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Authors: Jaime Rubio Hancock

Tags: #FA

El secreto de mi éxito (12 page)

BOOK: El secreto de mi éxito
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–Vale, pues preséntamela, si con una me basta. No soy avaricioso. Mientras tenga las tetas grandes.

–Tiene novio. Un novio grande.

–Pues no sé, asesina al novio. Me parece un intercambio justo, tú estás de vacaciones en el apartamento de mis padres, ¿no?

–La verdad es que no me cae muy bien. Pero de todas formas, pongamos que aunque lo mate no le gustas y te acabas liando con otra que sí que quiera tener hijos.

–Tendrá que escoger, claro: o los hijos o yo.

–¿Y si al final te quedas solo? Porque tus amiguetes serán padres y no podrán acompañarte a tomar cervezas. ¿Qué harás?

–Tengo un plan B.

–¿Cuál?

–Una palabra. Compuesta. Videoconsola.

–Qué idiota. ¿Y tú quieres hijos? –Me preguntó. A lo que me hice el despistado.

–Er… Pues… Perdonad, es que estaba pensando todavía en Marte.

–Claro, el chaval está enamorado. Y el perro no le corresponde. Es una historia muy triste.

–¿Crees que tendrán hijos?

–Supongo. Pero espero que adopten y no creen una raza de monstruos, mitad westie, mitad contable.

–No sé qué vamos, y notad que digo vamos, a hacer con él, porque a mí me da que los pijarros esos no van a pagar el rescate.

–¿Tú crees?

–Claro que sí –dijo Santi–. ¿Por qué no?

–Porque de momento ya nos lo han encolomado para las vacaciones.

–¿Y? Sólo para las vacaciones. Lo querrán de vuelta.

–Igual sólo quieren intentar que nos hartemos, para que se lo demos gratis –dijo Susana.

–Entonces, ¿no te había hablado de mi ex? –Le pregunté a Susana, una mañana que bajamos a desayunar los dos solos mientras Santi dormía. Le habíamos intentado despertar, pero nos tiró un cochecito de juguete de su infancia. Metálico.

–No, no, ¿le has hablado de Rebeca? –Me recriminaría Santi horas más tarde en la playa.

–Verás, es una historia, joder… Complicada…

–Claro que se lo he contado. Es mi amiga. Bueno, nos acabamos de conocer, pero…

–No, no, te equivocas. No es tu amiga, todavía no lo es. Tú quieres follártela, pero no quieres ser su amiga, eso es lo último que quieres.

–Eso no es verdad.

–Sí que lo es.

–Y aunque lo fuera, no veo por qué no puedo contárselo. Al contrario, debería, ¿no?

–Claro que tienes que contárselo, pero no ahora. Ahora lo único que importa sois vosotros dos y vuestra atracción animal.

–No hay ninguna atracción animal.

–No, claro, si le cuentas tus penas, ni la hay ni la habrá. En fin, aún podemos arreglarlo. ¿Qué le has contado? ¿Cómo ha sido?

–Joder, pues… Creo que…

–No, espera. No me lo digas. Has llorado.

–Se me han escapado un par de…

–Marica de mierda.

–¡Es una historia muy jodida!

–¡Por eso no se la tenías que contar!

–Te ha abrazado.

–Sí.

–Estás acabado.

–Perdona, no quería ponerme así.

–No pasa nada –contestó Susana–. Es normal. Ahora olvídate de eso. Estamos de vacaciones. Lo tienes que aclarar, sí, pero a la vuelta, ahora a divertirnos.

–Sí, sí, es justo lo que quería. Y me están viniendo muy bien estos días.

–Seguro que te dijo aquello de… “nos conocemos hace poco, pero…”

–Ya sabes que me tienes para lo quieras.

–Pues no me parece tan grave –le comenté ya poco convencido a Santi–. Además, estás sacando conclusiones absurdas. Sólo somos amigos. Yo ahora no estoy para líos… Calla, que vuelve del agua.

Y volvía, sí, con el pelo mojado, salpicando agua, sonriendo, con todo el cuerpo brillando por…

–¿Qué miras, tonto? –me dijo, sacándome de mi estupor.

–No, nada, me había quedado en trance… No por ti… Quiero decir, que estaba pensando en mis cos…

–Empanao.

–Desde luego –remató Santi–. Empanao, más que empanao. Que no vamos a hacer nada de provecho contigo. ¿Más vino? –Preguntó, con la botella en la mano, un día que bajamos a Tortosa a comer un arrocito.

–Venga.

–¿Y tú a qué te dedicas exactamente, Susana?

–Soy química. En paro.

–Claro.

–Cómo si no.

–Química. ¿De qué va a trabajar un químico?

–De ayudante de supervillano, igual.

–Eh, que la química tiene muchas salidas.

–Yo no te llamaría salida.

–Lo dejaría en alegre.

–Idiotas.

–No, en serio, ¿qué hacías?

–Estaba en un laboratorio del clínico, aunque lo que quiero es pasarme a temas industriales.

–¿No te molaba?

–Para que te hagas una idea, me ofrecieron hacerme indefinida cuando se me acabó el segundo contrato de seis meses, y les dije que no, que prefería irme al paro.

–Coño, ¿y eso?

–Era analista. En un laboratorio. Me pasaba el día entre muestras de sangre, de orina y de heces, en su mayoría de ancianos moribundos.

–Ya. En fin. Poco agradable.

–Seguro que las tenía que oler –dije–. A veces incluso mojaba los dedos y saboreaba.

–Claro, por si era un caso de diabetes.

–No, no digáis eso. Aj… Nada que ver. Era todo muy estéril, con máquinas y mascarillas y guantes: no tocaba nada. Aunque a alguna compañera se le cayó alguna muestra… Pero bueno, que lo de pasarme el día entre cacas no era la ilusión de mi vida.

–Jaja, ha dicho caca.

–Jijiji…

–Niñatos. Pero en fin. Que prefiero hasta dar clases.

–Anda, loca, dónde vas.

–No sabe ni lo que dice.

–El alcohol, que le ha afectado demasiado.

–Apártale la botella, que la tiene muy cerca y le va dando cuando nos despistamos.

–Idiotas. Tú eres contable, ¿no?

–Sí, él es contable y yo soy actor porno.

–Idiota. ¿No prefieres administrativo?

–Da igual, estamos saliendo del armario. Los contables de hoy en día estamos orgullosos de nuestra condición.

–Es verdad. Cada 3 de marzo salen a la calle con sus ábacos, sus manguitos y sus viseras para celebrar la condición de contable. Por cierto, yo que soy probablemente tu único amigo, no sé exactamente a qué se dedica tu empresa. Bueno, dedicaba.

–Pues mira, yo tampoco sé exactamente a qué se dedica mi empresa. Bueno, dedicaba. No, en serio. Ofrecíamos servicios de administración, consultoría y cosas de estas, pero teníamos muy pocos clientes. Había dos o tres empresas que llevaban todo el peso, y que además creo que estaban vinculadas con uno de mis jefes, aunque no sé de qué forma, y poco más. Cuando estas han dejado de meter pasta, todo se ha ido a la mierda.

–Entonces por lo que veo –comentó Santi, un día que bajamos los dos al supermercado–, va a pasar la semana y no vas a decirle nada.

–Claro que no voy a decirle nada. Es que no hay nada que decirle.

–Oh vamos, si besas el suelo por donde pisa. Ayer te vi hacerlo. Literalmente. Estabas de rodillas en el bar.

–Ya, cuando se me cayeron las monedas.

–Buena excusa. No queremos que se dé cuenta de que no eres más que una babosilla. Al menos no de momento.

–En serio, que no hay nada. Y no tengo interés. No estoy ahora como para complicarme la vida.

–La vida se complica sola. Lo único que puedes hacer es intentar tomar el control de vez en cuando. No es más que una ilusión, en realidad vas dando tumbos, pero a veces puedes variar el rumbo. Un poco. Lo justo.

–Pero a ver. Mira. Te lo explicaré con una analogía. Es febrero. Hace mucho frío. Qué coño, nieva. Y hay una piscina. Pues bien, yo no tengo ningún interés en tirarme a la piscina, por mucho que sea agradable estar en el jardín a pesar del frío. Pero es que aunque estuviera mal de la cabeza y quisiera quedarme en bolas en pleno febrero y tirarme de cabeza a la piscina, esa piscina no tiene agua.

–Vale, es febrero y tienes frío. Todo eso porque eres tonto, que en realidad estamos en agosto. Pero en todo caso sí que hay agua. Y la piscina está climatizada.

–No hay agua, qué va a haber agua. Ella no tiene ningún interés.

–Sí que lo tiene, sí.

–¿No recuerdas lo que dijo ayer?

–Me ha gustado esto de venir aquí –había dicho Susana en la terraza de un bar–, casi no os conocía, pero se ve que sois buena gente, que se puede ir por ahí con vosotros, que no sois los clásicos salidorros que van con el condón en la boca cuando quedan para tomar café con una chica.

–Eh –dijo Santi–, eso ha sido ofensivo.

–Mucho. Creo que nos acaba de llamar gays.

–Y no es que gay sea un insulto.

–No, maricón es un insulto.

–Gay es una definición. Lo cual resulta insultante porque es una definición nada acertada.

–Cierto. Nos gustan las mujeres.

–En plural.

–Y claro, tú sólo eres una.

–Por eso no hemos intentado nada.

–Además, tampoco es que estés tan bien.

–Yo te pongo un seis. Seis y medio en bikini.

–Yo te pongo. Pero no pasa nada, lo entiendo. Os pongo a todas.

–Claro que me acuerdo –contestó Santi–. Pero eso no tiene nada que ver. Nos lo decía a los dos. Y otra cosa es lo que nos podría decir uno a una, cara a cara.

–¿Y cómo sabes que no le gustas tú?

–Tú eres tonto. ¿Con quién habla más? ¿A quién le pone la mano en el brazo y en el hombro? ¿Al lado de quién pone la toalla tres de cada cuatro veces?

–Pero eso puede ser peor. A lo mejor sólo quiere decir que me tiene más confianza. No es que no vaya con el condón en la boca, es que ni siquiera sé lo que significa la palabra condón.

–Estás desperdiciando una oportunidad.

–No estoy desperdiciando nada. Ni siquiera creo que haya nada que aprovechar.

–Tú mismo.

–¿Entonces hoy salimos otra vez? –Preguntó Susana, que me había acompañado a sacar al perro a pasear mientras Santi protestaba porque era su turno de fregar los platos.

–Sí, ¿no? Al menos a tomar un par. ¿Estás cansada?

–No, qué va. Si me apetece.

–Esto es vida. El hígado está protestando después de cuatro noches seguidas de cerveza y mojitos, pero en fin, ya nos recuperaremos a la vuelta.

–Con sopita y ensaladas.

–E infusiones.

–Hemos hecho bien, viniendo aquí a despejarnos.

Me sonrió y me agarró el brazo. La miré. La luz de la luna incluso se reflejaba en sus grandes ojos marrones, casi negros. Estaba tan guapa que resultaba cursi darse cuenta. Me sonrió. Pero ¿cómo? ¿Con cariño? ¿Con amor? ¿Como una amiga que me mira con pena por lo que he pasado?

Marte ladró. Siempre hacía eso cuando acababa de, en fin, de cagar. Era como un aviso, como un ya está, gracias, haced lo que tengáis que hacer.

Y lo que tenía que hacer era apartar mis ojos ojerosos y tristes de los suyos brillantes como un lago en la noche, para sacar una bolsita de plástico del bolsillo y, delante de la que me parecía en ese momento la chica más bonita de occidente, recoger un cagarro de perro.

–Voy a… Voy a tirar esto.

–Esta semana está siendo un desastre –dijo Santi mientras tomábamos un helado a media tarde–. No es que no haya ligado, es que casi ni lo he intentado.

–Pues como siempre.

–Ya, pero me había propuesto intentarlo con más ganas. Verás, Susana, aunque te parezca mentira dada nuestra apuesta presencia por no hablar de nuestra arrolladora personalidad, nosotros no valemos para entrar a chicas en bares y discotecas. Es así.

–Menuda sorpresa.

–¿Sí, verdad? Lo peor es que encima, aquí el amigo está desentrenado. Llevaba setenta y cuatro años con su novia, viviendo como un señor casado, y ahora da pena. Como chica que eres, deberías darnos consejos.

–No sé yo, ¿eh? A mí es que eso de liarme con un tío al que no conozco de nada en una discoteca, no me va…

–Vaya, empezamos mal.

–Digo yo que primero hay que conocer a la gente, aunque sea para un rato. Que vete a saber de dónde sale cada uno.

–¿Y qué nos recomiendas? ¿Que liguemos en cafeterías?

–Yo no os pienso recomendar nada. Pero vamos, mejor en un bar que en una discoteca. Y mejor en una cena con amigos comunes que en un bar. Y que esperes quedar una segunda o incluso una tercera vez, que no pasa nada.

–Como sigas así, vamos a llegar al “mejor en misa”.

–No sé, es que eso de que se te acerque un baboso con el aliento a whisky siempre me ha parecido muy violento. Tiene que ser un tío muy gracioso o estar muy bien o las dos cosas. Tampoco es lo mío, vamos. Además, ya tenéis una edad. Si no habéis aprendido en treinta años, no aprenderéis ahora.

–Pues estamos apañados. ¿Y cómo es que no tienes novio?

–He aquí la sutilidad de Santi en acción.

–¿Qué? A lo mejor les arranca la cabeza y se los come. Estas cosas hay que saberlas.

–Pues lo normal. Cortamos hace unos meses y ahora estoy soltera. No tiene ningún misterio. Es una historia normalísima.

–¿Por qué le dejaste?

–¿Por qué das por supuesto que le dejé yo?

–Es lo que suele pasar, ¿no?

–No sé yo. Pero sí, le dejé. La verdad es que no pasó nada. Se acabó lo que había. Que tampoco fue mucho. Un año y medio.

–Qué aburridos somos. Los tres.

–Casi mejor –dije–, este año yo ya me he entretenido demasiado. Ahora quiero aburrirme unos meses.

–Menuda despedida nos ha preparado el cabrón –dijo Susana, al llegar a casa la última noche y ver que Marte se había peleado con los tres cojines del sofá, dejando la salita llena de relleno.

–Joder –vi a Santi enfadado por primera vez en años mientras yo cogía a Marte, le arrancaba un trozo de tela de la boca y le daba un coscorrón–. Puto perro.

Nos pasamos un buen rato recogiendo mientras Marte se quedaba dormido. Cuando acabamos, Santi sacó tres cervezas y las repartió.

–En fin…

–Si quieres, mañana antes de volver para Barcelona, pasamos por Tarragona y compramos unos cojines.

–Nada, da igual, no te preocupes. Ya los compraré en Barcelona y se los daré a mis padres para que los bajen cuando vengan.

–¿Seguro?

–Seguro. Es una tontería. Si son prácticamente cojines del todo a cien. En fin. La última birra de la temporada.

–Ha estado bien.

–Y tanto.

–Brindemos.

–Por Marte.

–Por Marte.

–Perro hijo de puta, hacerle esto al tito Santi.

Cuando regresé a Barcelona, lo primero que hice fue conectarme a mi cuenta corriente por internet. Obviamente, no había ningún ingreso. No confiaba en tal cosa. Pero hubiera resultado muy agradable.

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