Authors: Josep Montalat
Entretanto, los tres chicos, con indisimuladas ponderaciones «cogñocitivas», se habían puesto de acuerdo en el reparto de las féminas. Santi se iba a quedar con Nadia, la rumana, y los otros dos amigos iban a «concentrarse» en Anais y Sheila. Tito le propuso a Cobre tomarse un baño de espuma con ellas y fue a preparar la bañera. Puso el tapón, abrió el grifo del agua caliente y un potente chorro fue cayendo en su redondo interior. Luego, cogió las tres muestras de gel que había sobre la repisa y vació su contenido en el agua. También vació los tres botes de champú en el agua, que ya alcanzaba casi medio palmo de altura. Si hubiera tenido Fairy también lo hubiera añadido, pero se quedó tranquilo al observar cómo ya se estaba formando una espesa capa de pompas.
Al salir del baño, Cobre estaba hablando con sus dos chicas y Santi, de pie, tonteaba con Nadia. Le había puesto la gorra del
Barça
en la cabeza y estaba tirando de los dos bordes de la bufanda provocando que la chica chocase contra él, mientras le hacía arrumacos. La rumana divertida le decía que ella era del equipo ganador de aquella noche.
—
Eu ţin cu Steaua Bucureşti.
(«Yo soy del Steaua de Bucarest.») Bacua... («Barcelona...»)
Barça
... ¡puff! —señaló con su dedo hacia abajo—.
Steaua campionă europeană.
(«El Steaua es campeón europeo.»)
—Sí, nos ha jodido bien esta noche el Steaua —dijo Santi—. Pero espero recuperarme luego contigo —le siguió hablando, sin que la chica le entendiera—. Toma, bebe más cóctel. Te alegrará el «conejito».
Nadia bebió un buen trago y vio los cohetes puestos dentro de una bolsa de plástico, con los largos palos sobresaliendo. Dejó la copa y fue a mirar.
—
¿Focuri de artificii?
(«¿Cohetes?») —preguntó, describiendo a continuación con mímica el lanzamiento y la explosión de fuegos de artificio—. ¡Boum! ¡Boum!
—Sí. ¡Boum! —imitó Santi sus mismos gestos.
—
¡O! Foarte frumos.. Bonito, bonito. Mă-nnebunesc după artificii
(«¡Oh! Muy bonito. Bonito, bonito. Me gustan mucho los cohetes.») —expresó la chica, mezclando el español y el rumano.
Tito vino hacia ellos.
—Cobre y yo vamos a tomarnos un baño de espuma con las otras dos. Vente luego con tu «bomboncito».
—Vale, buena idea, ahora vamos —le respondió su amigo—. Oye, Tito, ¿puedo tirar los cohetes? A Nadia le gustaría verlos.
—Tú mismo, Cobre ha dicho que los incluía en su participación de la fiesta... pagando entre todos el coste, claro —añadió, sonriendo.
—Vale, pues vamos a la terraza a tirarlos y luego nos añadimos al baño, a hacer otro tipo de fuegos artificiales, ja, ja, ja —se rio de lo dicho.
Tito le sonrió. Luego cogió su paquete de tabaco, una de las copas de cóctel y entró al baño, donde se oían las risas de Cobre y las chicas. Santi cogió la bolsa con los cohetes, abrió la puerta de la terraza y salió con Nadia al exterior, muy emocionada e ilusionada por ver los fuegos de artificio. El chico sacó de la bolsa de plástico uno de los cohetes y observó la larga mecha sobresaliente, los fue apoyando en la baranda, poniendo la parte más pesada, la que contenía el explosivo en el suelo y la larga vara de fina madera mirando al cielo.
Como sabemos, no es que el chico tuviera pocas luces, sino que era de los que apenas emiten parpadeos, y usted —como lector inteligente que suponemos, por leer este libro—, se habrá percatado de que Santi iba apoyando los cohetes en la barandilla en sentido inverso al que sería lógico, si la idea era que subieran hacia arriba.
Mientras los iba alineando a poca distancia, uno al lado del otro, se oyeron de nuevo unas risas provenientes del baño. Nadia giró su mirada en esa dirección, sonriendo. Santi, apoyando ya el último cohete, el de mayor tamaño, le dijo a la rumana que ellos también irían después.
—Bueno, esto ya está a punto. ¿Tienes fuego?
—
¿Foc? Nu am foc.
(«¿Fuego? No tengo.») —respondió Nadia.
Santi entró en la habitación en busca de su paquete de cigarrillos, encendió uno y salió de nuevo a la terraza, mostrándoselo, al tiempo que indicaba a la chica que se apartase un poco. Se puso de cuclillas, dio un par de caladas al cigarrillo y luego con su punta fue prendiendo las mechas, una tras otra. Estaba nervioso y la última no se le encendía. Dio una bocanada al cigarrillo y volvió a probarlo. Esta vez prendió.
—Bueno, prepárate —dijo yendo hacia la chica, que observaba expectante como las mechas iban desprendiendo ligeros destellos—. Aquí van los fuegos artificiales especiales para Nadia. Luego contigo voy a tener otro tipo de diversión —añadió, sonriéndole.
—Gracias, bonito.
El primer cohete comenzó a prender el cartucho de pólvora, y en vez de empezar a subir, cayó del apoyo de la barandilla y se quedó apuntando el marco de la vidriera de la puerta corredera, mientras Santi, atónito, sin comprender aquel extraño comportamiento, contemplaba los grandes chispazos que desprendía, acompañados de un ruido, algo así como «shiuuuuuu», y el proyectil salía disparado, dando bandazos a un lado y a otro de la terraza. Los dos sorprendidos espectadores se habían quedado observándolo, sin reaccionar, pero ahora, chillando aterrados, se apartaron de aquella especie de buscapiés y entraron corriendo dentro del salón, al tiempo que el segundo cohete, que de igual forma había caído al suelo, arrancaba, con otro silbido «shiuuuuuu» muy animoso, y a gran velocidad entraba tras ellos golpeando contra una de las paredes del salón, y de ahí rebotaba a la habitación anexa. Parecida trayectoria inicial cogió el tercer cohete pero después de entrar expeditivamente y de estrellarse contra la misma pared que el otro, quedó sobre una de las camas, soltando una enorme humareda, al tiempo que con un morrocotudo estruendo, que hizo retumbar el suelo, explotaba el que se había quedado trabado en la terraza, lanzando una formidable cantidad de chispas de colorines. Entretanto, Nadia y Santi con toda la habitación llena de humo se habían atrincherado detrás de un sofá. Al oír la fuerte detonación, Cobre había salido de la bañera y de pie, desnudo bajo el alféizar de la puerta del baño, con un cucurucho de espuma puesto sobre su mojada cabeza y con el pene apuntando al frente, se los quedó mirando boquiabierto y estupefacto, con la inconfundible expresión facial dibujada en su rostro que los ingleses llaman:
¡¡Oh, my god!!,
mientras el cohete caído sobre la gran cama seguía desprendiendo una gran humareda que se esparcía por toda la habitación. Atónito y aún con la boca en postura «muñeca hinchable», de súbito el cuarto cohete, en una trayectoria directa, le pasó a gran velocidad rozando su hombro izquierdo y entró en el baño rebotando contra las paredes. El segundo cohete explotó en aquel instante en la habitación anexa con más estrépito que el primero y Cobre, de un salto, se refugió tras el sofá en el que estaban Santi y la rumana, justo en el momento en que a escasa distancia de sus tímpanos, sobre la cama, detonaba con una potencia de 140 decibelios el tercer cohete, al tiempo que del baño salían disparados, envueltos en espuma, Tito y las dos chicas, protegiendo con las manos sus ojos del humo y de los destellos de colores que como confetis iluminaban todo el espacio de la habitación. Tito no supo dónde ir, pero las chicas parecía que lo tenían claro y desnudas, una de ellas con una toalla en la mano, corrieron en dirección a la puerta de salida. Él fue hacia la terraza, pero vio que ahí estaba arrancando el último cohete, el mayor de todos y entonces sus piernas se estiraron e iniciaron el movimiento de largarse en la misma dirección que las chicas. En el mismo momento, explosionó el cohete que había entrado en el baño, con un ruido más seco que los anteriores, debido al menor espacio del cuarto, al tiempo que las chicas, empapadas en espuma, aparecían en el largo pasillo de aquel quinceavo piso, del que se iban abriendo puertas por las que asomaba gente en pijama y se quedaban observándolas sorprendidos. Instintivamente, las dos
stripper
protegieron su desnudez abrazándose una a la otra. Luego, apareció Tito saliendo a todo trapo también desnudo, seguido a poca distancia por el quinto cohete, que a gran velocidad golpeó contra la puerta cerrada que había enfrente de la suite. Las chicas, al ver aparecer el artilugio en el pasillo, separaron su lésbico abrazo gritando asustadas, protegiéndose detrás del cuerpo de Tito. El cohete explosionó a poca distancia de ellos con gran fragor, acompañado de una espectacular lluvia de multicolores chispazos que fueron cayendo sobre los tres nudistas mientras el improvisado y ya numeroso público del enmoquetado pasillo contemplaba más que atónito la escena, algunos de ellos encerrándose de nuevo en sus habitaciones. Por otro lado y sin que nadie se percatara, de aquel estallido de humo y chispas, se habían desprendido tres pequeños paracaídas con algo redondo sujeto en cada uno que soltaban leves centelleos. Formaban parte de la segunda fase del artificio, ingeniado para que aguantaran unos segundos en el cielo y luego detonaran cerca del primer bombazo, lo que sucedió, claro está, allí mismo, en el pasillo: «¡Boum! ¡Boum! ¡Boum!», se oyó por tres veces cómo estallaban con potente estruendo, levantando vistosas chispas de colores distintos, y una gran humareda. Tito se puso de cuclillas y se protegió el rostro con las manos, mientras las dos despavoridas prostitutas huían en ropa de trabajo, hacia el fondo del pasillo, en tanto con un ruido ensordecedor aullaba la alarma de incendios y del techo empezaban a caer enormes chorros de agua regando a toda la concurrencia.
Los tres amigos recibieron un memorable varapalo por el inusual alboroto provocado en el Hotel Princesa Sofía, que aparte de las molestias ocasionadas a los huéspedes del establecimiento, indujo el desplazamiento de varias dotaciones de vehículos de emergencias, al suponerse un atentado de la banda terrorista ETA. La primera bronca les vino de un capitán de la Guardia Civil que les dijo que les faltaba un buen hervor, un par de vueltas en la sartén y sazonarlos al gusto por tirar aquellos potentes cohetes dentro del edificio. Esta opinión era compartida por Cobre y Tito, que habían tenido la oculta tentación de tirar a Santi del quinceavo piso y convertirlo en calcomanía sobre la acera al haberles impedido regocijarse con los tres deseables cuerpos de las chicas, en vez de sufrir el berrinche de ese otro nada apetecible cuerpo, el de la Benemérita. El segundo en reñirles fue el encargado del hotel, que de muy mal yogurt los embroncó mostrando en su mano derecha las anotaciones de las quejas de los clientes que la recepcionista había recibido, al tiempo que Cobre demostraba su extraordinaria habilidad en rascarse las orejas debido al molesto pitido que retumbaba en sus tímpanos. El director estuvo a punto de perder los papeles —los de los nervios, se entiende—, por las consecuencias de aquella algarada y, previo pago de la cuenta, los despidió en la puerta giratoria con la deferencia y distinción exigida a su notabilidad —de hacerse notar, se sobrentiende—. Por otro lado, quince días más tarde de la fecha de autos, —de los autos de policía, bomberos y ambulancias que se personaron en los alrededores del hotel—, comenzó a gestarse otro rapapolvo, que recibirían los dos amigos de sus novias.
Otro verano, otro empleo
Casualmente, en la casa de nuestro protagonista en Empuriabrava, Mamen, un viernes de finales de aquel mes de mayo, buscando un encendedor, abrió el cajón de la mesilla de noche de Cobre, que estaba en el baño, y le llamaron la atención unos papeles sujetos con un clip, con el título de «fiesta» escrito con un rotulador. Vio, entre ellos, una factura de un conocido hotel barcelonés de cinco estrellas a nombre de Alberto Balcells, un ticket de Visa con el curioso concepto de «2 servicios» de una tal Julia Gimeno Robles, un comprobante de Telepizza con la anotación «2 pizzas gigantes», otro del Caprabo y de otro supermercado con los conceptos de «9 cervezas, 1 botella de Fanta naranja, 2 botellas de Codorniu, 0,25 Kg de limones, etc..», un papel escrito a mano con la letra de Cobre que decía «petardos y cohetes por importe de 7.800 pesetas», otro también con su letra, simplemente escrito con la letra «C» y debajo «12.000 ptas.» y un último papel también escrito a mano con otro tipo de letra, con el título «
Sex Passion
por importe de 5.000 pesetas». Lo dejó todo de nuevo en el cajón al oír el ruido de la cadena del W.C. y, con disimulo, atendió recostada en la cama la llegada de su novio, que apareció desnudo por la puerta, en visible condición de homo erectus. Mamen se excusó de sus intenciones alegando un repentino dolor de cabeza —eficiente método anticonceptivo—, y después, ya con la luz apagada, estuvo pensando en el significado de aquellos sospechosos papeles.
La noche siguiente, en la discoteca Chic de Roses, se lo comentó a su amiga Belén. Ella se sorprendió al conocer la factura del hotel a nombre de Tito en manos de Cobre y le dio una clara pista de lo que podía ser el
Sex Passion.
Los celos se desbocaron. Convinieron en que Mamen tomaría nota de todos los datos que figuraban en aquellos tickets y que lo hablarían durante la semana en Barcelona.
Indagaron a conciencia el nombre y la dirección que constaba en el comprobante de pago de la tarjeta Visa. Sus pesquisas como investigadoras duraron dos semanas hasta que una tarde vieron salir de un portal de la calle Balmes a una chica morena, con el pelo lacio, vistiendo una provocadora falda corta, que se subía a un taxi que había estado esperándola. Con la moto Vespa de Belén siguieron al coche bajando por aquella calle, y giraron tras él a la izquierda entrando en la Diagonal y poco después a la derecha descendiendo por el paseo Rambla de Cataluña. El taxi se detuvo y las dos amigas observaron a la espectacular morena cruzar con un insinuante andar, de lado a lado, aquel arbolado paseo, hasta que desapareció de su vista en la puerta giratoria del Hotel Calderón.
—No creo que sea precisamente la recepcionista —comentó Mamen, sentada detrás en la moto.
Para confirmar sus sospechas, entraron tras ella en el hall del hotel y vieron que el indicativo luminoso sobre la puerta del ascensor señalaba que se detenía en el cuarto piso.
—No creo que en esta planta estén las oficinas —dedujo esta vez Belén.
Aun así preguntaron en la recepción si una chica llamada Julia Gimeno trabajaba en el hotel, a lo que les respondieron que no constaba nadie con aquel nombre entre el personal del establecimiento, siquiera como florero. Salieron y aguardaron pacientemente sentadas en un banco de la rambla con la vista dirigida a la puerta giratoria del hotel. Al cabo de poco menos de una hora, la vieron aparecer en la acera y subirse a otro taxi, demostrando con total seguridad que el presente de aquella escultural chica dependía de sus propios recursos naturales. Ante aquella evidencia, lo hablaron con sus respectivos novios.