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Authors: Josep Montalat

Goma de borrar (15 page)

BOOK: Goma de borrar
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—El cerebro es necesario pero en su caso no se para qué. No debe de tener nada ahí dentro. Por eso cuando le decimos algo le entra por un oído y le sale por el otro. El sonido no se propaga en el vacío.

—Ja, ja, ja —se apuntó esta vez Cobre a la risa, mientras Gaspar lo contemplaba con cara de resignación.

—Bienaventurados los que se ríen de sí mismos porque nunca se les acabará el cachondeo —acabó diciéndole el vasco.

Al llegar al hotel, subieron directo a la habitación, estaban cansados del largo día, viaje incluido. Cobre se sentó en una silla. Estaba pálido.

—Creo que no me encuentro demasiado bien.

—Pues tendrás que buscarte mejor —le dijo el vasco.

Sin hacer caso a su amigo se levantó y con una mano en su boca se fue hacia el baño. Después de un rato asomó por la puerta.

—¡Jondia! Me han venido unas arcadas que casi vomito toda la cena.

—Pero no has vomitado, ¿no? —preguntó Gaspar.

—No, por suerte no —respondió Cobre visiblemente pálido.

—Ya me lo suponía. Para que un catalán devuelva algo...

Se acostaron, hablaron durante un buen rato con las luces apagadas. David hizo notar que ya estaba amaneciendo. Finalmente se durmieron.

A las once los despertaron. No habían puesto en la puerta el cartel de «No molesten», y venían a hacerles la habitación. David propuso levantarse para aprovechar el día. A Cobre le costó un poco, pero finalmente fue directo al baño a darse una ducha mientras Gaspar no parecía tener prisa por abandonar la cama.

—Venga, Gaspar, levántate —insistía David.

—¡Tururí! ¡Tururí! ¡Diana! —le dijo Cobre, en voz alta, cuando salió del baño ya más despierto.

El vasco seguía remoloneando sin hacer caso a sus amigos.

—Venga, Gaspar, vamos a desayunar —le insistió David, ya vestido.

—No seas perezoso —le dijo Cobre.

—La pereza es la madre de todos los vicios y como toda madre se merece un respeto —habló Gaspar desde su confortable lecho.

Desayunaron en un bar cercano al hotel, frente a la playa. Después se bañaron en el mar, jugando y haciendo tonterías, y finalmente se sentaron sobre las toallas.

—¡Ah! ¡Que placer! Ya iba siendo hora de ponernos un poco morenos —comentó Cobre.

—Sí, desde luego, ahora mismo debemos ser el blanco de todas las miradas —dijo la suya Gaspar.

Al poco rato sus ojos siguieron el contoneo de dos chicas extranjeras, que pasaban por delante de ellos llevando unos pequeños tangas color fucsia. Cobre les dijo algo y ellas sin hacerles caso siguieron su paseo por la orilla.

—Los tiempos están cambiando. No sé dónde iremos a parar

—dijo el vasco, siguiendo con la mirada sus visibles glúteos—. Antes a las chicas tenías que levantarles el bañador para verles las nalgas, ahora hay que apartarles las nalgas para ver la ropa.

Salieron las siguientes noches y en cada una de ellas ligaron el doble que en la anterior, o sea nada de nada. Iban a dormir muy tarde y se despertaban igualmente tarde, sobre todo Gaspar, que era a quien le costaba más levantarse. Después de comer, sus siestas eran también interminables.

—¿Siempre duermes tanto? —le preguntó David intrigado.

—No, si yo no duermo mucho, lo que pasa es que duermo despacio.

Uno de esos mediodías, mientras comían, hablaron del restaurante y del futuro de El Pollo Feliz. Estudiaron el balance y la cuenta de resultados que había preparado David y que era muy satisfactoria

Decidieron que se iban a repartir el saldo de la cuenta bancaria abierta en Empuriabrava, y Gaspar se ofreció a financiar la apertura de otro restaurante para el siguiente verano. Sus amigos, a cambio, debían buscar el lugar. La idea era que el nuevo local lo iba a llevar David, y Cobre se quedaría en el de Empuriabrava. La sociedad limitada que habían creado les pagaría setenta y cinco mil pesetas al mes por la media jornada de trabajo que dedicarían aquel invierno a la búsqueda. Gaspar haría un préstamo a la sociedad para poder cubrir ese gasto extraordinario, que le sería reembolsado al final de la temporada veraniega. El plan satisfizo a todos.

Los tres turistas sin fronteras salieron las siguientes noches pero no tuvieron suerte en localizar a chicas abiertas de mente y de otras cosas y decidieron que les convenía ligar de día; en la piscina del hotel o en la playa. Cobre hizo amistad con el hombre que llevaba el chiringuito próximo al hotel. Era un canario de unos cuarenta y pico años, y lo ayudaba su hermana, unos años más joven. Un día el hombre disertaba con Cobre sobre las mujeres, mientras a su lado, su hermana fregaba unos platos.

—Te voy a dar un consejo —le dijo a nuestro protagonista—. No te cases nunca. Ya lo dice el refrán: «Hombre casado, hombre castrado». Te lo digo yo, que sé de qué hablo. La mujer casada jode mucho pero folla poco. Los hombres deberíamos poder meterla a una y a otra, como hacen los animales.

—Eso es precisamente lo que sois —intervino la hermana, sin que el hombre hiciera caso al comentario.

—Mi mujer está a punto de cumplir los cuarenta, y creo que ya va siendo hora de que la cambie por dos de veinte —soltó, haciendo reír a Cobre.

—Pues más te vale que la cuides y no sea ella la que se largue con dos chicos de veinte —le dijo su hermana, molesta por el comentario—. Si quieres sexo variado, deberías hablarlo con Pilar. Quizás te sorprendas y por fin conozcas a tu mujer. El problema que tenéis los hombres es que buscáis con otras lo que podríais tener con vuestras mujeres, y esto os pasa simplemente porque no habláis ni os sinceráis con ellas, y así os van las cosas luego.

El canario, sin hacer caso a lo dicho, siguió la conversación por similares derroteros, y poco después le dijo a Cobre que no debían perderse una playa llamada Taurito, situada a unos kilómetros más al sur «que está llena de suecas en bola picá». Al día siguiente, los tres amigos se pusieron las gorras de explorador, las sandalias de travesía y se fueron a echar un vistazo. La playa estaba rodeada de cañizos y les agradó mucho, pero sus miradas no se dirigieron precisamente a la flora y sí a la fauna, la femenina sobre todo.

Cobre era el único de ellos que había estado en una playa nudista, en la Playa de las Gaviotas cercana a Santa Cruz de Tenerife, y aunque sólo había ido un par de veces y más bien de
voyeur
, este hecho le daba un estatus de entendido.

—¿Dónde nos ponemos? —le preguntó David.

Pasaron entre diversas personas desnudas tumbadas al sol, hasta llegar a la orilla. Allí, Cobre y Gaspar discutieron dónde instalarse.  Cobre proponía situarse al lado de dos chicas extranjeras, en el fondo de la playa, y Gaspar, quedarse cerca del agua. Al final, imperó la proposición de Cobre. Extendieron las toallas delante de las chicas y se quitaron la ropa, aunque únicamente David se desprendió del traje de baño.

—Venga, tíos, sacaos el bañador, joder. No veis que hacéis el ridículo, todo el mundo en bolas y vosotros así —les recriminó, tumbado de espaldas sobre la toalla.

—Tú sí que haces el ridículo. Pareces una cebra, con el culo así de blanco —le dijo el vasco.

—David tiene razón —dijo Cobre, deslizándose el bañador.

—Venga, huevecitos, a tomar el sol —anunció Gaspar, quitándose el suyo.

—Jondia, parece que me crece. El sol le debe de gustar —dijo Cobre.

—¿Por qué te crees que yo estoy de espaldas? —dijo David—. Aunque las dos rajitas que veo frente a mis ojos dificultan que reduzca su tamaño.

—Jondia, tienes razón.

Gaspar también estaba nervioso.

—¡Joder!, se les ve todo el chocho. Desde luego siempre de los labios de las mujeres he preferido los que no hablan —soltó.

—La que tienes en frente de ti o es lampiña o lo tiene depilado —observó David.

—Está depilado. Me encantan los chochos depilados —declaró Cobre.

—Pues Susana se pasa todo el día en la
esteticien
depilándose por todas partes. Un día de éstos, de tanto depilarse va a desaparecer —sentenció Gaspar.

—Con este calentón no podremos ir al agua —dijo David.

—Y si vamos todo el mundo se va a quejar porque seguro que subimos varios grados la temperatura —agregó Gaspar haciendo reír a Cobre—. Sí, ahora ríete, pero ya proponía yo que nos quedásemos cerca de la orilla.

—David, no mires tanto que las vas a desgastar —le recriminó Cobre.

—Jondia, tío, se me van los ojos sin querer. Tengo la picha tan caliente que ya parece un
frankfurt
cocido —reconoció David.

—Pues la mía ha crecido tanto que se asemeja a un
bratswurt
—expuso Cobre.

—Creo que acabaremos como un plato combinado —dijo Gaspar—. Pues a mí ya se me están friendo los huevos.

Cuando las chicas pasaron rumbo al agua, no perdieron detalle, ni cuando volvieron y abrieron unas bolsas de patatas fritas.

—Tienen hambre —dijo David.

—Podríamos ofrecerles un
hotdog
sin pan —sugirió el vasco.

—Más bien una longaniza sin pan. La tengo enorme... —dijo David, mirándose su pene— tres centímetros más y ya sería el rey del porno.

—Y cuatro centímetros menos, la reina —apuntilló Gaspar.

Todo su hacer se remitía a las palabras, ya que no se atrevían a ligar con las chicas porque se sentían incómodos con sus indiscretos miembros erectos, y además tampoco podían ir al agua pues les daba vergüenza pasar así en medio de las otras personas tumbadas en la arena, ni podían optar por ponerse sus bañadores porque les daba la impresión de que los demás los mirarían mal.

—Venga, nos levantamos y en una corrida nos tiramos al agua —propuso David.

—Desde luego ahora me tiraba a la agua... a la arena... y a cualquier cosa —dijo Gaspar.

—Si nos levantamos, todo el mundo se reirá viéndonos con esto tan tieso en medio de las piernas —dijo Cobre.

—Trasládeme yo a temperatura debidamente elevada y demuestre el vulgo su regocijo —dijo el vasco.

—¿Y eso que significa?

—Ande yo caliente y ríase la gente —tradujo el refrán, y luego, observando a una pareja recién llegada que se situó cerca de ellos y empezaba a quitarse la ropa, hizo girar la mirada a sus amigos—. Observad a la chica esa —dijo mientras se desabrochaba el sujetador del biquini—. Las ventajas del nudismo están a punto de saltar a la vista.

Con disimulo se situaron al lado de la orilla y pudieron refrescarse en el mar. Ya más relajados, contemplaron con descaro las idas y venidas que las chicas hacían al agua. Sentado sobre la toalla, Cobre se quejó de que notaba una molestia en sus partes.

—A ver si he pillado algo de la puta aquella de la primera noche —comentó, mirando su glande.

—Tendrás que ir al médico —le dijo David.

—Sí, quizás sí, pero no vayas a ningún urólogo a enseñarle la picha —le aconsejó Gaspar.

—¿Por qué no?

—Porque te la va a mirar con desprecio, te la va a tocar con asco y al final te va a cobrar como si hubiese sido él quien te la hubiera chupado.

CAPÍTULO 7

Líos de faldas

De regreso de Las Canarias, ya en Empuriabrava, Cobre llamó a Mamen y le dijo que la quería mucho y que la echaba de menos. Cuando llegó el viernes la llevó a cenar a un romántico restaurante de Palau Saverdera, un pueblo cercano. Ahí le regaló un hermoso anillo y una pulsera a juego que había comprado a unos hippies alemanes en un tenderete en Puerto de Mogán.

—¿Quieres ser mi novia? —le preguntó, poniéndole la alianza en su dedo.

—Sí, claro —respondió la chica y, de lado a lado de la mesa, se dieron un beso en los labios.

Con este regalo dio por oficializada su relación y, más tarde, en la cama de su apartamento, se recuperó con ella de los quince días de abstinencia.

En cuanto a su vida diaria, en vista de que Gaspar financiaba la apertura del nuevo Pollo Feliz y cobraría un sueldo de setenta y cinco mil pesetas por media jornada de trabajo, decidió prorrogar para todo el año el alquiler de su piso en Empuriabrava. No obstante, para poder vivir con desahogo, hasta que en verano abrieran los dos locales, debía buscarse un complemento económico. Su amigo David le había propuesto trabajar con él por las tardes, en la gestoría de su padre. Cobre, que no se consideraba a sí mismo vago, pero sí algo tímido para el esfuerzo, rechazó el empleo pensando en aprovechar las relaciones instauradas con Johan y especializarse en «camellología». Para ello, y después de cobrar la parte del saldo bancario que le correspondía de su participación en la sociedad limitada, hizo una visita al holandés, que le vendió la mercancía necesaria para abastecer la demanda de sus cada vez más numerosos amigos de Barcelona, así como la de Bartolo, su buen contacto en Hospitalet, que le pidió el doble de cocaína que la vez anterior.

Dedicó los días anteriores al inicio del nuevo trabajo al trapicheo con la droga. A pesar de sus buenos propósitos, la última noche de asueto fue a vender unos gramos de cocaína a los propietarios de un
pub
en Roses y, a lo tonto, se metió en la cama a las cinco de la madrugada. Cuando David, más responsable, fue a buscarlo a su apartamento puntualmente a las nueve, tuvo dificultades para hacerle abrir la puerta. Lo encontró todavía en pijama y no le hizo mucha gracia aquella falta de formalidad en su primer día de trabajo. A las once, después de que Cobre tomase un bocadillo de lomo con queso acompañado de un café con leche y leyese su horóscopo en un bar cercano, empezaron la jornada laboral. En los días sucesivos, se encontraron cada mañana para hacer sus inspecciones por distintas zonas turísticas cercanas a Empuriabrava, aunque para desesperación de su socio lo de tener que despertar a Cobre se hizo habitual y al cabo de casi un mes de búsqueda, no habían localizado ningún lugar idóneo para emplazar el nuevo restaurante.

—Tío, como mañana no estés levantado a las nueve, yo paso —le decía cada día David cuando al mediodía se despedían.

—Mañana a las nueve estaré a punto, no te preocupes —respondía Cobre.

Pero por la tarde se pegaba una buena siesta en su apartamento y cuando llegaba la noche, más descansado, salía, vendía algo de cocaína, se liaba con alguien a beber y seguía con el cachondeo. Así, casi cada mañana cuando David iba a recogerlo a su apartamento y, por fin, Cobre le abría la puerta, se oía invariablemente la misma cantinela.

—Lo siento, es que ayer fui a dormir tarde.

A pasos agigantados, Cobre se estaba convirtiendo en un auténtico «
singing-morning
». Para los que no tengan un nivel avanzado de inglés, un cantamañanas. No obstante y a pesar de los inconvenientes, a finales de noviembre localizaron un pequeño chalet con jardín muy bien situado en la urbanización de Santa Margarita que podía servirles para sus propósitos. Lo alquilaban, aunque la mujer que les atendió les dijo que había un pequeño problema: tenía un inquilino que no pagaba y lo quería desalojar, tenía el asunto en manos de un abogado que le había prometido que lo tendría libre como mucho a finales de enero. David, previsor, propuso seguir buscando solares libres y locales bien situados, Cobre por el contrario era de la opinión de esperar hasta enero y dedicar el tiempo al «
toking-boling
», o sea a rascarse lo huevos.

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