Authors: Josep Montalat
No tardó en entrar el dueño del restaurante que también se quedó pasmado al ver el desorden reinante. Esta vez nadie se cortó y entre risas le arrojaron confeti y serpentinas. El hombre se protegió del ataque con los brazos y, maldiciendo en arameo por dentro, salió de la habitación cubierto de confeti.
Cuando la hilaridad y el champán menguaron, Alain invitó a seguir la celebración en su casa de Roses. Al pasar por la sala principal del restaurante los franceses saludaron a unos conocidos suyos españoles, echándoles confeti sobre sus cabezas e invitaron a toda la mesa para que se pasasen por su improvisada fiesta.
Al llegar al chalet, Cobre y Mamen escucharon por los altavoces a los Gipsy Kings a todo trapo. Vieron a Tito y a Gus ayudando a Alain a trasladar la mesa central del comedor a un lado, junto a una pared. Belén y Yolanda, por su parte, ayudaban a Brigitte y a sus amigos en la cocina, cogiendo bebidas y vasos. Otros del grupo fueron llegando tras ellos y al cabo de un rato bailaban animadamente el ritmo de las rumbas.
Cobre, al que no le gustaba demasiado bailar, se situó al lado del anfitrión y se sirvió un cubata con las bebidas que estaban sobre la mesa. El francés le dio conversación mientras contemplaban el baile y expresó algo que le hizo intuir que Alain tomaba cocaína.
—¿Te apetece tomar alguna vitamina? —sugirió a modo de prueba.
—¿Tienes algo bueno? — preguntó el francés sin rodeos.
—Sí, creo que te puede gustar.
—Ven, vamos a mi habitación.
Discretamente, Cobre siguió a Alain por un pasillo hasta el baño particular. De regreso al comedor, Mamen los vio.
—¿Dónde estabas?
—Alain me estaba enseñando la casa —mintió.
—Tenéis una casa muy bonita —le manifestó ella al anfitrión—. Es muy acogedora y me encanta la decoración.
—Gracias. Si quieres, luego también te la enseño —respondió el francés, acariciándose su nariz. Se interrumpió para recibir a los amigos que había invitado en el restaurante y regresó junto a la mesa de las bebidas.
—Tu vitamina C es buenísima.
—Ja, ja, ja. Ya te dije que era buena —respondió orgulloso Cobre, dirigiendo su mirada hacia Tomás y su novia Irene, que entraron acompañados de más gente.
—Vengo con unos amigos —informó Tomas a Alain—. Habíamos quedado con ellos en el «Si us plau» y les hemos dicho que se vinieran.
—Bien. Cuantos más seamos, mejor —le respondió, alegre y animado con la cocaína, y dirigiéndose a Cobre le confió—: Creo que van a faltar bebidas.
—Puedo ir a buscar. Tengo unos amigos que tienen un
pub
en Santa Margarita.
—No, no te preocupes. Voy a llamar a alguien para que traiga. También les diré que traigan vitaminas.
—De esto ya sabes que tengo si quieres —se ofreció él.
—Me refiero a una buena cantidad —puntualizó Alain—.
—¿Como cuánto?
—Cinco gramos. ¿Los tienes?
Cobre, sumamente gentil y restamente sincero, le dijo que casualmente en el coche llevaba esa cantidad, que aquella mañana la había comprado para un amigo y si le daba sesenta mil pesetas ya se ocuparía al día siguiente de reponérselos, comprándosela a su contacto. El francés se alegró de la noticia y le dijo que si era de la misma que le había dado a probar tendrían «una verdadera fiesta». Cobre deambuló antes de decirle a Mamen que iba un momento al Panda a buscar unos chicles. De regreso, fue directo hacia el francés y discretamente le dio su paquete de cigarrillos con las cinco papelas de cocaína introducidas en él. Alain ya había preparado el dinero y se lo entregó, también disimulando sus gestos, al tiempo que le decía que ya tenía arreglado el asunto de las bebidas y que con ellas iba a venir más gente a la fiesta. Al cabo de un rato, lo vio hablando con sus amigos, su novia y otros dos conocidos suyos del restaurante.
—Voy a mostrarles la casa —le dijo, guiñándole un ojo al pasar en dirección a su habitación.
—Les va a gustar mucho «el blanco» que decora el baño —respondió Cobre sonriéndole.
La fiesta se había animado considerablemente. Eran más de treinta y se veía gente por todos lados. Muchos visitaban el baño para un «uso alternativo» y otros vaciaban la poca bebida que iba quedando, pese a que Brigitte había sacado de la cocina todo lo que encontró. Empezó a sonar «
Papa don’t preach
» de Madonna y Mamen se acercó a Cobre.
—Ven a bailar. Nos lo pasamos muy bien.
—No, ya sabes que no me gusta mucho bailar —le respondió él.
—Venga, un poquito —insistió, animada por la bebida, cogiéndole la mano.
Cobre se dejó llevar hasta la improvisada pista y permaneció allí un rato. Luego, escabulléndose, se fue con Tito, que le pedía un gramo de cocaína, a la sala de esnifadores. De regreso, vieron que había llegado más gente. Eran tres chicos y cuatro chicas y traían las bebidas solicitadas por teléfono: whisky, ginebra, vodka, ron y muchos refrescos para combinarlos. También llevaban botellas de champán, que el anfitrión se encargó de servir en vasos de plástico.
—Feliz año 1987 —dijo en voz alta cuando todos tuvieron el champán en sus manos.
Sonaron de nuevo algunos matasuegras y Tito todavía tiró un poco de confeti que le quedaba sobre los recién llegados, que no entendieron el significado de sus palabras.
—Hemos celebrado el Año Nuevo —explicó Mamen a los dos chicos.
—Pero si faltan once días —dijo uno de ellos.
—Es que estamos muy avanzadas para la época en que vivimos —le respondió Belén a su lado, y las dos amigas se rieron.
—Es una fiesta muy divertida —comentó Mamen a Alain.
—Por los Carnavales de Roses hacemos siempre una de disfraces que es la mejor de todas. Espero que vengáis —invitó el francés.
—¿De disfraces? ¡Qué divertido! —exclamó animada.
—¡Sí, sin que nadie te conozca! —dijo Belén.
—¡Oh sí, eso estaría bien! —añadió Mamen.
—Pues ya sabéis, el disfraz es obligatorio. La hacemos la tarde siguiente al desfile de la Noche de Roses. Estáis invitados todos —volvió a decir Alain.
—Pues gracias, iremos —dijeron Belén y Tito, mirándose y asintiendo.
—Nosotros también iremos, ¿verdad, Cobre? —preguntó Mamen.
—Sí, ya me he quedado con la fecha.
—Ya sé qué voy a ponerme —se rio Mamen.
—¿Qué? —le preguntó Tito.
—¿Ah? Es secreto. Lo llevaba una chica en Irlanda en una fiesta de la escuela a la que iba. Era muy divertido.
—¿Qué era? —le preguntó Belén.
Mamen apartó a su amiga y le explicó al oído la idea del disfraz. Ella rio divertida y pidió poder ir vestida igual que ella. Aceptó con la condición de que no hablara a nadie del disfraz, incluyendo a Tito, y Belén juró cumplirlo, sellando el pacto con un beso en los dedos.
Eran casi las tres y, con el refuerzo de las bebidas, la diversión en la fiesta se acrecentó. Muchos iban bastante bebidos, Mamen y Belén sobre todo. A las tres y media llegó todavía más gente. Eran los dueños, camareras y otros amigos rezagados del cierre del
pub
donde el francés había pedido las bebidas. Se sorprendieron al ver una fiesta tan animada y enseguida se apuntaron al bullicio haciendo subir de nuevo el grado de jolgorio. Había cerca de cincuenta personas y el anfitrión hizo otro viaje a su habitación con los recién llegados.
Hacia las cuatro, el desmadre empezó a derivar poco a poco hacia lo sexual. A una chica que iba muy colocada le habían dado un golpe y se le había caído su bebida encima de la blusa. Decidió quitársela y la dejó secándose junto a la chimenea encendida y siguió bailando con el sujetador puesto. Sus amigas, divertidas, se lo desabrocharon por detrás, se lo quitaron y luego fueron a escondérselo. Al principio, la chica se quedó cortada, se tapó los pechos con los brazos pero luego siguió bailando con sus bien formados senos al descubierto. Mamen y Belén, que estaban cerca, comentaron sorprendidas el hecho. Un poco más tarde, una pareja entró en una de las habitaciones y se encerraron. El calentamiento global era evidente.
Las botellas de bebida que habían puesto sobre la mesa del comedor se iban vaciando a gran velocidad. Más tarde, se ocuparon otras habitaciones de la casa y se notaba mucho movimiento. Alain y Brigitte no parecían preocupados por lo que sucedía y seguían animando la fiesta, bailando en la pista y sin dejar de visitar su habitación con distintas personas.
Hacia las cinco, Mamen empezó a sentirse muy mal y fue hacia Cobre.
—No me encuentro muy bien.
—¿Qué te pasa? —preguntó él apartándose de Tomás, con el que estaba hablando.
—Estoy muy mareada, la cabeza me da vueltas —comentó la chica con una evidente borrachera 8,5 en la escala Gunter.
—Siéntate un poco aquí —le sugirió Cobre, señalándole un sillón que estaba libre.
—¡Uff! No sé si estaré bien. Tengo ganas de vomitar, creo.
—¿Te acompaño al baño?
—¡Ay! No sé. Todo me da vueltas —se quejó, visiblemente pálida.
—¿Quieres que nos vayamos, cariñito mío? —le preguntó finalmente, con el corazón en la mano y un vaso lleno de gin-tonic en la otra, disimulando las pocas ganas que tenía de irse.
—Creo que sí. Llévame a casa, si no te importa dejar la fiesta.
—Qué va a importarme, lo primero eres tú —respondió él con la sinceridad que lo caracterizaba.
Le explicó a Tomás lo mal que se sentía su novia y fue a comunicarle al anfitrión que se iban a marchar. Alain le pidió su número de teléfono para poder comprarle más «vitaminas» otro día. Se intercambiaron los números mientras Belén, cerca de la puerta, ayudaba a su amiga a ponerse el abrigo. Salieron al exterior en busca del Panda y al poco rato Mamen le pidió que parase. Abrió su puerta y vomitó fuera.
Hasta llegar a la casa de sus padres en Canyelles, no pararon cada dos por tres sino cada siete por quince. La chica se sentía realmente muy mal. Después de dejarla, Cobre pensó en volver a la fiesta pero había pasado más de una hora, y él también había bebido mucho. Se contempló en el retrovisor del coche (espejo, para las chicas), y al no gustarle el aspecto demacrado que le devolvió decidió ir directamente a Empuriabrava, a dormir.
En enero, un mes después de aquella fiesta, ya se empezaba a hablar de los cercanos Carnavales de Roses. La discoteca Chic cada año participaba en el desfile nocturno que el Ayuntamiento organizaba desde el inicio de la democracia y todo el grupo de Cobre se apuntó a participar en aquella comparsa que iba a hacerse el viernes 24 de Febrero. El disfraz elegido por la discoteca para ese año era el de caníbales africanos. Los chicos iban a vestir simplemente un taparrabos y una piel de animal en sus hombros. Las chicas irían con una especie de bikini muy sexy, imitación de piel. Tanto chicos como chicas llevarían unos huesos en la cabeza y sus cuerpos estarían untados con una especie de grasa de color oscuro, que además de decorar, los iba a proteger del frío.
A Cobre, su madre le estaba haciendo un disfraz de gorila para la fiesta de Alain, que estaba prevista para la tarde del día siguiente de ese desfile nocturno. Lo del disfraz de gorila combinaba muy bien con la comparsa del Chic y el organizador, el relaciones públicas del local, enterado por Mamen, vio con muy buenos ojos aquella vestimenta, para dar más realce al conjunto del cortejo. El gorila iba a ir sobre la carroza, con chicas y chicos disfrazados bailando a su lado.
Dos semanas antes del gran día del desfile del Carnaval, Tito y Belén cortaron su relación temporalmente, ya que ella sospechaba, con fundadas razones, que él le había estado engañando con otra. Belén y Mamen ahora también la conocían. Se llamaba Olga, iba mucho por la discoteca Chic y era, precisamente, la chica a la que habían quitado el sostén en la fiesta de Alain, que tenía una reputación dudosa de la que ellas presuponían pocas dudas.
Como Belén pensaba quedarse en Barcelona, para no verse con Tito, le había pedido a Mamen que no perdiera de vista lo que hacía su novio, en esos días de desmadre carnavalesco, sobre todo teniendo en cuenta que Olga también participaba en la cabalgata de la discoteca y era una seductora nata en una época llena de fresones —frescones sería la palabra correcta.
El desfile fue muy divertido y Mamen, a falta de Belén, estuvo encima de la carroza del Chic con Yolanda, la novia de Gus, bailando al lado de Cobre, que no paró de hacer el mono con su disfraz de gorila. También por allí se movía Olga, a quien, tal como había prometido a Belén, no perdía de vista, y que junto a las demás chicas que desfilaban por la calle, iban alternando su puesto con las que bailaban sobre la carroza. Debajo de ella, en su parte trasera, los organizadores de la discoteca habían instalado un bar que surtía de bebidas a todos los «caníbales africanos» de la comparsa. Debido al frío, fue muy concurrido en las paradas y en el lento discurrir del desfile. Cobre, por supuesto, vestido con su disfraz y estando todo el rato arriba, no pudo beber absolutamente nada pero, cubierto con aquella gruesa y confortable vestimenta, tampoco pasó frío.
Después de las más de dos horas de pasacalle, la comparsa del Chic llegó al entoldado del final del trayecto, y todos los participantes pudieron entrar en calor con el baile y con las bebidas que se servían en las tres barras. Al final de la fiesta, a las cinco y pico de la madrugada, el grupo de Cobre tuvo que volver andando, atravesando las calles de Roses en busca de sus coches, que habían dejado en la entrada del pueblo. Lo hacían mientras iban cantando al lado del «gorila» una conocida canción de Alaska y Dinarama: «A quién le importa lo que yo haga... A quién le importa lo que yo diga...» —cantaban felices, gritando y haciendo idioteces por las calles—. «Yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaré...».
Siguiendo el jolgorio, el grupo se detuvo en una de las calles, junto a un bar ya cerrado, intentando sacar unas cervezas de una máquina expendedora, cantando animadamente la dichosa canción. «A quién le importa lo que yo haga... A quién le importa lo que yo diga...»
De sopetón, les cayó un cubo de agua encima.
—¡A nosotros nos importa! ¡Gamberros! —gritó desde un balcón un hombre junto a una mujer, que en aquel momento les arrojaba otro cubo lleno de agua.
Todos habían quedado completamente mojados y algunos intentaban esquivar el segundo balde de agua que les venía encima.
—¡Serán cabrones! —dijo Tito, apartándose.
—¡Ah! Nos han dado de lleno —exclamó Yolanda.