En ese mismo instante y a gran velocidad, dos motos de nieve aparecieron por el horizonte. El capitán, al verlas, extendió sus brazos y comenzó a hacerles señales.
—¿Quiénes son ésos? —preguntó Natalie mientras ayudaba a descargar la lancha.
—Son los científicos de la base a la que traemos las provisiones —respondió el joven.
Cuando llegaron hasta ellos, un piloto bajó de la moto y comenzó a hablar con el capitán.
—¿Estas son las dos personas que me comentaste?
—Sí, son ellos —respondió el capitán.
Seguidamente se acercó a Thomas y Natalie y quitándose el casco y las gafas dijo:
—Hola, mi nombre es Erick y aquella que está cargando las cosas en los remolques de las motos es mi compañera y amiga Alexandra.
—Encantado de conocerte, yo me llamo Thomas y ella es mi mujer, Natalie —dijo mientras cogía a Natalie por la cintura y la acercaba hasta ellos.
—El capitán me comentó que sois una pareja de científicos que habéis venido a pasar vuestra luna de miel aquí, a la Antártida.
—Así es —contestó Thomas.
—Es un lugar un poco raro, ¿no? —le preguntó Erick.
—Sí que lo es. Siempre habíamos querido venir, pero a causa del trabajo nunca nos lo habíamos podido permitir, pero ahora que nos hemos casado y tenemos unos días para la luna de miel, qué mejor que venir donde siempre habíamos soñado.
—Me parece muy bien, siempre he dicho que los sueños hay que cumplirlos y qué mejor que con la mujer a la que amas.
—¡Vamos! Luego seguiréis hablando, debemos darnos prisa o nos alcanzará la tormenta —les dijo Alexandra.
Thomas y Natalie se acercaron al capitán y al joven y volvieron a recordarles que les esperaran cuatro días. Después se despidieron de ellos y subieron a las motos, Thomas con Erick y Natalie con Alexandra.
Mientras se dirigían hacia la base, el paisaje que veían era desolador, miraran por donde miraban sólo había hielo, y el aire era tan frío, tan severo, que aún yendo bien equipados les calaba hasta los huesos, y aquel frío que sentían no hacía más que despertarles una duda: ¿cómo era posible que los atlantes pudieran vivir en aquellas condiciones?
Después de casi de una hora de viaje por el hielo, vieron una pequeña edificación redonda semienterrada por la nieve y al lado de aquella edificación parecía distinguirse la silueta de un helicóptero, tapado con unas lonas.
Al llegar a la base, Erick y Alexandra bajaron rápidamente de las motos y les indicaron a Thomas y Natalie que entraran dentro, pues el aire estaba ganando fuerza e intensidad.
Ya en el interior de la caseta y con una temperatura mucho más agradable, Thomas y Natalie se quitaron las gruesas chaquetas y las incómodas botas y miraron a través de una pequeña ventana cómo Erick y Alexandra luchaban contra el fuerte viento para asegurar todos sus instrumentos de medición. Al terminar de hacerlo, entraron también, y al igual que habían hecho Thomas y Natalie, se despojaron de sus abrigos, guantes, gafas y demás.
—Yo aún no me había presentado. Soy Alexandra —les dijo acercándose a ellos.
—Hola, yo soy Thomas y ella es Natalie —contestó Thomas mientras se levantaban los dos y le daban dos besos.
—Erick me comentó que os acababais de casar y que veníais a pasar vuestra luna de miel aquí. ¿No es un lugar un poco raro? —preguntó Alexandra.
—Sé que puede parecerlo, pero este lugar es de una belleza incomparable y, además, queríamos un sitio donde pudiéramos estar solos, y cuál mejor que éste —explicó Thomas.
—Tienes razón —comenzó a reírse Alexandra—. Nosotros llevamos dos meses solos, con la única compañía de nuestros instrumentos y alguna que otra foca que pasa de largo.
—Poca compañía os haremos nosotros —quiso puntualizar Thomas.
—Hombre, hoy por lo menos nos la haréis, puesto que la tormenta, seguramente, no cesará hasta mañana y con este tiempo sería una locura que salierais al exterior, no duraríais ni una hora fuera de aquí.
—Me parece que tienes razón, esto no tiene pinta de parar —asintió mientras miraba a través de la ventana.
—Pues que no se hable más. ¡Erick! —gritó Alexandra—. Haz comida para dos más.
Cuando Alexandra se fue hacia la pequeña cocina para ayudar a Erick a hacer la comida, Thomas pasó el brazo por encima de los hombros de Natalie y le susurró al oído que no estuviera así de triste, que no pasaba nada. Natalie, al escuchar aquellas palabras tranquilizadoras, dejó caer su cabeza sobre el hombro de Thomas y le dijo que era una lástima que se encontraran tan cerca y tan lejos a la vez.
Media hora después y sentados en una mesa redonda, comenzaron a comer mientras Erick y Alexandra comentaban el tiempo que llevaban solos en aquella base y la soledad tan grande que sentían. Les decían que la única compañía y visita que recibían era la del capitán y su joven ayudante cuando les traían los suministros cada tres meses. Después, les preguntaron a Thomas y Natalie cómo se habían conocido y cuáles eran los trabajos que desempeñaban, para lo que Thomas, rápidamente, se inventó una historia, pues ellos no podían saber cuál era el verdadero propósito de su viaje.
La comida se alargó durante horas, pues aquellas dos personas necesitaban hablar y desahogarse con alguien del exterior.
Natalie, que no dejaba de pensar en que ya habían perdido un día entero y que quizás el tiempo les impediría salir al siguiente, se levantó de la mesa y, excusándose a sus anfitriones, les preguntó amablemente dónde podría ir a dormir, a lo que Alexandra le respondió que siguiera el pasillo y que junto al lavabo había una habitación donde podrían dormir los dos. Thomas se levantó también y les comentó que acompañaría a su mujer a dormir, ya que al otro día, si el tiempo no se lo impedía, saldrían temprano.
Ya en la habitación, Thomas, viendo que Natalie estaba muy decepcionada, sacó el mapa de la mochila y le dijo que lo ayudara a repasarlo y a planificar lo que harían al día siguiente, para así lograr que se distrajera y olvidara que sólo les quedaban tres días para lograr encontrar la Atlántida.
Veinte minutos más tarde, agotados por el viaje y por la aclimatación a aquel lugar, cayeron sobre la cama y se quedaron dormidos.
De repente, un fuerte ruido despertó a Natalie.
—¿Qué ha sido ese ruido? —preguntó sin levantarse de la cama.
—¿Qué ruido? —respondió Thomas medio dormido.
—¿No lo has escuchado? Venía del exterior.
—No.
—¿Cómo que no? Pues yo sí que lo he escuchado.
—Son las seis de la mañana Natalie —le dijo mirando su reloj—. Anda, duérmete, que seguramente habrá sido alguna cosa que habrá golpeado la caseta.
—No me duermo, te digo que lo he escuchado.
Ante la insistencia de Natalie, Thomas se levantó y abrió la puerta para intentar averiguar de dónde procedía aquel ruido que la tenía aterrorizada.
—No se escucha nada —dijo Thomas cerrando la puerta y volviendo a la cama.
Pero en ese mismo instante, se volvió a escuchar el ruido.
—¿Ahora tampoco lo has escuchado? —le preguntó Natalie irónicamente, y prosiguió—: ¿No serán…?
—¡Calla! —le cortó Thomas levantando la mano—. No pronuncies ese nombre ni en broma.
—Entonces, ¿qué pasa?
—Espera, tranquilízate. No saques conclusiones tan rápidamente, quizás sean Erick y Alexandra haciendo alguna cosa.
Thomas se vistió y salió de la habitación, comenzó a recorrer el pasillo mientras llamaba a Erick y Alexandra, pero nadie le contestaba. Continuó caminando hasta llegar al comedor y allí vio colgadas en el perchero las dos chaquetas de ellos.
Desconcertado, sin saber qué estaba ocurriendo, ni por qué nadie le contestaba, volvió a la habitación y le dijo a Natalie que se vistiera rápidamente.
—¿Pero qué pasa?, ¿qué es ese ruido? ¿Dónde están Erick y Alexandra? —le interrogaba asustada mientras se vestía.
—Date prisa y no preguntes —le decía Thomas sin dejar de mirar por la puerta.
Al acabar de vestirse, salieron de la habitación muy despacio y sin hacer el más mínimo ruido. Recorrieron el pasillo hasta llegar al comedor y allí volvieron a escuchar el ruido.
—Estoy muy asustada Thomas —le susurró Natalie al oído.
Thomas se giró y puso el dedo índice en sus labios para indicarle que no dijera nada más.
Ya en el comedor, Thomas se dirigió hacia la ventana para intentar ver si en el exterior había alguien, pero le fue imposible, ya que estaba completamente cubierta de nieve y no se podía ver a través de ella.
—¿Ves algo? —le preguntó Natalie escondida bajo la mesa.
—No se ve nada, la nieve ha tapado la ventana.
En ese mismo instante, escucharon un ruido que provenía de la puerta.
Al oírlo, Thomas corrió hasta donde se encontraba Natalie y la abrazó con fuerza.
—¿Dónde están Erick y Alexandra? ¿Qué nos va a pasar ahora? —decía Natalie acurrucada en los brazos de Thomas.
De repente, el pomo comenzó a girar, pero la puerta no se abría, entonces y para su horror, alguien o algo comenzó a embestir la puerta con la intención de echarla abajo.
Los golpes eran cada vez más fuertes, hasta que al final la puerta no aguantó más y se abrió.
—¡No! —gritaron Thomas y Natalie al unísono.
—¿Pero qué os pasa? ¿Qué hacéis ahí? —les preguntaron sorprendidos Erick y Alexandra desde el quicio de la puerta al verlos bajo la mesa y gritando.
Tras el sobresalto, se levantaron y les explicaron que habían escuchado unos extraños ruidos y que al salir de la habitación, para averiguar qué los provocaba, ellos no estaban. Erick y Alexandra, al escuchar aquella historia de terror que se habían inventado, se comenzaron a reír y les dijeron que habían estado quitando la nieve acumulada sobre el techo de la caseta con unos ganchos y que esos mismos ganchos, cuando golpeaban la chapa del techo, producían un ruido que retumbaba en el interior. Continuaron explicándoles que desde hacía un tiempo la puerta se atascaba, y que la única manera que habían encontrado para abrirla era golpeándola con fuerza.
Después de haberlo aclarado todo, se sentaron a la mesa y comenzaron a desayunar. Erick les comentó que ya que el día se había levantado despejado y que tenían que hacer un vuelo de reconocimiento con el helicóptero, podrían acompañarles y así, si veían algún lugar en especial que les gustara, podrían dejarlos allí. Natalie, al escuchar aquel ofrecimiento, lo aceptó con agrado, pues pensó que desde el aire podrían ver mejor la zona y hacerse una idea de por dónde podrían empezar a buscar la Atlántida, ahorrándoles la ardua tarea de buscarla a pie.
Ya en el interior del helicóptero y con todo el equipaje preparado, Erick accionó uno de los numerosos botones que tenía el cuadro de mando y las hélices comenzaron a moverse, provocando que la capa de nieve que había a su alrededor comenzara a levantarse.
Mientras surcaban el cielo y como si de unos guías turísticos se tratasen, Erick y Alexandra les explicaban curiosidades de las zonas que sobrevolaban. Thomas y Natalie, que les escuchaban atentamente, quedaron fascinados con aquel paisaje helado y, como si hubieran vuelto a su infancia, dejaban volar la imaginación al observar montículos de hielo, intentándoles dar un parecido con algún animal u otra cosa.
De repente, Natalie tocó el brazo de Thomas y le dijo al oído:
—Mira la mochila disimuladamente.
Thomas, para no levantar sospechas, bajó la mirada muy lentamente y vio que de ella salía una luz.
La escondió entre sus piernas tan pronto como pudo para que Erick y Alexandra no se dieran cuenta de lo que estaba sucediendo, y tras asegurarse de que no le miraban, comenzó a abrirla y vio sorprendido que aquella luz procedía del medallón.
—Es el medallón —le susurró Thomas a Natalie al oído.
—Pero… ¿por qué ahora?
—No lo sé, es muy raro, quizás lo haga porque estemos cerca de la Atlántida.
Mientras se lo decía, el medallón comenzó a perder intensidad hasta apagarse completamente.
—¿Qué ha pasado? Ha dejado de relucir —dijo Thomas.
—Espera, vamos a comprobar una cosa —le dijo Natalie—. Puedes volver a pasar por donde lo acabamos de hacer, es que me ha gustado mucho ese sitio —le dijo a Erick, que pilotaba el helicóptero.
—Claro —le respondió haciéndolo girar.
En ese mismo instante, el medallón comenzó a relucir nuevamente.
—Es aquí, tiene que serlo —dijo Natalie entusiasmada.
—¿Dónde estamos ahora? —le preguntó Thomas a Alexandra.
—Estamos sobrevolando un llano en el que se han formado unas enormes grietas a consecuencia del cambio climático. Es una pena que este lugar tenga los días contados.
—¿Nos podrías dejar aquí? —preguntó Thomas.
—¿Aquí? —le respondió extrañada Alexandra.
—Sí, este lugar nos servirá para hacer un estudio sobre el cambio climático y la repercusión que está teniendo sobre la Atlántida —respondió Natalie.
—Que está teniendo, ¿sobre qué? Es que no te he escuchado muy bien —le preguntó Alexandra.
—Sobre la Antártida —dijo Thomas mientras miraba a Natalie, que resoplaba aliviada al ver que Alexandra no la había escuchado.
—Muy bien, como queráis —dijo Alexandra.
El helicóptero comenzó a descender hasta posarse sobre el suelo helado. Thomas y Natalie se bajaron de él y se despidieron de Erick y Alexandra, no sin antes pedirles si podrían recogerlos cuando hubieran pasado los tres días, a lo que los jóvenes aceptaron.
Se apartaron unos metros y el helicóptero comenzó a ascender y a alejarse de ellos hasta perderse en el horizonte.
De nuevo solos y ante lo desconocido, Thomas y Natalie volvían a estar frente a una nueva incógnita que les hacía preguntarse:
—¿Y ahora qué hacemos?
T
homas y Natalie subieron a una pequeña roca situada al filo de la ladera que daba al llano y observaron aquel extraño pero a la vez fascinante paisaje.
Delante de ellos se extendía una gran superficie de unos cuantos kilómetros cuadrados, completamente llana, repleta de inmensas grietas y a unos quince o dieciséis metros de desnivel.
—¿Estará aquí? —preguntó Natalie.
—Puede ser, me he dado cuenta de que cuanto más nos acercamos a este lugar, más se ilumina el medallón —le dijo Thomas mientras se lo mostraba.
—Si está aquí, ¿por dónde entraremos? Este lugar cubre una superficie enorme.