Authors: Félix María Samaniego
Tags: #Clásico, Cuento, Infantil y juvenil, Poesía
sino de noche, que con maña astuta
abastecía su pequeña gruta.
La Jabalina, con tan triste nueva,
no salió de su cueva.
La Águila, en el ramaje temerosa
haciendo centinela, no reposa.
En fin, a ambas familias la hambre mata,
y de ellas hizo víveres la Gata.
Jóvenes, ojo alerta, gran cuidado;
que un chismoso en amigo disfrazado
con copa de amistad cubre sus trazas,
y así causan el mal sus añagazas.
A Don Javier María de Munive e Idiáquez,
Conde de Peña Florida, director perpetuo de la
Real Sociedad Vascongada de los Amigos del País
Mientras que con la espada en mar y tierra
los ilustres varones
engrandecen su fama por la guerra,
sojuzgando naciones,
tú, Conde, con la pluma y el arado,
ya enriqueces la patria, ya la instruyes,
y haciendo venturosos has ganado
el bien que buscas y el laurel que huyes.
Con darte todo al bien de los humanos
no contento tu celo,
supo unir a los nobles ciudadanos
para felicidad del patrio suelo.
La hormiga codiciosa
trabaja en sociedad fructuosamente,
y la abeja oficiosa
labra siempre ayudada de su gente.
Así unes a los hombres laboriosos
para hacer sus trabajos más fructuosos.
Aquél viaja observando
por las naciones cultas;
éste con experiencias va mostrando
las útiles verdades más ocultas.
Cuál cultiva los campos, cuál las ciencias;
y de diversos modos,
juntando estudios, viajes y experiencias,
resulta el bien en que trabajan todos.
¡En que trabajan todos! Ya lo dije,
por más que yo también sea contado.
El sabio Presidente que nos rige
tiene aun al más inútil ocupado.
Darme, Conde, querías un destino,
al contemplarme ocioso e ignorante.
Era difícil; mas al fin tu tino
encontró un genio en mí versificante.
A
Fedro
y
Lafontaine
por modelos
me pusiste a la vista,
y hallaron tus desvelos
que pudiera ensayarme a fabulista.
Y pues viene al intento,
pasemos al ensayo: va de cuento.
FÁBULA I
El León, rey de los bosques poderoso,
quiso armar un ejército famoso.
Juntó sus animales al instante:
Empezó por cargar al elefante
un castillo con útiles, y encima
rabiosos lobos, que pusiesen grima.
Al oso le encargó de los asaltos;
al mono con sus gestos y sus saltos
mandó que al enemigo entretuviese;
a la zorra que diese
ingeniosos ardides al intento.
Uno gritó: «La liebre y el jumento.
éste por tardo, aquélla por medrosa,
de estorbo servirán, no de otra cosa.»
«¿De estorbo? dijo el Rey; yo no lo creo.
en la liebre tendremos un correo,
y en el asno mis tropas un trompeta.»
Así quedó la armada bien completa.
Tu retrato es el León,
Conde
prudente,
y si a tu imitación, según deseo,
examinan los jefes a su gente,
a todos han de dar útil empleo.
¿Por qué no lo han de hacer? ¿Habrá cucaña
como no hallar ociosos en España?
FÁBULA II
Llevaba en la cabeza
una Lechera el cántaro al mercado
con aquella presteza,
aquel aire sencillo, aquel agrado,
que va diciendo a todo el que lo advierte
«¡Yo sí que estoy contenta con mi suerte!»
Porque no apetecía
más compañía que su pensamiento,
que alegre la ofrecía
inocentes ideas de contento,
marchaba sola la feliz Lechera,
y decía entre sí de esta manera:
«Esta leche vendida,
en limpio me dará tanto dinero,
y con esta partida
un canasto de huevos comprar quiero,
para sacar cien pollos, que al estío
me rodeen cantando el pío, pío.
Del importe logrado
de tanto pollo mercaré un cochino;
con bellota, salvado,
berza, castaña engordará sin tino,
tanto, que puede ser que yo consiga
ver cómo se le arrastra la barriga.
Llevarélo al mercado,
sacaré de él sin duda buen dinero;
compraré de contado
una robusta vaca y un ternero,
que salte y corra toda la campaña,
hasta el monte cercano a la cabaña.»
Con este pensamiento
enajenada, brinca de manera,
que a su salto violento
el cántaro cayó. ¡Pobre Lechera!
¡Qué compasión! Adiós leche, dinero,
huevos, pollos, lechón, vaca y ternero.
¡Oh, loca fantasía!
¡Qué palacios fabricas en el viento!
Modera tu alegría
no sea que saltando de contento,
al contemplar dichosa tu mudanza,
quiebre su cantando la esperanza.
No seas ambiciosa
de mejor o más próspera fortuna,
que vivirás ansiosa
sin que pueda saciarte cosa alguna.
No anheles impaciente el bien futuro;
mira que ni el presente está seguro.
FÁBULA III
Cierto Burro pacía
en la fresca y hermosa pradería
con tanta paz como si aquella tierra
no fuese entonces teatro de la guerra.
Su dueño, que con miedo lo guardaba,
de centinela en la ribera estaba.
divisa al enemigo en la llanura,
baja, y al buen Borrico le conjura
que huya precipitado.
El Asno, muy sesudo y reposado,
empieza a andar a paso perezoso.
Impaciente su dueño y temeroso
con el marcial rüido
de bélicas trompetas al oído,
le exhorta con fervor a la carrera.
«¡Yo correr! dijo el Asno, bueno fuera;
que llegue en hora buena Marte fiero;
Me rindo, y él me lleva prisionero.
¿Servir aquí o allí no es todo uno?
¿Me pondrán dos albardas? No, ninguno.
pues nada pierdo, nada me acobarda;
siempre seré un esclavo con albarda.»
No estuvo más en sí ni más entero
que el buen Pollino Amiclas el Barquero,
cuando en su humilde choza le despierta
César, con sus soldados a la puerta,
para que a la Calabria los guiase.
¿Se podría encontrar quien no temblase
entre los poderosos
de insultos militares horrorosos
de la guerra enemiga?
No hay sino la pobreza que consiga
esta gran exención: de aquí le viene.
Nada teme perder quien nada tiene.
FÁBULA IV
Apacentando un joven su ganado,
gritó desde la cima de un collado:
«¡Favor! que viene el lobo, labradores.»
Éstos, abandonando sus labores,
acuden prontamente,
y hallan que es una chanza solamente.
Vuelve a clamar, y temen la desgracia;
segunda vez los burla. ¡Linda gracia!
Pero ¿qué sucedió la vez tercera?
Que vino en realidad la hambrienta fiera.
Entonces el Zagal se desgañita,
y por más que patea, llora y grita,
no se mueve la gente escarmentada,
y el lobo le devora la manada.
¡Cuántas veces resulta de un engaño,
contra el engañador el mayor daño!
FÁBULA V
A una Tortuga una Águila arrebata;
la ladrona se apura y desbarata
por hacerla pedazos,
ya que no con la garra, a picotazos.
Viéndola una Corneja en tal faena,
la dice: «En vano tomas tanta pena:
¿No ves que es la Tortuga, cuya casa
diente, cuerno ni pico la traspasa,
y si siente que llaman a su puerta,
se finge la dormida, sorda o muerta?»
«Pues ¿qué he de hacer?» «Remontarás tu vuelo,
y en mirándote allá cerca del cielo
la dejarás caer sobre un peñasco,
y se hará una tortilla el duro casco.»
La Águila, porque diestra lo ejecuta,
y la Comeja astuta,
por autora de aquella maravilla,
juntamente comieron la tortilla.
¿Qué podrá resistirse a un poderoso
guiado de un consejo malicioso?
De estos tales se aparta el que es prudente;
y así por escaparse de esta gente
las descendientes de la tal Tortuga
a cuevas ignoradas hacen fuga.
FÁBULA VI
Sin duda alguna que se hubiera ahogado
un Lobo con un hueso atragantado,
si a la sazón no pasa una Cigüeña.
el paciente la ve, hácele seña;
llega, y ejecutiva,
con su pico, jeringa primitiva,
cual diestro cirujano,
hizo la operación y quedó sano.
Su salario pedía,
pero el ingrato Lobo respondía:
«¿Tu salario? Pues ¿qué más recompensa
que el no haberte causado leve ofensa,
y dejarte vivir para que cuentes
que pusiste tu vida entre mis dientes?»
Marchó por evitar una desdicha,
sin decir
tus
ni
mus
, la susodicha.
Haz bien
, dice el proverbio castellano,
y no sepas a quién
; pero es muy llano
que no tiene razón ni por asomo:
Es menester saber a quién y cómo.
El ejemplo siguiente
nos hará esta verdad más evidente.
FÁBULA VII
A una Culebra que, de frío yerta,
en el suelo yacía medio muerta
un Labrador cogió; mas fue tan bueno,
que incautamente la abrigó en su seno.
Apenas revivió, cuando la ingrata
a su gran bienhechor traidora mata.
FÁBULA VIII
Un Pájaro inocente,
herido de una flecha
guarnecida de acero
y de plumas ligeras,
decía en su lenguaje
con amargas querellas:
«¡Oh, crueles humanos!
Más crueles que fieras,
con nuestras propias alas,
que la naturaleza
nos dio, sin otras armas
para propia defensa,
forjáis el instrumento
de la desdicha nuestra,
haciendo que inocentes
prestemos la materia.
Pero no, no es extraño
que así bárbaros sean
aquellos que en su ruina
trabajan, y no cesan.
Los unos y otros fraguan
armas para la guerra,
y es dar contra sus vidas
plumas para las flechas.»
FÁBULA IX
Recoge un Pescador su red tendida,
y saca un pececillo. «Por tu vida,
exclamó el inocente prisionero,
dame la libertad: sólo la quiero,
mira que no te engaño,
porque ahora soy ruín; dentro de un año
sin duda lograrás el gran consuelo
de pescarme más grande que mi abuelo.
¡Qué! ¿te burlas? ¿te ríes de mi llanto?
sólo por otro tanto
a un hermanito mío
un Señor pescador lo tiró al río.»
«¿Por otro tanto al río? ¡qué manía!
Replicó el pescador: ¿pues no sabía
que el refrán castellano
dice:
¡Más vale pájaro en la mano…!
A sartén te condeno; que mi panza
no se llena jamás con la esperanza.»
FÁBULA X
Un maldito Gorrión así decía
a una Liebre que una Águila oprimía:
«No eres tú tan ligera,
que si el perro te sigue en la carrera,
lo acarician y alaban como al cabo
acerque sus narices a tu rabo?
Pues empieza a correr, ¿qué te detiene?»
De este modo la insulta, cuando viene
el diestro Gavilán y la arrebata.
El preso chilla, el prendedor lo mata;
y la Liebre exclamó: «Bien merecido.
¿Quién te mandó insultar al afligido,
y a más, a más meterte a consejero,
no sabiendo mirar por ti primero?»
FÁBULA XI
A las bodas de Júpiter estaban
todos los animales convidados:
Unos y otros llegaban
a la fiesta nupcial apresurados.
No faltaba a tan grande concurrencia
ni aun la reptil y más lejana oruga,
cuando llega muy tarde y con paciencia,
a paso perezoso, la Tortuga.
Su tardanza reprende el dios airado,
y ella le respondió sencillamente:
«Si es mi casita mi retiro amado,
¿Cómo podré dejarla prontamente?»
Por tal disculpa Júpiter tonante,
olvidando el indulto de las fiestas,
la ley del caracol le echó al instante,
que es andar con la casa siempre a cuestas.
Gentes machuchas hay que hacen alarde
de que aman su retiro con exceso;
pero a su obligación acuden tarde:
Viven como el ratón dentro del queso.
FÁBULA XII
«Si cualquiera de ustedes
se da por las paredes
o arroja de un tejado,
y queda, a buen librar, descostillado,
yo me reiré muy bien: importa un pito,
como tenga mi bálsamo exquisito.»
Con esta relación un chacharero
gana mucha opinión y más dinero;
pues el vulgo, pendiente de sus labios,
más quiere a un Charlatán que a veinte sabios.