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Authors: Josep Montalat

Goma de borrar (13 page)

BOOK: Goma de borrar
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—Te repites. Esta frase ya la conocemos —le dijo Cobre.

—La he dicho para ver si estabas atento. A mí esto del pelo no me importa, mi padre es calvo y seguro que yo seguiré su camino —añadió el vasco mostrando algunas entradas en su pelo.

—A mí de pequeño me pelaban casi al cero y debía de parecerme al Kojak, que mis hermanas decían que era muy guapo —dijo Cobre.

—No sé si las chicas lo ven guapo, pero yo en cuanto a belleza prefiero la del Onassis o la de Rockefeller —opinó Gaspar.

—Tu cerebro sigue en forma —le dijo Cobre, riendo.

—Sí, sigue siendo mi segundo órgano en importancia.

Reanudaron el viaje y, al llegar a Playa del Inglés, pidieron indicaciones para localizar el hotel. Gaspar no se aclaraba con las calles, así que al llegar a un cruce paró el coche sin saber a qué lado girar.

—Antes era indeciso… ahora no sé.

—Derecha —sugirió Cobre.

—Es verdad, yo siempre he sido de derechas —dijo entonces el vasco girando en esa dirección.

Cerca de las nueve, llegaron al Hotel Los Faisanes. Cobre vio el característico anagrama de una abeja dentro de un hexágono.

—Es de Rumasa.

—En vez de Rumasa, debería llamarse «Amasa». Lo tiene todo el Ruiz Mateos —dijo Gaspar.

—Ésta te ha salido floja —le hizo notar Cobre.

—¿Y la abeja qué significa? —preguntó David.

—¿Qué va a significar? Pues que es muy avispado.

—Ja, ja, ja —ésta sí es buena —se rio ahora su amigo.

Bajaron las maletas del
buggy
y entraron al hall del hotel. La recepción estaba enfrente, al lado de una zona con gente sentada en sofás. Pararon frente al mostrador en el que había una chica uniformada con una chaqueta azul marino atendiendo a una pareja de extranjeros. Esperaron su turno escuchando a un joven con melenas que tocaba el piano deleitando a los huéspedes del hotel.

—Daría un brazo por saber tocar el piano —dijo Gaspar dirigiendo su mirada al pianista—. Bueno, el brazo no, un amigo  —rectificó.

—Toca bien el chico —comentó David.

—Jondia, pensaba que era una chica con este pelo largo —exclamó Cobre, dándose cuenta de su equívoco.

—Si fuese una chica, en vez del piano preferiría que me tocase el órgano.

—Ja, ja, ja —se rio Cobre—. Hoy estás inspirado.

Gaspar seguía con la mirada a dos matrimonios españoles que salieron del ascensor y fueron hacia cinco personas sentadas en las butacas más próximas a ellos, a las que saludaron efusivamente.

—Menuda tempestad —comentó el vasco—. En cinco segundos se han oído veinte «holas».

Cuando les tocó su turno, la recepcionista les pidió que entregaran una tarjeta de crédito o un depósito en metálico. A Gaspar no le gustó este detalle y se mostró un poco distante con ella. Mientras el botones se ocupaba de las maletas, se dirigieron hacia el ascensor.

—Has estado muy serio con la chica de recepción —observó Cobre.

—Yo con las chicas actúo con acritud. Con las chicas siempre me pongo duro… y ellas me lo agarran —acabó diciendo ahora menos serio.

La habitación reservada para los tres era bastante espaciosa.

Salieron a la terraza y contemplaron la vista de la playa y del sol que desaparecía por el horizonte. Se oyeron unos golpes.

—Creo que llaman a la puerta —advirtió Cobre.

—Pues que abra ella —contestó el vasco, haciéndoles reír.

—Debe de ser el botones —dijo David, dirigiéndose a abrirla.

Tenían poco tiempo si querían cenar en el hotel antes de que cerrasen la cocina. Deshicieron apenas las maletas, se ducharon, se cambiaron de ropa y bajaron rápidamente.

El
maître
les indicó una mesa y les entregó la carta con el menú.

—El pescado es del día —comentó.

—¿De qué día, de hoy o de cuando lo pescaron? —preguntó Gaspar provocando una inevitable carcajada a sus amigos.

Después de tomarles nota, Gaspar entretuvo la espera explicando un chiste.

—Cuando explicas un chiste eres de pena —le dijo Cobre al terminar.

—Claro, son de otros.

—¿Te has ofendido?

—No ofende quien quiere sino quien puede.

—Vale, buena ésta. Tocado.

A David le hizo gracia el acento del camarero que les sirvió las bebidas.

—Los canarios utilizan dichos y expresiones distintos que en la península —comentó Cobre—. Recuerdo que la primera vez que salí del cuartel, en la época de la mili, fui a un bar y me hice amigo del dueño. La siguiente vez que volví, al verme me suelta: «¿Qué pasó?». Yo, inocentemente, pregunté: «¿qué pasó?, ¿de qué? ¿cuándo?», sin entender lo que me pedía. Más tarde pude comprobar que esto del «qué pasó» lo decían todos, al saludar.

—Sí y en vez de autobús dicen «guagua» —siguió explicando Gaspar—. Tienen mucha rivalidad entre las dos islas. Los de Las Palmas llaman a los de Tenerife «chicharreros». Y los de Tenerife les llaman a ellos «canariones». Y a nosotros los que somos de la península nos llaman «godos».

—Y en la mili a los catalanes nos llamaban «polacos» —apuntó Cobre.

—Mira. —Gaspar mostró una foto de su cartera y David rio al reconocer en ella a sus amigos vestidos de soldados con el pelo cortado al cero.

—Jondia, qué delgado que estaba entonces —comentó Cobre, viéndose en ella.

—Sí, la foto es de hace ocho kilos, por lo menos —ironizó el vasco.

—¿Es Susana? —le preguntó Cobre al ver otra foto que asomaba de la cartera, acercando su vista a la imagen—. Jondia, tío. Es guapísima. Supera a la miss que te ligaste en la mili.

Poco a poco, la complicidad se hizo evidente entre ellos al hablar de su periodo militar.

—¿Te acuerdas del «Focas»? —preguntó Gaspar.

—Sí, aquel capitán tan gordo, ¿no?

—Era gordo pero mucho más educado que yo. Cuando se levantaba en el autobús dejaba espacio para tres señoras —comentó Gaspar haciendo reír a sus amigos, al tiempo que unos chicos que revoloteaban a su alrededor daban unos golpes en las sillas.

—Jondia con estos críos, no dejan de molestar —se quejó Cobre, mientras su amigo vasco los contemplaba molesto.

—Bueno… Pues me encontré al «Focas» en Madrid, en un bar de putas —siguió hablando Gaspar.

—No me jodas —dijo Cobre.

—Aquí mismo si quieres.

—Vale, ya estamos con el «aquí mismo si quieres».

—El tío estaba ahí en el bar ese de putas con un pedo que no se aguantaba de pie.

—Pues en el cuartel parecía un santo, el buen hombre.

—Pues lo hubieses visto en aquel puticlub, bebiendo a destajo sentado en el taburete, con el culo que le salía por todos lados y con un colocón que no se enteraba de nada. Estaba como de cuerpo presente y nunca más bien dicho. Debía de pensar que la bebida le iba a desgravar la tasa de las putas. Lo vi subir seis copas más tarde con una de ellas. Estaba para el arrastre. Supongo que aquella noche en vez de hacer sexo con aquella chica, se lo encontró ya hecho —dijo mientras uno de los niños de la mesa vecina que no paraba de corretear le daba un golpe—. A ver, niño, a ver cuándo leemos aquello tan bonito de que has subido al cielo —espetó al crío.

—Cómo te pasas.

—No, si a mí me encantan los niños, incluso pienso tener alguno. Siempre he creído en esto de vivir de los padres hasta que pueda vivir de los hijos.

Cobre y Gaspar siguieron hablando emocionados de su época militar en Tenerife, tanto que para los postres a David se le notaba algo agobiado de escucharlos.

—¿Dónde iremos luego? —preguntó para cambiar de tema.

—Hay una discoteca en el hotel. Podemos ir a ver qué tal está —comentó Cobre.

—Creo que sería mejor ir fuera del hotel y empezar a investigar el ambiente que hay por la zona —propuso el vasco.

En la sala, ya casi no quedaba nadie y los camareros preparaban las mesas para el desayuno. Pidieron cafés. Gaspar fue en busca de tabaco a la recepción y al regresar dijo que había echado un vistazo a la discoteca.

—¿Y qué tal? —le preguntó David.

—Está lleno de viejas —respondió él.

—¿Muchas?

—Unos trescientos cincuenta años por metro cuadrado —puntualizó.

—Ahora sí que lo tenemos claro, pues —dijo Cobre.

—Vamos arriba a la habitación, nos lavamos los dientes y antes de salir nos tomamos un poco de la «farlopa» que te encargué —propuso Gaspar.

En la habitación, Cobre se sentó frente a la mesa escritorio para preparar la cocaína. Para pasar el control del aeropuerto había escondido las papelas dentro de un tubo medio vacío de dentífrico. Estaban envueltas con un plástico y con la ayuda de un Kleenex lo limpió de los restos de pasta dentífrica. Sacó una de las papelas y espolvoreó parte de su contenido sobre el cristal de un pequeño cuadro que había descolgado de la pared. Cuando Gaspar salió del baño lo vio en la mesa, cortando la cocaína con la gillette.

—Ahora el postre —le anunció Cobre.

—¡Ummm! ¡Qué bien!, «Colo-Cao», el alimento de la juventud —ironizó.

—Esta primera la invito yo.

—¿Te encuentras bien? —preguntó extrañado Gaspar.

—Graciosillo, el nene —le dijo Cobre. —Ya verás cuando pruebes esto, vas a flipar. No es como las demás, esto es coca-coca. Con una raya tienes para toda la noche.

Después de esnifar sus respectivas porciones salieron del hotel con intención de inspeccionar el ambiente nocturno del lugar. Cobre se sentó al volante del
buggy
y antes de arrancarlo se percató de que la conocida teoría sobre la biología de las autopistas, que habla de que los insectos más grandes se estampan a la altura de los ojos del conductor, se había demostrado de nuevo cierta, y dio al mando del agua para limpiar el parabrisas. Sorprendentemente el agua salió disparada por encima el parabrisas con un potente y fino chorro que mojó el rostro de David, sentado en el asiento de atrás. Sus amigos se rieron con ganas mientras David sonreía secándose la cara con el pañuelo. A Gaspar se le ocurrió la idea de girar hacia la derecha el pitorro por donde salía el agua y pidió a Cobre que diera nuevamente al mando. Como era de suponer, el chorro mojó la puerta del vehículo estacionado al lado del suyo.

—¡Eureka! —exclamó el vasco. —Nos vamos a divertir. Venga, vamos a mojar a la gente por el camino.

—Jondia, sí, vamos —dijo Cobre.

Y como unos críos se pusieron en marcha en busca de víctimas. Nada más salir del parking del hotel, vieron una pareja de turistas jubilados que venían andando por la acera. Cuando pasaron al lado de ellos, Cobre dio al mando del agua, que salió disparada a las piernas de los paseantes extranjeros y los tres se giraron para ver la reacción. La mujer se había detenido a contemplar sus mojadas piernas y el hombre miraba cómo se alejaban en el
buggy
riéndose.

—Qué buena —dijo Cobre, dirigiendo el coche hacia el centro de la población.

—Mira, mira. Aquéllas de ahí —señaló el vasco a un grupo de chicas que iban andando por la acera, de espaldas a ellos.

—Toma —dijo Cobre al dar al mando del agua, con la que también mojó sus piernas.

—Espera. Para el coche —pidió Gaspar un poco después.

—¿Para que?

—¡Para!, ¡para! Voy a subir el pitorro un poco más arriba, así daremos a la gente en la cara. Venga, perfecto. Tira por ahí —dijo, subiéndose de un salto en el coche.

—A aquéllas —señaló David desde atrás con el dedo.

—Venga, sí —dijo Gaspar.

—Ja, ja, ja —se rieron una vez mojadas las víctimas.

Las chicas les gritaron algo en inglés.

—¡¡Os podemos regar con otro chorrito si queréis!! —les respondió el vasco señalando sus partes.

—¡¡Uahh!!! ¡¡Qué risa!! —reía Cobre, con ganas.

Pasaron luego por una calle en la que paseaba mucha más gente y mojaron a casi todos los que iban por la acera sin parar de reírse. Estuvieron así un rato hasta que, al llegar a la zona más animada, aparcaron el
buggy
frente a una discoteca. Al salir del coche una chica extranjera les dio unas invitaciones para que entrasen.


Is the disco good?
(«¿Está bien la discoteca?») —preguntó Gaspar a la joven.


Yes, there’s a good atmosphere, and the girls are pretty.
(«Sí, hay mucha gente y bonitas chicas.»)

—Dice que hay muchas chicas bonitas —tradujo Gaspar.

—¿Y van calientes? —preguntó Cobre a la extranjera haciendo reír a sus amigos.


Pardon.
Do you speak English?
(«¿Qué? ¿Hablas inglés?») —le preguntó la chica.

— No, no habla inglés.
But he fucks very well.
(«Pero folla muy bien.») —respondió el vasco.

—Demos una vuelta a pie antes de entrar en una discoteca —propuso David.

—Sí, vayamos a un
pub
primero —secundó Cobre la idea.

Fueron en dirección a una calle muy concurrida, que les pareció la zona más ambientada para encontrar chicas de buen ver y mejor tocar. La mayoría de
pubs
estaban ocupados por turistas extranjeros, británicos sobre todo.

—Joder con los ingleses. Tienen invadida la isla —comentó David.

—Y eso que fue en Canarias donde Nelson perdió su brazo —dijo Cobre.

—Sí, vino muy bravucón a la isla pero se le fue la mano —añadió el vasco.

Entraron en uno de aquellos animados
pubs
. La barra les atrajo como un imán y fueron pasando por entre la gente, todos extranjeros. Un chico y dos chicas británicas servían las bebidas a sus compatriotas.

—Si pido algo en español, nadie me va a entender —dijo Cobre.


Pardon
? —le dijo Gaspar, mirándolo como si no hubiera entendido.

Mientras David estaba pidiendo las bebidas, sus amigos observaron el ambiente. Una chica de gran «pechonalidad», que estaba en la barra al lado de ellos, sacó un billete de mil pesetas del bolsillo de su camisa.

—¿Sabes que tienes una teta muy rica? —le dijo Gaspar, haciendo reír a Cobre.


I’m sorry?
—le preguntó en inglés la chica.

—Sí, zorra tú —respondió jocoso, sin que la chica entendiera.

David repartió las bebidas a sus amigos. Gaspar se quejó del poco contenido de alcohol que tenían los vasos, que medían con un aparato situado en la misma botella, y todos estuvieron de acuerdo en esa apreciación.

Después de un rato, se fueron hacia un espacio donde había una pequeña pista de baile. Un grupo de chicas bailaban formando un círculo. Por la forma de vestir, por sus peinados y porque en su centro habían puesto los bolsos, no había duda de que eran inglesas.

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