—No sé si lo habrás notado, pero el agua me llega por los tobillos —le dijo Natalie preocupada.
—Tranquila, funcionará —le decía sin dejar de mirar la abertura.
Unos minutos más tarde, la abertura había dejado de hacerse más grande, pero el agua, que no había cesado de subir, les llegaba ya por el cuello.
Natalie, viendo que se les agotaba el tiempo y que el plan de Thomas había fracasado, lo abrazó con fuerza y, con el rostro lleno de lágrimas, le dijo:
—Quiero que sepas que nunca había conocido a nadie como tú. Al principio puede que te viera un poco rarito, pero poco a poco me has hecho sentir cosas que nunca antes había sentido. Todo el tiempo que he pasado contigo ha sido como una gran aventura, una aventura que me ha hecho muy feliz, una aventura que me ha hecho enamorarme locamente de ti. Te amo Thomas McGrady.
—¿Pero por qué me dices esto así? Parece una despedida.
—No sigas engañándote, tu plan ha fallado, no tenemos escapatoria —le decía abrazada a él.
Thomas la miró a los ojos y se dio cuenta de que tenía toda la razón; su plan había fracasado rotundamente y estaban a punto de morir ahogados.
—Tienes razón, Natalie, ha fallado —dijo muy triste—, pero antes de que todo se acabe quiero que sepas que si no estuviéramos en esta situación, si todo no hubiera ido como ha ido, te hubiera hecho la mujer más feliz del mundo, pues yo también te amo con toda mi alma y por todo ello, estoy contento.
—¿Contento? —le interrumpió Natalie.
—Sí, contento, pues voy a morir junto a la mujer que más he amado y amaré en toda mi vida.
Tras decir esto, le acarició la cara con su mano y, diciéndose con sus miradas lo mucho que se amaban, se fundieron en un beso como nunca antes se habían dado, pues sabían que ese beso sería el último.
De repente, un temblor sacudió la sala.
—¿Qué ha pasado? —preguntó asustada Natalie.
—No lo sé. Espera, voy a ver una cosa —le dijo Thomas mientras se sumergía en el agua.
Tras unos segundos, Thomas volvió a aparecer y le dijo a Natalie, muy contento, que aún no estaba todo perdido. Le explicó que lo que había sucedido era que debido a la diferencia de presión y gracias a las grietas el aire se había hecho un camino para salir al exterior, provocando que la pequeña abertura se convirtiera en un gran agujero. También le dijo que deberían darse prisa, pues el caudal de agua que ahora entraba era mayor, y eso estaba provocando que el nivel de agua subiera rápidamente.
Tras acabar de explicárselo todo, con las caras pegadas en el techo de la sala y apurando el poco oxígeno que les quedaba, Thomas le dijo a Natalie:
—Prepárate, llegó el momento. Coge aire y no te sueltes de mi mano.
—Muy bien, confío en ti.
Tras decir esto, cogieron aire y se sumergieron mientras el agua cubría por completo la sala.
Mientras tanto, en la superficie, ignorando el trágico final que les esperaba a Thomas y Natalie, una vieja faluca surcaba las aguas bajo la luz de la Luna. Tumbados en ella, una pareja de enamorados contemplaba el cielo estrellado de Egipto, mientras se dedicaban, el uno al otro, bonitas palabras de amor.
De repente, cuando se disponían a darse un beso, un extraño ruido los alarmó.
—¿Qué haces, mi amor? —le preguntó el joven enamorado a su amada al ver que se levantaba.
—Nada cariño, me ha parecido escuchar un ruido —le dijo mientras se asomaba por la faluca y miraba al agua.
—No te preocupes, yo también lo he escuchado. Seguramente habrá sido el aire golpeando los papiros o un simple pececillo —le decía mientras le daba pequeñas y suaves palmaditas en el culo.
Continuó tranquilizándola con suaves caricias, cuando volvieron a escuchar el ruido.
—¿Y ahora qué? ¿También han sido los papiros y tu pececillo? —le preguntó irónicamente.
—No, no, el ruido parece haber venido del agua.
Asustados y a la misma vez intrigados, miraban el agua para ver si podían averiguar su procedencia, cuando de repente vieron cómo aparecían unas pequeñas burbujas sobre la superficie.
—¿Qué son esas burbujas? —preguntó mientras retrocedía muy asustada.
El joven, al ver que estaba aterrorizada y queriéndose hacer el valiente, se acercó.
—¿Qué haces?, ¿estás loco? ¡Apártate de ahí! —le gritaba llorando.
—Es un monstruo y nos va a comer —le bromeaba mientras acercaba la mano a aquel extraño fenómeno.
—No hagas eso, me estás asustando. ¡Vente conmigo! —le insistía llorando.
El joven, que tenía metida la mano en el agua, se giró y le dijo que no fuera tonta, que no pasaba nada, cuando repentinamente, algo hizo que él cayera al agua. Ella gritó de forma desgarradora.
Con las piernas temblorosas, sin dejar de gritar y de llorar, la joven comenzó a acercarse para ver lo que le había sucedido a su enamorado, cuando escuchó:
—Tranquila mi amor, deja de llorar ya. No pasa nada, simplemente he resbalado y he caído al agua —le decía desde el agua, riéndose.
Ya en el interior de la barca y pasado el susto, el joven le enseñaba una bombona de oxígeno, que no cesaba de soltar aire por su extremo, a su desconsolada enamorada. Le explicó que esa bombona era la que producía las burbujas en la superficie del agua y que, cuando la vio salir, se asustó tanto que le hizo resbalar y caer.
Unas horas más tarde, al amanecer, en la portada de todos los periódicos se podía leer la asombrosa historia de los dos jóvenes y la extraña aparición de una bombona de oxígeno de las profundidades del agua.
La noticia explicaba que las autoridades del lugar no sabían de dónde procedía, pero apuntaban que lo más probable era que procediera del incendio que había devastado el barco y ocasionado la muerte del científico Peter Lowes. Continuaba diciendo que posiblemente, en una de las explosiones, la bombona saliera despedida, cayera al agua y, siendo arrastrada por ella cientos de metros más allá, y apareció en aquel lugar. La noticia concluía con la afirmación por parte de las autoridades de que continuarían investigando el extraño suceso hasta encontrar su solución.
El Cairo, Egipto. Un día después.
E
n el interior de un ascensor de uno de los hoteles más lujosos de El Cairo, un joven botones, con su uniforme recién planchado, de color blanco impoluto y con un gracioso gorrito redondo de color lila sobre su cabeza, subía un carrito con el desayuno de una de las habitaciones.
Mientras esperaba llegar hasta el piso de dicha habitación, entre risas, leía la noticia de la investigación que se estaba llevando a cabo sobre la bombona misteriosa, cuando, sin darse cuenta, el ascensor se detuvo y una voz electrónica dijo: «Ha llegado al doceavo piso. Que pase un buen día».
Rápidamente dobló el periódico y lo volvió a dejar sobre el carrito del desayuno, pues si algún huésped del hotel lo veía y decía alguna cosa al director, podrían despedirle.
Al abrirse la puerta, el joven botones salió del ascensor sorteando con su carrito a una pareja que quería entrar en él, después, atravesó el largo pasillo que estaba repleto de puertas de color azul pastel y recubierto con una majestuosa alfombra roja, hasta que se detuvo en una de ellas.
El joven botones sacó de un pequeño bolsillo de su chaqueta un papel en el que ponía: «Piso doceavo, habitación quince».
Tras cerciorarse que efectivamente ésa era la habitación, se preparó el uniforme para que todo estuviera correcto y se dispuso a llamar. Golpeó tres veces la puerta con sus finos nudillos y esperó a que le dieran permiso para entrar, pero nadie le respondió. Volvió a golpear tres veces, más enérgicamente, pero nadie le respondió. Siguiendo sus pautas de trabajo, dejó el carrito delante de la puerta y se dispuso a marchar, cuando la puerta se abrió unos pocos centímetros. El joven botones, extrañado, no sabía muy bien qué hacer, si marcharse o quedarse. Después de esperar unos segundos por si aparecía alguien o le daban permiso para entrar, decidió asomar la cabeza. Abrió unos centímetros más la puerta y, al mirar en el interior de la habitación, vio unas cuantas prendas por el suelo esparcidas y unos charquitos de agua que venían del lavabo hasta la puerta y que volvían a ir hacia él nuevamente.
—¡Le traigo el desayuno! —gritó por si alguien le escuchaba.
Pero nadie le contestó, lo único que escuchaba era unas risas que salían de aquel lavabo. Harto de esperar, entró muy sigilosamente y dejó el carrito al lado de un mueble que había junto a la puerta, después, salió de la habitación y cerró mientras se quejaba de que no le habían dejado nada de propina.
En el interior del lavabo, el vapor de agua hacía que la visibilidad fuera casi nula; únicamente se podían distinguir dos siluetas en la ducha que reían y jugaban con el agua.
De repente, en una de las mesitas que había junto a la cama deshecha, el teléfono comenzó a sonar, pero como le había pasado al joven botones, nadie fue a contestar. Tras varios tonos, el contestador se activó grabando el siguiente mensaje: «Señores Misturi, ha llegado el paquete que estaban esperando. Cuando quieran pueden pasar por recepción a recogerlo o, si lo desean, pueden llamar para que se lo suba un botones. Muchas gracias y que pasen una feliz estancia».
Al terminar el mensaje, una voz dijo:
—No me ha dado tiempo a cogerlo. ¿Has escuchado el mensaje? Ya ha llegado.
—Sí que lo he escuchado. Llama y pide que te lo suban —dijo Natalie con una toalla en la cabeza mientras se asomaba por la puerta del lavabo.
—Después. Primero vamos a desayunar tranquilamente.
Vestido con el albornoz del hotel, Thomas estaba sentado frente el carrito del desayuno, leyendo el periódico y sin dejar de reír.
—¿Qué te hace tanta gracia? —le preguntó Natalie al salir del lavabo.
—Qué gracia. Escucha, escucha.
Thomas comenzó a leerle una noticia que explicaba que aún no se había averiguado la procedencia de la bombona de oxígeno y que volvía a relatar la historia de su aparición.
Al acabar de leer, se miraron los dos y comenzaron a reír.
—Pobrecitos, vaya susto se tuvieron que dar —dijo Natalie mientras se llevaba a la boca una tostada con mantequilla y azúcar.
—Es verdad, pero gracias a esa misteriosa bombona hoy podemos contarlo.
En ese mismo instante, les vino a la mente aquel angustioso momento, cuando el agua les cubría casi por completo, con las caras pegadas en el techo y casi sin oxígeno que respirar.
En el interior de la sala. Un día antes.
P
repárate, llegó el momento. Coge aire y no te sueltes de mi mano.
—Muy bien, confío en ti.
Tras decir esto, cogieron aire y se sumergieron mientras el agua cubría por completo la sala.
Aprovechando la luz que daba el cristal que había en el centro de la sala, Thomas guió a Natalie hasta el agujero al que se había referido antes.
Frente a él y sin perder tiempo, pues no tenían mucho, Thomas introdujo su cuerpo y comenzó a ayudar a Natalie para que introdujera el suyo, cuando de repente y para el horror de Natalie, la momia apareció justo delante de ella, le dio un susto de muerte e hizo que se le escapara una gran cantidad de aire y que se soltara de la mano de Thomas.
Cuando se tranquilizó, y al ver que no ocurría nada, apartó la momia hacia un lado, y al hacerlo, vio la bombona de oxígeno en el suelo de la sala. Rápidamente se dirigió hacia ella para cogerla, pues les sería de gran ayuda, sobre todo a ella, ya que había perdido una gran cantidad de aire tras el susto, pero la suerte les volvía a abandonar, ya que a la bombona, debido al desprendimiento de la pared, se le había roto el respirador, convirtiéndola en un objeto inservible para ese uso.
Tras la amarga sorpresa, Thomas, que la había seguido preocupado al no entender qué ocurría, la cogió de la cintura y la arrastró nuevamente hacía el agujero, ya que no debían perder más tiempo.
Natalie, muy preocupada al ver que no aguantaría hasta llegar a la superficie, le explicó a Thomas con gestos lo que le sucedía. El, tras entenderla, buceó hasta la bombona, la cogió, se dirigió de nuevo hacia el agujero donde le esperaba Natalie y la ayudó a introducirse por él.
Ya dentro del túnel, completamente a oscuras y con la única ayuda de sus manos para guiarse, comenzaron a ascender por él como podían.
Los segundos corrían y el oxígeno de sus pulmones, cada vez más empobrecido, hacía que se angustiaran cada vez más, sobre todo la pobre Natalie, que ya casi no aguantaba más.
De repente, cuando lo daban todo por perdido, vieron ilusionados lo que parecía ser la salida, pues a lo lejos había un pequeño claro.
Natalie, que ya no aguantaba más, se giró y se acercó a Thomas para intentar explicárselo, pero le era imposible, ya que en el interior de aquel túnel no se veía nada.
De repente, Thomas agarró a Natalie y le dio un beso, pero no era un beso de amor, sino que con ese beso le pasó un poco de su oxígeno.
Sin dejar de besarla, Thomas la agarró de la cintura con fuerza y después, con un fuerte golpe contra una de las paredes del túnel, rompió la válvula de la bombona de oxígeno. El aire que había en su interior salió rápidamente y convirtió aquella bombona en una especie de torpedo que hizo que Thomas y Natalie, que se encontraban agarrados a ella, salieran disparados.
Por suerte para ellos, consiguieron salir del túnel sin colisionar con ninguna de las paredes.
Mientras ascendían hacia la superficie a gran velocidad, Thomas, muy preocupado, no dejaba de mirar a Natalie. De repente, ella le hizo gestos para que mirara hacia la superficie. Al mirar hacia arriba, creyó que se refería a que ya estaban muy cerca, pero eso no era lo que le estaba señalando, sino una silueta, la silueta de una barca. Thomas, al verla, decidió soltar la bombona y nadar hacia el lado contrario, pues en aquella barca podían estar los hombres que querían acabar con ellos y que una vez más habían fracasado.
Ya en la orilla, sobre el fango, a salvo y tras unos minutos que habían parecido horas, Thomas y Natalie respiraban con fuerza, llenando sus pulmones de aire puro; parecía como si fuera la primera vez que lo hacían.
Una hora después, sin haber hablado ni una sola palabra entre ellos y abrazados, Thomas le comentó la suerte que habían vuelto a tener, parecía como si sus ángeles de la guarda estuvieran siempre a punto para echarles una mano. Natalie comenzó a reírse, se acercó a él y lo besó. Tras el beso y después de comentarle lo afortunados que eran, Natalie le dijo que deberían buscar otro hotel, porque en el que se hospedaban ya no estarían seguros.