Authors: Josep Montalat
Afortunadamente para los dos amigos, días antes del seguimiento, Belén se había ido de la lengua y Tito, después de intercambiar varias llamadas telefónicas con Cobre, había tenido tiempo de ponerse de acuerdo con él en algunos puntos de su posible coartada. Por separado, admitieron buena parte de los evidentes hechos que les imputaban, aunque los desvirtuaron «ligeramente». Dijeron que se habían reunido en aquel hotel con varios ex-compañeros de estudios de Tito para ver el partido de fútbol. Que eran más de veinte y que por el hecho de ser tantos habían pedido una suite. Que algunos, durante el partido —mientras hablaban de las jugadas, bebiendo las cervezas y sobre todo el champán que habían comprado para vitorear el resultado del Barça— se habían tomado unas pastillas afrodisíacas ya que tenían ganas de celebrarlo más tarde con sus novias. Que lo de la letra «C» eran las doce mil pesetas del cava que Cobre, el día antes de ir a Barcelona, había comprado bajo mano directamente a un amigo que trabajaba en las bodegas de Peralada. Que al final del partido, debido al incremento de su libido y sobre todo de lo bebido, hablaron de contratar por teléfono a una prostituta. Que sortearon al agraciado que estaría con ella en el rato en que la chica venía de camino al hotel. Que el afortunado ganador del premio había sido un tal Víctor. Que lo de «2 servicios» era debido al incremento de precio por tratarse de un desplazamiento fuera de horario, ya que eran más de las tres de la madrugada. Que la chica pidió el importe a su llegada y había tenido que pagar Cobre, que era el único de los doce que en aquel momento quedaban en la habitación que llevaba tarjeta de crédito. Que poco después de su llegada y debido al enorme jaleo que anteriormente habían estado montando y a las quejas de las habitaciones vecinas, les pidieron que abandonaran el hotel. Que al llegar el grupo a la recepción, Tito reunió dinero entre los que quedaban y que por eso le habían hecho la factura del hotel a su nombre. Que guardaban los papeles precisamente para cobrar a los más de diez que se habían ido sin pagar. Que en definitiva no se trataba más que de una juerga de amigos en una noche de fútbol.
Al día siguiente de aquellas similares confesiones las dos chicas se reunieron de nuevo en la terraza del Bar Mandri para hablarlo.
—¿Tú que opinas? —preguntó Mamen.
—A mí me parece que no dicen toda la verdad —respondió Belén—. ¿Y a ti?
—Lo mismo. Pero desde luego las dos versiones coinciden. ¿No habías hablado nada de eso antes con Tito, no? —preguntó Mamen, mirando directamente a los ojos de su amiga.
—No... yo no —respondió, nerviosa.
—¿Seguro?
—¡Umh!... bueno... quizás se me escapó algo —reconoció Belén, ruborizada.
—Es lo que suponía... por teléfono noté un poco raro a Cobre, como si esperara mis preguntas... debí haber aguardado a verlo en Empuriabrava para hablarlo... Bueno, ahora ya está hecho —dijo Mamen, resignada.
—Lo siento —dijo su amiga, bajando la mirada.
—Quizás todo sea verdad igualmente, pero yo creo que aquí puede haber algo más que una juerga de fútbol con otros amigos. Y en todo caso ellos eran los organizadores y no unos participantes cualesquiera. Sino… ¿por qué iban a tener que cuidarse de cobrar a los demás?
—Es verdad —apoyó Belén esta deducción.
—¿Y por qué no nos habían dicho que irían a ver el partido ese en un hotel? —arguyó de nuevo Mamen—. Cobre podía haberme llamado diciendo que venía a Barcelona. Y Tito tampoco te dijo que iba a un hotel con unos amigos a ver el partido. Si no llega a ser por nuestra investigación, nunca lo hubieran hecho —razonó Mamen—. Lo han confesado porque los hemos descubierto.
—Sí, eso es verdad. Han confesado gracias a nuestras indagaciones. Y dicen que nadie hizo nada con la chica, pero eso no me lo creo.
—Yo tampoco. Quizás sí le tocó a ese tal Víctor que dicen, pero ellos participaban en el sorteo y si les hubiera tocado a ellos lo hubieran hecho con la puta. ¿O no?
—Es cierto, no podemos dejarlo pasar así como así. Además, si ahora cedemos, otro día en vez de una prostituta será con cualquier otra guarra que encuentren por ahí —dijo Belén.
—Sí, y a nosotras que nos den morcilla.
—Son unos machistas. No me extrañaría que algún otro día en que no he ido a Roses, Tito me la haya pegado.
Las dos se iban enfadando a medida que hablaban. Belén le confesó unas sospechas que tenía referidas a una chica y Mamen también retrocedió en el tiempo.
—A mí, Cobre ya me engañó con aquella guarra del
pub
de Empuriabrava. Me dijo que nunca más iba a volver hacerlo y, ya ves, a la mínima, participa en el sorteo de una puta.
—Todos son iguales. Tito no para de mirar a todas las chicas que ve. Yo ya estoy harta, para mí la fidelidad es muy importante y ellos no piensan más que en juergas a solas.
—¿Qué hacemos, pues? —preguntó Mamen.
—Nos hacemos las duras con ellos y, de momento, nos vamos nosotras dos juntas los próximos fines de semana a pasarlo bien —propuso Belén—. Luego ya veremos.
—Vale. Me parece buena idea. Pero iremos a sitios que ellos no conozcan; y aunque no hagamos nada, les tendremos en vilo. A ver si escarmientan.
—Vale. Ji, ji, ji —rio Belén.
Coincidiendo con el fin de sus exámenes de junio, las dos amigas aprovecharon para pasar el fin de semana en Cadaqués, reservando una habitación en el Hotel Playa Sol. El viernes sólo salieron un rato, ya que pensaban ir al día siguiente a la playa, pero el sábado la cosa fue distinta. En el restaurante, acompañaron la cena con una jarra de sangría y estuvieron hablando sobre sus respectivas relaciones.
—Seguro que lo del Hotel Princesa Sofía es una trola —dijo Belén.
—¡Pues que les den morcilla! —soltó Mamen, haciendo reír a su amiga.
—Eso, y a nosotras que también nos den esta noche otras buenas «morcillas» —añadió, riéndose las dos.
Decidieron desquitarse con la misma moneda y alentadas pidieron otra jarra de sangría. Salieron del restaurante muy entonadas, y abrazadas bajaron cantando, por la empedrada calle, una canción de «El chaval de la peca».
—«Libres.... como el aire... somos libres...».
Felices como en un anuncio de compresas, recorrieron distintos bares trincándose numerosos gin-tonics y a las tres de la madrugada, en un lugar de la marcha de cuyo nombre no se acordaron, bailaron provocativamente encima de la barra. Era una discoteca llamada El Hostal, donde conocieron a unos italianos que estaban de vacaciones y después del cierre las invitaron a su apartamento. Ellas bajo la aún animada carpa que había en el exterior de la discoteca dudaban si ir. Los dos persuasivos italianos insistían.
—¿Vamos a su casa, pues? —preguntó Belén, medio tambaleándose.
—... Lo elegimos a suertes como ellos hicieron con la puta morena esa —propuso Mamen con la voz quebrada por el alcohol.
—Vale —rio divertida su amiga.
—Si sale cara nos vamos con ellos, si sale cruz nos vamos a dormir —dijo Mamen antes de tirar una moneda al suelo.
Belén, con dificultad, debido a la cogorza que llevaba, se agachó a recogerla. La miró con detenimiento, poniéndosela muy cerca de los ojos.
—Cruz no veo ninguna, en el lado que ha salido solo hay un escudo y en el otro me parece que veo una cara. Pero no veo bien si es la de Franco o es la de Juan Carlos.
—Bueno, vamos a probar con otra moneda —propuso Mamen, rebuscando en su bolso.
—No hace falta, tontaina —se rio su amiga mientras uno de los italianos tiraba de ella—. No hace falta otra moneda. Ji, ji, ji. En uno de los lados de la moneda seguro que he visto un careto y qué más da que sea de Franco o sea de Juan Carlos. Ji, ji, ji. Igualmente es una cara —reía, mientras el chico se la llevaba ya por la acera.
—... Ah, claro, qué tonta... sea de quien sea es igualmente una cara —dijo entonces Mamen para sí misma, dejándose llevar de la mano por el otro joven.
El siguiente fin de semana las dos amigas, tal como habían previsto, fueron de nuevo a Cadaqués para verse con los italianos, esta vez sin reserva de hotel y con la intención de instalarse en su apartamento, pero, cuando se encontraron con sus ligues, vieron que ya tenían otras amigas con las que entretenerse. Una semana después de aquel frustrante
weekend
, reanudaron las relaciones con sus novios.
Cobre entretanto se había centrado en el restaurante El Pollo Feliz, que había abierto a mediados de junio y ahora funcionaba a pleno rendimiento. También había llegado Gunter a Empuriabrava, trastocando la cómoda vida que llevaba en la casa, aunque no le dijo nada al verlo instalado en una de las habitaciones de la planta superior.
El alemán no paró de salir desde su llegada, y muchas noches le acompañaba en sus periplos a la discoteca el Girasol, regadas con el champán al que tan aficionado era. A Cobre le resultaba un verdadero suplicio tener que levantarse para trabajar al día siguiente. Lo amortiguaba abriendo los ojos cuando el sol ya molestaba, presentándose tarde al restaurante, lo cual, por supuesto, no hacía muy feliz a su socio. Luego, para ayudarse a trabajar, se autoprescribía cada día una raya de cocaína después de la comida del mediodía y algunas veces también al atardecer, aparte de las que añadía si por la noche salía con Gunter, o los fines de semana con sus habituales amigos.
Julio resultó un desastroso mes para Cobre. Perdió cuarenta gramos de cocaína por culpa de un pequeño descuido provocado indirectamente por la llegada de Gunter, ya que se vio obligado a hacer las transacciones de aquel boyante negocio fuera de la casa. Una mañana que esperaba a su buen cliente de Hospitalet de Llobregat la colocó bajo el asiento del coche, que aparcó cerca del restaurante. A las cuatro de la tarde, empezó a caer un aguacero y no se acordó de que había dejado abierta la ventana practicable del techo. A las seis, fue a buscarla con Bartolo y encontró el Panda completamente inundado y la cocaína envuelta en un plástico tamaño cartera, irremediablemente perdida, flotando en el agua sucia. Cobre desprendió las grapas que cerraban el envoltorio, presionó la pasta, ahora grisácea y blanda, y descubrió que la cocaína no siempre era una droga dura.
—¡Jondia! Menuda putada —soltó muy afectado, viendo la cocaína como si fuera un reloj blando de Dalí—. Esto ya no vale para nada.
—Quizás puedas utilizarla como masilla —comentó Bartolo sin que este uso alternativo reconfortara su cabreo, al ver la liposucción que el accidente ocasionaba en sus ingresos.
Pero lo peor de aquel mes sucedió el último domingo, cuando David lo descubrió guardándose en el bolsillo trasero de sus tejanos un dinero que había cogido de la caja registradora, lo que provocó una discusión.
David sospechaba desde el año anterior que Cobre cogía dinero sin permiso, ya que muchas veces la caja no cuadraba, pero él lo negó, y su socio le respondió que tenía pruebas. Hizo venir al chico que los ayudaba en la preparación de los pollos y le hizo decir lo que había visto la semana anterior. El chico, un poco asustado al tener que descubrir a uno de sus jefes, dijo que lo había visto coger unos billetes de la caja registradora y ponérselos en un bolsillo del pantalón. El relato lo dejó sin argumentos. Luego, a solas, David le mostró la fotocopia de un cheque firmado por Cobre, por un importe de «23.417 pesetas», presumiblemente un pago al proveedor de los helados Frigo, que extrañamente había sido ingresado en su cuenta bancaria particular. Le preguntó dónde estaba el abono que faltaba en la carpeta donde guardaban las facturas, ya que con la eliminación de aquel documento cuadraba la ficha de aquel proveedor.
Ante aquellas evidencias, se sintió desmontado como un Lego. David le propuso una salida honrosa: dejar el restaurante y recuperar su inversión. Cobre aceptó, a cambio de que no dijese nada de lo sucedido a Gaspar, y así, a los pocos días, después de llegar a un acuerdo monetario, salió del negocio. Por teléfono, le dijo a Gaspar que estaba cansado de ese tipo de trabajo y que dejaba el restaurante. Su amigo no se opuso, siempre y cuando David permaneciera en él. Le dijo que pensaba venir a mediados de agosto con su novia, aprovechando un viaje de vacaciones por Francia, donde iban a visitar una exposición de maquinaria vitivinícola que tenía lugar en Montpellier, a unos doscientos kilómetros de Empuriabrava, y entonces podrían firmar la venta de acciones ante el corredor de comercio.
Cobre, por supuesto, ocultó a todos la verdad de lo sucedido en El Pollo Feliz y, cómo no, a Mamen, que a los pocos días se iba a pasar el mes de agosto a Irlanda, a estudiar inglés. Reconocía que por una estupidez había echado por la borda un proyecto profesional con futuro y sentía que había fracasado, pero en vez de sacar una utilidad a aquel fiasco y cambiar sus actitudes, pensó en centrar su vida laboral estableciendo nuevos contactos para sus trapicheos con la cocaína y también aprovechó para salir más con Gunter, tomándose así el mes de agosto de absoluto veraneo.
El alemán no dejaba de ligar con chicas en el Girasol, eligiéndolas más por sus atrayentes continentes que por su contenido y las invitaba a pasear en su barco, a lo que Cobre también se apuntaba. Nada más salir de la bocana del puerto de Empuriabrava, Gunter se desprendía del bañador y se paseaba desnudo por el barco, a la vista del ramillete de flores de turno que le acompañaban dispuesto a contribuir con su capullo, y las invitaba, con más o menos éxito, a imitarle en su
striptease
. Los litros de champán que se bebían en el barco ayudaban a desinhibir a muchas de aquellas chicas, mayoritariamente extranjeras, y la fiesta, muchas veces, proseguía en la casa. Dichosamente para Cobre, en Irlanda a Mamen, ajena a este desenfreno, no le salían los cuernos por falta de calcio.
A mediados de mes, llegó Petra, ya que dos días más tarde celebrarían el cumpleaños de su marido. A la cena de aniversario, Gunter invitó a más de cien personas, entre ellos a Cobre y, de rebote, por ser sus amigos, a Gaspar y su novia Susana, que procedentes de su viaje por Francia, llegaron a Empuriabrava un día antes de la fiesta y se alojaron en un hotel de Roses.
A la mañana siguiente, mientras Susana se quedaba tomando el sol en la piscina del hotel, los tres amigos fueron al corredor de comercio de Figueres a firmar la compraventa de las acciones del restaurante.
—¿Estás seguro de abandonar la sociedad? Todavía estás a tiempo —preguntó el vasco, mientras atendían en una habitación la llegada del letrado.