—Lo sé, lo sé, la única opción que veo y que tenemos es introducirnos por una de las grietas.
—¿Estás loco? Esas grietas deben tener decenas de metros de profundidad y además, ¿quién te dice que vayan a parar a algún lado? Quizás no tengan salida o, mucho peor, si hubiera algún desprendimiento cuando estuviéramos en su interior, sería nuestro fin.
—¿Ves tú alguna opción mejor? —le dijo Thomas alargando su mano y mostrándole el lugar.
No muy convencida de la temeridad que quería hacer Thomas, recogió su mochila y comenzó a bajar por la ladera, ayudada por él, hasta llegar al gran llano.
—Ten cuidado Natalie, este suelo no parece muy estable —le decía mientras lo comprobaba hincando su piolet en el suelo.
—Encima dame ánimos —le dijo agarrándose a la mochila.
Tras decir esto, comenzaron a sacar las cuerdas, clavos, arneses, en fin, todo lo que les haría falta para el peligroso descenso por la grieta.
Cuando acabaron de sacarlo todo, comenzaron a ponerse el equipo, el arnés, los crampones en las botas, los cascos con luz, etc., y tras esto, Thomas cogió la estaca para hielo y la clavó junto a una enorme grieta de unos ocho metros de ancho por quince de largo. Pasó la cuerda por ella, encendió la luz de su casco, cogió la mochila y se acercó hasta el filo de la grieta.
—¿Estás seguro, Thomas, de lo que vamos hacer? —le dijo mirando al interior de la grieta.
—Claro, después de todo lo que hemos pasado para poder llegar hasta aquí, deberías estar acostumbrada al riesgo —le dijo, y se puso a reír.
Cuando Thomas miró la oscuridad de la grieta y comenzó a descender ante la atenta mirada de Natalie, que como una hoja al viento, no dejaba de temblar.
Thomas, que ya llevaba unos metros, comenzó a notar que una suave brisa de aire ascendía desde lo más profundo, y en ese mismo instante se detuvo y dijo:
—Vamos Natalie, debemos ir los dos juntos.
Al escucharle, tragó saliva, encendió su luz del casco, cogió la cuerda y comenzó a descender.
Cuando llegó a la altura de Thomas, que aún la estaba esperando, Natalie dijo:
—Parece como si viniera aire desde abajo.
—Eso parece, al menos ya sabemos que esta grieta acaba en algún lugar —comenzó a reírse y continuó el descenso.
Llevaban unos cuantos metros más cuando pudieron comprobar que la grieta comenzaba a estrecharse y que la brisa que habían notado estaba ganando intensidad, provocando que se tambalearan de un lado a otro.
En su descenso, Natalie, que estaba muy asustada y era inexperta en temas de escalada, intentaba encontrarle sentido a lo que estaban haciendo, pues no había ningún indicio de que bajo aquella grieta o en aquel lugar fuera donde estaba la Atlántida, pero Thomas, al contrario que ella, cada vez estaba más emocionado, pues veía que el medallón, colgado en su cuello, continuaba reluciendo. Presentía que ahí abajo, al final de aquella grieta, había algo, alguna cosa que les estaba esperando y que debían descubrir.
Pese a los inconvenientes que les estaban surgiendo, la oscuridad, la grieta que cada vez se hacía más estrecha y el fuerte aire, continuaron descendiendo.
Sin previo aviso, Natalie se detuvo, clavó el piolet y los crampones en el hielo y miró hacia arriba para ver la salida, pero lo único que pudo ver fue la oscuridad y las paredes de la grieta iluminadas por la tenue luz de su casco. Después miró hacia abajo y vio que la luz del casco de Thomas se perdía poco a poco en la oscuridad. En ese mismo instante el pánico se adueñó de ella, su cuerpo comenzó a temblar y se quedó paralizada por el miedo, sin poder continuar. En un esfuerzo intentó ascender por la cuerda para salir de allí, pero ni sus manos ni sus pies le respondían, estaba completamente paralizada. Miró hacia abajo buscando a Thomas, pero ya no se le veía. Entonces, al borde de la desesperación, gritó:
—¡Thomas!
Thomas, que estaba unos metros más abajo, escuchó aquel grito desgarrador y se detuvo.
Natalie, aún paralizada, oyó un extraño ruido que recorrió el interior de la grieta y comenzó a notar que pequeños fragmentos de hielo le golpeaban en el casco y en el cuerpo. Desconcertada porque no sabía de dónde venían aquellos fragmentos, miró hacia arriba.
—¿Qué has hecho, insensata? ¿Es que no sabes que puedes provocar el derrumbamiento de la grieta? —le dijo Thomas mientras la agarraba por la pierna.
—Perdóname, pero es que no me puedo mover, estoy muy asustada y el cuerpo no me responde.
—No temas, no nos va a pasar nada. Hemos salido de situaciones peores que ésta.
Mientras Thomas intentaba tranquilizarla, notaba que los fragmentos de hielo caían cada vez con más rapidez y en más cantidad, y se dio cuenta de que algo estaba ocurriendo en aquella grieta.
En el exterior, a consecuencia del grito de Natalie, la boca de la grieta comenzaba a desmoronarse, provocando que los fragmentos que se desprendían cayeran. Pero eso no era lo peor: las nuevas grietas se acercaban peligrosamente al punto donde había clavado la estaca Thomas.
Mientras, él seguía intentando que Natalie entrara en razón, cuando de repente la cuerda perdió tensión e hizo que cayera al vacío. Arrastró a Natalie con él y se detuvieron unos metros más abajo, quedando colgados en el aire y lejos de las paredes heladas.
Thomas, viendo lo sucedido, agarró con fuerza a Natalie y le dijo:
—Natalie, no es por asustarte, pero esto no pinta muy bien.
—¿Qué me quieres decir con eso?
Sin previo aviso, cayeron unos metros más, y al volver a detenerse Thomas dijo:
—Esto quiero decir.
—¿Pero qué está pasando? —le preguntó abrazada a él.
—Creo que tu grito ha hacho que la boca de la grieta comenzara a desquebrajarse, y por lo tanto se ha movido el punto donde había puesto la estaca.
—¿Es nuestro fin? —le dijo esperando que le diera ánimos.
—No lo sé, pero debemos pensar algo rápido antes de que la estaca se suelte y caigamos al vacío.
Thomas sacó una bengala de la mochila que llevaba colgada Natalie, la encendió y la dejó caer para ver la profundidad que tenía la grieta. Rápidamente comenzó a ganar velocidad. Parecía que aquella nunca aquella grieta no acabase nunca, pero de repente, y para la alegría de Thomas, vio cómo se detenía y se deslizaba hasta perderse en la oscuridad. Sin perder tiempo, encendió otra y la volvió a lanzar, para intentar calcular la distancia que había entre ellos y el final. Después de haber visto de nuevo que se deslizaba, comprendió que aquella era la única salida que tenían si querían salvar sus vidas, pero ahora lo más complicado era convencer a Natalie para intentar llegar hasta el fondo.
Mientras tanto, en el exterior, el hielo no dejaba de agrietarse. Grandes placas comenzaron a desprenderse y se precipitaban hacia el interior de la grieta. Pero eso no era lo peor, pues la estaca cayó con una de ellas.
De inmediato, Thomas y Natalie volvieron a caer, pero esta vez nada los detendría.
Al ver el final que les esperaba, Thomas cogió a Natalie y la puso frente a él. Le dijo que lo rodeara con sus piernas y brazos y que se agarrara con fuerza a su cuerpo. Entonces cogió el piolet de Natalie y el suyo y, gracias a que mientras caían se habían acercado a una de las paredes, los clavó con fuerza para intentar detener la caída, pero debido a la gran velocidad que llevaban no consiguió su objetivo. Viendo el rotundo fracaso de su idea inicial, clavó sus crampones en la pared y esta vez, con más éxito, consiguió que la velocidad comenzara a disminuir, hasta tal punto que se detuvieron.
Thomas, al ver que había conseguido lo que parecía imposible, respiró aliviado e intentó tranquilizar a Natalie, que no paraba de gritar. Entonces, un gran bloque de hielo pasó por delante de ellos, precipitándose al vacío y, tras el bloque, vio horrorizado que la cuerda que hasta entonces los había sostenido se precipitaba también, dándole a entender que si no conseguía desprenderse de ella, serían arrastrados hacia el fondo. Le dijo a Natalie que intentara soltar la cuerda de los arneses, pero ella, que continuaba gritando, no reaccionaba a sus palabras. En ese mismo momento, y viendo su estado de nerviosismo, comprendió que no podía ayudarlo y que sólo él podría hacerlo. Entonces, y haciendo un esfuerzo sobrehumano, se soltó de un piolet y sacó la cuerda de los arneses de los dos.
Clavado en la pared, Thomas pensaba en cómo podrían salir de allí, mientras observaba con temor que los bloques de hielo continuaban cayendo y pasando a escasos centímetros de ellos, cuando algo llamó su atención.
Al tiempo de pasar junto a ellos, parecía como si aquellos bloques se golpearan con algo, y seguidamente se hacía el silencio hasta el próximo bloque que pasaba. Esto le dio la idea a Thomas de que lo que había visto antes con la bengala debía estar cerca, ya que habían recorrido muchos metros durante la caída.
Sin pensárselo dos veces, sacó una bengala de la mochila de Natalie y la clavó en la pared. Después sacó otra bengala, la encendió y la lanzó al vacío. Besó el casco de Natalie y, respirando con fuerza, soltó los crampones, de manera que volvieron a caer.
Sin quitarle ojo a la bengala, Thomas intentó frenar otra vez la caída, pues si llegaban al final a aquella velocidad morirían aplastados. De repente, vio como la bengala, que estaba a varios metros de distancia, golpeaba contra el suelo y se deslizaba perdiéndose en la oscuridad.
—¡Estamos salvados, Natalie! —exclamó al verlo.
Thomas continuaba intentando frenar la caída, pero esta vez no lo conseguía. Caían a gran velocidad y el final de la grieta estaba cerca. Entonces, un gran bloque de hielo pasó a su lado y a Thomas se le ocurrió una idea.
Soltó los piolets y los crampones y, cogiendo impulso con la pared, se precipitó sobre el bloque de hielo. Cayeron sobre él y le clavó los piolets con toda la fuerza que le quedaba.
Sobre aquella improvisada plataforma, Thomas no dejaba de rezar para que el bloque les amortiguara el golpe cuando llegaran al final. Pero de repente, sin esperárselo, aquel bloque se detuvo. Sin entender qué había pasado, Thomas levantó la cabeza y pudo ver gracias a la luz de su casco que se había quedado bloqueado. Tras dejar a Natalie, que se había desmayado por la tensión sobre el bloque, comenzó a golpearlo por donde se había quedado encallado.
Mientras tanto, en el exterior, otra gran placa de hielo se precipitó.
Thomas continuaba golpeando con su piolet el extremo del bloque, cuando algo le cayó en el casco. Entonces, miró hacia arriba y vio cómo alguna cosa se llevaba por delante la bengala que había dejado clavada en el hielo. Al verlo, continuó golpeando aún con más fuerza, pues si aquello caía sobre ellos, los aplastaría.
Comenzó a sudar, notaba que su respiración cada vez era más profunda y que su pulso se le aceleraba por momentos, no podía entender cómo podían tener tan mala suerte. Furioso, comenzó a gritar y a golpear el bloque, y gracias a su esfuerzo consiguió que volviera a caer.
Rápidamente se estiró sobre el bloque y se abrazó a Natalie, viendo con horror que el bloque que se les aproximaba estaba a unos escasos metros de ellos. Y de repente, volvieron a detenerse. Thomas pensó que ése era el fin de los dos. Cerró los ojos, apretó a Natalie contra su pecho y esperó la muerte.
En ese mismo momento escuchó un fuerte ruido y unos pequeños golpes sobre su cuerpo y su casco. Temeroso, abrió lentamente un ojo y vio con asombro que el bloque que iba a acabar con sus vidas se había detenido a escasos centímetros de ellos. Aliviado, suspiró, y en ese mismo instante el bloque en el que estaban comenzó a moverse, pero esta vez no caía, sino que se deslizaba.
Milagrosamente se habían vuelto a salvar de una muerte que parecía segura.
Tras unos segundos de desconcierto, Thomas se incorporó y cogió la última bengala que tenía Natalie en su mochila para averiguar dónde se encontraban. Tras encenderla y clavarla en la parte trasera de la improvisada plataforma, que ahora les servía de trineo, vio que se deslizaban a gran velocidad por una especie de túnel, un túnel que hacía una circunferencia casi perfecta de unos seis metros de diámetro.
—Despierta Natalie, ya estamos a salvo. El peligro ha pasado —le decía zarandeándola suavemente.
Pero Natalie no reaccionaba, parecía que aquella aventura había sido demasiado para ella.
Thomas, agotado, se sentó junto a ella y comenzó a pensar en todo lo que les había ocurrido hasta ese mismo instante, cuando de repente, la bengala se fue apagando hasta dejarlos nuevamente a oscuras.
—Dios mío, ¿qué más nos puede ocurrir? —susurró.
En ese mismo instante, en el interior de aquel túnel, comenzó a escucharse un leve ruido, y a medida que se deslizaban por aquella especie de rampa se hacía más fuerte.
Preocupado por no saber de dónde provenía ni qué lo producía, se volvió a levantar y con la única fuente de luz que tenía, que era la de su casco, intentó averiguarlo, pero le fue imposible.
El ruido cada vez era más intenso y se escuchaba con más claridad, hasta tal punto que Thomas, sin verlo, averiguó de qué se trataba.
—Gracias por contestar a mi pregunta tan rápidamente, pero podría haber sido otra cosa —volvió a susurrar.
Después de averiguar de qué se trataba, y sin peder tiempo, se estiró sobre Natalie, clavó fuertemente los piolets y los crampones en el hielo y cerró los ojos.
De repente y sin previo aviso, el túnel acabó y cayeron sobre un río subterráneo. Escasos segundos después, se precipitaron por un salto de agua de varios metros de altura.
Tras quedar sumergidos en la gélida agua durante unos instantes, la placa de hielo salió a flote y se detuvo en una de las orillas.
Empapado y estirado aún sobre Natalie, Thomas abrió los ojos y al ver que ya no corrían peligro, pues se habían detenido, se levantó y comenzó a quitarle la ropa húmeda. Tras hacerlo, se la quitó él también, pues si permanecían mucho tiempo con ella podrían morir congelados. De repente, Thomas se percató de un detalle, un detalle que le hizo preguntarse a sí mismo:
—¿Cómo es posible que pueda ver?
Extrañado, giró lentamente su cabeza y, al ver la procedencia de aquella misteriosa luz, se maravilló ante lo que sus ojos estaban contemplando.
T
homas no salía de su asombro, no se lo podía creer.
—¡Sí! ¡Por fin! —gritó.