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Authors: Marqués de Sade

Filosofía en el tocador (2 page)

EL CABALLERO: ¿Cómo? Con Dolmancé... ¿haces venir una mujer a tu casa?

SRA. DE SAINT-ANGE: Se trata de una educación: es una jovencita que conocí en el convento el pasado otoño, mientras mi marido estaba en las aguas. Allí no pudimos nada, no nos atrevimos a nada, demasiados ojos estaban fijos en nosotras, pero nos prometimos reunirnos cuando fuera posible; ocupada únicamente por ese deseo, para satisfacerlo trabé conocimiento con su familia. Su padre es un libertino... al que he cautivado. Por fin viene la hermosa, la espero; pasaremos dos días juntas..., dos días deliciosos; la mejor parte de ese tiempo la emplearé en educar a esta personilla. Dolmancé y yo meteremos en esa linda cabecita todos los principios del libertinaje más desenfrenado, la abrasaremos con nuestros fuegos, la alimentaremos con nuestra filosofía, la inspiraremos nuestros deseos, y como quiero unir un poco de práctica a la teoría, como quiero que se demuestre a medida que se diserta, he destinado para ti, hermano mío, la cosecha de los mirtos de Citerea, para Dolmancé la de las rosas de Sodoma. Tendré dos placeres a la vez: el de gozar yo misma de esas voluptuosidades criminales y el de dar las lecciones, el de inspirar los gustos a la amable inocente que atraigo a nuestras redes. Y bien, caballero, ¿es digno de mi imaginación este proyecto?

EL CABALLERO: No puede ser concebido más que por ella; es divino, hermana mía, y te prometo cumplir a las mil maravillas el encantador papel que me destinas. ¡Ah, bribona, cómo vas a gozar con el placer de educar a esa niña! ¡Qué delicias para ti al corromperla, al ahogar en ese joven corazón todas las semillas de virtud y de religión que pusieron en él sus institutrices! En verdad que es demasiado vicioso para mí.

SRA. DE SAINT-ANGE: Ten por seguro que no ahorraré nada para pervertirla, para degradarla, para echar por tierra en ella todos los falsos principios de moral con que hayan podido aturdirla; en dos lecciones quiero volverla tan malvada como yo..., tan impía..., tan corrompida. Prevén a Dolmancé, ponle al tanto en cuanto llegue, para que el veneno de sus inmoralidades, al circular en ese joven corazón junto con el que yo lance en él, logre desarraigar en pocos instantes todas las semillas de virtud que podrían germinar sin nosotros.

EL CABALLERO: Era imposible encontrar un hombre mejor para lo que necesitabas: la irreligión, la impiedad, la inhumanidad, el libertinaje, fluyen de los labios de Dolmancé
[1]
como antaño la unción mística de los del célebre arzobispo de Cambrai ; es el seductor más profundo, el hombre más corrompido, el más peligroso... ¡Ay, querida amiga, que tu alumna responda a los cuidados del preceptor y te garantizo que pronto estará perdida!

SRA. DE SAINT-ANGE: Me parece que no tardará mucho con las disposiciones que sé que tiene...

EL CABALLERO: Pero, dime, querida hermana, ¿no temes nada de los padres? ¿Y si esa jovencita habla al volver a su casa?

SRA. DE SAINT-ANGE: No temo nada, he seducido al padre..., es mío. ¿Tendré que confesártelo? Me he entregado a él para cerrarle los ojos; ignora mis designios, pero nunca se atreverá a profundizar en ellos... Lo tengo.

EL CABALLERO: ¡Tus medios son horribles!

SRA. DE SAINT-ANGE: Así han de ser para que resulten seguros.

EL CABALLERO: Y dime, por favor, ¿cómo es esa joven?

SRA. DE SAINT-ANGE: Se llama Eugenia, y es la hija de un tal Mistival, uno de los recaudadores
[2]
más ricos de la capital, de unos treinta y seis años; la madre tiene todo lo más treinta y dos, y la muchacha, quince. Mistival es tan libertino como su mujer devota. En cuanto a Eugenia, sería en vano, amigo mío, que tratara de pintártela: está por encima de mis pinceles; bástete estar convencido de que ni tú ni yo hemos visto nunca algo tan delicioso en el mundo.

EL CABALLERO: Pero esbózamela al menos, si no puedes pintármela, para que, sabiendo aproximadamente con quién tengo que habérmelas, llene mejor mi imaginación con el ídolo en que debo sacrificar.

SRA. DE SAINT-ANGE: Bueno, amigo mío: sus cabellos castaños, que a duras penas caben en el puño, le bajan hasta las nalgas; su tez es de una blancura resplandeciente, su nariz algo aguileña, sus ojos de un negro de ébano y de un ardor... ¡Oh, amigo mío, es imposible resistir a esos ojos! ¡No imaginaríais siquiera todas las tonterías que me han hecho hacer!... ¡Si vieras las lindas cejas que los coronan..., los interesantes párpados que los bordean!... Su boca es muy pequeña, sus dientes soberbios, y todo ello de una frescura... Una de sus bellezas es la elegante manera en que su hermosa cabeza está unida a sus hombros, el aire de nobleza que tiene cuando la vuelve... Eugenia es alta para su edad: se la echarían diecisiete años; su talle es un modelo de elegancia y de finura, sus pechos deliciosos... ¡Son, desde luego, dos tetitas más hermosas!... ¡Apenas hay con qué colmar la mano, pero tan dulces..., tan frescas..., tan blancas!... ¡Veinte veces he perdido la cabeza besándolas! ¡Y si hubieras visto cómo se animaba con mis caricias..., cómo sus dos grandes ojos me pintaban el estado de su alma!... Amigo mío, no sé cómo es el resto. ¡Ay, a juzgar por lo que conozco, jamás el Olimpo tuvo divinidad que pudiera comparársele!... Pero ya la oigo..., déjanos, sal por el jardín para no encontrarte con ella y sé puntual a la cita.

EL CABALLERO: El cuadro que acabas de hacerme te responde de mi puntualidad... ¡Oh, cielos! ¡Salir..., dejarte en el estado en que estoy!... Adiós..., un beso, un beso solamente, hermana mía, para satisfacerme al menos hasta entonces.
(Ella lo besa, toca su polla a través del calzón, y el joven sale precipitadamente.)

SEGUNDO DIÁLOGO

PERSONAJES:

SEÑORA DE SAINT-ANGE, EUGENIA.

SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Eh! Buenos días, hermosa mía; te esperaba con una impaciencia que fácilmente adivinarás si lees en mi corazón.

EUGENIA: ¡Oh, querida mía! Creí que no llegaría nunca, tanta era la prisa que tenía por estar en tus brazos; una hora antes de partir, he temblado de miedo a que fuera imposible venir; mi madre se oponía rotundamente a este delicioso viaje; pretendía que no era conveniente que una joven de mi edad viniese sola; pero mi padre la había golpeado tanto anteayer que una sola de sus miradas ha dejado anonadada a la señora de Mistival; ha terminado por consentir lo que me concedía mi padre, y he acudido corriendo. Me han dado dos días; es absolutamente preciso que tu coche y una de tus criadas me devuelvan pasado mañana.

SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Qué breve es ese intervalo, ángel mío! Apenas podré, en tan poco tiempo, expresarte todo lo que me inspiras..., y además tenemos que hablar; ¿no sabes que es en esta entrevista en la que debo iniciarte en los misterios más secretos de Venus?
[3]
¿Tendremos tiempo en dos días?

EUGENIA: ¡Ah, si no sé todo, me quedaré!... He venido aquí para instruirme y no me iré sin ser sabia.

SRA. DE SAINT-ANGE,
besándola
: ¡Oh, amor querido, cuántas cosas vamos a hacernos y decirnos una a otra! Pero, a propósito, ¿quieres almorzar, reina mía? Es posible que la lección sea larga.

EUGENIA: Querida amiga, no tengo otra necesidad que oírte; hemos almorzado a una legua de aquí; ahora esperaré hasta las ocho de la tarde sin sentir la menor necesidad.

SRA. DE SAINT-ANGE: Pasemos, pues, a mi tocador, ahí estaremos más a gusto; ya he prevenido a mis criados; tranquilízate, que a nadie se le ocurrirá interrumpirnos.

Pasan a él abrazadas.

TERCER DIÁLOGO

PERSONAJES:

SEÑORA DE SAINT-ANGE, EUGENIA, DOLMANCÉ.

La escena transcurre en un tocador delicioso.

EUGENIA,
muy sorprendida al ver en el gabinete a un hombre que no esperaba:
¡Oh! ¡Dios! ¡Querida amiga, esto es una traición!

SRA. DE SAINT-ANGE,
igualmente sorprendida
: ¿Por qué azar estáis aquí, señor? Según creo, no deberíais llegar hasta las cuatro.

DOLMANCÉ: Siempre adelanta uno cuanto puede la dicha de veros, señora: me he encontrado con vuestro señor hermano; se ha dado cuenta de que sería necesaria mi presencia en las lecciones que debéis dar a la señorita; sabía que aquí sería el liceo donde se daría el curso, y me ha introducido secretamente pensando que no lo desaprobaríais; y en cuanto a él, como sabe que sus demostraciones no serán necesarias hasta después de las disertaciones teóricas, no aparecerá hasta entonces.

SRA. DE SAINT-ANGE: De veras, Dolmancé, vaya faena...

EUGENIA: Por la que no me dejo engañar, querida amiga; todo esto es obra tuya... Al menos debías haberme consultado. Y ahora siento una vergüenza que, evidentemente, se opondrá a todos nuestros proyectos.

SRA. DE SAINT-ANGE: Te aseguro, Eugenia, que la idea de esta sorpresa es únicamente de mi hermano; pero no te asustes: Dolmancé, a quien tengo por un hombre muy amable, y precisamente del grado de filosofía que nos hace falta para tu instrucción, no puede sino ser útil a nuestros proyectos; respecto a su discreción, te respondo de él como de mí. Familiarízate, pues, querida, con el hombre de mundo en mejor situación de formarte y guiarte en la carrera de la felicidad y de los placeres que queremos recorrer juntas.

EUGENIA,
sonrojándose
: ¡Oh, no por ello estoy menos confusa!...

DOLMANCÉ: Vamos, hermosa Eugenia, tranquilizaos..., el pudor es una vieja virtud de la que, con tantos encantos, debéis saber prescindir a las mil maravillas.

EUGENIA: Pero la decencia...

DOLMANCÉ: Otra costumbre gótica de la que bien poco caso se hace en el día. ¡Contraría tanto a la naturaleza!
(Dolmancé coge a Eugenia, la estrecha entre sus brazos y la besa.)

EUGENIA,
defendiéndose
: ¡Acabad, señor! En verdad que me tratáis con pocos miramientos.

SRA. DE SAINT-ANGE: Eugenia, hazme caso, dejemos tanto una como otra de ser gazmoñas con este hombre encantador, no lo conozco más que a ti, y mira cómo me entrego a él.
(Lo besa lúbricamente en la boca.)
Imítame.

EUGENIA: ¡Oh! De acuerdo; ¿de quién tomaría mejores ejemplos?
(Se entrega a Dolmancé, que la besa ardientemente, metiéndole la lengua en la boca.)

DOLMANCÉ: ¡Ah! ¡Qué amable y deliciosa criatura!

SRA. DE SAINT-ANGE,
besándola también
: ¿Habías creído, bribonzuela, que no iba a tener yo mi parte?
(Aquí, Dolmancé, teniendo a las dos en sus brazos, las lame durante un cuarto de hora a las dos y las dos se le entregan y lo rinden.)

DOLMANCÉ: ¡Ah! ¡Estos preliminares me embriagan de voluptuosidad! Señoras mías, ¿querréis creerme? Hace mucho calor: pongámonos cómodos, hablaremos infinitamente mejor.

SRA. DE SAINT-ANGE: De acuerdo; vistámonos estas túnicas de gasa: de nuestros atractivos sólo velarán aquello que hay que ocultar al deseo.

EUGENIA: ¡De veras, querida, me obligáis a unas cosas!...

SRA. DE SAINT-ANGE,
ayudándola a desvestirse
: Totalmente ridículas, ¿no es eso?

EUGENIA: Por lo menos muy indecentes, la verdad... ¡Ay, cómo me besas!

SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Qué pecho tan hermoso!... Es una rosa apenas entreabierta. DOLMANCÉ, contemplando las tetas de Eugenia, sin tocarlas: Y que promete otros encantos... infinitamente más estimables.

DOLMANCÉ,
mirando los pechos de Eugenia, sin tocarlos
: Ellos sí que prometen otros encantos... Infinitamente más estimables

SRA. DE SAINT-ANGE: ¿Más estimables?

DOLMANCÉ: ¡Oh, sí, palabra de honor!
(Al decir esto, Dolmancé hace ademán de volver a Eugenia para examinarla por detrás.)

EUGENIA: ¡Oh, no, no, os lo suplico!

SRA. DE SAINT-ANGE: No, Dolmancé..., no quiero que veáis todavía... un objeto cuyo poder es demasiado imperioso sobre vos para que, teniendo lo metido en la cabeza, podáis luego razonar con sangre fría. Necesitamos de vuestras lecciones, dádnoslas, y los mirtos que queréis coger formarán luego vuestra corona.

DOLMANCÉ: Sea, pero para demostrar, para dar a esta hermosa criatura las primeras lecciones del libertinaje, es necesario, señora, que por lo menos vos tengáis la bondad de prestaros.

SRA. DE SAINT-ANGE: ¡En buena hora!... ¡Bien, mirad, heme aquí completamente desnuda: disertad sobre mí cuanto queráis!

DOLMANCÉ: ¡Ah, qué bello cuerpo! ¡Es la misma Venus... embellecida por las Gracias!

EUGENIA: ¡Oh, querida amiga, qué atractivos! Déjame recorrerlos a placer, déjame cubrirlos de besos.
(Lo hace.)

DOLMANCÉ: ¡Qué disposiciones tan excelentes! Un poco menos ardor, bella Eugenia; sólo es atención lo que os pido por ahora.

EUGENIA: Vamos, escucho, escucho... Es que es tan hermosa..., tan rolliza, tan fresca... ¡Ay!, qué encantadora es mi amiga, ¿verdad, señor?

DOLMANCÉ: Es bella, decididamente..., perfectamente bella; pero estoy convencido de que vos no le vais a la zaga... Vamos, escuchadme, linda alumnita, porque si no sois dócil usaré con vos los derechos que ampliamente me concede el título de preceptor vuestro.

SRA. DE SAINT-ANGE: ¡Oh, sí, sí, Dolmancé, os la entrego; debéis reñirla mucho si no es prudente.

DOLMANCÉ: Bien podría no quedarme sólo en reprimendas.

EUGENIA: ¡Oh, justo cielo! Me asustáis. ¿Y qué haríais entonces, señor?

DOLMANCÉ,
balbuceando y besando a Eugenia en la boca
: Castigos..., palizas, y ese lindo culito bien podría responderme de las faltas de la cabeza.
(Se lo palmea a través de la túnica de gasa con que ahora está vestida Eugenia.)

SRA. DE SAINT-ANGE: Sí, apruebo el proyecto, pero no lo demás. Comencemos nuestra lección, o el poco tiempo que tenemos para gozar de Eugenia va a pasar en preliminares, y no se hará su instrucción.

DOLMANCÉ,
que va tocando, sobre la Sra. de Saint-Ange, todas las partes que cita
: Comienzo. No hablaré de estos globos de carne: sabéis tan bien como yo que los llaman indistintamente pechos, senos, tetas; su uso es de gran virtud en el placer; un amante los tiene ante los ojos cuando goza; los acaricia, los palpa, algunos incluso hacen de ellos la sede del goce y, anidando su miembro entre los dos montes de Venus, que la mujer cierra y comprime sobre ese miembro, al cabo de unos pocos movimientos algunos hombres logran derramar ahí el bálsamo delicioso de la vida, derrame que constituye la mayor dicha de los libertinos... Pero ¿no sería mejor, señora, dar una disertación a nuestra colegiala sobre ese miembro al que habrá que citar constantemente?

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