—¡Eso es! El grabado —le dijo Thomas mientras salía corriendo hacia la entrada.
Natalie, que no entendía esos arrebatos que le daban a Thomas de vez en cuando, salió detrás de él para ver lo que se le había ocurrido. Al salir, vio que estaba frente a la inscripción que habían hallado anteriormente, con la maceta y la escarpa en la mano.
—¿Qué vas hacer? —le gritó Natalie.
—Creo que ésta es la solución. Esta inscripción está dentro de un sello egipcio, como los que usaban cuando escribían el nombre del faraón. Cuando la vi por primera vez me resultó algo extraña y ahora entiendo el porqué.
—Pues yo no lo entiendo.
—Mira, ¿qué ves? —le dijo señalándole aquella inscripción.
—Veo esos símbolos metidos dentro de un sello.
—Y… —le dijo Thomas.
—¿Y… qué? Quieres dejarte de misterios y explicármelo de una vez.
—Está claro Natalie, los egipcios sólo metían dentro del sello el nombre del faraón, si este texto está dentro de él, es por algo.
—¿Quieres decir? —le preguntó ante su aclaración.
—Claro, ya verás.
Thomas comenzó a golpear con mucha delicadeza al lado del sello, cuando de repente, en una de las esquinas, apareció lo que parecía ser una junta.
—Mira Natalie, una junta, no está grabado en la misma roca, este fragmento se añadió luego —le dijo muy entusiasmado.
No se lo podía creer, Thomas había encontrado la solución.
Ayudándose con la escarpa y sin dar ni un solo golpe más para no deteriorar el sello, comenzó a hacer palanca con suavidad, hasta que al fin el sello se separó de la roca limpiamente.
—Vigila que no se caiga —le dijo Natalie mientras lo ayudaba a cogerlo.
Volvieron a la sala y, colocados frente el altar, se miraban nerviosos por saber si aquello iba a ser la solución para abrirlo.
—A la de tres lo dejamos encima —dijo Thomas nervioso.
—Uno… —comenzó a contar Natalie.
Al acabar de contar, los dos aguantaron la respiración y lo fueron bajando hasta colocarlo suavemente sobre él, tras hacerlo, se separaron unos pasos y se quedaron quietos para ver qué ocurría.
—No pasa nada, me parece que ésa no era la solución —le dijo Natalie tras un rato.
—Tiene que serla, esperemos un rato más. Pasaron un par de minutos más.
—Nada Thomas, que no es —le decía agarrándolo del hombro.
—Pues ahora sí que ya no sé qué puede ser, me parece que lo único que podemos hacer es romperlo, pero…
Y antes de poder acabar la frase, un ruido se escuchó desde el altar.
—¡Espera, mira! —exclamó Thomas.
Ante sus ojos, el altar comenzó a hundirse en el suelo, muy poco a poco, y mientras lo hacía, al lado de él se abría el suelo.
Al acabar de hundirse por completo quedó al nivel del suelo, y una abertura de unos dos metros de largo por uno de ancho quedó al descubierto.
—¿Qué ha pasado, Thomas?
—Esto sí que no me esperaba que ocurriera. Ese altar en verdad era una trampa para los saqueadores —le dijo acercándose a la nueva abertura.
Natalie, que permanecía quieta, vio que Thomas se acercaba y se agachaba para ver el interior. De rodillas en el suelo, introdujo su mano dentro de ella y dijo:
—Sólo hay arena.
—¿Cómo que sólo hay arena? —preguntó Natalie furiosa.
Rápidamente se acercó hasta donde se encontraba Thomas y, apartándolo de un empujón, se agachó e introdujo sus manos para comprobar si lo que le estaba diciendo era cierto.
—No puede ser, sólo arena. ¿Para esto hemos arriesgado nuestras vidas? ¿Para esto ha muerto mi amigo? Estamos atrapados sin salida y lo único que encontramos es un montón de arena —le decía llena de rabia a Thomas, que permanecía en el suelo sentado.
Cegada por la cólera, se levantó y se dirigió hacia la mochila de Thomas, que había quedado en la entrada de la sala, sacó de ella el medallón y le gritó a Thomas:
—Por esta cosa estamos aquí.
Thomas, que continuaba sentado, levantó la mirada y vio el estado de nervios en el que se encontraba Natalie y que en una de sus manos sostenía el medallón. Se levantó y comenzó a acercarse a ella para tranquilizarla y para que no hiciera ninguna tontería.
Natalie no quería entrar en razón y, en un acto de furia, lanzó con fuerza el medallón, que recorrió toda la sala hasta llegar a colisionar contra la pared, haciéndose añicos.
Tras esto, cayó al suelo de rodillas, con su rostro lleno de lágrimas y compadeciéndose de su mala suerte.
Thomas, que no daba crédito a lo que había hecho, comenzó a recoger los pedazos que había esparcidos por el suelo. De repente, su afán por recoger los fragmentos se detuvo, pues al empezar a recoger los que había dentro de la abertura, vio algo inesperado, algo que le hizo llamar a Natalie:
—¡Corre, ven!
Natalie, que permanecía de rodillas, reaccionó al escuchar a Thomas y, al levantar la mirada, vio que miraba el interior de la abertura entusiasmado. Rápidamente se levantó y se acercó a Thomas y cuando estuvo a su lado, vio lo que le había causado aquella impresión.
Sobre la arena de la abertura, había un montón de fragmentos del medallón y el cordón semienterrado, pero eso no era lo que les había impresionado, sino que bajo la arena parecía haber algo que relucía.
—¿Qué es eso, Thomas? —preguntó Natalie limpiándose las lágrimas de la cara.
—No sé lo que es.
—¿Cómo puede ser que la arena reluzca? Quizás bajo ella haya algo.
—Claro, ¡cómo me he podido olvidar!
Thomas le recordó a Natalie que el sarcófago donde encontraron la primera momia estaba completamente lleno de hojas secas, que era lo que más abundaba en aquel lugar, así que, por la misma regla de tres, allí lo que más abundaba era la arena.
—Entonces, debajo de toda esta arena, ¿hay una momia?
—No lo sé, pero deberíamos averiguarlo.
Entusiasmados, comenzaron a sacar los fragmentos de la superficie de la arena. Cuando Natalie sacó el cordón, algo inesperado le había ocurrido.
—Mira Thomas —le dijo enseñándole el cordón.
Cuando Thomas vio lo que le estaba enseñando, se quedó sin palabras, pues en el extremo donde antes había aquel pedazo de piedra, ahora tenía enganchada una pieza que parecía de metal. Su color era plateado, como el del aluminio, y su tamaño era como el de un sello de carta pero algo más grueso, y su forma era exactamente igual que la del medallón de piedra.
—¿De dónde ha salido? —preguntó al recobrar el habla.
—Estaría en el interior del medallón de piedra, oculto, y fíjate… —le dijo entregándoselo—, tiene la misma porción de símbolo y todo.
—Es verdad, y fíjate en esto.
Thomas acercó el medallón a la fina arena que contenía la abertura y, al hacerlo, comenzó a iluminarse. El símbolo desprendía una potente luz que iluminaba por completo el interior de aquella abertura y, a su vez, volvía a relucir lo que hubiera bajo la arena.
Sin saber ni cómo ni por qué aquella pieza desprendía luz, ni qué se ocultaba bajo la arena, comenzaron a sacarla del interior de la abertura, con la única ayuda de sus manos y con la esperanza de encontrar alguna cosa.
De repente, y tras haber sacado una gran cantidad de arena, Natalie se detuvo.
—¿Qué pasa? —le preguntó Thomas.
—He tocado algo —le respondió.
Muy suavemente, apartó la fina capa de arena del sitio en cuestión, dejando al descubierto lo que parecía ser una venda.
Al ver esto, continuaron sacando arena, pero ahora mucho más rápido. Cuando acabaron de vaciarla por completo, Thomas y Natalie se levantaron y observaron lo que habían dejado al descubierto, lo que durante miles de años había permanecido oculto bajo aquella arena, lo que con tanto afán habían escondido aquellos hombres de los ojos de la humanidad.
Allí se encontraban Thomas y Natalie, bajo toneladas de agua, encerrados sin salida en el interior de una cueva y, paradójicamente, estaban entusiasmados, felices, pues estaban frente el mayor descubrimiento de la historia.
—Esto es fascinante, tenías toda la razón, Thomas. Ha valido la pena todo el esfuerzo que hemos realizado para llegar hasta aquí.
—Ya te lo dije —le dijo agachándose para ver con más detenimiento lo que habían dejado al descubierto.
Tenían ante sus ojos nada más y nada menos que una momia, pero aquella momia no era como todas las demás, ni siquiera como la que había encontrado Thomas. Aquella momia, que tras miles de años continuaba en perfecto estado, estaba recubierta por una venda de un material que no era el habitual, y cada tira estaba llena de aquella escritura extinta.
—¿Es como la que encontraste? —preguntó Natalie sin salir de su asombro.
—Lleva el mismo sombrero y está en posición fetal como la que encontré, pero aquella no estaba liada con vendas, ni había ningún escrito sobre ella.
—Me imagino que los egipcios usaron los mismos rituales que seguían con sus faraones. ¿Pero la escritura?
—Puede ser, pero la venda no es la usada por los egipcios y esa escritura…, yo creo que debieron ser aquellos hombres los que se encargaron de acabar de preparar a la momia, los Itnicos, pues sólo ellos sabían de su existencia y cómo se escribía.
—Es verdad, seguramente fueron ellos. Tradúcela, corre, a ver qué pone.
Thomas cogió su diccionario y comenzó a traducir:
—Soy Tixtare, sabio supremo de la Atlántida, portador de la sabiduría y el poder de la vida. Vine a vosotros para…
Mientras traducía, y sin darse cuenta, acercó la mano en la que tenía el nuevo medallón a las vendas, provocando que se volviera a iluminar y que la momia se iluminara también.
En ese mimo instante, la potente luz que salía del medallón y de la momia, comenzó a deteriorar la escritura que había sobre la venda.
—¡Thomas! Aparta el medallón —le gritó Natalie al ver lo que estaba ocurriendo.
Rápidamente apartó la mano, pero ya era demasiado tarde, pues la escritura había desaparecido por completo. Los que habían escrito sobre aquellas vendas, lo habían hecho de tal forma que al iluminarse con una luz potente desapareciera.
—¿Pero cómo puede ser? Esto es rarísimo, cada vez entiendo menos —susurraba Thomas mientras se metía el medallón en un bolsillo para no causar ningún problema más.
—Cada vez que estamos a punto de descubrir alguna cosa nos pasa igual… —dijo Natalie lamentándose de la suerte que estaban teniendo—. Al menos nos queda la momia —prosiguió.
—Calla, calla, que aún le pasará alguna cosa —le dijo riéndose.
Acto seguido comenzaron a sacar la momia del lugar donde había permanecido durante tanto tiempo y, mientras lo hacían, Thomas observó que debajo de ella había otra abertura, cuadrada y de unas dimensiones muy pequeñas, unos quince centímetros.
Después de dejar la momia en el suelo, Thomas se introdujo en el interior de la primera abertura y se agachó para ver qué escondía la nueva.
—¿Qué ves? —preguntó Natalie desde arriba.
—Está llena de arena —le respondió mientras introducía sus manos para sacarla.
Tras cinco minutos, Thomas acabó de vaciarla por completo y dijo:
—No es muy honda, pero no consigo ver bien el fondo. Parece como si tuviera unos dibujos o algo así.
—Espera, que te traigo el foco —le dijo mientras lo iba a buscar.
Con el foco en la mano, Thomas iluminó el interior y dijo:
—Efectivamente son dibujos.
—¿Y qué son? —preguntó intrigada.
—No lo sé, no tengo la más remota idea de lo que puede significar. Acércame mi mochila un momento por favor.
Natalie, sin entender lo que iba a hacer, cogió la mochila y la llevó hasta donde estaba él.
Thomas la abrió y sacó del interior un papel y un carboncillo. Comenzó a calcar los dibujos para mostrárselos a Natalie y ver si entre los dos conseguían saber qué representaban.
Natalie miraba y remiraba el calco, no dejaba de darle vueltas a la hoja intentando descubrir qué demonios era aquello.
—Yo no sé tú, pero no le encuentro ni pies ni cabeza —dijo Thomas.
—Yo creo… Parece… —se quedó pensativa.
—¿Qué crees? ¿Qué parece? ¡Dilo ya!
—Es que no sé, déjame que lo mire un poco más.
—Muy bien, tú sigue mirando el calco que yo voy a ver si descubro algo en la momia.
Thomas sacó de su mochila una pequeña navaja y comenzó a romper las vendas.
Poco a poco y con mucho cuidado, fue dejando al descubierto el cuerpo que se escondía bajo ellas.
Cuando ya casi había acabado de quitarle el traje de vendas que le había arropado durante miles de años, un grito le asustó de tal manera que la mano con la que estaba cortando las vendas con precisión de cirujano se le movió repentinamente e hizo un corte profundo a la pierna de la momia, que provocó que se separara del resto del cuerpo.
Horrorizado ante el estropicio que había causado por culpa del grito de Natalie, se giró hacia ella y le dijo:
—¿Estás loca o qué? Siempre haces lo mismo Natalie, cualquier día conseguirás que me dé un ataque al corazón.
—¡Ya está! Sabía que me sonaba de algo —decía sin hacer mucho caso a sus reproches—. Pero… ¿qué le has hecho a la pierna de la momia? —le preguntó al ver lo que había pasado.
—Nada, nada, déjalo —le respondió echándose una mano a la cara, y prosiguió—: Dime qué has averiguado.
Natalie se agachó y dejó el calco en el suelo. Le señaló una de las rayas que contenía la hoja y le dijo:
—¿Ves esta raya?
—La veo.
—¿No te parece algo familiar?
—La verdad es que no.
—Mírala y luego mira las demás. Es un mapa —le dijo muy contenta.
—¿Un mapa? ¿Y tú dónde ves que esto sea un mapa? —le interrogó no muy convencido de su veredicto.
—Durante todos mis años en el museo, han pasado por mis manos miles de mapas de diferentes épocas, y te aseguro que estas rayas son costas de algún continente.
Thomas cogió el calco y lo miró, después miró a Natalie y le dijo:
—No sé qué decir, yo sigo sin verlo.
—Confía en mí, Thomas, te aseguro que lo es. ¿Pero de dónde?
Tras esta pregunta, y al ver que estaba muy segura de lo que decía, Thomas se introdujo en la abertura y miró el sitio exacto del que había sacado el calco, por si había pasado alguna cosa por alto.
Al mirar con más detenimiento, encontró algo en una de las esquinas, pero a causa de la poca iluminación y lo pequeña que era la abertura, no conseguía ver con claridad qué era.