No, Susana no era tan tonta como para liarse con un berzas así.
¿Que no? Todas lo son. Las pillan desprevenidas, les dicen cuatro tonterías y hala, el resto da igual. No hace falta mucho más.
Malhumorado, le di al botón de “descartar” para olvidarme de aquel mail, cerré el navegador y me fui de allí, con la barbilla bien alta, mostrando indignación ante el sexo femenino y sus tonterías dignas no de estudio, sino directamente de cárcel.
Veinte minutos más tarde, mientras daba un paseo por la Fnac, seguía indignado con las mujeres. Es que lo mío, también. Rebeca me echaba de casa al descubrir que estaba embarazada y por tanto no me necesitaba, y Susana se liaba con un imbécil que había conocido en la barra de una di…
Vale, me estaba pasando. Es decir, eso aún no había pasado, o al menos sólo lo había imaginado. No tenía ni idea. Podía estar soltera y disponible. No había nada de malo en contar con eso. Es más, podía estar soltera, disponible y esperándome. Y yo estaba soltero. Y creía que ya disponible. Y esperándola. La ruptura con Rebeca había sido dura, pero ya era hora de levantar cabeza. Al menos un poco. Claro que en dos o tres semanas, en fin, iba a ser padre.
Joder.
Pero bueno, tampoco me afectaba mucho el tema, al menos no después de la última charla que había tenido con Rebeca. No más que a un padre divorciado. O quizás sí. Pero de todas formas, yo tenía que ser capaz de hacer mi vida, de tomar mis decisiones. Ella probablemente estaría así los próximos cincuenta años, con su no, de ninguna manera, pero claro, no sé... Y ya estaba bien de tonterías. Nada. Esa tarde era posible que tuviera una posibilidad con Susana. Y la iba a aprovechar. Vaya que sí. ¡Ja! Y el idiota de las Bikkembergs que se vaya a dar una vuelta y se compre unas zapatillas nuevas.
Hablando de vueltas, había comenzado por la zona de los videojuegos y había acabado en los libros de historia. Eso es lo que pasa cuando te pones a pensar en chicas. Que la cosa comienza divertida, pero acabas frente a guerras, enfermedades, hambre, sobre todo hambre. Vi una historia de China. Qué coño. Me la compré. Total. Veinticinco euros. A ver si no iba ni a poder comprarme un librito de nada.
Me fui a un Starbucks a comerme un bocadillo y un café por ocho euros. Desde luego, yo no tenía ni puta idea de ahorrar, y eso que a esas alturas ya debería tener algo de experiencia. Pero bah, había cobrado cuatro sueldos en los últimos seis meses y los gastos habían sido mínimos: 450 de hipoteca cada mes, algún que otro millar más que me había pedido Rebeca para gastos del niño como la cuna y ropa y demás –aseguraba que no me había pedido ni la mitad, en consideración por mi estado económico– y poco más, ya que vivía prácticamente gratis. La ropa, poca, el metro, las borracheras… Y además, los administradores seguían prometiendo que iba a cobrar como mínimo los sueldos que me faltaban, los ocho. Para la indemnización tendría que reclamar a Fogasa, seguro, eso sí. Resultaba difícil de creer incluso eso, pero en fin, no sé, igual la empresa tenía activos que desconocía y que se podían vender. De hecho, había algún local, creía recordar.
Leí un ratito mientras sorbía café, consciente de que en cuanto cerrara el libro, no volvería a abrirlo otra vez en mi vida.
–YO DORMIRÉ EN MI HABITACIÓN. Luego está el dormitorio de mis padres, donde hay una cama de matrimonio que podéis compart… ¿No? ¿En serio? En fin, me temo entonces que Susana dormirá ahí y tú en el sofá.
–Eh, deberíamos sortearlo.
–No, no, a mí me parece bien.
–Claro que te parece bien, qué lista. Además, es mi casa y decido yo. Si no ligáis entre vosotros, será más fácil que ligue ella, así que mejor que ya tenga la cama disponible. Si tú ligas, en fin, será un acontecimiento tan sonado que probablemente los gerentes de los hoteles saldrán a tu paso ofreciéndote sus suites gratis, para poder poner una placa que diga “aquí folló el amigo tonto de Santiago Moreno”.
–No sé por qué hablas tanto, si la última vez que tocaste una chica tuviste que pagar en pesetas.
–A ver si Marte va a dormir en el sofá y tú en su cesta.
La semana pintaba bien, a pesar de las pullas. En realidad, las pullas ayudaban. Siempre nos habían gustado esas cosas, para qué negarlo.
Y eso que agosto no había comenzado de forma nada agradable: con nosotros sentados en la terraza de un bar, con Marte a nuestros pies y pensando en el fracaso de hacía un par de días a la hora de intentar pedir rescate. Creíamos que con la novia de Pol todo sería más fácil, dado que a pesar de que estaba como una cabra, también sabíamos que era ella quien realmente tenía algo de cariño por el perro. Pero cuando hablamos con ella por segunda vez la conversación fue incluso más surrealista que la primera.
–Mirad, es que he hablado con mi novio y hemos decidido que ahora es tontería que nos lo devolváis ahora, porque lo tendríamos que llevar a una guardería perruna. Es que nos vamos de vacaciones dos semanas a la República Dominicana y al hotel no se pueden llevar perros.
–Pero…
–Y lo más inteligente, y en eso tiene razón, es que os lo quedéis vosotros y a la vuelta hablamos.
–No, si no dejáis una bolsa con dinero en la tercera papelera del parque Güell maña…
–Muchas gracias. Ah, y no le deis frutos secos, que le sientan mal.
–¡Que lo mataremos!
–Adiós, que vayan bien vuestras vacaciones. Volveremos el 20, pero dadnos un par de días por lo del jet lag y tal.
Y nada. Nos habíamos ido a casa cabizbajos. Y luego habíamos vuelto a quedar. De nuestro grupo de amigos, todos se habían ido de vacaciones, como Pol. Con sus parejas y tal. En el caso de Susana, más o menos lo mismo. Bueno, dos amigas suyas, incluida la borrachina de casa de Pol, se habían ido a Croacia, sin pareja, pero a Susana le había pillado en paro y prefería no moverse de casa a pesar de que estas amigas le habían ofrecido un préstamo.
Ahí estábamos, ahogando nuestras penas en cañas, cagándonos en esa gente que se iba a la República Dominicana a pesar de deber cinco sueldos a sus empleados, seis contando el que seguro que no iban a pagar en agosto.
–Podríamos ir un día a la playa –sugirió Susana.
–Vale –dije yo–. Y al cine, quiero ver la de…
–Esperad. Esperad. Oh. Cielos –no creo que haga falta decir que quien hablaba era Santi–. He tenido la mejor idea del siglo. Cuando os la cuente, me vais a lamer los pies en señal de agradecimiento.
–No.
–Ya te digo yo que no.
–Pero vamos, ni aunque te los lavaras antes.
–Ni hablar.
–Callad, herejes. Mis pies son ambrosía divina, son la carne de los dioses, qué sabréis vosotros.
–Venga, la idea.
–Mis padres se han ido de vacaciones todo el mes al pueblo de mi madre. Así que tengo el apartamento de Tarragona libre. Vámonos los tres. Una semanita, aunque sea. La semana que viene.
–Vale –dije, confiando en que Susana dijera lo mismo–. Total, para quedarnos aquí.
–Vale –sonreí tanto que me toqué las orejas con la comisura de los labios–. ¿Pero en Tarragona, Tarragona?
–No, en un pueblecito de mala muerte de la costa.
–¡Eh! No te metas con Sarsafulla de Montpelat, el pueblo de mi infancia.
–No se llama así, no le hagas caso.
–Tiene los mejores bares de la costa. El Sacseig, el Som–hi, el karaoke Llampec…
–Lamentablemente, esos sitios sí que se llaman así.
–Ah, ¿has estado?
–Un par de fines de semana.
–Por no hablar de que tenemos las discotecas de Salou a veinte minutos.
–No, no, Salou es un asco.
–Eso es como Lloret, ¿no?
–No os metáis con Salou.
–Es lo peor. Ingleses borrachos potando por la calle.
–También inglesas.
–Sí, borrachas. Potándote en la cama.
–Deja de calumniar.
–Pero oye, que el plan está bien. Vamos la semana que viene. Playa, comida en terracitas, noches de barecitos.
–Eso, y yo siempre podré decir que me fui de vacaciones con dos tíos.
–Y qué tíos.
–Eso es lo malo, que no podré enseñar fotos porque entonces quedo hasta mal.
–Eh.
–Eso ha sido faltando.
–Pero si yo estoy estupendo.
–Pues anda que yo.
–Los dos estamos estupendos. Aparentamos varios años menos.
–Tenemos todo el pelo.
–Y todos los dientes.
–Vamos, qué más quisieras tú.
–Eso, seguro que tus dientes son falsos.
–Por cierto, Marte tendrá que venir. Porque mi madre se negará a cuidarlo todo un mes.
–Pues claro que se viene Marte. ¿A que sí? ¿A que te vienes con el tito Santi? ¿A que sí?
–Otra vez.
–En serio, Santi, deberías dejar de hacer eso.
Baboseo perruno al margen, había que reconocer que la idea había sido buena. Bajamos con el coche de Susana –yo no tenía coche y Santi no tenía ni permiso de conducir.
–La verdad es que vengo muy poco por aquí, pero se está muy bien –confesó Santi, el primer día de playa, al volver del agua.
–¿Y eso? –Preguntó Susana.
–Venía mucho de niño, con mis padres, claro, pero mis amigos de entonces han ido dejando de venir. Unos porque los padres acabaron vendiendo el piso, otros porque se sacaron novia y van con ella a otros lados, y alguno más supongo que porque se aburrió. Como yo.
–Ir cada verano al mismo sitio tiene que ser un coñazo –dije.
–Creo que le voy a decir algo a la inglesa –me dijo Santi, una noche en uno de los bares de aquel pueblecito.
–¿Seguro?
–Sí. ¿Me acompañas y…?
–No, a por su amiga no voy.
–Mal amigo. Pero te perdono porque es fea de cojones. Pero mucho. Además, en realidad te estoy dejando solo con Susana.
–Vete a la mierda.
Aunque técnicamente era cierto. Me había quedado a solas con Susana: era simplemente un hecho.
Y de repente no sabía ni qué decirle.
–Va a entrarle a la inglesa –comenté. Santi parecía un tema de conversación tan bueno o tan malo como cualquier otro.
–Ya veo, ya. Qué pena.
–¿Por qué?
–Va demasiado borracho. Le va a echar todo el aliento a cerveza en la cara.
–Ya, pero es que sobrio no se atrevería.
Como no sabía qué más decirle, seguí con el tema de conversación (la cerveza) y la invité a otra. No se negó.
–Ah, me gusta que las chicas beban y coman bien.
–Claro, luego cuando a los cincuenta esté gorda y fea ya no me querrás.
Jejeje… Un momento, ¿qué había querido decir con eso? Era una broma, ¿no? Había sido una broma, claro. ¿No? ¿O no? ¿No?
–Er… –comencé, no muy seguro de lo que quería decirle, aunque convencido de que se lo iba a decir, jaja, en tono de broma para que, jaja, se riera con la tontería.
–Me ha roto el corazón –interrumpió Santi.
–¿Qué te ha dicho?
–No sé, mi inglés es una mierda. Pero se ha ido.
–Igual quería que la siguieras.
–No. Lo he intentado.
–Anda que estamos apañados los tres –comenté al día siguiente, mientras comíamos en una terraza, cerca del mar–. Para empezar, pasamos de los treinta.
–Eh –interrumpió Susana–, que yo tengo veintinueve.
–Ya, pero aparentas treinta y dos.
–Menudo idiota.
–Los tres estamos solteros.
–No, claro, con lo simpático que eres aún querrás que caigamos rendidas a tus pies.
–Los tres vivimos con nuestros padres. Y aunque dos trabajamos, sólo uno de nosotros tiene un sueldo.
–Lo haces sonar como si fuera algo malo –contestó Santi–. El estado natural del hombre es soltero y en paro.
–Mira, hoy y aquí estoy de acuerdo contigo.
–¿De la mujer, también?
–No, por favor, alguien tiene que pagarnos los vicios.
–Desde luego sois unas joyitas, los dos.
–No, pero en serio, nuestra forma de vida está muy bien. No tenemos obligaciones con nadie y podemos hacer lo que queramos. Tú estás en paro y tú lo estarás en breve, así que al menos tenéis tiempo para dedicaros a vosotros mismos, para estudiar, para viajar…
–¿Tú qué harías si estuvieras en paro? –Le preguntó Susana a Santi.
–Escribir un libro de historia de la pornografía.
–¿Y lo de vivir con nuestros padres también es bueno?
–Es cómodo. Residencia gratis. Además, se nos ha pasado el arroz para compartir piso.
–Yo lo hice cuando estudiaba –explicó Susana–, y la verdad es que acabé bastante harta.
–Lo cierto –dije– es que para compartir piso con desconocidos, prefiero compartirlo con mis padres. Pero vamos, yo estaba muy bien antes, en mi pisito, con mi novia. Mucho más cómodo.
–Porque tienes mentalidad de señor mayor –apuntó Santi–, a todos nos llegará eso, imagino, pero de momento, disfrutemos. Pásame el vino.
–¡Lo siento, lo siento! –Marte se me había escapado y había destrozado el castillo de arena de unos críos. El padre le estaba gritando al chucho, y con razón. Después de disculparme otras quinientas veces, volví a mi toalla.
–No lo vuelvo a traer.
–Tampoco lo podemos dejar todo el día encerrado.
–Ya, pero no lo podemos dejar suelto. Ya le has visto. Hace un rato, casi se come el sombrero de esa vieja. Y ahora casi lo mata el calvo ese.
–De todas formas –dijo Santi–, el perro molestará, pero lo peor en la playa son los niños. Tanto que habla el calvo y los dos críos esos son para despellejarlos y colgarlos de las duchas como advertencia a otras familias.
–Eso es verdad –dijo Susana–. Corriendo y tirándote arena y agua encima.
–Y gritando –dije.
–Y llorando, todo porque se ahogan o alguna tontería de niños. No pienso tener hijos nunca –remató Santi.
–¿Nunca? ¿Nunca en la vida? –Preguntó Susana.
–No, ni hablar. Primero porque no me gusta meter a desconocidos en casa. Segundo porque son un coñazo, te anulan por completo y ser padre pasa a ser tu única ocupación: dejaría de ser Santiago Romero para pasar a ser el papá de Antonia y Felipe. Y tercero, porque huelen raro.
–Antonia y Felipe –rió Susana–. Qué cruel. Pues a mí sí que me gustaría ser madre. Además no huelen mal, huelen bien.
–Típico –dijo Santi–. Mujeres. No te puedes fiar. De repente quieren ponerse a parir…
–Tengo amigas que no quieren tener niños.
–Coño, pues preséntamelas.
–Bueno, es una amiga.