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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Fundación y Tierra (24 page)

BOOK: Fundación y Tierra
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—Supongo que, si el planeta ha degenerado, podemos estar seguros de que no hay seres humanos —dijo Pelorat mientras observaba la vista planetaria con suma atención.

—Sigo sin detectar actividad mental a ese nivel —repuso Bliss—, por lo que también presumo que no los hay. En cambio, existe el continuo zumbido de grados más bajos de conciencia, pero lo bastante altos para corresponder a aves y mamíferos. A pesar de todo, no estoy segura de que estos indicios basten para demostrar que los seres humanos han desaparecido por completo. Un planeta puede deteriorarse, aunque existan seres humanos en él, si la sociedad es anormal y no comprende la importancia de preservar el medio ambiente.

—Semejante sociedad sería destruida rápidamente —adujo Pelorat—. Me parece imposible que los seres humanos no comprendan la importancia de conservar los factores que los mantienen vivos.

—Yo no tengo tanta fe en la razón humana, Pel —dijo Bliss—. Creo perfectamente concebible que, cuando una sociedad planetaria está compuesta por Aislados nada más, las preocupaciones locales, e incluso individuales, pueden prevalecer fácilmente sobre los intereses planetarios.

—A mí me parece tan inconcebible como a Pelorat —intervino Trevize—. En realidad, dado que existen millones de planetas habitados por el hombre y ninguno de ellos se ha deteriorado por completo, el miedo que te produce el aislacionismo puede ser exagerado, Bliss.

La nave pasó del hemisferio iluminado al oscuro. El efecto fue el correspondiente a un rápido crepúsculo seguido de una oscuridad total, salvo por la luz de las estrellas cuando el cielo está despejado. La nave mantuvo su altitud teniendo minuciosamente en cuenta la presión atmosférica y la intensidad de la gravitación. Aquella altura era demasiado grande para tropezar con algún macizo montañoso elevado, pues el planeta pasaba por una fase en que no se habían producido surgimientos de montañas recientemente. Sin embargo, el ordenador tanteaba la ruta con sus dedos de microondas, por si acaso.

Trevize contempló la aterciopelada noche y dijo reflexivamente:

—Me parece que la prueba más convincente de que el planeta está deshabitado es la ausencia de toda luz visible en el lado oscuro. Ninguna sociedad tecnológica soportaría esa oscuridad. En cuanto volvamos al hemisferio iluminado, descenderemos más.

—¿Qué ganaremos con eso? —preguntó Pelorat—. Ahí abajo no hay nada.

—¿Quién ha dicho que no hay nada?

—Bliss. Y tú también.

—No, Janov. Yo he dicho que no hay radiación de origen tecnológico y Bliss nos ha informado de que no hay señales de actividad mental humana; pero eso no significa que no haya nada. Aunque no haya seres humanos en el planeta, seguro que habrá vestigios de alguna clase.

Busco información, Janov, y los restos de una tecnología pueden serme útiles.

—¿Después de veinte mil años? —Pelorat elevó el tono de su voz—. ¿Qué crees que puede conservarse después de veinte mil años? No habrá películas, ni documentos, ni papeles impresos; el metal se habrá oxidado, la madera podrido y el plástico granulado. Incluso las piedras se habrán erosionado y deshecho.

—Tal vez no sean veinte mil años —dijo pacientemente Trevize—. Mencioné ese tiempo como el periodo más largo en que puede haber estado deshabitado el planeta, pues, según la leyenda comporelliana, este mundo floreció en aquel tiempo. Pero supongamos que los últimos seres humanos murieron o desaparecieron o huyeron de aquí hace mil años.

Llegaron al otro extremo del hemisferio oscuro y amaneció y brilló el sol casi de forma instantánea.

La
Far Star
descendió y redujo su marcha hasta que los detalles de la superficie del planeta resultaron claramente visibles. Ahora aparecieron con toda claridad las pequeñas islas que salpicaban las costas continentales. La mayor parte de ellas estaban cubiertas de verde vegetación.

—Me parece que tendríamos que estudiar las zonas deterioradas en particular. Yo diría que los lugares en que hubo más concentración de seres humanos tuvieron que ser aquellos de peor equilibrio ecológico. Esas zonas podrían ser el núcleo del creciente deterioro. ¿Qué dices tú, Bliss?

—Es posible. En todo caso, a falta de un conocimiento definido, podemos muy bien observar los lugares donde la visibilidad es más fácil. Los herbazales y los bosques habrán hecho desaparecer casi todos los vestigios de habitación humana; por consiguiente, buscar en ellos podría convertirse en una pérdida de tiempo.

—Pienso que un mundo podría establecer un equilibrio eventual con lo que tiene —dijo Pelorat—, haciendo que nuevas especies evolucionaran. Y las zonas malas podrían colonizarse de nuevo sobre otra base.

—Es posible, Pel —dijo Bliss—. Esto dependería, en primer lugar, de lo desequilibrado que el mundo estuviese; y para que un planeta cicatrice de sus heridas y consiga un nuevo equilibrio a través de la evolución, serían necesarios más de veinte mil años. Se necesitarían millones.

La
Far Star
no giraba ya alrededor del planeta. Volaba lentamente sobre una franja de quinientos kilómetros de anchura de brezos y aulagas, con ocasionales arboledas.

—¿Qué os parece eso? —preguntó Trevize de pronto, señalando con el dedo.

La nave se detuvo y quedó flotando, inmóvil, en el aire. Se oyó un grave pero continuo zumbido al acelerarse los motores gravíticos para neutralizar el campo de gravitación del planeta casi por entero.

No había mucho que ver en el lugar que Trevize señalaba. Unos montículos de tierra y hierba dispersa era cuanto había.

—Yo no veo nada de particular —observó Pelorat.

—Allí hay algo ordenado en líneas rectas. Unas líneas paralelas, y pueden distinguirse otras más débiles que forman ángulo recto con aquéllas. ¿Lo veis? ¿Lo veis? Eso no puede darse en ninguna formación natural. Es arquitectura humana, restos de cimientos y paredes tan claros como si éstas se encontrasen todavía en pie.

—Supongamos que sea así —dijo Pelorat—. No son más que ruinas. Si queremos llevar a cabo una investigación arqueológica, tendremos que cavar y excavar. Los profesionales tardarían años en hacerlo como es debido.

—Sí, pero nosotros no tenemos tiempo de hacerlo como es debido. Eso puede ser el débil perfil de una antigua ciudad, y tal vez quede algo de ella en pie. Sigamos aquellas líneas y veamos a dónde nos conducen.

Cerca de uno de los bordes de la zona, en un lugar donde los árboles eran un poco más espesos, vieron unas paredes que aún se sostenían en pie…, al menos en parte.

—No está mal para empezar —dijo Trevize—. Aterrizaremos aquí.

IX. Enfrentamiento con la manada

La
Far Star
aterrizó al pie de una pequeña elevación, una colina en el terreno, generalmente llano. Casi sin pensarlo, Trevize había dado por supuesto que era mejor que la nave no resultase visible desde varios kilómetros a la redonda.

—La temperatura exterior es de 24 grados centígrados —dijo—; la velocidad del viento, de unos once kilómetros por hora, y soplando desde el Oeste; y el cielo está nublado en parte. El ordenador no sabe lo suficiente sobre la circulación del aire para poder predecir el tiempo. Sin embargo, como la humedad es de un cuarenta por ciento aproximadamente, parece que no va a llover. En conjunto, creo que hemos elegido una latitud o una estación del año muy agradable, lo cual es una satisfacción después del frío que pasamos en Comporellon.

—Supongo —dijo Pelorat—, que a medida que el planeta se vaya reformando, el tiempo se hará más crudo.

—Estoy segura de ello —ratificó Bliss.

—Podéis estar tan seguros como queráis —exclamó Trevize—. Se necesitarán miles de años para eso. Ahora todavía es un planeta agradable y seguirá así mientras nosotros vivamos y mucho tiempo después.

Se estaba ciñendo un ancho cinturón mientras hablaban, y Bliss dijo vivamente:

—¿Qué es eso, Trevize?

—Algo que me enseñaron en la Rota —dijo Trevize—. No voy a entrar desarmado en un mundo desconocido.

—¿De verdad piensas llevar armas?

—Desde luego. A mi derecha —y dio una palmada en una funda que contenía una pesada arma de grueso cañón —llevo mi blaster, y a mi izquierda, mi látigo neurónico.

Este último era un arma más pequeña, de cañón delgado y sin abertura.

—Dos variedades de asesinato —dijo Bliss con disgusto.

—Sólo una. El blaster mata. El látigo neurónico, no, Sólo estimula los nervios y duele tanto que, según me han dicho, uno preferiría estar muerto. Por fortuna, nunca he sufrido sus efectos.

—¿Por qué los llevas?

—Ya te lo he dicho. Éste es un mundo hostil.

—Es un mundo vacío, Trevize.

—¿Seguro? Al parecer, no hay sociedad tecnológica, pero, ¿y si hubiese primitivos postecnológicos? Lo peor que pueden poseer son cachiporras o piedras, pero también éstas pueden matar.

Bliss estaba furiosa, pero bajó la voz para mostrarse razonable.

—No detecto ninguna actividad neurónica humana, Trevize. Eso elimina a los primitivos de cualquier tipo, postecnológicos o lo que sean.

—Entonces, no necesitaré hacer uso de mis armas —dijo Trevize—. Sin embargo, ¿qué hay de malo en llevarlas? Sólo aumentarán mi peso un poco, pero como la fuerza de la gravedad en la superficie es un noventa y uno por ciento de la de Términus, no lo notaré. Escucha, la nave está desarmada como tal, pero tiene una cantidad razonable de armas cortas. Sugiero que también vosotros dos…

—No —dijo Bliss inmediatamente—. No haré nada que pueda inducir a matar,…, o incluso a infligir dolor.

—No es cuestión de matar, sino de evitar que nos maten, Si es que entiendes lo que quiero decir…

—Yo puedo protegerme a mi manera.

—¿Janov?.,

—En Comporellon no llevamos armas —dijo Pelorat.

—Vamos, Janov, aquél era un factor conocido, un mundo asociado a la Fundación. Además, nos detuvieron nada más llegar. Si hubiésemos llevado armas, nos las habrían quitado. ¿Quieres un blaster?

Pelorat sacudió la cabeza.

—Nunca he estado en la Flota, viejo amigo. No sabría cómo emplear esas armas y, en caso de emergencia, no reaccionaria a tiempo. Sólo echaría a correr…, y me matarían,

—No te matarán, Pel —dijo Bliss con energía—. Gaia te tiene bajo «mi-nuestra-su» protección, y también a ese engreído héroe naval.

—Bien —repuso Trevize—. No me opongo a que me protejan, pero no soy engreído. Sólo estoy tomando precauciones, y si nunca tengo que valerme de estas cosas, te prometo que me sentiré doblemente satisfecho. Sin embargo, debo llevarlas. —Acarició las dos armas y añadió—: Ahora, salgamos a ese mundo que tal vez no ha sentido el peso de seres humanos sobre su superficie desde hace miles de años.

—Tengo la impresión de que debe ser bastante tarde —dijo Pelorat—, pero la altura del sol indica que falta poco para el mediodía.

—Supongo que tu impresión se debe al color anaranjado del sol, que parece propio del ocaso —observó Trevize, contemplando el tranquilo panorama—. Si estamos todavía aquí cuando se ponga, y si las formaciones nubosas son las adecuadas, veremos un rojo más fuerte de lo acostumbrado. No sé si lo encontraréis hermoso o deprimente. A propósito, tal vez era aún más fuerte en Comporellon, pero allí casi siempre estuvimos dentro de casa.

Se volvió despacio, observando los alrededores en todas direcciones.

Además de la rareza casi fantástica de la luz, el olor característico de aquel mundo…, o de aquella parte de él, flotaba en el aire. Parecía moho, pero no resultaba desagradable en modo alguno.

Los árboles próximos eran de mediana altura y parecían viejos, de corteza nudosa y con los troncos un poco oblicuos, aunque él no habría sabido decir si aquello se debía al viento dominante o a alguna anomalía del suelo. ¿Eran los árboles los que daban un ambiente amenazador a aquel mundo, o era otra cosa…, algo más inmaterial?

—¿En qué piensas, Trevize? —preguntó Bliss—. Supongo que no habrás realizado un viaje tan largo para gozar de esta vista.

—En realidad, tal vez debiera hacer eso ahora —dijo Trevize—. Convendría que Janov explorase este lugar. He visto unas minas en aquella dirección y él es el único capacitado para juzgar el valor de los vestigios que pueda haber. Supongo que entenderá los escritos o los filmes en galáctico antiguo, cosa de la que yo soy incapaz. Y también supongo, Bliss, que querrás ir con él para protegerle. En cuanto a mí, me quedaré aquí, haciendo guardia.

—¿Para defendernos de qué? ¿De indígenas primitivos, armados con piedras y garrotes?

—Tal vez —dijo, y la sonrisa que tenía en los labios se desvaneció—. Aunque parezca extraño, Bliss me siento un poco intranquilo en este lugar. No sé por qué.

—Vamos, Bliss —llamó Pelorat—. He sido coleccionista de cuentos antiguos durante toda mi vida, pero nunca he tenido en las manos documentos de esas épocas. Imagínate si encontrásemos…

Trevize les observó mientras se alejaban e iba disminuyendo el sonido de la voz de Pelorat al caminar éste en dirección a las ruinas. Bliss se contoneaba a su lado.

Trevize escuchó con aire distraído y después se volvió para continuar su estudio del lugar. ¿Qué podía haber allí que le hiciese sentir aquella aprensión?

En realidad, nunca había pisado un mundo sin población humana, pero había visto muchos desde el espacio. Por lo general eran mundos pequeños, demasiado pequeños para contener agua o aire, pero habían sido útiles para señalar los lugares de reunión durante las maniobras de las naves espaciales o como ejercicio de reparaciones urgentes simuladas (no había habido guerra en los años que llevaban vividos ni durante un siglo antes de su nacimiento, pero seguían realizándose maniobras y simulacros). Entonces, había naves en órbita alrededor de aquellos planetas, o incluso alguna se había posado en ellos, pero él nunca tuvo ocasión de desembarcar.

¿Se debía aquella impresión a que ahora se hallaba en un mundo vacío? ¿Habría sentido lo mismo si hubiese estado en uno de los muchos mundos pequeños y sin aire que había visto en sus días de estudiante e incluso después?

Sacudió la cabeza. Estaba seguro de que eso no le preocuparía. Habría llevado un traje espacial, como en las innumerables veces en las que salía de su nave en el espacio. Era una situación normal para él y el contacto con unas simples piedras no hubiese alterado aquella normalidad. ¡Seguro!

Desde luego, ahora no llevaba su traje espacial.

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