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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Fundación y Tierra (28 page)

BOOK: Fundación y Tierra
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—Lo que encontró fue un montón de chatarra tan inconsciente como la piedra en que se apoyaba.

—Pero tú confirmaste su relato.

—No podía desilusionarle. Significa demasiado para mí.

Trevize la miró fijamente durante un minuto.

—¿Te importaría explicarme por qué significa tanto para ti? Quiero saberlo. De verdad, quiero saberlo. A ti debe parecerte un hombre viejo, sin nada romántico en su persona. Es un Aislado, y tú los desprecias. Eres joven y hermosa, y tiene que haber otras partes de Gaia que posean cuerpos de jóvenes vigorosos y bellos. Podrías mantener relaciones físicas con ellos que resonarían en toda Gaia y producirían arrebatos de éxtasis. ¿Qué ves en Janov?

Ella lo miró con aire solemne.

—¿Acaso tú no lo quieres?

Trevize se encogió de hombros.

—Le tengo aprecio. Supongo que podría decir que lo quiero, en un sentido no sexual, por supuesto.

—No hace mucho tiempo que lo conoces, Trevize. ¿Por qué sientes cariño por él, en ese sentido no sexual que dices?

Trevize sonrió sin darse cuenta.

—¡Es un tipo tan extraño! Creo, sinceramente, que no ha pensado en sí mismo en toda su vida. Le ordenaron que me acompañase, y lo hizo sin protestar. Quería que yo fuese a Trantor, pero cuando dije que quería ir a Gaia, no se opuso. Y ahora ha venido conmigo en esta búsqueda de la Tierra, aunque debe saber que es peligroso. Estoy absolutamente convencido de que, si tuviese que sacrificar su vida por mí…, o por cualquiera, lo haría de buen grado.

—¿Darías tú la vida por él, Trevize?

—Tal vez lo hiciese, si no tuviese tiempo de pensarlo. De lo contrario, vacilaría y quizá me rajaría. No soy tan bueno como él. Y precisamente por eso, tengo este terrible afán de protegerle y de cuidar que siga siendo bueno. No quiero que Galaxia le enseña a no ser bueno. ¿Lo comprendes? Y tengo que protegerle de ti en especial. No puedo soportar la idea de que le des de lado cuando las tonterías que ahora pueden servirle de diversión dejen de interesarte.

—Sí, ya me imaginaba que pensabas algo así. ¿No crees que puedo ver en Pel lo mismo que tú ves en él, e incluso más, ya que puedo establecer contacto directo con su mente? ¿Acaso actúo como si quisiera perjudicarle? ¿Habría confirmado su fantasía de ver un robot en funcionamiento si no pudiera soportar hacerle daño? Trevize estoy acostumbrada a lo que tu llamarías bondad, porque cualquier parte de Gaia esta dispuesta a sacrificarse por el todo. Nosotros no conocemos ni comprendemos otra forma de actuar. Pero no damos nada al hacerlo así, porque cada parte es el todo, aunque no espero que lo comprendas. Pel es algo diferente.

Bliss ya no miraba a Trevize era como si estuviese hablando consigo misma.

—El es un Aislado. No es desinteresado por formar parte de un conjunto mas grande, sino porque él es así ¿Me comprendes? Tiene todo que perder y nada que ganar, y, Sin embargo, es como es. Hace que me avergüence de mi forma de ser porque no tengo nada que perder mientras que él es como es, sin tener nada que ganar.

Se volvió a mirar a Trevize, solemnemente.

—Sabes que le comprendo mucho más de lo que tú podrías comprenderle. ¿Y crees que moriría hacerle el menor daño?

—Bliss, hoy me has dicho: «Seamos amigos», y yo te he dicho: «Como quieras.» Fue una descortesía de mi parte, pues estaba pensando en lo que podrías hacerle a Janov. Ahora, soy yo quien te dice: seamos amigos, Bliss. Podrás seguir pregonando las excelencias de Galaxia y yo podré seguir negándome a aceptar tus argumentos. Pero, aun así, y a pesar de todo, seamos amigos.

Y le tendió la mano..

—Desde luego, Trevize —dijo ella, y sellaron su acuerdo con un fuerte apretón de manos.

Trevize sonrió para sus adentros. Para sus adentros, pues sus labios permanecieron inmóviles.

Cuando había trabajado con el ordenador para encontrar el astro (Si existía) de la Primera serie de coordenadas, tanto Pelorat como Bliss habían observado con atención y le habían hecho preguntas. Ahora, permanecían en su habitación, durmiendo, o al menos descansando, y dejando todo el trabajo en manos de Trevize.

En cierto modo, resultaba halagador para él, pues parecía que habían aceptado el hecho de que Trevize sabía lo que estaba haciendo y no necesitaba que nadie supervisase o lo animase en su labor. Lo cierto era que Trevize había adquirido, con el primer episodio, experiencia suficiente para confiar más en el ordenador y pensar que éste no necesitaba supervisión alguna o, al menos, que le supervisasen tanto.

Entonces, apareció otra estrella luminosa y que no figuraba en el mapa galáctico. Esta segunda estrella era más brillante que aquélla alrededor de la cual giraba «Aurora», y lo más significativo era que aparecía registrada en el ordenador.

Trevize se asombró de las peculiaridades de la antigua tradición.

Siglos enteros podían ser expulsados o borrados por completo del pensamiento consciente; civilizaciones enteras ser relegadas al olvido. Sin embargo, de aquellos siglos, de todas aquellas civilizaciones podían quedar uno o dos hechos reales y que no habían sido deformados…, como esas coordenadas.

Había observado esto a Pelorat hacía algún tiempo, y éste le había dicho que eso era, precisamente, lo que hacía tan remunerador el estudio de los mitos y de las leyendas. «La cuestión está —había dicho Pelorat —en deducir o decidir qué elementos particulares de una leyenda representan una verdad plena subyacente. Esto no resulta fácil, y es probable que diferentes mitólogos escojan elementos diferentes, según, por lo general, lo que convenga a sus interpretaciones particulares.»

En todo caso, la estrella estaba donde las coordenadas de Deniador habían indicado. En ese momento, Trevize se habría jugado una considerable suma de dinero a que la tercera estrella se encontraría también en su sitio. Y de ser así, se hallaba dispuesto a presumir que la leyenda no se equivocaba cuando decía que había cincuenta Mundos Prohibidos (a pesar de que el número redondo resultara sospechoso) y se preguntaba dónde estarían los otros cuarenta y siete.

Un planeta habitable, un Mundo Prohibido, giraba alrededor de la estrella, y, esa vez, su presencia no sorprendió a Trevize en absoluto. Había estado completamente seguro de que se encontraría allí. Puso la
Far Star
en órbita lenta a su alrededor.

La capa de nubes era tan poco densa que permitía una vista bastante buena de la superficie desde el espacio. Era un planeta en el que el agua abundaba, como en casi todos los mundos habitables. Había un océano continuo tropical, y dos océanos polares. En la latitud media de un hemisferio, podía verse un continente más o menos sinuoso que circundaba el mundo, con bahías en ambos lados que producían ocasionales istmos estrechos. En el otro hemisferio, la superficie sólida estaba dividida en tres grandes partes, todas ellas más anchas de Norte a Sur que el otro continente.

Trevize hubiese querido saber algo más de climatología para poder predecir, por lo que veía, cuáles serían las temperaturas y las estaciones allí. Por un momento, acarició la idea de plantear el problema al ordenador. Pero no era el clima lo que interesaba ahora.

Importaba mucho más que el ordenador no detectara radiaciones que pudiesen ser de origen tecnológico. Su telescopio le decía que el planeta no estaba en decadencia y no vio señales de desiertos en él. El suelo mostraba diversos tonos de verde, pero no había indicios de zonas urbanas a la luz del día, ni luces en la mitad oscura.

¿Estaría ese planeta lleno de vida, pero no de vida humana?

Llamó a la puerta del otro dormitorio.

—¿Bliss? —dijo a media voz, y llamó de nuevo.

Oyó un ruido y la voz de Bliss que decía:

—¿Qué?

—¿Puedes venir? Necesito tu ayuda.

—Espera un momento; tengo que ponerme un poco presentable.

Cuando al fin apareció, se mostró tan presentable como Trevize la había visto en otras ocasiones. Sin embargo, él estaba un poco molesto por la espera, ya que su apariencia le importaba poco. Pero ahora eran amigos, y disimuló su irritación.

—¿En qué puedo servirte, Trevize? —preguntó ella, sonriendo, con expresión amable.

Trevize señaló la pantalla.

—Como puedes ver, estamos volando sobre la superficie de lo que parece un mundo perfectamente saludable, con una sólida capa de vegetación en las zonas terrestres. Pero no hay luces por la noche, ni radiación tecnológica. Por favor, escucha y dime si existe vida animal. Hubo un momento en que creí ver manadas de animales pastando, pero no estoy seguro. Tal vez sólo vi lo que tanto ansiaba ver.

Bliss «escuchó». Al cabo de un rato, su semblante se iluminó.

—¡Oh, sí! —exclamó—. Una rica vida animal.

—¿Mamíferos?

—Tienen que serlo.

—¿Humanos?

Ella pareció concentrarse más. Transcurrió un minuto; después, otro, y por fin se relajó.

—No puedo decirlo con certeza. De vez en cuando, me ha parecido detectar un soplo de inteligencia lo bastante intenso para ser considerado humano. Pero era tan débil y tan ocasional que tal vez también yo percibía únicamente lo que ansiaba percibir. Mira…

Se interrumpió, reflexionando, y Trevize la apremió:

—¿Qué?

—El caso es que me parece detectar algo más —dijo ella—. No es algo con lo que esté familiarizada, pero creo que sólo pueden ser…

Su semblante se puso tenso al empezar ella a «escuchar» de nuevo, todavía con mayor intensidad.

—¿Qué? —insistió Trevize.

Bliss se relajó.

—Creo que sólo pueden ser robots.

—¡Robots!

—Sí, y si los detecto, tendría que detectar también seres humanos. Pero no es así.

—¡Robots! —repitió Trevize, frunciendo el ceño.

—Sí —dijo Bliss—, y yo diría que son muy numerosos.

Pelorat dijo también «¡Robots!», casi en el mismo tono que Trevize, cuando se lo comunicaron. Después, sonrió ligeramente.

—Tenías razón, Golan, e hice mal en dudar de ti.

—No recuerdo que hayas dudado de mí, Janov.

—Bueno, viejo amigo, pensé que no tenía que expresarlo. Pero, en el fondo de mi corazón, creí que era un error abandonar «Aurora» mientras hubiese una posibilidad de interrogar a un robot superviviente. Pero está claro que tú sabías que aquí habría una reserva más rica de Robots.

—No lo creas, Janov. Yo no lo sabía. Ha sido una casualidad. Bliss me dice que los campos mentales de los robots parecen implicar que están en pleno funcionamiento, y a mí me parece que eso no podría ocurrir sin seres humanos que cuidasen de su mantenimiento. Sin embargo, ella no detecta ningún ser humano; por eso seguimos observando. Pelorat estudió, pensativo, la pantalla.

—Parece que todo son bosques, ¿verdad?

—Casi todo. Pero hay manchas más claras que bien podrían ser prados. La cuestión es que no veo ciudades, ni luces por la noche, ni se percibe ninguna radiación que no sea térmica.

—Por consiguiente, no hay seres humanos, ¿eh?

—Es lo que yo me pregunto. Bliss está en la cocina, tratando de concentrarse. Yo he montado un primer meridiano arbitrario para el planeta, lo cual significa que ahora está dividido en longitud y latitud en el ordenador. Bliss tiene un pequeño aparato en el que pulsa un botón cuando descubre lo que parece una concentración desacostumbrada de actividad mental robótica (supongo que no se puede decir «actividad neurónica» en relación con los robots) o cualquier vibración de pensamiento humano. El aparato está conectado con el ordenador, y éste registra entonces todas las latitudes y longitudes, y nosotros dejaremos que elija entre ellas y nos señale un buen lugar para aterrizar.

Pelorat pareció inquieto.

—¿Es prudente dejar la elección al ordenador?

—¿Por qué no, Janov? Es un ordenador muy competente. Además, cuando no se tiene ninguna base para considerar la propia elección, ¿qué hay de malo en que la haga el ordenador?

El semblante de Pelorat se iluminó.

—Hay algo especial en lo que acabas de decir, Golan. Algunas de las leyendas más antiguas hablan de gente que para hacer una elección echaba unos pequeños cubos al suelo.

—¿Sí? ¿Y cómo lo hacían?

—Cada cara del cubo tenía escrita una palabra: sí, no, tal vez, espera, etcétera. La cara que quedaba arriba al ser arrojado el cubo daba el consejo que se debía seguir. Otras veces, hacían rodar una bola alrededor de un disco dividido en compartimentos en los que constaba las diferentes opciones. Había que tomar la decisión escrita en el compartimento donde la bola caía. Algunos mitólogos creen que estas actividades representaban juegos de azar más que loterías, pero, en mi opinión, ambas cosas son casi iguales.

—En cierto modo —dijo Trevize—, nosotros estamos jugando a un juego de azar para elegir nuestro lugar de aterrizaje.

Bliss salió de la cocina a tiempo para oír el último comentario.

—No se trata de ningún juego de azar. Yo he presionado varios «tal vez» y después un «sí» seguro, y aterrizaremos en el «sí».

—¿Qué te hizo decir «sí»? —preguntó Trevize.

—Capté una ráfaga de pensamiento humano. Definitivo. Inconfundible.

Había estado lloviendo, pues la hierba aparecía mojada. En el cielo, las nubes se desplazaban y daban muestras de abrir claros.

La
Far Star
había aterrizado con suavidad cerca de una pequeña arboleda (para el caso de que hubiese perros salvajes, pensó Trevize, medio en serio). Todos los alrededores parecían tierras de pastos, y cuando habían descendido a un nivel donde la panorámica era mejor, Trevize pudo observar lo que parecían huertos y campos de cereales y, esta vez, un inconfundible rebaño de animales, que pastaban.

En cambio, no había edificios. Nada artificial, salvo que la regularidad de los árboles del huerto y los rectos linderos que separaban los campos eran por sí solos tan artificiales como lo habría sido una estación receptora de microondas.

Pero, ¿podían todas estas cosas artificiales haber sido producidas por robots, sin ayuda de seres humanos?

Trevize se estaba sujetando las fundas de sus armas. En esta ocasión sabía que ambas funcionaban y que estaban cargadas. Por un momento, captó la mirada de Bliss y se detuvo.

—Adelante —dijo ella—. No creo que necesites usarlas, pero lo mismo pensé la otra vez, ¿verdad?

—¿No preferirías ir armado, Janov? —preguntó Trevize.

Pelorat se estremeció.

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