Read Fábulas morales Online

Authors: Félix María Samaniego

Tags: #Clásico, Cuento, Infantil y juvenil, Poesía

Fábulas morales (8 page)

Quiso su Majestad que luego al punto

por la posta viniese;

llega, sube a palacio, y como viese

al Lobo, su enemigo, ya instruida

de que él era autor de su venida,

que ella excusaba cautelosamente,

inclinándose al Rey profundamente,

dijo: «Quizá, Señor, no habrá faltado

quien haya mi tardanza acriminado;

mas será porque ignora

que vengo de cumplir un voto ahora,

que por vuestra salud tenía hecho;

y para más provecho,

en mi viaje traté gentes de ciencia

sobre vuestra dolencia.

Convienen pues los grandes profesores

en que no tenéis vicio en los humores,

y que sólo los años han dejado

el calor natural algo apagado;

pero éste se recobra y vivifica

sin fastidio, sin drogas de botica,

con un remedio simple, liso y llano,

que vuestra majestad tiene en la mano.

A un Lobo vivo arránquenle el pellejo,

y mandad que os le apliquen al instante,

y por más que estéis débil, flaco y viejo,

os sentiréis robusto y rozagante,

con apetito tal, que sin esfuerzo

el mismo Lobo os servirá de almuerzo.»

Convino el Rey, y entre el furor y el hierro

murió el infeliz Lobo como un perro.

Así viven y mueren cada día

en su guerra interior los palaciegos,

que con la emulación rabiosa ciegos

al degüello se tiran a porfía.

Tomen esta lección muy oportuna:

lleguen a la privanza enhorabuena;

mas labren su fortuna

sin cimentarla en la desgracia ajena.

Libro quinto

FÁBULA I

Los Ratones y el Gato

Marramaquiz
, gran gato,

de nariz roma, pero largo olfato,

se metió en una casa de Ratones.

En uno de sus lóbregos rincones

puso su alojamiento;

por delante de sí, de ciento en ciento

les dejaba por gusto libre el paso,

como hace el bebedor, que mira al vaso;

y ensanchando así más sus tragaderas,

al fin los escogía como peras.

Éste fue su ejercicio cotidiano;

pero tarde o temprano,

al fin ya los Ratones conocían

que por instantes se disminuían.

Don
Roepán
, cacique el más prudente

de la ratona gente,

con los suyos formó pleno consejo,

y dijo así con natural despejo:

«Supuesto, hermanos, que el sangriento bruto,

que metidos nos tiene en llanto y luto,

habita el cuarto bajo,

sin que pueda subir ni aun con trabajo

hasta nuestra vivienda, es evidente

que se atajará el daño solamente

con no bajar allá de modo alguno.»

El medio pareció muy oportuno;

y fue tan observado,

que ya
Marramaquiz,
el muy taimado,

metido por el hambre en calzas prietas,

discurrió entre mil tretas

la de colgarse por los pies de un palo,

haciendo el muerto: no era ardid malo;

pero don
Roepán
, luego que advierte

que su enemigo estaba de tal suerte,

asomando el hocico a su agujero,

«Hola, dice, ¿qué es eso, caballero?

¿Estás muerto de burlas o de veras?

Si es lo que yo recelo en vano esperas;

pues no nos contaremos ya seguros

aun sabiendo de cierto

que eras, a más de Gato muerto,

Gato relleno ya de pesos duros».

Si alguno llega con astuta maña,

y una vez nos engaña,

es cosa muy sabida

que puede algunas veces

el huir de sus trazas y dobleces

valernos nada menos que la vida.

FÁBULA II

El Asno y el Lobo

Un Burro cojo vio que le seguía

un Lobo cazador, y no pudiendo

huir de su enemigo, le decía:

«Amigo Lobo, yo me estoy muriendo;

me acaban por instantes los dolores

de este maldito pie de que cojeo;

si yo no me valiese de herradores,

no me vería así como me veo.

Y pues fallezco, sé caritativo;

sácame con los dientes este clavo,

muera yo sin dolor tan excesivo,

y cómeme después de cabo a rabo.»

«¡Oh! dijo el cazador con ironía,

contando con la presa ya en la mano,

no solamente sé la anatomía,

sino que soy perfecto cirujano.

El caso es para mí una patarata,

la operación no más que de un momento;

alargue bien la pata,

y no se me acobarde, buen Jumento.»

Con su estuche molar desenvainado

el nuevo profesor llega al doliente;

mas éste le dispara de contado

una coz que le deja sin un diente.

Escapa el cojo, pero el triste herido

llorando se quedó su desventura.

«¡Ay infeliz de mí! bien merecido

el pago tengo de mi gran locura.

Yo siempre me llevé el mejor bocado

en mi oficio de lobo carnicero;

pues si puedo vivir tan regalado,

¿a qué meterme ahora a curandero?»

Hablemos en razón: no tiene juicio

quien deja el propio por ajeno oficio.

FÁBULA III

El Asno y el Caballo

Iban, mas no sé adonde ciertamente,

u Caballo y un Asno juntamente;

este cargado, pero aquel sin carga.

El grave peso, la carrera larga

causaron al Borrico tal fatiga,

que la necesidad misma le obliga

a dar en tierra. «Amigo compañero,

no puedo más, decía; yo me muero.

Repartamos la carga, y será poca;

si no, se me va el alma por la boca.»

Dice el otro: «Revienta enhorabuena:

¿Por eso he de sufrir la carga ajena?

Gran bestia seré yo si tal hiciere.

miren y qué borrico se me muere.»

Tan justamente se quejó el Jumento,

que expiró el infeliz en el momento.

El Caballo conoce su pecado,

pues tuvo que llevar mal de su grado

los fardos y aparejos todo junto,

ítem más el pellejo del difunto.

Juan, alivia en sus penas al vecino;

y él, cuando tú las tengas, déte ayuda;

si no lo hacéis así, temed sin duda

que seréis el Caballo y el Pollino.

FÁBULA IV

El Labrador y la Providencia

Un labrador cansado,

en el ardiente estío,

debajo de una encina

reposaba pacífico y tranquilo.

Desde su dulce estancia

miraba agradecido

el bien con que la tierra

premiaba sus penosos ejercicios.

Entre mil producciones,

hijas de su cultivo,

veía calabazas,

melones por los suelos esparcidos.

«¿Por qué la Providencia,

decía entre sí mismo,

puso a la ruin bellota

en elevado preeminente sitio?

¿Cuánto mejor sería

que, trocando el destino,

pendiesen de las ramas

calabazas, melones y pepinos?»

Bien oportunamente,

al tiempo que esto dijo,

cayendo una bellota,

le pegó en las narices de improviso.

«Pardiez, prorrumpió entonces

el Labrador sencillo,

si lo que fue bellota,

algún gordo melón hubiera sido,

desde luego pudiera

tomar a buen partido

en caso semejante

quedar desnarigado, pero vivo.»

Aquí la Providencia

manifestarle quiso

que supo a cada cosa

señalar sabiamente su destino.

A mayor bien del hombre

todo está repartido:

Preso el pez en su concha,

y libre por el aire el pajarillo.

FÁBULA V

El Asno vestido de León

Un Asno disfrazado

con una grande piel de león andaba;

por su temible aspecto casi estaba

desierto el bosque, solitario el prado.

Pero quiso el destino

que le llegase a ver desde el molino

la punta de una oreja el molinero.

Armado entonces de un garrote fiero,

dale de palos, llévalo a su casa.

Divúlgase al contorno lo que pasa;

llegan todos a ver en el instante

al que habían temido León reinante;

y haciendo mofa de su idea necia,

quien más le respetó, más le desprecia.

Desde que oí del Asno contar esto

dos ochavos apuesto,

si es que Pedro Fernández no se deja

de andar con el disfraz del caballero,

a vueltas del vestido y el sombrero,

que le han de ver la punta de la oreja.

FÁBULA VI

La Gallina de los huevos de oro

Érase una Gallina que ponía

un huevo de oro al dueño cada día.

Aun con tanta ganancia mal contento,

quiso el rico avariento

descubrir de una vez la mina de oro,

y hallar en menos tiempo más tesoro.

Matóla, abrióla el vientre de contado;

pero, después de haberla registrado,

¿Qué sucedió? que muerta la Gallina,

perdió su huevo de oro y no halló mina.

¡Cuántos hay que teniendo lo bastante

enriquecerse quieren al instante,

abrazando proyectos

a veces de tan rápidos efectos,

que sólo en pocos meses,

cuando se contemplaban ya marqueses,

contando sus millones,

se vieron en la calle sin calzones!

FÁBULA VII

Los Cangrejos

Los más autorizados, los más viejos

de todos los Cangrejos

una gran asamblea celebraron.

Entre los graves puntos que trataron,

a propuesta de un docto presidente,

como resolución la más urgente

tomaron la que sigue: «Pues que al mundo

estamos dando ejemplo sin segundo,

el más vil y grosero

en andar hacia atrás como el soguero;

siendo cierto también que los ancianos,

duros de pies y manos,

causándonos los años pesadumbre,

no podemos vencer nuestra costumbre;

toda madre desde este mismo instante

ha de enseñar andar hacia delante

a sus hijos; y dure la enseñanza

hasta quitar del mundo tal usanza.»

«Garras a la obra», dicen las maestras,

que se creían diestras;

y sin dejar ninguno,

ordenan a sus hijos uno a uno

que muevan sus patitas blandamente

hacia adelante sucesivamente.

Pasito a paso, al modo que podían,

ellos obedecían;

pero al ver a sus madres que marchaban

al revés de lo que ellas enseñaban,

olvidando los nuevos documentos,

imitaban sus pasos, más contentos.

Repetían sus madres sus lecciones,

mas no bastaban teóricas razones;

porque obraba en los jóvenes Cangrejos

sólo un ejemplo más que mil consejos.

Cada maestra se aflige y desconsuela,

no pudiendo hacer práctica su escuela;

de modo que en efecto

abandonaron todas el proyecto.

Los magistrados saben el suceso,

y en su pleno congreso

la nueva ley al punto derogaron,

porque se aseguraron

de que en vano intentaban la reforma,

cuando ellos no sabían ser la norma.

Y es así; que la fuerza de las leyes

suele ser el ejemplo de los reyes.

FÁBULA VIII

Las Ranas sedientas

Dos ranas que vivían juntamente,

en un verano ardiente

se quedaron en seco en su laguna.

Saltando aquí y allí, llegó la una

a la orilla de un pozo.

Llena entonces de gozo,

gritó a su compañera:

«Ven y salta ligera.»

Llegó, y estando entrambas a la orilla,

notando como grande maravilla,

entre los agotados juncos y heno,

el fresco pozo casi de agua lleno,

prorrumpió la primera: «¿A qué esperamos,

que no nos arrojamos

al agua, que apacible nos convida?»

La segunda responde: «Inadvertida,

yo tengo igual deseo,

pero pienso y preveo

que, aunque es fácil al pozo nuestra entrada,

la agua, con los calores exhalada,

según vaya faltando,

nos irá dulcemente sepultando,

y al tiempo que salir solicitemos,

en la Estigia laguna nos veremos.»

Por consultar al gusto solamente

entra en la nasa el pez incautamente,

el pájaro sencillo en la red queda,

¿y en qué lazos el hombre no se enreda?

FÁBULA IX

El Cuervo y el Zorro

En la rama de un árbol,

bien ufano y contento,

con un queso en el pico,

estaba el señor Cuervo.

Del olor atraído

un Zorro muy maestro,

le dijo estas palabras,

a poco más o menos:

«Tenga usted buenos días,

Señor Cuervo, mi dueño;

vaya que estáis donoso,

mono, lindo en extremo;

yo no gasto lisonjas,

y digo lo que siento;

que si a tu bella traza

corresponde el gorjeo,

juro a la diosa Ceres,

siendo testigo el cielo,

que tú serás el fénix

de sus vastos imperios.»

Al oír un discurso

tan dulce y halagüeño,

de vanidad llevado,

quiso cantar el Cuervo.

Abrió su negro pico,

dejó caer el queso;

el muy astuto Zorro,

después de haberle preso,

le dijo: «Señor bobo,

pues sin otro alimento,

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