Authors: Félix María Samaniego
Tags: #Clásico, Cuento, Infantil y juvenil, Poesía
«En todos mis contratos he logrado,
no lo niego, ganancia muy segura;
trabajé en calcular mis intereses:
aumenté mi caudal en pocos meses,
más por felicidad que por usura.
Sin rencor ni malicia
hice que a mi deudor pusiesen preso:
murió pobre en la cárcel, lo confieso;
mas, en fin, es un hecho de justicia.
Si por cierto instrumento
reduje una familia muy honrada
a pobreza extremada,
algún día leerán mi testamento.
Entonces, muerto yo, se hará patente,
en la tierra lo mismo que en el cielo,
para alivio de pobres y consuelo,
mi caridad ardiente.»
Una Visión se acerca y dice: «Hermano,
la esperanza condeno
del que aguarda a morir para ser bueno.
Una acción de piedad está en tu mano:
Tus prójimos, según sus oraciones,
están necesitados:
Para ser remediados
han menester siquiera cien doblones.»
«¡Cien doblones! No es nada.
¿y si, porque dios quiera, no me muero,
y después me hace falta ese dinero,
sería caridad bien ordenada?»
«Avaro, ¿te resistes? Pues al cabo
te anuncio que tu muerte está cercana.»
«¿Me muero? Pues que esperen a mañana.»
La Visión se volvió sin un ochavo.
FÁBULA VIII
Al que ostenta valimiento
cuando su poder es tal,
que ni influye en bien ni en mal,
le quiero contar un cuento.
En una larga jornada
un Camello muy cargado
exclamó, ya fatigado:
«¡Oh, qué carga tan pesada!»
Doña Pulga, que montada
iba sobre él, al instante
se apea, y dice arrogante:
«Del peso te libro yo.»
El Camello respondió:
«Gracias, señor elefante.»
FÁBULA IX
Poco antes de morir el corderillo
lame alegre la mano y el cuchillo
que han de ser de su muerte el instrumento,
y es feliz hasta el último momento.
Así, cuando es el mal inevitable,
es quien menos prevé más envidiable.
Bien oportunamente mi memoria
me presenta al Lechón de cierta historia.
Al mercado llevaba un carretero
un Marrano, una Cabra y un Carnero.
Con perdón, el Cochino
clamaba sin cesar en el camino:
«¡Ésta sí que es miseria!
Perdido soy, me llevan a la feria.»
Así gritaba; mas ¡con qué gruñidos!
No dio en su esclavitud tales gemidos
Hécuba la infelice.
El carretero al gruñidor le dice:
«¿No miras al Carnero y a la Cabra,
que vienen sin hablar una palabra?»
«¡Ay, señor, le responde, ya lo veo!
Son tontos y no piensan.
Yo preveo Nuestra muerte cercana.
A los dos por la leche y por la lana
quizá no matarán tan prontamente;
Pero a mí, que soy bueno solamente
para pasto del hombre… no lo dudo:
Mañana comerán de mi menudo.
Adiós, pocilga; adiós, gamella mía.»
Sutilmente su muerte preveía.
Mas ¿qué lograba el pensador Marrano?
Nada, sino sentirla de antemano.
El dolor ni los ayes es seguro
que no remediarán el mal futuro.
FÁBULA X
Entre sus fieras garras oprimía
un Tigre a un Caminante.
A los tristes quejidos al instante
un León acudió: con bizarría
lucha, vence a la fiera, y lleva al hombre
a su regia caverna. «Toma aliento,
le decía el león; nada te asombre;
soy tu libertador; estáme atento.
¿Habrá bestia sañuda y enemiga
que se atreva a mi fuerza incomparable?
Tú puedes responder, o que lo diga
esa pintada fiera despreciable.
Yo, yo solo, monarca poderoso;
domino en todo el bosque dilatado.
¡Cuántas veces la onza y aun el oso
con su sangre el tributo me han pagado!
Los despojos de pieles y cabezas,
los huesos que blanquean este piso
dan el más claro aviso
de mi valor sin par y mis proezas.»
«Es verdad, dijo el hombre, soy testigo:
Los triunfos miro de tu fuerza airada,
contemplo a tu nación amedrentada;
al librarme venciste a mi enemigo.
En todo esto, señor, con tu licencia,
sólo es digna del trono tu clemencia.
Sé benéfico, amable,
en lugar de despótico tirano;
porque, señor, es llano
que el monarca será más venturoso
cuanto hiciere a su pueblo más dichoso.»
«Con razón has hablado;
y ya me causa pena
el haber yo buscado
mi propia gloria en la desdicha ajena.
En mis jóvenes años
el orgullo produjo mil errores,
que me los ha encubierto con engaños
una corte servil de aduladores.
Ellos me aseguraban de concierto
que por el mundo todo
no reinan los humanos de otro modo:
tú lo sabrás mejor; dime, ¿y es cierto?»
FÁBULA XI
Pensaba en elegir la reina Muerte
un ministro de Estado:
Le quería de suerte
que hiciese floreciente su reinado.
«El Tabardillo, Gota, Pulmonía
y todas las demás enfermedades,
yo conozco, decía,
que tienen excelentes calidades.
Mas ¿qué importa? La Peste, por ejemplo,
un ministro sería sin segundo;
pero ya por inútil la contemplo,
habiendo tanto médico en el mundo.
Uno de éstos elijo… Mas no quiero,
que están muy bien premiados sus servicios
sin otra recompensa que el dinero.»
Pretendieron la plaza algunos vicios,
alegando en su abono mil razones.
Consideró la Reina su importancia,
y después de maduras reflexiones,
el empleo ocupó la Intemperancia.
FÁBULA XII
Habiendo la Locura
con el Amor reñido,
dejó ciego de un golpe
al miserable niño.
Venganza pide al cielo
Venus, mas ¡con qué gritos!
Era madre y esposa:
con esto queda dicho.
Queréllase a los dioses,
presentando a su hijo:
«¿De qué sirven las flechas,
de qué el arco a Cupido,
faltándole la vista
para asestar sus tiros?
Quítensele las alas
y aquel ardiente cirio,
Si a su luz ser no pueden
sus vuelos dirigidos.»
Atendiendo a que el ciego
siguiese su ejercicio,
y a que la delincuente
tuviese su castigo,
Júpiter, presidente
de la asamblea, dijo:
«Ordeno a la Locura,
desde este instante mismo,
que eternamente sea
de Amor el lazarillo.»
FÁBULA I
El tiempo, que consume de hora
en hora Los fuertes murallones elevados,
y lo mismo devora
montes agigantados,
a un Raposo quitó de día en día
dientes, fuerza, valor, salud; de suerte
que él mismo conocía
que se hallaba en las garras de la muerte.
Cercado de parientes y de amigos,
dijo en trémula voz y lastimera:
«!Oh vosotros, testigos
de mi hora postrera,
atentos escuchad un desengaño!
Mis ya pasadas culpas me atormentan,
ahora, conjuradas en mi daño,
¿No veis cómo a mi lado se presentan?
Mirad, mirad los gansos inocentes
con su sangre teñidos,
y los pavos en partes diferentes,
al furor de mis garras, divididos.
Apartad esas aves que aquí veo,
y me piden sus pollos devorados:
su infernal cacareo
me tiene los oídos penetrados.»
Los raposos le afirman con tristeza,
no sin lamerse labios y narices:
«Tienes debilitada la cabeza;
ni una pluma se ve de cuanto dices.
y bien lo puedes creer, que si se viese…»
«¡Oh glotones! callad; ya, ya os entiendo,
el enfermo exclamó; ¡si yo pudiese
corregir las costumbres cual pretendo!
¿No sentís que los gustos,
si son contra la paz de la conciencia,
se cambian en disgustos?
Tengo de esta verdad gran experiencia.
Expuestos a las trampas y a los perros,
matáis y perseguís a todo trapo,
en la aldea gallinas, y en los cerros
los inocentes lomos del gazapo.
Moderad, hijos míos, las pasiones;
observad vida quieta y arreglada,
y con buenas acciones
ganaréis opinión muy estimada.»
«Aunque nos convirtamos en corderos,
le respondió un oyente sentencioso,
otros han de robar los gallineros
a costa de la fama del Raposo.
Jamás se cobra la opinión perdida:
esto es lo uno. A más, ¿usted pretende
que mudemos de vida?
Quien malas mañas ha… ya usted me entiende.»
«Sin embargo, hermanito, crea, crea…
el enfermo le dijo. Mas ¡qué siento!…
¿No oís que una gallina cacarea?
Esto sí que no es cuento.»
Adiós, sermón; escápase la gente.
El enfermo orador esfuerza el grito:
«¿Os vais, hermanos? Pues tened presente
que no me haría daño algún pollito.»
FÁBULA II
En su regia caverna, inconsolable
el rey león yacía,
porque en el mismo día
murió ¡cruel dolor! su esposa amable.
A palacio la corte toda llega,
y en fúnebre aparato se congrega.
En la cóncava gruta resonaba
del triste rey el doloroso llanto;
allí los cortesanos entre tanto
también gemían porque el rey lloraba;
que si el viudo monarca se riera,
la corte lisonjera
trocara en risa el lamentable paso.
Perdone la difunta: voy al caso.
Entre tanto sollozo
el ciervo no lloraba, yo lo creo;
porque, lleno de gozo,
miraba ya cumplido su deseo.
La tal reina le había devorado
un hijo y la mujer al desdichado.
El ciervo, en fin, no llora;
el concurso lo advierte:
el monarca lo sabe, y en la hora
ordena con furor darle la muerte.
«¿Cómo podré llorar, el ciervo dijo,
si apenas puedo hablar de regocijo?
Ya disfruta, gran rey, más venturosa,
los Elíseos Campos vuestra esposa:
me lo ha revelado, a la venida,
muy cerca de la gruta aparecida.
Me mandó lo callase algún momento,
porque gusta mostréis el sentimiento.»
Dijo así; y el concurso cortesano
aclamó por milagro la patraña.
El ciervo consiguió que el soberano
cambiase en amistad su fiera saña.
Los que en la indignación han incurrido
de los grandes señores
a veces su favor han conseguido
con ser aduladores.
Mas no por esto advierto
que el medio sea justo; pues es cierto
que a más príncipes vicia
la adulación servil que la malicia.
FÁBULA III
Una fresca mañana,
en el florido campo
un Poeta buscaba
las delicias de mayo.
Al peso de las flores
se inclinaban los ramos,
como para ofrecerse
al huésped solitario.
Una Rosa lozana,
movida al aire blando,
le llama, y él se acerca;
la toma, y dice ufano:
«Quiero, Rosa, que vayas
no más que por un rato
a que la hermosa Clori
te reciba en su mano.
Mas no, no, pobrecita;
que si vas a su lado,
tendrás de su hermosura
unos celos amargos.
Tu süave fragancia,
tu color delicado,
el verdor de tus hojas
y tus pimpollos caros
entre estas florecillas
pueden ser alabados;
mas junto a Clori bella,
es locura pensarlo.
Marchita, cabizbaja,
te irías deshojando,
hasta parar tu vida
en un desnudo cabo.»
La Rosa, que hasta entonces
no despegó sus labios,
le dijo, resentida:
«Poeta chabacano,
cuando a un héroe quieras
coronar con el lauro,
del jardín de sus hechos
has de cortar los ramos.
Por labrar su corona,
no es justo que tus manos
desnuden otras sienes
que la virtud y el mérito adornaron.
»
FÁBULA IV
Vivía en un granero retirado
un reverendo Búho, dedicado
a sus meditaciones,
sin olvidar la caza de ratones.
Se dejaba ver poco, mas con arte:
al Gran Turco imitaba en esta parte.
el dueño del granero
por azar advirtió que en un madero
el pájaro nocturno
con gravedad estaba taciturno.
El Hombre le miraba y se reía;
«¡Qué carita de pascua! le decía;
¿Puede haber más ridículo visaje?
Vaya, que eres un raro personaje.
¿Por qué no has de vivir alegremente
con la pájara gente,
seguir desde la aurora
a la turba canora
de jilgueros, calandrias, ruiseñores,
por valles, fuentes, árboles y flores?»
«Piensas a lo vulgar, eres un necio,
dijo el solemne Búho con desprecio;
mira, mira, ignorante,
a la sabiduría en mi semblante: