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Authors: Kurt Vonnegut

Tags: #Ciencia Ficción

Galápagos (28 page)

Lo que finalmente lo había arrastrado fuera del banco de arena era la acumulación de agua de lluvia y algas en la popa. El agua de mar se había filtrado a través del eje propulsor de una de las hélices. El barco se deslizó bajo las aguas durante la noche. Nadie en realidad lo vio iniciar este último tramo del «Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza», tres kilómetros directamente hacia abajo hasta la hoya de Davy Jones.

13

¡El banco de arena frente a la casa del *capitán era por cierto un sitio lúgubremente histórico! Me sorprendió que quisiera verlo todos los días. Fue por ese bulto a medias anegado por donde *Hisako Hiroguchi y la ciega *Selena MacIntosh, tomadas de la mano, habían bajado al agua buscando y encontrando juntas el túnel azul que conduce al Más Allá. *Selena tenía cuarenta y ocho años y era todavía fértil. *Hisako tenía cincuenta y seis, y hacía ya tiempo que no ovulaba.

Akiko se alteraba cada vez que veía el banco de arena. No podía evitar sentirse responsable del suicidio de las dos mujeres que la habían criado, aun cuando *Mandarax hubiera dicho que sin duda era la depresión de *Hisako, intratable, monopolar y posiblemente heredada, lo que las había matado a ambas.

Pero era un hecho que no podía escapársele a Akiko que *Hisako y *Selena se habían matado poco después de que ella se fuera a vivir por cuenta propia.

Tenía entonces veintidós años. Kamikaze no había alcanzado todavía la pubertad, de modo que no había contado en la decisión de Akiko. Simplemente estaba viviendo sola, y le gustaba. Había pasado ya la edad en que la mayoría de la gente deja volando el nido, y a mí me pareció bien que lo hiciera. Había visto cuánto le dolía que *Hisako y *Selena le hablaran en un lenguaje infantil mucho después de que ella se hubiera vuelto una mujer robusta y perfectamente capaz. Y, sin embargo, lo había soportado durante un tiempo terriblemente largo, pues agradecía de veras todo lo que habían hecho por ella mientras no había podido valérselas por sí misma.

El día que se marchó, todavía le cortaban la carne en trocitos, si podéis creerlo.

Durante un mes, a partir de entonces, continuaron reservándole un sitio en cada comida, con la carne ya cortada, y la arrullaban y la mimaban gentilmente aun cuando ella no estuviera allí.

Y de pronto, un buen día, la vida ya no valía la pena.

*Mary Hepburn, a pesar de todas sus dolencias, todavía se valía por sí misma cuando fue a ver al capitán moribundo. Todavía recolectaba y preparaba sus propios alimentos y mantenía su casa perfectamente limpia. El *capitán era una carga para la comunidad, es decir, una carga para Akiko. *Mary no lo era, por cierto. A menudo había dicho que si sintiera que estaba por convertirse en una carga para alguien, se metería en el agua como *Hisako y *Selena, e iría a encontrarse con su segundo marido en el suelo oceánico. El contraste entre los pies de *Mary y los del consentido *capitán era notable. Tenían, por cierto, historias muy distintas que contar.

Los de él eran blancos y suaves. Los de ella eran rudos y pardos como las botas de montaña que había llevado consigo a Guayaquil tanto tiempo atrás.

De modo que le dijo a ese hombre a quien no había hablado durante veinte años:

—Me dicen que estás muy enfermo.

En realidad él era todavía guapo y de carnes firmes. Estaba decente y limpio, pues Akiko lo bañaba todos los días y le enjabonaba y peinaba la barba y los cabellos. El jabón, fabricado por las mujeres kanka-bonas, era de grasa de pingüino y huesos molidos.

Una de las cosas exasperantes en la enfermedad del *capitán era que el cuerpo aún podía cuidar perfectamente de sí mismo. Era mucho más fuerte que el de *Mary. Lo que lo retenía tanto tiempo en cama era el proceso de deterioro de su voluminoso cerebro, que lo obligaba a hacerse sus necesidades encima y negarse a comer, etcétera.

Por lo demás: su estado no era peculiar de Santa Rosalía. En el continente, millones de ancianos estaban tan desvalidos como bebés, y jóvenes adultos compasivos parecidos a Akiko tenían que cuidarlos. Gracias a los tiburones y las ballenas asesinas, los problemas relacionados con la vejez son hoy inconcebibles.

• • •

—¿Quién es esta bruja? —le preguntó el *capitán a Akiko—. Detesto a las mujeres feas. Ésta es la mujer más fea que yo haya visto en mi vida.

—Es *Mary Hepburn… es la señora Flemming, abuelo —dijo Akiko. Una lágrima se le deslizó por la peluda mejilla—. Es la abuela —dijo.

—Jamás la he visto antes en mi vida —dijo él—. Por favor, llévatela de aquí. Cerraré los ojos. Cuando los vuelva a abrir, quiero que se haya marchado. —Cerró los ojos y empezó a contar en voz alta.

Akiko se acercó a *Mary y le aferró el frágil brazo derecho.

—Oh, abuela… —dijo—. No tenía idea de que sucedería algo así.

Y *Mary le dijo en voz alta:

—No es peor ahora de lo que fue siempre.

El *capitán siguió contando.

Desde las cercanías de la fuente, a medio kilómetro de distancia, llegó un grito masculino de triunfo, y luego un coro de risas femeninas. El grito masculino era familiar en la isla. Era el acostumbrado anuncio de Kamikaze, a todos y a cada uno: había atrapado a alguna clase de hembra y ambos estaban a punto de copular. Tenía diecinueve años entonces, y como único macho viril en la isla era capaz de copular con cualquiera o cualquier cosa en cualquier momento. Ésta era otra pena que Akiko tenía que soportar: las flagrantes infidelidades de su compañero. Esta mujer era en verdad una santa.

La hembra que Kamikaze había atrapado junto a la fuente era su propia tía Dirno, que había pasado ya la edad de concebir. A él eso no le importaba. Iban a copular de cualquier modo. Había copulado aun con leones de mar y focas cuando era más joven. Hasta que Akiko lo convenció de que dejara de hacerlo, al menos por ella, si no por él mismo.

No hubo hembra de león de mar o foca que quedara preñada por Kamikaze, lo cual en cierto modo es una lástima. Si lo hubiera conseguido, la evolución de la moderna humanidad podría haberse ahorrado muchos miles de años.

Aunque, por lo demás: ¿qué prisa había, después de todo?

• • •

El *capitán abrió los ojos y le dijo a *Mary:

—¿Por qué no te has ido?

Ella dijo:

—Oh, no me tengas en cuenta. Soy sólo una mujer con la que viviste diez años.

En ese momento, Lira, otra de las mujeres kanka-bonas, llamó a gritos a Akiko y le dijo en kanka-bono que Orión, el hijo de cuatro años de Akiko, se había quebrado el brazo y que se la necesitaba inmediatamente. Lira no se acercaría un paso más a la casa del *capitán, a quien creía infectado por una magia maligna.

De modo que Akiko le pidió a *Mary que vigilara al *capitán mientras ella volvía a su casa. Prometió regresar tan pronto como le fuera posible.

—Tú compórtate como un buen chico —le dijo al *capitán—. ¿Lo prometes?

Él lo prometió, malhumorado.

• • •

*Mary había traído consigo a *Mandarax, requerido por Akiko, esperando poder utilizarlo para diagnosticar la enfermedad del *capitán, que había estado en coma durante el día y la noche pasados.

Pero cuando ella le mostró el instrumento, y antes que pudiera hacer la primera pregunta, él reaccionó de un modo absolutamente asombroso: le arrebató el aparato y se puso de pie como si no estuviera enfermo.

—Odio a este pequeño hijo de puta más que a nada en el mundo —dijo, y luego se encaminó tambaleante hacia la costa y el banco de arena, metido hasta las rodillas en el agua.

La pobre *Mary lo siguió, pero por cierto no estaba en condiciones de detener a un hombre de ese tamaño. Lo contempló desvalida mientras él arrojaba a *Mandarax a los que resultaron ser unos tres metros de agua sobre la pendiente del banco de arena. El banco descendía empinado, como el dorso de una iguana marina.

Ella podía ver dónde había caído *Mandarax. Allí estaba: la inapreciable heredad que había prometido dejar a Akiko cuando muriera. De modo que la animosa vieja fue directamente a buscarlo. Ya tenía una mano sobre él, por lo demás, cuando un gran tiburón blanco los devoró a ambos, a ella y a *Mandarax.

• • •

El *capitán tuvo un
lapsus
de memoria, de modo que no supo qué hacer cuando vio el agua ensangrentada. Ni siquiera sabía en qué parte del mundo se encontraba ahora. Lo más alarmante era que unos pájaros estaban atacándolo. Eran inofensivos pinzones vampiro, atraídos por la piel ulcerada del capitán, y se contaban entre los pájaros más comunes de la isla. Pero para él eran una novedad aterradora.

Los apartaba a manotazos, y pedía auxilio. Acudían más y más pájaros, y él estaba tan convencido de que querían matarlo, que saltó al agua, donde fue devorado por un tiburón de cabeza de martillo. Este animal tenía los ojos en los extremos de unas prominencias, un diseño perfeccionado por la Ley de Selección Natural muchos, muchos millones de años atrás. Era una pieza intachable del mecanismo de relojería del universo. No había defecto en ella que requiriera nuevas modificaciones. Algo que por cierto no necesitaba un cerebro de mayor tamaño.

¿Qué iba a hacer con un cerebro más grande?

¿Componer la Novena Sinfonía de Beethoven? ¿O quizás escribir estos versos?:

El mundo entero es un teatro,

y hombres y mujeres son todos meros actores.

Tienen sus salidas y sus entradas,

y en una vida un hombre

interpreta muchos papeles.

William Shakespeare (1564-1616)

14

He escrito estas palabras en el aire… con el extremo del índice de mi mano izquierda que también es aire. Mi madre era zurda y yo también lo soy. Ya no hay seres humanos zurdos. La gente ejercita sus aletas con perfecta simetría. Mi madre era pelirroja y también lo era Andrew MacIntosh, aunque sus respectivos hijos, yo y Selena, no heredamos sus cabelleras rojizas… ni tampoco la humanidad, tampoco la humanidad podría haberlas heredado. Ya no hay pelirrojos. Nunca conocí un albino personalmente, pero tampoco hay albinos. Entre las focas, aparece un ejemplar albino de cuando en cuando. Hace un millón de años sus pieles habrían sido muy apreciadas para abrigos de mujer, abrigos que se lucían en la ópera y en los bailes de caridad.

La piel de la gente moderna ¿no habría podido utilizarse en la confección de abrigos para sus antepasados? No veo por qué no.

• • •

¿Me perturba escribir tan insustancialmente, con aire sobre aire? Pues… mis palabras serán tan perdurables como cualquier cosa escrita por mi padre, o por Shakespeare, o por Beethoven o por Darwin. Resulta que todos ellos escribieron con aire, sobre aire; y de la balsámica atmósfera pesco ahora este pensamiento de Darwin:

La progresión ha sido mucho más general que la retrogresión.

Es cierto, es cierto.

• • •

Cuando mi cuento empezó, parecía que la parte terrena del mecanismo de relojería del universo corría grave peligro, pues muchas de sus partes, esto es, la gente, ya no encajaban en ningún sitio y estaban dañando todo el entorno además de dañarse a sí mismas. Habría dicho entonces que el daño era irreparable.

¡De ningún modo!

Gracias a ciertas modificaciones del diseño de los seres humanos, no veo razón alguna por la que la parte humana del mecanismo de relojería no pueda seguir emitiendo su tic-tac tal como lo hace ahora.

• • •

Si alguna especie de ser sobrenatural o los pasajeros de los platillos volantes, esos predilectos de mi padre, hicieron que la humanidad armonizara consigo misma y con el resto de la Naturaleza, yo no los sorprendí en el proceso. Estoy dispuesto a jurar que la Ley de Selección Natural llevó a cabo la reparación sin ninguna clase de asistencia exterior.

Fueron los pescadores más hábiles los que sobrevivieron en mayor número en el medio acuático de las Galápagos. Aquellos cuyas manos y pies se asemejaban más a aletas eran los mejores nadadores. Las mandíbulas prognatas eran perfectamente adecuadas para atrapar y retener los peces, como nunca hubieran podido serlo las manos. Y cualquier pescador que tuviera que mantenerse un tiempo bajo el agua, era sin duda capaz de atrapar más peces si tenía un cuerpo más hidrodinámico, más parecido a una bala… y si tenía un cerebro más pequeño.

• • •

De modo que mi historia está contada, excepto algunos detalles no muy importantes que añadiré por no haberme referido antes a ellos. Los añado sin seguir un orden particular. Tengo que escribir deprisa. Mi padre y el túnel azul vendrán a buscarme en cualquier momento.

• • •

¿Sabe aún la gente que tarde o temprano ha de morir? No. Por fortuna, en mi humilde opinión, lo han olvidado.

• • •

¿Me reproduje yo mientras vivía? Por accidente dejé encinta a una estudiante de escuela secundaria en Santa Fe, poco antes de ingresar en la Marina de los Estados Unidos. El padre de ella era director de escuela, y nosotros ni siquiera nos gustábamos demasiado. Sencillamente tonteábamos juntos, como hacían los jóvenes de entonces. Tuvo un aborto, que el padre pagó. Ni siquiera averiguamos si hubiera sido niña o niño.

Eso por cierto me dio una lección. En adelante, siempre me aseguré de que yo o mi compañera tuviéramos a mano algún método de control de la natalidad. Nunca me casé.

Y no tengo más remedio que reír ahora, al pensar en la pérdida de dignidad y belleza que habría si una persona de hoy, antes de hacer el amor, se equipara con uno de esos adminículos, típicos de hace un millón de años, destinados al control de la natalidad. Imaginadlo además, ¡tener que ponérselo con las aletas y no con las manos!

• • •

¿Ha llegado aquí durante mi estadía alguna balsa natural de materia vegetal con pasajeros o sin ellos? No. ¿Han llegado especies de alguna clase del continente a estas islas desde la encalladura del
Bahía de Darwin?
No.

Claro que he permanecido aquí sólo un millón de años… poco tiempo en realidad.

• • •

¿Cómo llegué a Suecia desde Vietnam?

Después que maté a la vieja que había matado a mi mejor amigo y a mi peor enemigo con una granada de mano, y lo que quedaba de nuestro pelotón quemó la aldea hasta no dejar nada, fui hospitalizado a causa de lo que se llamó «un agotamiento nervioso». Se me suministraron tiernos y amorosos cuidados. Me visitaron oficiales que me convencieron de la importancia de no comunicar a nadie lo que había ocurrido en la aldea. Sólo entonces me enteré de que nuestro pelotón había matado a cincuenta y nueve aldeanos de todas las edades. Alguien los había contado después.

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