Authors: Josep Montalat
—¿Es domingo, no?
—¿Qué? Ésta es tu excusa para hoy —le respondió su amigo, mirándolo seriamente—. Es lunes, tío ¿De qué vas?
—¿Lunes? No me jodas.
—Tú sí que me jodes cada día que vengo a buscarte. No sabes ni el día en el que estás; eres imposible. Ésta es definitivamente la última vez que vengo a levantarte.
—¿De verdad es lunes? —preguntó Cobre, rascándose con brío la cabeza, extrañándose, sin entender qué había pasado con el día que ni siquiera había visto—. He estado durmiendo todo el domingo sin enterarme.
Lo hizo pasar y le explicó toda la historia del porro. David lo escuchó, más por paciencia que por compasión, sin acabar de creerle. Estaba disgustado con él, por decirlo de una manera fina, o hasta los cojones, dicho en plata, por el hecho de que cada mañana le sucedía algún contratiempo y apenas dedicaban dos horas a sus obligaciones en el proyecto del nuevo restaurante.
Por la noche, a Mati tampoco le hizo gracia verlo aparecer en el
pub
.
—El sábado te estuve buscando como una idiota por todo el Chic —empezó recriminándole—. Al final, David me dijo que te había visto salir. Fui a tu apartamento, pero no te encontré o no quisiste abrirme y ahora te presentas contándome yo qué sé que historia. ¿Me tomas por imbécil o qué? Si quieres follar con otra lo dices y en paz, ¿vale? —acabó diciéndole en un tono nada «chachi-piruli», dándole la espalda.
Cobre fue tras ella intentando explicarse. Mati, desde el otro lado de la barra, le dijo que era un mujeriego, un caradura, un embustero, en fin, una sarta de verdades. No obstante pudo arreglar la situación volviéndole a prometer que iba a dejar a Mamen en las Navidades y que luego irían a vivir juntos a un apartamento que buscarían entre los dos, y algunas otras ilusiones de ese calibre. Cobre había oído aquello de que se podía ser feliz con una mujer, pero habiendo tantas ¿con cuál de ellas?, era su trascendental pregunta. Ahora, aun sabiendo que se estaba complicando la vida manteniendo dos relaciones al mismo tiempo, se sentía incapaz de decidirse a romper ninguna de ellas, por lo que persistió en su propensión a usar la cabeza sólo para sujetar las orejas, dejando que el problema se solucionara al ralentí.
Se acercaban las Navidades. El veintitrés de diciembre llegó a Hospitalet para pasar esos días con su familia. Llevaba una buena cantidad de cocaína, para vendérsela a Bartolo, que seguía siendo su mejor cliente. Antes de irse de Empuriabrava, Mati le recordó la promesa hecha de cortar con su novia en esas fechas. Su cerebro procesó ese hecho y unas cuantas neuronas bailotearon una especie de jota aragonesa en un agitado círculo vicioso sobre sí mismas.
—Sí, claro que me acuerdo —respondió, al no encontrar otra respuesta más idónea.
La noche del veinticinco se vio con Mamen en Barcelona, pero no se sintió capaz de finalizar su relación con ella. Había hecho una reserva para cenar en un romántico restaurante y le obsequió una camisa y unos pantalones. Él no había pensado en ningún regalo. Después, alargando las sorpresas, Mamen lo llevó a un hotel cercano, donde había reservado una habitación en la que había una botella de champán en el interior de una cubitera con hielo. Bebieron y brindaron por su relación. Mamen apagó algunas luces y lo besó con pasión. Hizo que se desnudara y le ató las manos al cabezal de la cama con unas cuerdas que tenía escondidas. Luego ató sus tobillos a las patas de la cama y lo deleitó con un provocador striptease, despojándose lentamente del vestido y de la sugerente ropa interior recién comprada hasta mostrarle su atractiva desnudez. Seguidamente le anudó un pañuelo de seda cubriéndole los ojos y Cobre, sin ver nada, sintió que la chica subía a la cama, vaciaba un poco de cava sobre su ombligo y, con su boca y su lengua, lo iba absorbiendo lentamente. Volvió a verter otro poco del burbujeante líquido sobre el miembro de Cobre y lo acarició con su lengua en toda su longitud hasta que acabó apuntando al techo. Después se puso de rodillas sobre él, introduciéndoselo en su ya humedecido sexo y lo cabalgó con ganas. Al cabo de un rato, Cobre le anunció que no podía soportar más aquel placer y que iba a correrse. Ella lo hizo en aquel preciso instante y él la siguió casi al mismo tiempo, pero fuera de ella, como siempre procuraba hacer si no utilizaba un preservativo. Mamen, abrazándose a él, le dijo que lo amaba y él le respondió que también la amaba. Durmieron juntos en el hotel. Al día siguiente, después del desayuno servido en la habitación, se despidieron quedando en verse la noche de fin de año en el restaurante Imperial de Figueres, donde iban a cenar y celebrar la entrada del año nuevo con toda su pandilla.
Por la tarde, después de despedirse de sus padres, regresó a
Empuriabrava. Por la noche, muy dispuesto a dejar la relación con Mati, fue a verla al
pub
New York para hablarle seriamente. Como Cobre nunca dejaba para mañana lo que podía evitar indefinidamente, ya frente a la chica no se atrevió a cortar con ella y por el contrario le mintió diciéndole que había dejado a Mamen. Ella se alegró mucho y le dio el regalo de Navidad que tenía escondido debajo de la barra. Era una camisa negra con unas pequeñas rayas blancas, comprada en una tienda de Figueres. Le dijo que podía cambiarla si no le gustaba o no le iba bien. Cobre, extrañamente, tampoco había pensado en un regalo para ella. Mati le repitió otra vez lo feliz que la hacía el hecho de que hubiese cortado con su «ex», puntualizó. Quedaron en celebrarlo al día siguiente con una cena romántica, ya que era su día de fiesta y luego harían un poco de «sexo picante».
La tarde siguiente, fue a casa de Johan para hacerle la compra de «fin de año». Le abrió Sindy envuelta en una bata rosada. Enseguida notó por su sonrisa que iba colocada. Lo hizo pasar y sentarse en el sofá. La chimenea estaba encendida.
—¿Y Johan? —preguntó viendo los utensilios que Sindy había usado para prepararse su dosis de heroína esparcidos sobre la mesilla.
—¿Habíais quedado? —preguntó ella con su agradable acento, hablando muy despacio, al tiempo que iba poniendo unos troncos de leña en la chimenea.
—Sí, quedamos el martes para vernos hoy. ¿No está?
Sindy no respondió de inmediato y lo miró con su especial sonrisa.
—Se ha ido hace un rato con Gunter y su mujer a Cadaqués, a la inauguración de una exposición de pintura —dijo con una cálida y suave voz.
—¿Gunter está por aquí?
—Sí, ¿por qué? —preguntó, acercándose al sofá.
—No, por nada.
—¿Quieres tomar algo?
—No, gracias. Me voy, lo llamaré mañana —se levantó, nervioso de estar con ella a solas en la casa.
—Quédate un ratito y me haces compañía —insistió Sindy acercándose a su lado, haciéndole sentar de nuevo.
Cobre se notó inquieto. Ella se aposentó a su lado, muy próxima a él y lo miró a los ojos con su especial sonrisa y lentamente le posicionó la mano que le tenía cogida al interior de su bata, sobre uno de sus pechos.
—Sindy, no te pases —le dijo apartando la mano.
—¿No te gusto?
—No es eso… —respondió él, con los latidos del corazón palpitando a ritmo de samba—. Es que... no está bien.
La holandesa se levantó y dejó caer el batín por detrás de su espalda, quedándose completamente desnuda.
—¿Y ahora? ¿Te gustó más? —le preguntó la chica sin ningún tipo de rubor.
El sexo de Sindy estaba a unos pocos centímetros de su rostro y desde esa poca distancia veía perfectamente su rajita cubierta de escaso pelo rubio.
—Sí... Me gustas mucho... pero qué diría Johan —contestó muy nervioso, observando cómo ella ahora, con los dedos, acariciaba los suaves labios de su sexo, que casi le hablaban con sus movimientos.
—No te preocupes, Johan no lo sabrá —respondió la chica simplemente, al tiempo que se inclinó y lo besó en la boca.
Cobre evitó el beso, pero la holandesa se puso de rodillas sobre la alfombra y probó de nuevo. Esta vez cedió a su instinto sexual y mantuvo su boca en contacto con la suya. Se dieron un largo beso, entrelazando las lenguas. Cobre disfrutaba, pero la lucidez volvió a su cerebro. Pensó que si su marido los encontraba así, su negocio con la cocaína se iría al traste. Como pudo, retiró el rostro.
—Sindy, lo siento, me gustaría mucho tener sexo contigo, pero no está bien —le dijo mientras contemplaba con lástima sus hermosos ojos azules—. Puede venir Johan. Mejor que me vaya —dijo apartándola suavemente.
La chica no dijo nada, frunció el coño, perdón, el ceño, y permaneció de rodillas sobre la alfombra mientras él se escabullía por el otro lado del sofá.
—Lo siento, de veras, eres muy guapa y me gustas mucho, pero es mejor que me vaya —se excusó Cobre, percibiendo cómo a la chica se le desvanecía su sonrisa.
Se acercó a ella y le dio un tierno beso en la frente. Luego salió de la sala en busca de la puerta, que abrió él mismo.
—¡Jondia! —exclamó suspirando, y cogiendo aire, mientras caminaba por el jardín en dirección al coche.
A la mañana siguiente, llamó a Johan. Por lo visto habían tenido un malentendido entre el día 27 y el 28, día en que lo esperaba. Por la tarde, fue de nuevo a su casa. Sindy se comportó como si el día anterior no hubiese sucedido nada. El holandés tampoco hizo ningún comentario y llevaron a cabo la transacción con absoluta normalidad.
La noche del treinta y uno de diciembre, Cobre se preparó para celebrar el fin de año y, antes de ducharse y afeitarse, estuvo mirando la ropa que iba a ponerse. Dudó entre el regalo de Mamen y el de Mati. Probó varias prendas y al final optó por ponerse los pantalones de Mamen y la camisa de Mati. Sabía que la noche iba a ser decisiva para definirse en la relación con una de las dos y era bueno que llevase alguna de sus prendas. Llegó puntual al restaurante Imperial de Figueres. Mamen todavía no había llegado y aprovechó para ir con un par de amigos al Seat Panda a venderles la cocaína que le pidieron, de la cual, aquella noche venía bien surtido para hacer un muy provechoso negocio.
De regreso al restaurante, vio a Mamen junto a la barra, con una copa de cava en la mano, charlando con Belén. Vestía un elegante vestido largo y se había cambiado de peinado. La encontró guapísima. Pensó que la suerte estaba echada y que, definitivamente, iba a dejar a Mati. Mamen tenía mucha más clase, era muy buena chica y seguro que iba a ser más feliz con ella. La besó en el cuello por detrás. Ella se sorprendió y girándose le sonrió.
—¡Uy! Que me haces cosquillas.
—Otra clase de cosquillas te voy a hacer más tarde —le susurró al oído.
Ocuparon una larga y bien decorada mesa en uno de los salones de aquel fastuoso restaurante, al que iba por primera vez. La cena estuvo muy animada. Poco antes de las doce, todos tenían sus uvas preparadas para inaugurar el año 1986.
Tras las doce campanadas, bajo el griterío general y la lluvia de serpentinas y confeti se besaron. Mamen cogió su copa de champán.
—Que esta noche sea muy feliz y el preludio de toda nuestra vida juntos.
—Lo será —dijo Cobre, entrechocando las copas, recordando los buenos augurios que aquella mañana había leído en su horóscopo, y que le deparaban una hermosa noche con la persona amada.
Todos en la mesa se fueron levantando y besando, deseándose un feliz año, y bailaron animados. A la una y media, el grupo abandonó el restaurante en busca de sus coches para continuar la fiesta en el Chic de Roses. La discoteca lucía sus mejores galas. Con la entrada, que ellos tenían incluida en el precio de la cena, se podían consumir varias copas de champán. Cobre y Mamen fueron directamente a pedirlas a la barra que supusieron estaría más tranquila, la que estaba sobre la grada cercana al
light-joker
. Después del brindis, mientras bebían, vio sentado en un grupo a Gunter, acompañado de su mujer. Sobre las mesas que habían juntado destacaban varias botellas de Moët & Chandon puestas dentro de cubiteras con hielo.
—Voy a presentarte al alemán del accidente —dijo Cobre, cogiendo la mano de Mamen.
Gunter lo vio acercarse.
—¡Cabraaa! ¡Cabraaa! —gritó de lejos, provocando que los ocupantes de la mesa de al lado lo miraran con curiosidad y le hicieran ruborizar.
—Jondia con el cabra —pensó Cobre.
—¡Cabra, amigooo! —volvió a repetir Gunter, levantándose y tendiéndole la mano.
—¡Cobre! Me llamo Cobre —le recordó saludándolo.
—¡Ah! Ya... ¡Cobre, amigoooo! —rectificó el nombre mirando con indisimulado descaro a su bella acompañante.
—Te presento a mi novia, Mamen —anunció él, percibiendo su lujuriosa mirada
—Bonitaaaa. Bonitaaaa —dijo Gunter, cogiendo su mano y besándosela.
—Mirar y no tocar —le advirtió, sonriéndole—.«Y, desde luego, nada de trico-trico con ella», pensó para sí mismo mientras saludaba a Petra y se la presentaba a su chica.
El alemán los hizo sentar a su lado y les presentó alguna de las personas próximas a ellos, entendiéndose como podían en español y francés mezclado con plabras de inglés. Poco después reconoció a Sindy entre el gran grupo que los acompañaba. Iba elegantemente vestida y peinada con el pelo recogido. Dejó a Mamen conversando con Petra y se acercó a ella.
—Hola, Sindy, no te reconocía. Estás tan cambiada así… así vestida.
—Hola, Cobre, ¿qué tal?
—Muy bien. ¿Y Johan?
—Está en Holanda. Llegará mañana —contestó, sin duda colocada pero muy en su sitio, sin que se le notara.
—Ah… en Holanda —dijo, mirando hacia Mamen, que seguía hablando con la mujer de Gunter.
—Sí, se fue anteayer.
—Estás muy atractiva esta noche, pareces una estrella de cine.
—Gracias, tú también estás muy guapo.
—Nunca te había visto por aquí, ¿no venís mucho?
—Sí, a veces sí, pero vamos más a Le Rachdingue. ¿Lo conoces? —dijo, sonriéndole.
—Nunca he estado, ¿qué tal es?
—Es diferente... Está muy bien.
—Tendremos que ir algún día. Bueno, nos vemos. Estoy ahí... con mi novia. Da recuerdos a Johan —le dijo, yendo a sentarse al lado de Mamen.
Gunter lo atrajo hacia él.
—¡Fiestaaaa! —le dijo, brindando con su copa en la mano.
—¡Fiestaaa! —imitó él su entonación.
—¿Habéis venido a pasar las Navidades aquí? —preguntó Cobre.
—Sí… casa… robado... venido… policía… papeles.
Con la ayuda de Mamen acabó entendiendo que habían robado en su casa de Empuriabrava, que el jardinero les había avisado al ver una ventana abierta con los cristales rotos y que ellos habían venido a presentar la denuncia a la policía y a arreglar los papeles con la compañía de seguros. Era la segunda vez que entraban a robar en su chalet en menos de un año. También entendió que habían decidido quedarse a pasar el fin de año allí, en vez de en Baden-Baden, donde lo hacían todos los años, y estaban alojados en el hotel Almadraba-Park.