Authors: Félix María Samaniego
Tags: #Clásico, Cuento, Infantil y juvenil, Poesía
mi aspecto, mi silencio, mi retiro,
aun yo mismo lo admiro.
Si rara vez me digno, como sabes,
de visitar la luz, todas las aves
me siguen y rodean: desde luego
mi mérito conocen, no lo niego.»
«¡Ah tonto presumido!,
el Hombre dijo así; ten entendido
que las aves, muy lejos de admirarte,
te siguen y rodean por burlarte.
de ignorante orgulloso te motejan,
como yo a aquellos hombres que se alejan
del trato de las gentes,
y con extravagancias diferentes
han llegado a doctores en la ciencia
de ser sabios no más que en la apariencia.»
De esta suerte de locos
hay hombres como búhos, y no pocos.
FÁBULA V
Subió una Mona a un nogal.
y cogiendo una nuez verde,
en la cáscara la muerde;
conque la supo muy mal.
Arrojóla el animal,
y se quedó sin comer.
Así suele suceder
a quien su empresa abandona.
Porque halla, como la mona,
al principio qué vencer.
FÁBULA VI
Cercado de muchachos
y jugando a las nueces,
estaba el viejo Esopo
más que todos alegre.
«¡Ah pobre! ya chochea»,
Le dijo un Ateniense.
en respuesta, el anciano
coge un arco que tiene
la cuerda floja, y dice:
«Ea, si es que lo entiendes,
dime, ¿qué significa
el arco de esta suerte?»
Lo examina el de Atenas,
piensa, cavila, vuelve,
y se fatiga en vano
pues que no lo comprende.
El frigio victorioso
le dijo: «Amigo, advierte
que romperás el arco
si está tirante siempre;
si flojo, ha de servirte
cuando tú lo quisieres.»
Si al ánimo estudioso
algún recreo dieres,
volverá a sus tareas
mucho más útilmente.
FÁBULA VII
Si te falta el buen nombre,
Fabio, en vano presumes
que en el mundo te tengan por grande hombre,
sin más que por tus galas y perfumes.
Demetrio el Faleriano se apodera
de Atenas, y aunque fue con tiranía,
de agradable manera
los del vulgo le aclaman a porfía.
Los grandes y los nobles distinguidos
con fingido placer la mano besan
que los tiene oprimidos;
aun a los que en el ocio se embelesan,
y la poltrona gente
los arrastra el temor al cumplimiento.
Con ellos va Menandro juntamente,
dramático escritor de gran talento,
cuyas obras leyó, sin conocerle,
Demetrio. Con perfumes olorosos
y pasos afectados entra. Al verle
llegar entre los tardos perezosos,
el nuevo Arconte prorrumpió, enojado:
«Con qué valor se pone en mi presencia
ese hombre afeminado?»
«Señor, le respondió la concurrencia,
es Menandro el autor.» Al punto muda
de semblante el tirano;
al escritor saluda,
y con grata expresión le da la mano.
FÁBULA VIII
Lo que hoy las Hormigas son,
eran los hombres antaño:
de lo propio y de lo extraño
hacían su provisión.
Júpiter, que tal pasión
notó de siglos atrás,
no pudiendo aguantar más,
en hormigas los transforma:
Ellos mudaron de forma;
¿Y de costumbres? Jamás.
FÁBULA IX
A las once y aun más de la mañana
la cocinera Juana,
con pretexto de hablar a la vecina,
se sale, cierra, y deja en la cocina
a
Micifuz
y
Zapirón
hambrientos.
Al punto, pues no gastan cumplimientos
gatos enhambrecidos,
se avanzan a probar de los cocidos.
«¡Fu, dijo
Zapirón
, maldita olla!
¡Cómo abrasa! Veamos esa polla
que está en el asador lejos del fuego.»
Ya también escaldado, desde luego
se arrima
Micif
uz, y en un instante
muestra cada trinchante
que en el arte cisoria, sin gran pena,
pudiera dar lecciones a Villena.
Concluido el asunto,
el señor
Micifuz
tocó este punto.
Utrum
si se podía o no en conciencia
comer el asador. «¡Oh qué demencia!
exclamó
Zapirón
en altos gritos,
¡Cometer el mayor de los delitos!
¿No sabes que el herrero
ha llevado por él mucho dinero,
y que, si bien la cosa se examina,
entre la batería de cocina
no hay un mueble más serio y respetable?
Tu pasión te ha engañado, miserable.»
Micifuz
en efecto
abandonó el proyecto;
pues eran los dos Gatos
de suerte timoratos,
que si el diablo, tentando sus pasiones,
les pusiese asadores a millones
(no hablo yo de las pollas), o me engaño,
o no comieran uno en todo el año.
LA MISMA FÁBULA DE OTRO MODO
¡Qué dolor!, por un descuido
Micifuz
y
Zapirón
se comieron un capón,
en un asador metido.
Después de haberse lamido,
trataron en conferencia
si obrarían con prudencia
en comerse el asador.
¿Le comieron? No señor.
Era caso de conciencia.
FÁBULA X
Todos los animales cada instante
Se quejaban a Júpiter tonante
de la misma manera
que si fuese un alcalde de montera.
El Dios, y con razón, amostazado
viéndose importunado,
por dar fin de una vez a las querellas,
en lugar de sus rayos y centellas,
de receptor envía desde el cielo
al Águila rapante, que de un vuelo
en la tierra juntó los animales
y expusieron en suma cosas tales.
Pidió el león la astucia del raposo,
este de aquél lo fuerte y valeroso;
envidia la paloma al gallo fiero,
el gallo a la paloma lo ligero.
Quiere el sabueso patas más felices,
y cuenta como nada sus narices.
El galgo lo contrario solicita;
y en fin, cosa inaudita,
los peces, de las ondas ya cansados,
quieren probar los bosques y los prados;
y las bestias, dejando sus lugares,
surcar las olas de los anchos mares.
Después de oírlo todo,
el Águila concluye de éste modo:
«¿Ves, maldita caterva impertinente,
que entre tanto viviente
de uno y otro elemento,
pues nadie está contenta,
no se encuentra feliz ningún destino?
Pues ¿para qué envidiar el del vecino?»
Con sólo este discurso,
aun el bruto mayor de aquel concurso
se dio por convencido.
De modo que es sabido
que ya sólo se matan los humanos
en envidiar la suerte a sus hermanos.
FÁBULA XI
Un pozo pintado vio
una Paloma sedienta:
tiróse a él tan violenta,
que contra la tabla dio.
Del golpe, al suelo cayó,
y allí muere de contado.
De su apetito guiado,
por no consultar al juicio,
así vuela al precipicio
el hombre desenfrenado.
FÁBULA XII
«Vaya una quisicosa.
Si aciertas, Juana hermosa,
cuál es el animal más presumido,
que rabia por hacerse distinguido
entre sus semejantes,
te he de regalar un par de guantes.
No es el pavón, ni el gallo,
ni el león, ni el caballo;
y así, no me fatigues con demandas.»
«¿Será tal vez… el mono?» «Cerca le andas.»
«¿El mico?» «Que te quemas;
Pero no acertarás: no, no lo temas.
Déjalo, no te canses el caletre.
Yo te diré cuál es: el
Petimetre
.»
Este vano orgulloso
pierde tiempo, doblones y reposo
en hacer distinguida su figura.
No para en los adornos su locura;
hace estudio de gestos y de acciones
a costa de violentas contorsiones.
De perfumes va siempre prevenido;
no quiere oler a hombre ni en descuido.
Que mire, marche o hable,
en todo busca hacerse
remarcable.
¿Y qué consigue? Lo que todo necio:
Cuanto más se distingue, más desprecio.
En la historia siguiente yo me fundo.
Un Chivo, como muchos en el mundo,
vano extremadamente,
se miraba al espejo de una fuente.
«¡Qué lástima, decía,
que esté mi juventud y lozanía
por siempre disfrazada
debajo de esta barba tan poblada!
¿Y cuándo? Cuando en todas las naciones
no tienen ni aun bigotes los varones;
pues ya cuentan que son los moscovitas,
si barbones ayer, hoy señoritas.
¡Qué cabrunos estilos tan groseros!
A bien que estoy en tierra de barberos.»
La historia fue en Tetuán, y todo el día
la barberil guitarra se sentía,
el Chivo fue, guiado de su tono,
a la tienda de un mono,
Barberillo afamado,
que afeitó al señorito de contado.
Sale barbilampiño a la campaña.
Al ver una figura tan extraña,
no hubo perro ni gato
que no le hiciese burla al mentecato.
Los chivos le desprecian de manera,
que no hay más que decir. ¡Quién lo creyera!
Un respetable macho
dicen que rió como un muchacho.
A Elisa
FÁBULA I
En tanto que tus vanas compañeras,
cercadas de galanes seductores,
escuchan placenteras
en la escuela de Venus los amores,
Elisa, retirada te contemplo
de la diosa Minerva al sacro templo.
Ni eres menos donosa,
ni menos agraciada
que Clori, ponderada
de gentil y de hermosa:
pues, Elisa divina, ¿por qué quieres
huir en tu retiro los placeres?
¡Oh sabia, qué bien haces
en estimar en poco la hermosura,
los placeres fugaces,
el bien que sólo dura
como rosa que el ábrego marchita!
Tu prudencia infinita
busca el sólido bien y permanente
en la virtud y ciencia solamente.
Cuando el tiempo implacable con presteza
o los males tal vez inopinados,
se lleven la hermosura y gentileza,
con lágrimas estériles llorados
serán aquellos días que se fueron
y a juegos vanos tus amigas dieron;
pero a tu bien estable
no hay tiempo ni accidente que consuma:
siempre serás feliz, siempre estimable.
Eres sabia, y en suma
este bien de la ciencia no perece.
Oye cómo esta FÁBULA lo explica,
que mi respeto a tu virtud dedica.
Simónides en Asia se enriquece,
cantando a justo precio los loores
de algunos generosos vencedores.
Este sabio poeta, con deseo
de volver a su amada patria Ceo,
se embarca, y en la mar embravecida
fue la mísera nave sumergida.
De la gente a las ondas arrojada,
sale quien diestro nada,
y el que nadar no sabe
fluctúa en las reliquias de la nave.
Pocos llegan a tierra, afortunados,
con las náufragas tablas abrazados.
Todos cuantos el oro recogieron,
con el peso abrumados, perecieron.
A Clecémone van. Allí vivía
un varón literato, que leía
las obras de Simónides, de suerte
que al conversar los náufragos, advierte
que Simónides habla, y en su estilo
le conoce; le presta todo asilo
de vestidos, criados y dineros;
pero a sus compañeros
les quedó solamente por sufragio
mendigar con la tabla del naufragio.
FÁBULA II
Meditando a sus solas cierto día.
un pensador Filósofo decía:
«El jardín adornado de mil flores,
y diferentes árboles mayores,
con su fruta sabrosa enriquecidos,
tal vez entretejidos
con la frondosa vid que se derrama
por una y otra rama,
mostrando a todos lados
las peras y racimos desgajados,
es cosa destinada solamente
para que la disfruten libremente
la oruga, el caracol, la mariposa:
no se persuaden ellos otra cosa.
Los pájaros sin cuento,
Burlándose del viento,
por los aires sin dueño van girando.
El milano cazando
saca la consecuencia:
para mí los crió la Providencia.
El cangrejo, en la playa envanecido,
mira los anchos mares, persuadido
a que las olas tienen por empleo
sólo satisfácele su deseo,
pues cree que van y vienen tantas veces
por dejarle en la orilla ciertos peces.
No hay, prosigue el Filósofo profundo,
animal sin orgullo en este mundo.
El hombre solamente
puede en esto alabarse justamente.
Cuando yo me contemplo colocado
en la cima de un risco agigantado,
imagino que sirve a mi persona
todo el cóncavo cielo de corona.
Veo a mis pies los mares espaciosos,