teóricos que no podíamos resolver sin consultar algún texto de astronomía, decidirnos regresar a la Otra Tierra, pero luego de una búsqueda larga e infructuosa descubrimos que nos habíamos extraviado. Todas las estrellas eran parecidas, excepto esas pocas que en aquellos primeros tiempos eran tan viejas y templadas como el Otro Sol. Buscando al acaso, pero muy velozmente, no pudimos descubrir ni el planeta de Bvalltu ni el mío, ni ningún otro Sistema Solar. Frustrados, nos detuvimos otra vez en el vacío a considerar nuestra situación. Todo alrededor el ébano del cielo adornado de diamantes nos enfrentaba con un enigma. ¿Qué chispa en todo aquel polvo estelar era Otro Sol? En aquellos tiempos abundaban las rayas de materia nebulosa, pero no reconocíamos sus formas, y no nos servían para orientarnos.

El hecho de que nos hubiéramos perdido entre las estrellas, sin embargo, no nos inquietó. Estábamos entusiasmados con nuestra aventura, y nos animábamos mutuamente. Nuestras experiencias recientes habían acelerado nuestra vida mental, organizando la unión de nuestras mentes. Cada uno de nosotros era consciente de sí mismo y del otro como un ser separado; pero la combinación o integración de nuestros recuerdos y nuestros temperamentos había alcanzado tal punto que a menudo olvidábamos nuestra individualidad. Sin embargo, y de un modo bastante asombroso, una camaradería y una comprensión mutua cada vez más intensas complicaban también esa identidad creciente.

Esa interpenetración mental no sólo sumó sino que hasta multiplicó la riqueza de nuestro pensamiento: pues uno no sólo se veía interiormente a sí mismo y veía al otro: experimentaba también aquella armonía en contrapunto de la relación. En verdad, en algún sentido que no puedo describir con precisión, nuestra unión mental resultó en la aparición de una tercera mente, intermitente aún, pero de una conciencia mucho más sutil que la de cualquiera de los dos en estado normal. Cada uno de nosotros, o mejor dicho los dos juntos, «despertábamos» de cuando en cuando para ser este espíritu superior. Todas las experiencias de uno adquirían un nuevo significado a la luz del otro; y nuestras dos mentes eran una mente nueva, más penetrante, más consciente. En este estado de elevada lucidez nosotros (es decir, el nuevo yo) empezamos a explorar deliberadamente las posibilidades psicológicas de otros tipos de mundos y seres inteligentes. Dotado de una nueva penetración distinguí en mí mismo y en Bvalltu esos atributos que son esenciales al espíritu, y esos meros accidentes que nuestros mundos peculiares nos habían impuesto. Esta operación imaginativa demostró pronto ser un método, y muy potente, de investigación cosmológica.

Comprendimos entonces más claramente un hecho que habíamos sospechado hacia tiempo. En mi viaje interestelar anterior, que me había llevado a la Otra Tierra, yo había empleado inconscientemente los distintos métodos de viaje, el método que llamaré de la «atracción psíquica». Éste consistía en la proyección telepática y directa de la mente a un mundo extraño, remoto quizá en el espacio y el tiempo, pero en tono con la mente del explorador en el momento de la operación. Evidentemente, era este método sobre todo el que me había llevado a la Otra Tierra. Las notables semejanzas de nuestras dos razas habían determinado una fuerte «atracción psíquica», mucho más poderosa que mis azarosos vagabundeos interestelares. Era este método el que Bvalltu y yo íbamos a practicar y perfeccionar ahora.

Al fin advertimos que nos movíamos lentamente. Teníamos, además, la rara impresión de que aunque pareciésemos encontrarnos solos en un vasto desierto de estrellas y nebulosas, estábamos en realidad de algún modo mentalmente cerca de unas invisibles inteligencias. Concentrándonos en esta sensación de presencia, descubrimos que nuestra marcha se aceleraba; y que si tratábamos de cambiar su curso con un violento acto de voluntad volvíamos inevitablemente a la dirección original cuando nuestro esfuerzo cesaba. Pronto nuestro movimiento se transformó en un vuelo en línea recta. Una vez más las estrellas de adelante parecieron violetas, las de atrás rojas. Una vez más todo desapareció.

Discutimos nuestra situación en aquella oscuridad y aquel silencio absolutos. Era evidente que atravesábamos el espacio más rápidamente que la luz misma. Quizá atravesábamos también el tiempo, de algún modo incomprensible. Mientras, la sensación de la proximidad de otros seres se hacía más y más insistente, aunque no menos confusa.

Luego aparecieron otra vez las estrellas. Aunque pasaban junto a nosotros como chispas voladoras, eran normales, sin color. Una luz brillaba enfrente. Creció, alcanzó un resplandor enceguecedor, y luego fue visiblemente un disco. Con un esfuerzo de voluntad aminoramos la marcha, y volamos lentamente alrededor del sol, buscando. Descubrimos, felices, que acompañaban al astro varios mundos que podían albergar vida. Guiados por la inconfundible impresión de una presencia mental, elegimos uno de esos planetas, y descendimos lentamente hacia él.

V - Mundos innumerables
1. La diversidad de mundos

E
l planeta en que descendimos luego de este largo vuelo entre las estrellas fue el primero de los muchos que visitamos. En algunos nos quedamos sólo unas pocas semanas, en otros varios años, siempre de acuerdo con el calendario local, huéspedes de la mente de algún nativo. A menudo, cuando llegaba el momento de partir, el nativo nos acompañaba en nuestras subsiguientes aventuras. A medida que íbamos de mundo en mundo, y las experiencias se apilaban como estratos geológicos, parecía que este raro paseo duraba vidas enteras. Sin embargo, no dejábamos de pensar en nuestros planetas natales. En verdad necesité este exilio para entender plenamente el valor de esa unión personal que yo había dejado atrás. Para comprender de algún modo aquellos mundos yo debía compararlos constantemente con el mundo remoto donde había transcurrido mi vida; pero la piedra de toque era sobre todo aquella existencia en común que ella y yo habíamos vivido juntos.

Antes de tratar de describir, de sugerir, la inmensa diversidad de mundos que visité entonces, debo decir unas pocas palabras acerca del desarrollo mismo de la aventura. Luego de las experiencias a que acabo de referirme se hizo evidente que el método del vuelo incorpóreo no era muy útil. Nos permitía sin duda percibir de un modo extremadamente vívido las características visibles de nuestra Galaxia; y lo empleábamos a menudo para orientarnos cuando habíamos hecho algún descubrimiento nuevo gracias al método de la atracción psicológica. Pero como sólo nos daba libertad de espacio, y no de tiempo, y como los sistemas planetarios eran tan raros, el método de ir simplemente de un lado al otro, al acaso, no podía dar muchos resultados. La atracción psíquica, no obstante, una vez dominada, demostró ser muy efectiva. Este método dependía ante todo de las posibilidades imaginativas de nuestras propias mentes. Al principio, cuando el poder de nuestra imaginación estaba estrictamente limitado por la experiencia que teníamos de nuestros planetas, podíamos establecer contacto sólo con mundos muy similares al nuestro. Además, en esta primera etapa de nuestra empresa tropezábamos invariablemente con mundos que pasaban en ese momento por crisis similares a las que atraviesa hoy el
Homo
Sapiens
. Parecía que sólo podíamos entrar en un mundo si había una profunda semejanza o identidad entre nosotros y nuestros huéspedes.

A medida que pasábamos de un mundo a otro comprendíamos mejor los principios que guiaban nuestro viaje, y crecía nuestra capacidad de aplicarlos. Además, en todas nuestras visitas buscábamos un nuevo colaborador que nos ayudara a comprender su mundo y a acrecentar el alcance de nuestra imaginación para ulteriores exploraciones de la Galaxia. Este método de «la bola de nieve» que aumentaba el número de los exploradores era de gran importancia ya que acrecentaba también nuestros poderes. En las últimas etapas de la exploración hicimos descubrimientos infinitamente alejados de los límites de una solitaria mente humana.

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