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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Fundación y Tierra (23 page)

BOOK: Fundación y Tierra
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—De acuerdo —dijo Trevize—. Lo es. ¿Y qué?

—Bueno, ¿no sabes que hay que pagar por tener sangre caliente?

Para mantener tu temperatura por encima de la del ambiente, tienes que gastar mucha más energía que una tortuga. Debes comer casi constantemente para que puedas reponer la energía en tu cuerpo con la misma rapidez con que la gastas. Te morirías de hambre mucho antes que una tortuga. Entonces, ¿preferirías ser una tortuga y vivir más tiempo y más despacio? ¿O prefieres pagar el precio y moverte más rápido, sentir más rápido, ser un organismo pensante?

—¿Es ésta una verdadera analogía, Bliss?

—No, Trevize, pues la situación es más favorable con Gaia. Nosotros no gastamos grandes cantidades de energía cuando estamos juntos. Sólo cuando una parte de Gaia se encuentra a distancias hiperespaciales del resto, el gasto de energía se eleva. Y recuerda que no has votado simplemente por una Gaia más grande, o por un mundo individual más grande. Votaste por Galaxia, por un vasto complejo de mundos. En cualquier parte de ella, serás parte suya y estarás rodeado de cerca por partes de algo que se extiende como cada átomo interestelar hasta el agujero negro central. Entonces, se requerirán pequeñas cantidades de energía para permanecer en el conjunto. Ninguna parte se hallará a gran distancia de las otras. Tú has decidido todo esto, Trevize. ¿Cómo puedes dudar del acierto de tu elección?

Él había agachado la cabeza, en honda reflexión. Por último, la levantó.

—Puede que haya elegido bien —dijo—, pero debo convencerme de ello. La decisión que he tomado es la más importante de la historia de la Humanidad, y no es suficiente con que sea buena. Yo debo saber que lo es.

—Después de lo que te he dicho, ¿qué más necesitas?

—No lo sé, pero lo encontraré en la Tierra. —dijo esto con absoluta convicción.

—Golan —dijo Pelorat—, la estrella muestra un disco.

Era verdad. El ordenador, realizando su trabajo, y sin preocuparse en absoluto de lo que pudiese discutirse a su alrededor, se había ido acercando por etapas a la estrella hasta alcanzar la distancia que Trevize le había fijado.

Todavía estaba bastante alejada del plano planetario, y el ordenador dividió la pantalla para mostrar cada uno de los tres pequeños planetas que formaban aquél

El más interior tenía la temperatura adecuada en su superficie para que el agua se mantuviese en estado líquido, y una atmósfera de oxígeno. Trevize esperó a que su órbita fuese calculada, y la primera estimación aproximada le pareció razonable. Dejó que el ordenador prosiguiese su tarea, pues cuanto más tiempo se observase el movimiento planetario, más exacto sería el cálculo de sus elementos orbitales.

Después dijo pausadamente:

—Tenemos a la vista un planeta habitable. Es probable que sea habitable.

—¡Oh! —exclamó Pelorat, con todo el entusiasmo que su solemne expresión le permitía.

—Sin embargo —dijo Trevize—, temo que no hay ningún satélite gigante. En realidad, no ha sido detectado ningún satélite de clase alguna hasta ahora. Por consiguiente, no es la Tierra. Al menos, si nos fundamos en la tradición.

—No te inquietes por eso, Golan —dijo Pelorat—. Sospeché que no íbamos a encontrar la Tierra aquí cuando vi que ningún gigante gaseoso tenía un sistema de anillos desacostumbrado.

—Está bien —dijo Trevize—. El primer paso que hemos de dar es averiguar qué clase de vida puede haber en él. Dado que tiene una atmósfera de oxígeno, podemos estar completamente seguros de que hay vida vegetal, pero,…

—Y también animal —le interrumpió Bliss bruscamente—. Y en cantidad.

—¿Qué? —dijo Trevize, volviéndose a ella.

—Puedo sentirlo. Como algo muy débil debido a esta distancia. Pero resulta indiscutible el hecho de que ese planeta no sólo es habitable, sino que está habitado.

La
Far Star
se hallaba en órbita polar alrededor del Mundo Prohibido, a una distancia lo bastante grande para que el período orbital durase poco más de seis días. Al parecer, Trevize no tenía prisa en abandonar aquella órbita.

—Ya que en el planeta hay seres vivos —explicó —y ya que, según Deniador, antaño estuvo habitado por humanos tecnológicamente avanzados y que representan una primera ola de colonizadores, los llamados Espaciales, pueden seguir siendo tecnológicamente avanzados y sentir muy poca simpatía por nosotros, los de la segunda ola que les sustituyó.

Me gustaría que se mostrasen, para saber un poco más de ellos antes de arriesgarnos a un aterrizaje.

—Puede que no hayan advertido nuestra presencia aquí —dijo Pelorat.

—Nosotros lo sabríamos, si estuviésemos en su lugar. Presumo pues que, si existen, es probable que traten de establecer contacto con nosotros. Incluso que quieran venir a apresarnos.

—Pero si nos dan caza y son tecnológicamente avanzados, podemos ser incapaces de…

—No lo creo —dijo Trevize—. El progreso tecnológico no lo comprende necesariamente todo. Puede ser que se encuentren mucho más adelantados que nosotros en algunos aspectos, pero resulta claro que no llevan a cabo viajes interestelares. Somos nosotros, no ellos, quienes hemos colonizado la galaxia, y no he visto, en toda la historia del Imperio, algo que indique que hayan salido de sus mundos manifestándose. Si no han viajado por el espacio, ¿cómo podemos suponer que han conseguido serios progresos en astronáutica? Y si no los han hecho, es imposible que tengan algo parecido a una nave gravítica. Podemos ir prácticamente desarmados, pero aunque nos persiguiesen con un acorazado, no podrían alcanzarnos. No, no estamos indefensos.

—Pueden haber progresado mentalmente. Podría ser que el Mulo fuese un Espacial…

Trevize se encogió de hombros, con clara irritación.

—El Mulo puede ser cualquier cosa. Los gaianos lo describieron como un gaiano aberrante. También es considerado como un mutante ocasional.

—También se ha especulado —dijo Pelorat—, aunque desde luego no debe tomarse en serio, con que era un artefacto mecánico. Dicho en otras palabras, un robot, mas no se empleaba este término.

—Si hay algo que parezca mentalmente peligroso, tendremos que confiar en que Bliss lo neutralice. Puede hacerlo… A propósito, ¿está durmiendo?

—Antes, un rato —dijo Pelorat—, pero se estaba levantando cuando vine aquí.

—Levantándose, ¿eh? Bueno, tendrá que estar completamente despierta si empieza a ocurrir algo. Cuida tú de esto, Janov.

—Sí, Golan —dijo Pelorat sencillamente.

Trevize volvió su atención al ordenador.

—Hay algo que me preocupa mucho: las estaciones de entrada. Generalmente, son señal segura de que un planeta está habitado por seres humanos poseedores de una elevada tecnología. Pero éstas…

—¿Qué tienen de extraño?

—Varias cosas. En primer lugar, son muy antiguas. Pueden tener miles de años. En segundo lugar, no hay radiaciones, salvo termales.

—¿Qué son termales?

La radiación termal es emitida por cualquier objeto más caliente que lo que le rodea. Es una sintonía conocida y consiste en una ancha franja de radiación que sigue una pauta fija dependiente de la temperatura. Eso es lo que están radiando las estaciones de entrada. Si hay aparatos fabricados por humanos en funcionamiento a bordo de las estaciones, tiene que filtrarse alguna radiación no termal, no casual. Como sólo existen radiaciones termales, podemos presumir que las estaciones están vacías, tal vez desde hace miles de años, o bien que, si están ocupadas, será por gente con una tecnología tan avanzada en este sentido que no hay filtraciones de radiación.

—Tal vez —dijo Pelorat —el planeta tenga una civilización muy alta, pero las estaciones de entrada se hallan vacías porque los colonizadores hemos dejado al planeta en paz durante tanto tiempo que ya no temen que los visitemos.

—Quizá sí. O tal vez se trate de una trampa.

Bliss entró en ese momento, y Trevize, que la vio por el rabillo del ojo, dijo bruscamente:

—Sí, aquí estamos.

—Ya lo veo —repuso ella—, y sin cambiar de órbita. Me he dado cuenta.

—Golan toma precauciones, querida —se apresuró a explicar Pelorat—. Las estaciones de entrada parecen abandonadas y no estamos seguros de lo que eso puede significar.

—No tenéis de qué preocuparos —dijo Bliss, con indiferencia—. No hay señales detectables de vida inteligente en el planeta que estamos sobrevolando.

Trevize le dirigió una mirada de asombro.

—¿Qué estás diciendo? Antes…

—Antes dije que había vida animal en el planeta, y la hay, pero, ¿en qué lugar de la galaxia te enseñaron que la vida animal implica necesariamente vida humana?

—¿Por qué no dijiste eso cuando detectamos vida animal por primera vez?

—Porque a aquella distancia, me resultaba imposible saberlo. Apenas podía detectar el rumor inconfundible de la actividad animal, pero su intensidad era tan débil que no habría podido distinguir una mariposa de un ser humano.

—¿Y ahora?

—Ahora estamos mucho más cerca, y aunque quizás imaginasteis que dormía, no era así…, o al menos, dormí muy poco. Estuve escuchando, a pesar de que esta palabra no sea la apropiada, con toda la atención posible, por si podía captar alguna señal de actividad mental lo bastante compleja para indicar la presencia de seres inteligentes.

—¿Y no captaste ninguna?

—Supongo —repuso Bliss, con súbita prudencia —que, si no detecto nada a esta distancia, es imposible que haya más de unos pocos cientos de seres humanos en el planeta. Si nos acercamos un poco, podré juzgarlo con más exactitud.

—Bueno, esto cambia las cosas —dijo Trevize, un poco confuso.

—Creo que sí —admitió Bliss, que parecía claramente soñolienta y, por ende, irritable—. Puedes olvidarte de analizar la radiación, y de inferir, y deducir, y de todo lo demás que has estado haciendo. Mis sentidos gaianos funcionan con mucha más eficacia y seguridad. Tal vez ahora comprendas lo que quiero decir cuando afirmo que es mejor ser gaiano que Aislado.

Trevize esperó antes de responder, esforzándose visiblemente en dominar su mal humor. Cuando habló, lo hizo en un tono cortés y casi formal:

—Te agradezco la información. Sin embargo, debes comprender, para usar una analogía, que la idea de mejorar mi sentido del olfato sería motivo insuficiente para que me decidiese a abandonar mi condición humana y convertirme en un sabueso.

Ahora, pudieron ver el Mundo Prohibido, cuando pasaron por debajo de la capa de nubes y comenzaron a navegar en la atmósfera. Parecía curiosamente apolillado.

Las regiones polares estaban heladas, como cabría esperar, pero no eran extensas. Las partes montañosas aparecían áridas, con ocasionales glaciares, pero tampoco de gran extensión. Eran pequeñas zonas desiertas muy desparramadas.

Aparte de eso, el planeta se veía, en potencia, hermoso. Sus zonas continentales eran muy grandes, pero sinuosas, de manera que había largas playas y ricas llanuras costeras muy extensas; frondosos bosques tropicales y también los propios de los climas templados, todos ellos bordeados de prados, y, sin embargo, el aspecto apolillado de su naturaleza resultaba evidente.

Desperdigados entre los bosques había sectores casi áridos, y partes de los prados eran poco herbosas.

—¿Alguna plaga vegetal? —se preguntó, extrañado, Pelorat.

—No —respondió Bliss pausadamente—. Algo peor que eso, y más permanente.

—Yo he visto muchos planetas —comento Trevize—, pero ninguno como éste.

—Yo, sin embargo, muy pocos —dijo Bliss—, pero comparto los pensamientos de Gaia y sé que esto es lo que cabe esperar de un mundo en el que la Humanidad ha desaparecido.

—¿Por qué? —preguntó Trevize.

—Piénsalo —respondió Bliss con aspereza—. Ningún mundo habitado disfruta un verdadero equilibrio ecológico. La Tierra tiene que haberlo tenido en su origen, pues si fue el mundo en que la Humanidad evolucionó, tuvo que haber largos períodos en los que ésta no existió ni tampoco especie alguna capaz de desarrollar una tecnología avanzada y de modificar el medio ambiente. En tal caso, debió imperar un equilibrio natural y, desde luego, cambiante. Sin embargo, en todos los otros mundos habitados, los seres humanos han transformado cuidadosamente sus nuevos medios y establecido vida vegetal y animal, pero el sistema ecológico que introducen está expuesto al desequilibrio, ya que sólo posee un número limitado de especies, únicamente aquellas que los seres humanos desean, o que no pueden dejar de…

—¿Sabes lo que me recuerda esto? —dijo Pelorat—. Perdona la interrupción, Bliss, pero esto viene tan al caso que no puedo resistir la tentación de comentártelo antes de que se me olvide. Existe un antiguo mito sobre la creación, un mito según el cual la vida fue creada en un planeta y sólo la tuvieron un número limitado de especies, las útiles o agradables para la Humanidad. Entonces, los primeros seres humanos hicieron alguna tontería (no importa lo que fuese, viejo amigo, porque los antiguos mitos suelen ser simbólicos e inducen a confusión si se interpretan literalmente) y el suelo del planeta fue maldito. «También te dará cardos y espinas» fue la maldición, aunque el pasaje suena mejor en el galáctico arcaico en que fue escrito. Pero la cuestión estriba en si se trató realmente de una maldición. Plantas que no les gustan a los seres humanos y son rechazadas por éstos, como las espinas y los cardos, pueden convertirse en necesarias para el equilibrio ecológico.

Bliss sonrió.

—Es sorprendente, Pel, que todo te recuerde alguna leyenda, y lo instructivas que éstas resultan a veces. Los seres humanos, al reformar un mundo, eliminan las espinas y los cardos, sean éstos lo que fueren, y entonces tienen que trabajar para que el mundo funcione. No se trata de un organismo que se mantiene por sí mismo, como Gaia. Más bien, es una agrupación heterogénea de Aislados, pero no lo bastante heterogénea para que el equilibrio ecológico se mantenga por tiempo indefinido. Si la Humanidad desaparece, el sistema ecológico del mundo, al carecer de unas manos que lo guíen, empieza inevitablemente a desintegrarse de forma inevitable. El planeta se autorreforma.

—Si ocurre algo así, no sucede rápidamente —dijo Trevize, escéptico—. Este planeta puede haber estado libre de seres humanos desde hace veinte mil años, pero, sin embargo, la mayor parte de él parece estar todavía en plena actividad.

—Eso depende, en primer lugar, de cómo fue establecido en su día el equilibrio ecológico —repuso Bliss—. Si empezó bien, puede durar mucho tiempo aunque no haya seres humanos. A fin de cuentas, veinte mil años, a pesar de ser un período muy largo desde el punto de vista humano, es breve comparado con el tiempo de vida de un planeta.

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