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Authors: Josep Montalat

Goma de borrar (14 page)

BOOK: Goma de borrar
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—Mira, ponen los bolsos en medio para que no se los roben —hizo notar Cobre.

—No, con lo feos que son, debe de ser para quemarlos, y antes hacen la danza del fuego —dijo Gaspar.

Terminaron sus bebidas y salieron. Iban por la acera, caminando tranquilamente, mirando los locales por los que iban pasando. Un poco más lejos, junto a la puerta de otro
pub
, vieron a una atractiva chica rubia apoyada con una pierna en la pared, bebiendo y fumando. Todos se fijaron en lo guapa que era. Cobre supuso que Gaspar iba a decirle algo y, efectivamente, al llegar a su altura, el vasco se paró frente la chica y con descaro se la quedó mirando, de arriba abajo.

—Caray, qué nena más interesante ¿Te estudio o te trabajo?

—Que te follen —le sugirió la chica, haciendo reír a sus dos amigos.

—Anda, si es española —dijo Gaspar, sorprendido—. ¿Qué, aguantando el edificio?

—No, aguantando a pelmazos como tú —respondió ella, quedándose tranquilamente en su postura.

—Ésta te ha salido avispada —dijo Cobre, riéndose.

—Sí, quizás debiera aguijonearla.

—Ja, ja, ja —volvieron a reír los dos amigos—. No le hagas demasiado caso, siempre es así —excusó David al vasco—. Es un caso perdido

—Pues no estaría mal que ahora también se perdiera... de vista —dijo ella haciendo reír a Cobre y a David.

—¿No te tengo vista de algún otro lugar? —insistió Gaspar.

—Es posible, por eso ya no voy a ese lugar.

—Ja, ja, ja —se partían el culo sus dos amigos.

—¿Tienes novio? —le preguntó Gaspar.

—¿Y tú, tienes novia? —preguntó asimismo la chica.

—Sí, la tiene y está muy buena —respondió Cobre por él, riéndose.

—Desde luego, me lo creo, porque para aguantar a un tipo así se tiene que ser muy buena... una santa por lo menos —dijo la chica cambiando su postura, pero permaneciendo igualmente apoyada de espaldas a la pared, mientras los dos amigos seguían riéndose del varapalo que le estaba pegando al vasco.

—Gaspar, te está dejando K.O. Te has encontrado a un fuerte enemigo —le dijo Cobre.

—Sí, pero la mejor forma de vencer a la enemigo es acostándose con ella.

—Ja, ja, ja. Ahora te has recuperado un poco —dijo, mientras una chica morena salió del local.

—¿Qué pasa? —preguntó a su amiga.

—Un burro por la plaza —respondió la rubia, mirando a Gaspar despectivamente mientras sus amigos se reían de nuevo.

—¿Quiénes son? —preguntó la morena.

—Unos godos que andan sueltos. Y éste de aquí, encima subnormal.

—Veo que no tienes pelos en la lengua —dijo Gaspar.

—Tú tampoco.

—Si quisieras, contigo tendría algunos de rizados y rubios, supongo —respondió el vasco volviendo a provocar la risa a sus amigos.

—No está hecha la miel para la boca del asno —dijo la chica.

—¿Sabéis de algún sitio que esté bien donde podamos ir y no sean todos extranjeros? —intervino David, intentando distender el encuentro.

—¿Alguna discoteca? —preguntó la recién incorporada a la conversación.

—Sí, alguna discoteca con buen ambiente —especificó David.

—Aquí cerca está La Luna, que está bien. ¿Tenéis coche?

—Sí —respondió Cobre.

—Podéis ir al Boccacio; está a la salida, en dirección a Mas Palomas. Es la mejor de la zona. Se ve desde la carretera.

—Vale, gracias —dijo David, y dirigiéndose a sus amigos preguntó—: ¿Vamos al Bocaccio?

—Sí, venga, vamos —secundó Cobre la proposición, y mirando a Gaspar añadió—: Ésta te ha salido contestona y ya te has pasado de la raya con ella.

—Bueno, me gustan las tigresas —respondió, todavía mirando a la rubia.

—En el zoo, con esa cara de simio, encontrarías lo que buscas —le respondió ella.

—Venga, Gaspar, vamos. A ésta no la tumbas —volvió a decirle Cobre—. Ya ves, sigue ahí de pie, tan tranquila.

—Sí, en pie de guerra. Quizás quiera fumarse mi pipa.

—Vamos —insistió Cobre, cogiéndole de la manga y empezando a marchar.

—Quizás te gustaría enfrentarte conmigo en otro tipo de cuadrilátero —dijo el vasco dejándose llevar—. En uno tipo «Flex» me refiero.

Poco a poco se alejaron por la acera.

—Menudo varapalo te ha pegado la tía —se reía Cobre.

—Que te rías tú no tiene importancia; si se riese Sócrates, sería distinto.

—Bueno, por lo menos lo has intentado —intervino David, consolándolo—. La tía tenía unas buenas curvas.

—Siempre sucede igual, las chicas que tienen las curvas más aerodinámicas son las que más resistencia ofrecen —sentenció Gaspar.

Ya en el
buggy
, partieron en dirección al Bocaccio, mojando por el camino a algunas de las personas que andaban por las aceras. Al llegar, accedieron con el coche a un solar que había junto a la discoteca. Estacionaron al fondo, al lado de una caseta de obras. Atravesaron a pie el improvisado aparcamiento y entraron en el local. Había bastante ambiente y, a diferencia del
pub
donde habían estado, había más mezcla de españoles y extranjeros. Vieron tres barras. Se fueron hacia la que estaba situada sobre un entarimado, al lado de la pista, y pidieron sus bebidas. Con los vasos en la mano se situaron al borde del entablado, mirando cómo la gente bailaba.

—La discoteca debe de ser de un español —dedujo Cobre, mostrando su gin-tonic lleno hasta la mitad de ginebra—. Esto sí que es una medida lógica. No esas miserables medidas que ponen en los pubs ingleses. Aquí a los británicos sí que les sale a cuenta venir a tomarse sus bebidas.

—Sí, pero creo que no les compensa, por el viaje —ironizó el vasco.

—Siempre intentando caer en la gracia —contestó Cobre.

—Es preferible caer en gracia que no de un tercer piso... o de la barra —le dijo su amigo, dándole un empujón y haciéndolo pisar la pista.

—¿Habéis visto a aquéllas de ahí? —señaló David a unas chicas que bailaban.

—¿Cuáles? ¿Las dos de la minifalda? —preguntó Cobre.

—Sí. Están provocando al personal.

—Creo que son canarionas —dijo Cobre—. Desde luego, las minifaldas no podrían ser más cortas, casi se les ven las bragas.

—Estas guarras no sé siquiera si llevan. Deben de gastar menos en bragas que Tarzán en corbatas —opinó Gaspar.

—Pues si son guarras, a nosotros nos convienen. A ver si nos estrenamos. ¿Por qué no vamos a bailar cerca de ellas? —propuso David.

Cobre no solía bailar y Gaspar tampoco hizo ningún movimiento para ir hacia la pista. Más tarde vieron que las chicas abandonaban el baile y se iban a otra de las barras. David entonces sugirió cambiar de sitio y los tres se fueron hacia allá, atravesando la abarrotada pista. El vasco, al pasar junto a una chica, hizo broma con ella, imitándola en sus movimientos de baile. Luego siguió a sus amigos.

—Ésta baila como si pisara mosto. En la finca de mis padres tendría buen provecho —dijo al alcanzarlos.

Al llegar a la otra barra, se situaron cerca de las minifalderas y nuevamente pidieron bebidas. Las dos chicas hablaban con una tercera, que había estado guardando sus consumiciones, bastante delgada, y que no destacaba como las otras.

—Ahora son tres. Una para cada uno —dijo David.

—¿Y quién se queda con la nadadora? —preguntó Gaspar.

—¿Qué nadadora? —le dijo David, sin entender.

—¿Cuál va a ser? La que «nada» por delante y «nada» por detrás.

—Bueno, Gaspar, no empieces a hacer el carcamal, o no mojamos, que a lo tonto, ya son cerca de las cuatro —dijo David.

—Me portaré bien —respondió, haciéndose el modoso.

David y Cobre, con las copas en la mano, provocaron el acercamiento. La utilizada excusa de preguntarles por el peso del oso polar les sirvió. Eran simpáticas y enseguida estuvieron hablando animosamente. De cerca, comprobaron que eran algo más mayores de lo que habían juzgado. La más atractiva era canaria, aunque dijo que había estado un tiempo viviendo en Venezuela. Las otras eran de la península, de Salamanca la que también vestía minifalda, y de Valencia, la más delgada. Les dijeron que trabajaban en un negocio turístico. Ellos también les comentaron que estaban en aquel sector y, exagerando, agregaron que tenían varios restaurantes en la Costa Brava. Para no profundizar en la mentira, buscaron otros temas de charla distintos al laboral. David las invitó a bebidas, mientras Gaspar se mantenía en una prudente reserva con sus espontáneos cortes. Estuvieron hablando de la isla, que si el ambiente, que si los turistas, que si los canariones, etc. La chica de Salamanca y Cobre empezaron a filosofar, que si la vida, que si la noche, que si las drogas, etc., mientras sus amigos conversaban con las otras dos. En un momento dado, Cobre dijo a sus amigos que se iba con Raquel —así se llamaba la muchacha— al coche para invitarla a una raya y que ahora volvían. Salieron de la discoteca y se fueron al
buggy
. Se sentaron en los asientos delanteros y mientras él preparaba la cocaína, Raquel vigilaba que nadie los viera.

—Viene alguien —dijo de pronto la chica.

—Jondia ¿Dónde? —preguntó Cobre girándose.

—Por ahí. Dos hombres o dos chicos, no sé. Parece que se acercan.

—Hagamos ver que nos besamos —sugirió Cobre, y juntó su boca con la de ella.

La chica puso su mano en medio, pero él se la hizo apartar y se besaron un rato. Poco a poco, colocó su mano izquierda entre los muslos de la chica.

—Venga, hagamos la raya —le pidió ella, retirándole la mano.

Cobre siguió con su trabajo con la cocaína, que se había desperdigado sobre el pequeño espejo, pero por fortuna, gracias a los bordes, no se había caído. Cuando estuvo preparada, la invitó a esnifar primero.

—¡Caray! Es muy buena —opinó Raquel.

—Sí, es de la mejor que hay —dijo Cobre, una vez esnifada su parte.

—¿Tienes mucha?

—¿Dónde? Aquí, en esta papela tengo casi dos gramos —contestó Cobre, mostrándole la papela puesta sobre el espacio que había junto a los indicadores.

—Pues es realmente buena —dijo la chica, relajándose en su asiento, contemplando la luna que frente a ellos asomaba encima de una edificación.

Cobre aprovechó para besarla de nuevo; ella lo detuvo.

—¿Quieres que te la chupe? —le propuso entonces la chica.

—¿Qué? —dijo él, sin saber si había entendido bien.

—Si quieres que te la mame —le repitió Raquel con su mano puesta sobre el paquete, acariciándoselo.

Cobre se quedó sorprendido del rápido giro que tomaba el asunto, pero teniendo en cuenta que le agradaba más el sexo oral que el escrito, aceptó encantado.

Raquel le desabrochó el botón del pantalón, bajó la cremallera de la bragueta y por el agujero sacó su pene ya endurecido. Lo acarició ligeramente con la mano derecha y después, inclinándose sobre él, se lo introdujo en la boca. El miembro de Cobre le creció en tamaño y cerró los ojos notando el placer que le daba la chica con su diestra lengua. De pronto ella paró.

—Si me das la coca que tienes… sigo —le dijo la chica sin incorporarse del todo.

—¿Qué dices? —preguntó Cobre extrañado.

—Si quieres que siga chupándotela, tienes que darme la coca.

—Jondia, tía, no jodas, vete a la mierda —dijo entonces él cabreado—. Eres una puta, ¿verdad?

Raquel no se entretuvo en responderle y sin perder más tiempo, cogió la papela de cocaína que estaba sobre el salpicadero y salió disparada del
buggy
sin que Cobre, que se estaba poniendo bien el pantalón, diera crédito a sus ojos. Bueno, en realidad no daba crédito ni a sus ojos ni a ningún otro órgano ya que era más bien tacaño y así sin más, vio desaparecer a la chica por un lado del solar.

—¡Jondia! Seré tonto —masculló.

Buscó las llaves en sus bolsillos. Las encontró y arrancó. Tiró marcha atrás y luego encendió las luces. No vio a la chica, aunque sí a más gente dirigiéndose a sus vehículos. Se fue hacia una de las salidas del solar. Al llegar, se percató de que ya habían cerrado la discoteca y la gente estaba saliendo. Vio que sus amigos estaban en la acera hablando con las amigas de Raquel y se dirigió hacia allá con el
buggy
.

—Venga, subid, nos vamos —dijo al llegar a su altura.

David se quedó mirándolo extrañado. Gaspar fue hacia el coche.

—¿Y la chica? —preguntó el vasco.

—Es una puta —le dijo Cobre.

—Ya te dije yo que eran unas guarras.

—Sí, pero no una puta de «guarrindonga». Sino una puta de verdad, de las de pagar —concretó Cobre—. Venga, larguémonos ya.

—David, venga, nos vamos —anunció entonces Gaspar al tercer amigo, haciendo un gesto con la mano.

—¿Dónde? —preguntó él, todavía de pie al lado de las dos chicas.

—A hacernos una paja. Venga sube —insistió.

David montó en la parte trasera del
buggy
, mientras Gaspar desde el asiento del copiloto se despidió de las chicas.

—Adiós, nenas. Se hace tarde y prometimos a nuestros padres que mañana los llevaríamos a jugar a los columpios. Quedaos en esta esquina: es muy buena.

Cobre puso primera y salió embalado. Ellas se los quedaron mirando.

—¿Qué ha pasado? —preguntó David extrañado de aquella rápida salida.

Cobre les explicó lo sucedido.

—De lejos parecían una cosa pero de cerca ya se veía algo raro —dijo Gaspar—. La delgada llevaba tanto maquillaje en la cara que he estado a punto de preguntarle si era protector lunar —explicó haciendo reír a sus amigos—. Ahora entiendo lo de que trabajaban en un negocio turístico.

—Ostras, pues yo nunca lo hubiera pensado —dijo David.

—Enseguida me ha dado la impresión de que estas chicas no tenían precisamente una carrera de letras —manifestó de nuevo el vasco—. Seguro que en el colegio en vez de estudiar ya se tiraban a todo el equipo de ajedrez. Y no precisamente gratis. Ya desde un inicio me ha parecido que sabían más de la vida que nosotros... y no como otros —acabó dando una colleja a Cobre.

—Mira qué inteligente el nene. Claro, yo soy tonto —dijo él.

—No digo que lo seas siempre, pero con el alcohol tus neuronas se evaden y las tres que quedan, se descoordinan —siguió hablando el vasco, haciendo reír a David—. Lo digo en serio. Yo te lo noto enseguida y más por la noche, cuando está oscuro. Como ahora; mira, David —señaló Gaspar con su dedo en el cráneo de Cobre—. ¿Lo ves? Su cerebro brilla por su ausencia.

—Es verdad —le apoyó David riéndose, mientras Cobre, sonriendo ligeramente, seguía conduciendo en dirección al hotel.

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