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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Fundación y Tierra (29 page)

BOOK: Fundación y Tierra
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—No, gracias. Con tus defensas físicas y las defensas psíquicas de Bliss, me siento completamente a salvo. Supongo que es cobardía por mi parte esconderme en vuestras sombras protectoras, pero no puedo sentirme realmente avergonzado cuando mi sentimiento dominante es el de gratitud por no hallarme en una situación que pueda obligarme a emplear la fuerza.

—Lo comprendo —dijo Trevize—. Pero no te alejes de nosotros. Si Bliss y yo nos separamos, quédate con uno de los dos y no te separes espoleado por tu curiosidad.

—No te preocupes, Trevize —indicó Bliss—. Yo cuidaré de esto.

Trevize fue el primero en salir de la nave. El viento era fuerte y un poco frío después de la lluvia, pero se alegró de ello. Probablemente había sido incómodamente cálido y húmedo antes de llover.

Aspiró el aire, sorprendido. El olor del planeta era delicioso. Sabía que cada mundo tenía su olor característico, un olor siempre extraño y, por lo general, desagradable, tal vez debido a que era extraño. ¿Podía lo extraño resultar agradable también? ¿O sólo se debía a la casualidad de haber llegado al planeta precisamente después de la lluvia y en una estación particular del año? De cualquier forma…

—Vamos —gritó—. Esto es muy agradable.

Pelorat salió.

—Agradable es realmente la palabra adecuada. ¿Crees que siempre olerá así?

—Eso no importa. Dentro de una hora, nos habremos acostumbrado al aroma, y nuestros receptores nasales estarán ya tan saturados que no oleremos nada.

—¡Una lástima! —exclamó Pelorat.

—La hierba está mojada —dijo Bliss, en tono de ligera desaprobación.

—¿Por qué no? A fin de cuentas, ¡también llueve en Gaia! —dijo Trevize.

Y mientras hablaba un rayo de sol amarillo cayó momentáneamente sobre ellos a través de una pequeña abertura de las nubes. Pronto recibirían más.

—Si —reconoció Bliss—, pero nosotros sabemos cuándo va a llover y nos preparamos para ello.

—Una lástima —dijo Trevize—, pues así os perdéis la emoción de lo inesperado.

—Tienes razón, Trataré de no comportarme como una provinciana.

Pelorat miró a su alrededor.

—Parece que aquí no hay nada —murmuró, contrariado.

—Sólo lo parece —dijo Bliss—. Se están acercando desde detrás de aquella elevación. —Miró a Trevize—. ¿Crees que deberíamos salir a su encuentro?.

Él hizo un gesto negativo con la cabeza.

—No. Hemos recorrido muchos pársecs para encontramos con ellos.

Deja que hagan el resto del camino. Los esperaremos aquí.

Sólo Bliss pudo percibir aquel acercamiento hasta que una figura apareció en lo alto del montículo. Después, una segunda y una tercera hicieron su aparición.

—Creo que esto es todo, de momento —dijo Bliss.

Trevize observó con curiosidad. Aunque nunca había visto robots, no dudó un instante de que lo eran. Tenían la forma esquemática e impresionista de seres humanos, pero no un aspecto metálico visible. La superficie robótica era opaca y daba la impresión de blandura, como si estuviese cubierta de felpa.

Pero, ¿cómo podía saber si aquella suavidad era ilusoria? Trevize sintió el súbito deseo de tocar aquellas figuras que se acercaban, impasibles. Si ése era realmente un Mundo Prohibido y las naves espaciales nunca se acercaban a él (lo cual debía, ser el caso, ya que su sol no figuraba en el mapa galáctico), entonces, la
Far Star
y sus tripulantes debían representar algo que los robots no habían experimentado jamás.

Sin embargo, reaccionaban con firme decisión, como si realizasen un ejercicio rutinario.

—Aquí podemos obtener una información que no conseguiríamos en ningún otro lugar de la Galaxia —dijo Trevize en voz baja—. Les preguntaremos sobre la situación de la Tierra en relación con este planeta y, si la conocen, nos lo dirán. ¡Quién sabe cuánto tiempo llevan funcionando esos ingenios mecánicos! Es posible que nos contesten a base de sus recuerdos personales.

—También es posible que su fabricación sea reciente y no sepan nada —indicó Bliss.

—O bien que lo sepan, pero no quieran comunicárnosla —dijo Pelorat.

—Supongo que no pueden negarse, a menos que hayan recibido órdenes de que no nos lo digan —observó Trevize—, ¿y por qué habían de darles esta orden, si nadie de este planeta podía esperar nuestra llegada?

Los robots se detuvieron a una distancia de unos tres metros. No dijeron nada y permanecieron inmóviles.

Trevize, con la mano en su blaster, dijo a Bliss, sin apartar los ojos de los robots:

—¿Puedes saber si son hostiles?

—Tienes que darte cuenta, Trevize, que no tengo la menor experiencia de sus procesos mentales; pero no detecto nada que parezca reflejar hostilidad.

Trevize soltó la culata de su arma, pero mantuvo la mano cerca de ella. Después, levantó la otra mano, con la palma vuelta hacia los robots, en lo que esperaba que fuese reconocido como un ademán de paz.

—Os saludo —dijo, hablando muy despacio—. Venimos a este mundo como amigos.

El robot del centro inclinó la cabeza en una especie de saludo incompleto que también podía ser tomado como signo de paz por un optimista, y replicó.

Trevize se quedó boquiabierto por el asombro. En un mundo de comunicación galáctica, no se pensaba que algo pudiese fallar en una necesidad tan fundamental. Pero se daba el caso de que el robot no hablaba el idioma galáctico ni nada que se le pareciese. De hecho, Trevize no comprendió una sola palabra.

La sorpresa de Pelorat fue tan grande como la de Trevize, pero en ella había un evidente matiz de satisfacción.

—¿No es extraño? —preguntó.

Trevize se volvió hacia él.

—No es extraño, es un galimatías —replicó con cierta aspereza.

—No se trata de ningún galimatías —dijo Pelorat—. Está hablando en galáctico, pero muy antiguo. He captado unas pocas palabras. Probablemente lo comprendería con más facilidad si lo viese escrito. Es la pronunciación la que lo enreda todo.

—Bueno, ¿qué ha dicho?

—Me parece que ha dicho que no te había comprendido.

—Yo no sé lo que ha dicho —dijo Bliss—, pero percibo una perplejidad en él que concuerda con lo que dice Pel. Eso, si puedo confiar en mi análisis de la emoción robótica, si es que ésta existe.

Hablando muy despacio y con dificultad, Pelorat dijo algo, y los tres robots agacharon la cabeza al unísono.

—¿Qué significa esto? —dijo Trevize.

—Les he dicho que no sabía hablar bien, pero que lo intentaría —respondió Pelorat—. Les he pedido un poco de tiempo. Viejo amigo, esto es terriblemente interesante.

—Terriblemente fastidioso —murmuró Trevize.

—Mira —dijo Pelorat—, todos los planetas habitables de la Galaxia elaboran su propia variedad de galáctico, de manera que hay millones de dialectos que a veces resultan casi incomprensibles, pero todos consiguen entenderse gracias al conocimiento del galáctico común. Presumiendo que este mundo ha estado aislado durante veinte mil años, es natural que la lengua se haya ido diferenciando de las del resto de la Galaxia hasta llegar a convertirse en un idioma completamente distinto.

Esto puede ser debido a que el planeta tiene un sistema social que depende de robots que sólo pueden comprender el lenguaje para el que fueron programados. En vez de reprogramarse, el lenguaje ha permanecido inmutable, y ahora nos encontramos con lo que no es más que una forma arcaica de galáctico.

—Ésta es una muestra de cómo una sociedad robotizada puede permanecer estática e ir degenerando después —dijo Trevize.

—Pero, mi querido amigo —protestó Pelorat—, el hecho de conservar un lenguaje casi sin cambios no implica degeneración. Tiene sus ventajas. Documentos conservados durante siglos y milenios retienen su significado y dan mayor longevidad y autoridad a los datos históricos. En el resto de la galaxia, el lenguaje empleado en los edictos imperiales del tiempo de Hari Seldon empieza a parecer extraño.

—¿Y conoces tú este galáctico arcaico?

—No digas si lo conozco, Golan. El caso es que, al estudiar los mitos y leyendas antiguos, he comprendido el truco. El vocabulario no es del todo diferente, pero se declina y conjuga de un modo distinto, y hay expresiones idiomáticas que nosotros no usamos ya. Además, como ya he dicho, la pronunciación ha cambiado totalmente. Puedo actuar como intérprete, aunque no como intérprete excelente.

Trevize lanzó un trémulo suspiro.

—Un poco de suerte es mejor que ninguna. Adelante, Janov Pelorat se volvió a los robots, esperó un momento y después miró de nuevo a Trevize.

—¿Qué quieres que les diga?

—Vayamos al grano. Pregúntales dónde está la Tierra.

Pelorat pronunció las palabras muy despacio, acompañadas de exagerados ademanes.

Los robots se miraron y emitieron algunos sonidos. Después, el de en medio habló a Pelorat, el cual replicó y separó las manos como si estuviese estirando una cinta de goma. El robot respondió separando sus palabras con el mismo cuidado con que Pelorat lo había hecho.

—Me parece que no consigo hacerles comprender lo que quiero decir con la palabra «Tierra». Sospecho que piensan que me refiero a alguna región de su planeta y dicen que no saben que tal región exista.

—¿Han dicho el nombre de este planeta, Janov?

—Por lo que he creído entender, el nombre que le dan es «Solaría».

—¿Lo habías encontrado alguna vez en tus leyendas?

—No; como tampoco el de «Aurora».

—Bueno, pregúntales si hay algún lugar llamado Tierra en el cielo, entre las estrellas. Señala hacia arriba.

Hubo otro intercambio de palabras y, por último, Pelorat se volvió y dijo:

—Lo único que puedo sacarles, Golan, es que no hay lugares en el cielo.

—Pregunta a esos robots la edad que tienen; o mejor, cuánto tiempo llevan funcionando —dijo Bliss.

—No sé cómo decir «funcionando» —se apenó Pelorat, meneando la cabeza—. En realidad, no sé si sabré decir «qué edad». No soy un buen intérprete.

—Haz todo lo que puedas, querido Pel —dijo Bliss.

—Llevan veintiséis años funcionando —dijo Pelorat, después de intercambiar algunas frases.

—Veintiséis años —murmuró Trevize, contrariado—. Apenas son más viejos que tú, Bliss.

Bliss replicó, con súbito orgullo:

—Se da el caso de que…,

—Ya lo sé. Tú eres Gaia, que tiene miles de años. Sea como fuere, estos robots no pueden hablar de la Tierra por experiencia personal, y es natural que en sus bancos de memoria no haya nada que no necesiten para su funcionamiento. Por consiguiente, no saben nada de astronomía.

—Tal vez puede haber robots más antiguos en otros lugares del planeta —dijo Pelorat.

—Lo dudo —repuso Trevize—, pero pregúntaselo, si es que puedes encontrar palabras para ello, Janov.

Esta vez, la conversación fue más extensa, y Pelorat la interrumpió al fin, con el rostro enrojecido y un claro aire de frustración.

—Golan —dijo—, no comprendo parte de lo que tratan de comunicarme, pero deduzco que los robots más viejos son empleados en labores manuales y tampoco saben nada. Si este robot fuese humano, diría que ha hablado de los más viejos con desprecio. Estos tres, según dicen, pertenecen al grupo de robots domésticos, y no se les permite envejecer antes de ser sustituidos. Son los únicos que realmente saben cosas… Esto lo dicen ellos, no yo.

—No sabe mucho —gruñó Trevize—. Al menos de las cosas que nos interesan.

—Ahora lamento que nos marchásemos tan deprisa de «Aurora» —dijo Pelorat—. Si hubiésemos encontrado allí un robot superviviente, lo cual es casi seguro, pues el primero que hallé tenía una chispa de vida todavía, habría sabido de la Tierra por recuerdo personal.

—Siempre que su memoria estuviese intacta, Janov —dijo Trevize—. Pero podemos volver allí cuando queramos y, si hemos de hacerlo, lo haremos, con perros o sin ellos. Ahora bien, si estos robots tienen veinte y pico de años nada más, deben existir quienes los fabrican, y supongo que éstos tienen que ser humanos. —se volvió a Bliss—. ¿Estás Segura de haber percibido…?

Pero ella levantó una mano para interrumpirle, y una expresión tensa y concentrada se pintó en su semblante.

—Ahora viene —dijo, en voz baja.

Trevize volvió la cabeza hacia el montículo y vio, saliendo de detrás de él y avanzando después en dirección a ellos, la inconfundible figura de un ser humano. Su tez era pálida, y los cabellos rubios y largos estaban ligeramente erizados en los lados de la cabeza. Su rostro, aunque grave, parecía pertenecer a alguien muy joven en apariencia. Los brazos y las piernas desnudos no se veían particularmente musculosos.

Los robots se apartaron para permitirle el paso y él avanzó hasta colocarse en medio de ellos.

Después, habló con voz clara y agradable, y sus palabras, aunque pronunciadas en tono arcaico, correspondían al galáctico común y fueron de fácil comprensión.

—Os saludo, viajeros del espacio —dijo—, ¿qué queréis de mis robots?

Trevize no se cubrió de gloria.

—¿Hablas galáctico? —preguntó tontamente.

—¿Por qué no había de hacerlo, si no soy mudo? —dijo el solariano, con una agria sonrisa.

—Pero ésos… —Y Trevize señaló a los robots.

—Éstos son robots. Hablan nuestra lengua, lo mismo que yo. Pero yo soy de «Solaria» y oigo las comunicaciones hiperespaciales de los mundos lejanos; por eso he aprendido vuestra manera de hablar, como la aprendieron mis antepasados. Ellos dejaron descripciones del lenguaje, pero yo escucho constantemente palabras nuevas y expresiones que cambian con los años, como si vosotros, los colonizadores, pudieseis estabilizar los mundos pero no las palabras. ¿Por qué te ha sorprendido que comprendiese tu lenguaje?

—No hubiese debido ocurrir así —repuso Trevize—. Te pido disculpas. Pero, después de hablar con los robots, no pensé que oiría galáctico en este planeta.

Estudió al solariano. Vestía una fina bata blanca recogida holgadamente sobre el hombro, con grandes aberturas para los brazos. Iba abierta por delante, dejando al descubierto el pecho desnudo y un taparrabos. Salvo por un par de ligeras sandalias, no llevaba nada más.

Trevize pensó que no podía estar seguro de si el solariano era varón o hembra. El pecho parecía varonil pero carecía en absoluto de vello, y el fino taparrabo no mostraba ninguna protuberancia.

—Podría ser otro robot, pero muy parecido a un ser humano… —dijo en voz baja, volviéndose a Bliss.

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