Read En la arena estelar Online
Authors: Isaac Asimov
—¿Y cuál es la alternativa?
—Pues que no se alteró ni la energía ni la dirección. No hay razón real alguna para suponer que fuese modificada la dirección del impulso. Sólo era una hipótesis. ¿Y si la nave hubiese seguido sencillamente su dirección original? Fue dirigida a un sistema estelar, y llegó a un sistema estelar. No hay que tener en cuenta ninguna clase de probabilidades.
—Pero el sistema estelar al cual fue dirigida...
—Era el de Rhodia. De modo que fue a Rhodia. ¿Acaso es tan evidente que resulta difícil de comprender?
—¡Pero entonces el mundo de la rebelión debe de estar en casa! —exclamó Artemisa—. ¡Eso es imposible!
—¿Por qué imposible? Está en algún lugar del sistema de Rhodia. Hay dos maneras de ocultar un objeto; se puede poner en un lugar donde nadie pueda encontrarlo, como, por ejemplo, en el interior de la Nebulosa de la Cabeza de Caballo. O bien se puede colocar donde a nadie se le pueda ni siquiera ocurrir irlo a buscar, delante de los ojos, a la vista de todos.
»Pensad en lo que le ocurrió a Gillbret después de desembarcar en el mundo de la rebelión. Fue devuelto a Rhodia. Su teoría era que eso fue para evitar que los tyrannios organizasen una búsqueda por la nave que les llevase demasiado cerca del mundo mismo. Pero en tal caso, ¿por qué le dejaron con vida? Si la nave hubiese regresado con Gillbret muerto, hubieran conseguido lo mismo sin peligro de que Gillbret hablase, como finalmente hizo.
»Eso sólo puede ser explicado suponiendo que el mundo de la rebelión se encuentre en el sistema de Rhodia. Gillbret era un Hinriad, ¿y en qué otro lugar podría darse tal respeto por la vida de un Hinriad, sino en Rhodia?
Las manos de Artemisa se crispaban espasmódicamente.
—Pero si lo que dices es verdad, Biron, entonces mi padre está en terrible peligro.
—Y lo ha estado desde hace veinte años —afirmó Biron—, pero quizá no de la manera que te figuras. En cierta ocasión, Gillbret me dijo lo difícil que resultaba pretender ser un diletante y no servir de nada, pretenderlo tanto que uno tenía que fingir su papel incluso entre amigos, y hasta cuando estaba solo. En su caso, naturalmente, se trataba en gran parte de una autosugestión dramática. No vivía realmente su papel. Su personalidad real aparecía con facilidad cuando estaba contigo, Arta, o con el autarca. Incluso le fue necesario mostrarse conmigo como era realmente a pesar del poco tiempo que hacía que nos conocíamos.
»Pero es posible, me figuro, vivir tal vida de un modo total, si las razones para ello son lo suficientemente importantes. Un hombre podría convertirse en una mentira viviente incluso para su hija, estar dispuesto a verla casada de un modo terrible, antes que comprometer el trabajo de toda una vida, que dependía de una completa confianza tyrannia, estar dispuesto a aparecer medio loco...
Artemisa recobró el habla, y dijo con voz ronca:
—¡No es posible que creas lo que estás diciendo!
—No cabe otra explicación posible, Arta. Ha sido director desde hace veinte años. Durante ese tiempo Rhodia ha sido continuamente reforzada con territorios que le han otorgado los tyrannios, porque han pensado que estarían seguros en sus manos. Durante veinte años ha estado organizando la rebelión sin que se metiesen con él, precisamente porque parecía ser tan inofensivo.
—No son más que conjeturas, Biron —dijo Rizzet—, y esta clase de conjeturas es tan peligrosa como las que hemos hecho antes.
—No se trata de simples conjeturas. En mi última discusión con Jonti le dije que él, y no el director, debió haber sido el traidor que asesinó a mi padre, puesto que mi padre nunca hubiese sido lo suficientemente necio para confiar al director ninguna información que pudiese comprometerle. Pero la cuestión es, y yo ya lo sabía entonces, que eso fue precisamente lo que mi padre había hecho. Gillbret se enteró del papel de Jonti en la conspiración por lo que oyó de las discusiones entre mi padre y el director. No había otra manera en que pudiese haberse enterado.
»Pero una aguja apunta en dos sentidos distintos. Creíamos que mi padre estaba trabajando para Jonti, y que trataba de conseguir el apoyo del director. ¿Por qué no ha de ser igualmente probable, o incluso más probable, que trabajase para el director y que su papel en la organización de Jonti fuese el de un agente del mundo de la rebelión que intentaba evitar una explosión prematura en Lingane la cual hubiese echado a perder dos décadas de cuidadosa preparación?
»¿Por qué creéis que me pareció tan importante salvar la nave de Aratap cuando Gillbret estableció el cortocircuito en los motores? No fue por mí. Entonces no creía que Aratap fuese a liberarme en ningún caso. Ni tampoco fue precisamente por ti, Arta. Fue para salvar al director. Él era la persona importante entre todos nosotros. El pobre Gillbret no lo comprendió.
Rizzet meneó la cabeza.
—Lo siento, pero no me resulta posible creerlo.
—Pues puede creerlo, es verdad.
El director se hallaba de pie, al lado de la puerta, alto y con la mirada sombría. Era su voz, y al mismo tiempo no era del todo su voz. Era una voz tajante y segura.
Artemisa corrió hacia él.
—¡Padre! Biron dice...
—Ya oí lo que dijo Biron. —Acariciaba el cabello de su hija con suaves y lentos gestos de la mano—. Y es cierto. Incluso hubiese permitido que se celebrase el matrimonio.
La muchacha retrocedió, casi con timidez.
—Pareces tan diferente. Pareces casi como si...
—Como si no fuese tu padre —dijo con tristeza—. No será por mucho tiempo, Arta. Cuando lleguemos a Rhodia, seré tal como me conoces, y tienes que aceptarme así.
Rizzet le contemplaba con asombro, y su cara, generalmente tan rubicunda, era ahora gris como su cabello. Biron contenía la respiración.
—Ven aquí, Biron —dijo Hinrik.
Puso una mano sobre el hombro de Biron.
—Hubo un momento, joven, en que estuve dispuesto a sacrificar tu vida. Quizá la ocasión se presente nuevamente en el futuro. Hasta que llegue cierto día no puedo proteger a ninguno de vosotros dos. Sólo puedo ser lo que siempre he sido. ¿Lo comprendéis?
Los dos asintieron.
—Desgraciadamente —dijo Hinrik—, se han causado daños. Hace veinte años no estaba tan endurecido en mi papel como lo estoy ahora. Tenía que haber dispuesto la muerte de Gillbret, pero no pude hacerlo. Por no haberlo hecho, hoy se sabe que existe el mundo de la rebelión y que yo soy su jefe.
—Solamente lo sabemos nosotros —dijo Biron. Hinrik sonrió con amargura.
—Eso lo crees porque eres joven. ¿Te figuras que Aratap es menos inteligente que tú? El razonamiento en virtud del cual has determinado la localización y la jefatura del mundo de la rebelión se basa en hechos que él conoce, y puede razonar tan bien como tú. La única diferencia estriba en que es más viejo, más cauteloso; tiene graves responsabilidades. Tiene que estar seguro.
—¿Crees que te ha liberado por razones sentimentales? Me figuro que has sido liberado por la misma razón que lo fuiste ya anteriormente: para que le guíes a lo largo del camino que conduce hasta mí.
Biron palideció.
—Entonces, ¿tendré que salir de Rhodia?
—No. Eso sería fatal. No se vería otra razón de tu partida sino la verdadera. Quédate conmigo y seguirán en la incertidumbre. Estoy ultimando mis planes. Quizás antes de un año...
—Pero, director, hay factores que usted quizá desconozca. Hay el asunto del documento...
—¿El que tu padre buscaba?
—Sí.
—Tu padre, muchacho, no lo sabía todo. No es prudente que nadie conozca todos los hechos. El viejo ranchero descubrió la existencia del documento independientemente, por las referencias que encontró en mi biblioteca, y tuvo el talento de percatarse de su significado. Pero si me hubiese consultado le hubiese dicho que ya no estaba en la Tierra.
—Precisamente de eso se trata, señor. Estoy seguro de que está en poder de los tyrannios.
—¡Seguro que no! Soy yo quien lo tiene. Lo tengo desde hace veinte años. Fue lo que inició el mundo de la rebelión, pues cuando lo tuve supe que una vez hubiésemos vencido podíamos conservar lo conquistado.
—¿Es, pues, un arma?
—Es el arma más poderosa del universo. Nos destruirá a nosotros, lo mismo que a los tyrannios, pero salvará a los Reinos Nebulares. Sin ella, quizá podríamos derrotar a los tyrannios, pero no habríamos hecho sino sustituir un despotismo feudal por otro despotismo, y así como se conspira contra los tyrannios, se conspiraría contra nosotros. Tanto ellos como nosotros debemos ser arrojados al cubo de la basura de los sistemas políticos pasados de moda. Ha llegado el tiempo de la madurez, como ya llegó una vez sobre el planeta Tierra, y habrá una nueva forma de gobierno que no se ha ensayado aún en la galaxia. No habrá khanes ni autarcas ni directores ni rancheros.
—¡En nombre del espacio! —rugió Rizzet—. ¿Pues, qué habrá?
—El pueblo.
—¿El pueblo? ¿Y cómo puede gobernar? Debe haber alguna persona que tome decisiones.
—Hay una manera. El plan que tengo se refería a una pequeña sección de un planeta, pero puede ser aplicado a toda la galaxia. —El director sonrió—. Venid, chicos. Valdrá más que os case. Ahora ya no puede hacer mucho daño.
La mano de Biron sujetó fuertemente la de Artemisa, que le sonreía. Sintieron en su interior una sensación extraña cuando el «Implacable» dio su único salto, que había sido previamente calculado.
—Antes de empezar —dijo Biron—, ¿querría decirme algo sobre el plan que ha mencionado, de modo que mi curiosidad quede satisfecha y pueda dedicarme a Arta sin distraerme?
—Valdrá más que lo hagas, padre —rió Artemisa—. No podría soportar un novio distraído. —Hinrik sonrió.
—Conozco el documento de memoria; escuchad.
Y mientras el sol de Rhodia resplandecía brillantemente en la placa visora, Hinrik comenzó con aquellas palabras que eran más antiguas, mucho más antiguas que ninguno de los planetas de la galaxia, con excepción de uno solo:
«Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos, a fin de formar una unión más perfecta, establecer la justicia, asegurar la tranquilidad doméstica, proveer para la defensa común, estimular el bienestar general y asegurar los bienes de la libertad para nosotros y para nuestra posteridad, ordenamos y establecemos esta Constitución para los Estados Unidos de América.»
FIN
Isaac Asimov
(en ruso А́йзек Ази́мов —Áizek Azímov—, nombre original
Isaak Yudovich Ozimov
: И́саак Юдович Ози́мов; —Ísaak Ozímov—) (Petróvichi, República Socialista Federativa Soviética de Rusia, 2 de enero de 1920 – Nueva York, Estados Unidos, 6 de abril de 1992), fue un escritor y bioquímico ruso, nacionalizado estadounidense, conocido por ser un exitoso y excepcionalmente prolífico autor de obras de ciencia ficción, historia y divulgación científica.
Asimov fue miembro de Mensa durante mucho tiempo, a cuyos miembros describía como "intelectualmente combativos". Disfrutaba más de la presidencia de la Asociación Humanista Estadounidense, una organización de ideología atea.
La carrera de Asimov puede dividirse en varios períodos. En sus primeros años el tema dominante fue la ciencia ficción, iniciándose con relatos cortos en 1939. En 1950 publica su primera novela
Un guijarro en el cielo
. Esta etapa duró hasta 1958, terminando con la publicación de
El sol desnudo
. A continuación, disminuyó de manera importante su producción de libros de ficción mientras se dedicaba a otros temas. En los siguientes 25 años publicó solamente cuatro libros de ciencia ficción. A partir de 1982, se inició la segunda etapa de su carrera en ciencia ficción con la publicación de
Los límites de la Fundación
. Desde entonces y hasta su muerte, Asimov publicaría muchas secuelas de sus novelas ya escritas, dándoles un tratamiento de conjunto en una forma que seguramente él mismo no había previsto. Se estima en 429 los libros escritos por Asimov.
Asimov muere el 6 de abril de 1992 tras un fallo coronario y renal. Le sobreviven su viuda Janet y sus hijos habidos en su primer matrimonio.