Pues vaya mierda. Børge Bak en el sótano.
—Y aquí tienes el correo de hoy, Carl. Has recibido una postal. Seguro que te gusta la foto. Y cuando la hayas leído nos largamos, ¿vale?
Rose le tendió una tarjeta postal cuya mayor parte ocupaba un par de pechos enormes y bronceados cubiertos discretamente por un «Happy Days in Thailand», y el resto eran playas con palmeras y farolitos de colores.
Carl le dio la vuelta con un mal presentimiento.
Carl, colega:
Un pequeño saludo desde Pattaya, de parte de un primo muy echado de menos. Solo para comunicarte que ya he escrito mi (nuestra) historia sobre la muerte de papá. Ahora solo me falta un contacto con alguna editorial. ¿Alguna idea de quién podría estar interesado?
Saludos cariñosos,
Ronny
Carl sacudió la cabeza. Aquel hombre tenía una habilidad cada vez mayor para esparcir alegría a su alrededor.
Arrojó la postal a la papelera y se levantó.
—¿Por qué es tan necesario que vayamos ahí, Rose? No veo para qué.
Rose estaba tras Assad en el pasillo, ayudándolo a ponerse el abrigo.
—Porque Assad y yo lo necesitamos, ¿vale?
Rose volvió a los cinco minutos con el Ford encogido, y a continuación aparcó el bólido con más de la mitad subido a la acera frente a Jefatura.
—Siéntate atrás.
Carl soltó unos juramentos, y solo al segundo intento pudo apretujarse en el Ka. Maldito Marcus Jacobsen y maldito presupuesto.
Anduvieron durante diez minutos entre el tráfico denso que se hacía a un lado con respeto mientras Rose experimentaba con nuevas reglas de tráfico y movimientos entrecortados en volante y caja de cambios.
Luego dejó de cualquier manera el coche en Kapelvej, cruzado entre dos coches mal aparcados, y encima sonrió cuando sacó la llave y anunció que ya habían llegado al cementerio de Assistens.
Gracias a Dios que hemos llegado vivos, pensó Carl, saliendo como podía del coche.
—Está aquí —indicó Rose, tomando a Assad del brazo.
Este caminaba algo lento por la nieve, pero también en eso había mejorado en las últimas semanas.
—Ahí —dijo, señalando la tumba a cincuenta metros de distancia—. Mira, Assad, ya han puesto la lápida.
—Menos mal.
Carl asintió en silencio. El caso de Nete Hermansen les había salido caro a los tres. Comprendía que desearan ponerle punto final. El Expediente 64 había que cerrarlo, y Rose decidió hacerlo con una decoración navideña de ramas de abeto, lacitos y piñas. ¿Cómo, si no?
—¿Quién será? —preguntó Rose, señalando a una mujer de pelo blanco que se dirigía a la tumba desde una de las calles laterales.
En sus tiempos debió de ser bastante más alta, pero la edad y la vida habían doblegado su espalda, así que el cuello estaba casi horizontal respecto a los hombros.
Se detuvieron un poco y vieron que la mujer hurgaba en una bolsa de plástico y sacaba algo que a distancia parecía la tapa de una caja de cartón.
Luego se agachó hacia la lápida y colocó el objeto inclinado sobre uno de sus lados.
—¿Qué estará haciendo? —preguntó Rose en voz alta, arrastrando a los dos hombres hacia el lugar de la escena.
La inscripción de la lápida se leía con claridad a diez metros. Ponía «Nete Hermansen, 1937-1987», nada más. Ni día de nacimiento ni de fallecimiento, nada de que hubiera estado casada con Rosen, nada de «Descanse en paz». La herencia no había dado para más.
—¿La conocía? —preguntó Rose a la anciana que contemplaba el barrizal de la tumba meneando la cabeza.
—¿Hay algo más triste que una tumba sin flores? — replicó la mujer.
Rose avanzó hacia ella.
—Tenga —dijo, entregándole la horrible decoración con lacitos—. Como estamos en navidades, he pensado que sería lo adecuado.
La anciana sonrió, se encorvó y colocó la decoración junto a la lápida.
—Sí, perdone, me ha preguntado si conocía a Nete. Me llamo Marianne Hanstholm y fui su profesora. La quería mucho, y por eso tenía que venir. Lo he leído todo en los periódicos. Lo de toda esa gente horrible que han detenido, y el que estaba detrás de todo, que tuvo la culpa de la desgracia de Nete. Lo que siento es no haberme puesto después en contacto con ella, pero es que nos perdimos la pista.
Dejó caer los brazos flacos.
—Así es la vida. Y ¿ustedes son…?
Los señaló con la cabeza, con mirada dulce y una sonrisa franca.
—Somos quienes la volvimos a encontrar —repuso Rose.
—Perdone, pero ¿qué es, entonces, lo que ha colocado en la lápida? —quiso saber Assad, avanzando hacia la tumba.
—Oh, no es más que una frase que pensé que le vendría bien para el camino.
Entonces la anciana se inclinó con dificultad y recogió una pequeña plancha de madera que parecía una tabla de cocina.
Le dio la vuelta y se la enseñó.
«¡Yo también valgo!», ponía.
Carl asintió para sí.
Sí, desde luego que valía.
En otro tiempo.
Muchísimas gracias a Hanne Adler-Olsen por su inspiración y estímulo diarios y por su aportación lúcida y perspicaz. Gracias también a Freddy Milton, Eddie Kiran, Hanne Petersen, Micha Schmalstieg y Karlo Andersen por sus comentarios indispensables y minuciosos, y a Anne C. Andersen por su mirada aguda y su incomprensible energía. Gracias a Niels y Marianne Haarbo, así como a Gitte y Peter Q. Rannes y al Centro para Escritores y Traductores de Hald por su hospitalidad. Gracias al comisario de policía Leif Christensen por compartir generosamente su experiencia y por sus correcciones relacionadas con la Policía. Gracias a A/S Sund og Belt, al archivo de Danmarks Radio, Marianne Fryd, Kurt Rehder, Birthe Frid-Nielsen, Ulla Yde, Frida Thorup, Gyrit Kaaber, Karl Ravn y Søs Novella por su participación en mi investigación en torno al asilo de mujeres de Sprogø.
Aunque hoy día Sprogø es solo uno de los puntos de apoyo del puente colgante Gran Belt, el pequeño islote, con su pintoresco faro, tiene un pasado sombrío que la mayoría de daneses desconocen.
Entre 1923 y 1961, como Rose cuenta a sus compañeros del Departamento Q en su investigación sobre el caso del Expediente 64, la isla, como parte de un complejo mayor de instituciones repartidas por varios puntos del archipiélago danés, albergó un sanatorio para mujeres; un eufemismo para lo que en realidad era una cárcel a la que se enviaba a mujeres que padecían enfermedades mentales, prostitutas, madres solteras o jóvenes demasiado «ligeras de cascos» para la moralidad de la época, en un movimiento eugenésico iniciado a principios del siglo XX para evitar que «genes indeseados» se propagaran en la sociedad. Muchas de estas mujeres fueron encerradas en la isla durante años y sometidas a torturas disfrazadas de terapia y maltratos por parte del personal. En muchos casos, la única forma de poder salir era someterse a una esterilización forzada. Durante los largos años en los que la cárcel permaneció abierta, Sprogø se convirtió casi en un elemento de fábula. Había madres, incluso, que amenazaban a sus hijas con llevarlas a la isla si se portaban mal.
Además, los métodos usados en Sprogø y en varias otras instituciones parecidas, no solo fueron aplaudidos en Dinamarca, sino que convirtieron al país escandinavo en un ejemplo de salud pública para el resto de Europa. Tras su cierre a principios de los sesenta, se dejó que el horror de lo sucedido cayera en el olvido. Las víctimas, es decir, las mujeres prisioneras, sus hijos y sus familias, nunca fueron reconocidas ni compensadas de ninguna forma.
Jussi Adler-Olsen recuerda haber oído hablar de la isla, que aún estaba en funcionamiento cuando él era un niño, y, conmovido por la tremenda injusticia cometida, ha querido incluir esta sombría historia en su novela para sacar a la luz los errores del pasado.
JUSSI ADLER-OLSEN, es conocido por su versatilidad en el mundo de la cultura -siendo periodista, sociólogo y director de cine. Además, Adler-Olsen ha publicado varias novelas de intriga y suspense. Era el más joven de cuatro hermanos y el único varón. Hijo de la exitosa sexóloga Henry Olsen, que pasó su infancia con su familia en varios hospitales psiquiátricos a través de Dinamarca. En su adolescencia, tocó en varios grupos de pop como guitarra solista. Después de graduarse de la escuela pública en Rødovre , estudió medicina, la sociología y la realización de películas . A finales de 1970, trabajó en diversas áreas de la publicación, incluyendo los dibujos animados de secuencias de comandos, la prueba de lectura y el periodismo.
Su hobby es restaurar casas antiguas. Gracias a las novelas protagonizadas por Carl Mørck, se ha convertido en el autor de novela negra más vendido de Dinamarca. No es de extrañar, porque esta primera entrega del Departamento Q es una novela absolutamente irresistible para cualquier aficionado al thriller. Se trata de una historia terrible y muy cercana a la actualidad reciente, con unos personajes creíbles y complejos, y un sentido del ritmo y de la tensión que mantienen el suspense hasta el final. La trilogía del Departamento Q se ha convertido en un imparable best seller en Dinamarca y Alemania, antes de iniciar la conquista del resto del mundo. Jussi Adler-Olsen ha recibido el prestigioso premio Glass Key a la mejor novela policíaca del 2010.