Authors: Félix María Samaniego
Tags: #Clásico, Cuento, Infantil y juvenil, Poesía
Quiso su Majestad que luego al punto
por la posta viniese;
llega, sube a palacio, y como viese
al Lobo, su enemigo, ya instruida
de que él era autor de su venida,
que ella excusaba cautelosamente,
inclinándose al Rey profundamente,
dijo: «Quizá, Señor, no habrá faltado
quien haya mi tardanza acriminado;
mas será porque ignora
que vengo de cumplir un voto ahora,
que por vuestra salud tenía hecho;
y para más provecho,
en mi viaje traté gentes de ciencia
sobre vuestra dolencia.
Convienen pues los grandes profesores
en que no tenéis vicio en los humores,
y que sólo los años han dejado
el calor natural algo apagado;
pero éste se recobra y vivifica
sin fastidio, sin drogas de botica,
con un remedio simple, liso y llano,
que vuestra majestad tiene en la mano.
A un Lobo vivo arránquenle el pellejo,
y mandad que os le apliquen al instante,
y por más que estéis débil, flaco y viejo,
os sentiréis robusto y rozagante,
con apetito tal, que sin esfuerzo
el mismo Lobo os servirá de almuerzo.»
Convino el Rey, y entre el furor y el hierro
murió el infeliz Lobo como un perro.
Así viven y mueren cada día
en su guerra interior los palaciegos,
que con la emulación rabiosa ciegos
al degüello se tiran a porfía.
Tomen esta lección muy oportuna:
lleguen a la privanza enhorabuena;
mas labren su fortuna
sin cimentarla en la desgracia ajena.
FÁBULA I
Marramaquiz
, gran gato,
de nariz roma, pero largo olfato,
se metió en una casa de Ratones.
En uno de sus lóbregos rincones
puso su alojamiento;
por delante de sí, de ciento en ciento
les dejaba por gusto libre el paso,
como hace el bebedor, que mira al vaso;
y ensanchando así más sus tragaderas,
al fin los escogía como peras.
Éste fue su ejercicio cotidiano;
pero tarde o temprano,
al fin ya los Ratones conocían
que por instantes se disminuían.
Don
Roepán
, cacique el más prudente
de la ratona gente,
con los suyos formó pleno consejo,
y dijo así con natural despejo:
«Supuesto, hermanos, que el sangriento bruto,
que metidos nos tiene en llanto y luto,
habita el cuarto bajo,
sin que pueda subir ni aun con trabajo
hasta nuestra vivienda, es evidente
que se atajará el daño solamente
con no bajar allá de modo alguno.»
El medio pareció muy oportuno;
y fue tan observado,
que ya
Marramaquiz,
el muy taimado,
metido por el hambre en calzas prietas,
discurrió entre mil tretas
la de colgarse por los pies de un palo,
haciendo el muerto: no era ardid malo;
pero don
Roepán
, luego que advierte
que su enemigo estaba de tal suerte,
asomando el hocico a su agujero,
«Hola, dice, ¿qué es eso, caballero?
¿Estás muerto de burlas o de veras?
Si es lo que yo recelo en vano esperas;
pues no nos contaremos ya seguros
aun sabiendo de cierto
que eras, a más de Gato muerto,
Gato relleno ya de pesos duros».
Si alguno llega con astuta maña,
y una vez nos engaña,
es cosa muy sabida
que puede algunas veces
el huir de sus trazas y dobleces
valernos nada menos que la vida.
FÁBULA II
Un Burro cojo vio que le seguía
un Lobo cazador, y no pudiendo
huir de su enemigo, le decía:
«Amigo Lobo, yo me estoy muriendo;
me acaban por instantes los dolores
de este maldito pie de que cojeo;
si yo no me valiese de herradores,
no me vería así como me veo.
Y pues fallezco, sé caritativo;
sácame con los dientes este clavo,
muera yo sin dolor tan excesivo,
y cómeme después de cabo a rabo.»
«¡Oh! dijo el cazador con ironía,
contando con la presa ya en la mano,
no solamente sé la anatomía,
sino que soy perfecto cirujano.
El caso es para mí una patarata,
la operación no más que de un momento;
alargue bien la pata,
y no se me acobarde, buen Jumento.»
Con su estuche molar desenvainado
el nuevo profesor llega al doliente;
mas éste le dispara de contado
una coz que le deja sin un diente.
Escapa el cojo, pero el triste herido
llorando se quedó su desventura.
«¡Ay infeliz de mí! bien merecido
el pago tengo de mi gran locura.
Yo siempre me llevé el mejor bocado
en mi oficio de lobo carnicero;
pues si puedo vivir tan regalado,
¿a qué meterme ahora a curandero?»
Hablemos en razón: no tiene juicio
quien deja el propio por ajeno oficio.
FÁBULA III
Iban, mas no sé adonde ciertamente,
u Caballo y un Asno juntamente;
este cargado, pero aquel sin carga.
El grave peso, la carrera larga
causaron al Borrico tal fatiga,
que la necesidad misma le obliga
a dar en tierra. «Amigo compañero,
no puedo más, decía; yo me muero.
Repartamos la carga, y será poca;
si no, se me va el alma por la boca.»
Dice el otro: «Revienta enhorabuena:
¿Por eso he de sufrir la carga ajena?
Gran bestia seré yo si tal hiciere.
miren y qué borrico se me muere.»
Tan justamente se quejó el Jumento,
que expiró el infeliz en el momento.
El Caballo conoce su pecado,
pues tuvo que llevar mal de su grado
los fardos y aparejos todo junto,
ítem más el pellejo del difunto.
Juan, alivia en sus penas al vecino;
y él, cuando tú las tengas, déte ayuda;
si no lo hacéis así, temed sin duda
que seréis el Caballo y el Pollino.
FÁBULA IV
Un labrador cansado,
en el ardiente estío,
debajo de una encina
reposaba pacífico y tranquilo.
Desde su dulce estancia
miraba agradecido
el bien con que la tierra
premiaba sus penosos ejercicios.
Entre mil producciones,
hijas de su cultivo,
veía calabazas,
melones por los suelos esparcidos.
«¿Por qué la Providencia,
decía entre sí mismo,
puso a la ruin bellota
en elevado preeminente sitio?
¿Cuánto mejor sería
que, trocando el destino,
pendiesen de las ramas
calabazas, melones y pepinos?»
Bien oportunamente,
al tiempo que esto dijo,
cayendo una bellota,
le pegó en las narices de improviso.
«Pardiez, prorrumpió entonces
el Labrador sencillo,
si lo que fue bellota,
algún gordo melón hubiera sido,
desde luego pudiera
tomar a buen partido
en caso semejante
quedar desnarigado, pero vivo.»
Aquí la Providencia
manifestarle quiso
que supo a cada cosa
señalar sabiamente su destino.
A mayor bien del hombre
todo está repartido:
Preso el pez en su concha,
y libre por el aire el pajarillo.
FÁBULA V
Un Asno disfrazado
con una grande piel de león andaba;
por su temible aspecto casi estaba
desierto el bosque, solitario el prado.
Pero quiso el destino
que le llegase a ver desde el molino
la punta de una oreja el molinero.
Armado entonces de un garrote fiero,
dale de palos, llévalo a su casa.
Divúlgase al contorno lo que pasa;
llegan todos a ver en el instante
al que habían temido León reinante;
y haciendo mofa de su idea necia,
quien más le respetó, más le desprecia.
Desde que oí del Asno contar esto
dos ochavos apuesto,
si es que Pedro Fernández no se deja
de andar con el disfraz del caballero,
a vueltas del vestido y el sombrero,
que le han de ver la punta de la oreja.
FÁBULA VI
Érase una Gallina que ponía
un huevo de oro al dueño cada día.
Aun con tanta ganancia mal contento,
quiso el rico avariento
descubrir de una vez la mina de oro,
y hallar en menos tiempo más tesoro.
Matóla, abrióla el vientre de contado;
pero, después de haberla registrado,
¿Qué sucedió? que muerta la Gallina,
perdió su huevo de oro y no halló mina.
¡Cuántos hay que teniendo lo bastante
enriquecerse quieren al instante,
abrazando proyectos
a veces de tan rápidos efectos,
que sólo en pocos meses,
cuando se contemplaban ya marqueses,
contando sus millones,
se vieron en la calle sin calzones!
FÁBULA VII
Los más autorizados, los más viejos
de todos los Cangrejos
una gran asamblea celebraron.
Entre los graves puntos que trataron,
a propuesta de un docto presidente,
como resolución la más urgente
tomaron la que sigue: «Pues que al mundo
estamos dando ejemplo sin segundo,
el más vil y grosero
en andar hacia atrás como el soguero;
siendo cierto también que los ancianos,
duros de pies y manos,
causándonos los años pesadumbre,
no podemos vencer nuestra costumbre;
toda madre desde este mismo instante
ha de enseñar andar hacia delante
a sus hijos; y dure la enseñanza
hasta quitar del mundo tal usanza.»
«Garras a la obra», dicen las maestras,
que se creían diestras;
y sin dejar ninguno,
ordenan a sus hijos uno a uno
que muevan sus patitas blandamente
hacia adelante sucesivamente.
Pasito a paso, al modo que podían,
ellos obedecían;
pero al ver a sus madres que marchaban
al revés de lo que ellas enseñaban,
olvidando los nuevos documentos,
imitaban sus pasos, más contentos.
Repetían sus madres sus lecciones,
mas no bastaban teóricas razones;
porque obraba en los jóvenes Cangrejos
sólo un ejemplo más que mil consejos.
Cada maestra se aflige y desconsuela,
no pudiendo hacer práctica su escuela;
de modo que en efecto
abandonaron todas el proyecto.
Los magistrados saben el suceso,
y en su pleno congreso
la nueva ley al punto derogaron,
porque se aseguraron
de que en vano intentaban la reforma,
cuando ellos no sabían ser la norma.
Y es así; que la fuerza de las leyes
suele ser el ejemplo de los reyes.
FÁBULA VIII
Dos ranas que vivían juntamente,
en un verano ardiente
se quedaron en seco en su laguna.
Saltando aquí y allí, llegó la una
a la orilla de un pozo.
Llena entonces de gozo,
gritó a su compañera:
«Ven y salta ligera.»
Llegó, y estando entrambas a la orilla,
notando como grande maravilla,
entre los agotados juncos y heno,
el fresco pozo casi de agua lleno,
prorrumpió la primera: «¿A qué esperamos,
que no nos arrojamos
al agua, que apacible nos convida?»
La segunda responde: «Inadvertida,
yo tengo igual deseo,
pero pienso y preveo
que, aunque es fácil al pozo nuestra entrada,
la agua, con los calores exhalada,
según vaya faltando,
nos irá dulcemente sepultando,
y al tiempo que salir solicitemos,
en la Estigia laguna nos veremos.»
Por consultar al gusto solamente
entra en la nasa el pez incautamente,
el pájaro sencillo en la red queda,
¿y en qué lazos el hombre no se enreda?
FÁBULA IX
En la rama de un árbol,
bien ufano y contento,
con un queso en el pico,
estaba el señor Cuervo.
Del olor atraído
un Zorro muy maestro,
le dijo estas palabras,
a poco más o menos:
«Tenga usted buenos días,
Señor Cuervo, mi dueño;
vaya que estáis donoso,
mono, lindo en extremo;
yo no gasto lisonjas,
y digo lo que siento;
que si a tu bella traza
corresponde el gorjeo,
juro a la diosa Ceres,
siendo testigo el cielo,
que tú serás el fénix
de sus vastos imperios.»
Al oír un discurso
tan dulce y halagüeño,
de vanidad llevado,
quiso cantar el Cuervo.
Abrió su negro pico,
dejó caer el queso;
el muy astuto Zorro,
después de haberle preso,
le dijo: «Señor bobo,
pues sin otro alimento,