Holleb se agachó para pasar por debajo de las ramas, sintiéndose bastante a disgusto en aquel espacio tan reducido, y empezó a examinar el follaje sobre el que avanzaba en busca de hojas aplastadas que indicaran el paso de algún humano. Pero apenas había entrado cuando algo llenó la arcada de enfrente y le hizo alzar su lanza.
Era su compañera.
—¡Helki! ¿Qué...?
Desde detrás de los muros de piedra, un poco más altas que su cabeza, surgieron cuatro siluetas borrosas oscurecidas por unas nubes grises.
Redes.
Holleb alzó su lanza y golpeó a una silueta en el estómago con la contera. Una muchacha de cabellos sucios y despeinados que parecían colas de rata soltó un chillido y se dobló alrededor de la madera. Sin molestarse en quitarla de allí, Holleb hizo girar la lanza en dirección opuesta y rasgó el muslo de un bandido con la punta. Pero otro ladrón cayó sobre su ancha espalda. Holleb sintió un pinchazo abrasador cuando un cuchillo de hoja corta se hundió en sus costillas. Movió velozmente el codo hacia atrás para quitarse de encima a su atacante, pero el hombre se agachó y el golpe del centauro falló su objetivo. Holleb sintió otro pinchazo, apretó los dientes y lo ignoró. Mientras el ladrón no lograra acertar su columna vertebral, probablemente no pasaría mucho rato antes de que se viera despedido de su grupa. Una red se enganchó en su brazo derecho y en la contera de su lanza, y otra se desplegó sobre su casco y le oscureció la visión.
Helki llegó al galope para ayudar a su compañero. La centauro lanzó un estridente grito de guerra y apartó de un empujón a una mujer que estaba intentando desplegar una red, enviándola contra un pequeño macizo de rododendros que crujieron y chasquearon. La intervención de Helki proporcionó al hombre-corcel el tiempo suficiente para que pudiera sacarse de encima las redes. Holleb se quitó de un manotazo la red que había caído sobre su casco y la arrojó detrás de él para que atrapara al hombre del cuchillo. Después sujetó la otra red debajo de sus patas, y tensó el brazo para hacerla pedazos. Estaba hecha de cáñamo y las fibras eran tan resistentes que habrían podido inmovilizar a un buey, pero Holleb era más fuerte que cualquier buey.
No hubo más ataques, pues dos bandidos salieron corriendo por las arcadas y la mujer que había quedado medio atrapada en el arbusto se liberó y escaló el muro igual que una ardilla, desapareciendo por encima de él con la blancura del trasero asomando por entre los desgarrones de su túnica. La joven que había caído al suelo jadeó, rodó sobre sí misma e intentó marcharse a rastras. Helki dejó caer la contera de su lanza sobre el cuello de la joven con la fuerza suficiente para aturdiría, y el golpe la dejó inmovilizada.
—¡Lo hacemos muy bien juntos! —gritó entusiasmada—. ¡Como en los viejos tiempos!
—No —respondió Holleb—. Las cosas son diferentes.
El centauro estaba a un metro escaso de distancia de su compañera, y desde allí hundió la lanza en su costado justo detrás del peto. Helki chilló y se encabritó para escapar de aquel horrible dolor, pero Holleb se acercó un poco más e hizo girar la lanza entre sus dedos para que los pinchos que rodeaban la punta se abrieran paso a través del hígado y las entrañas de Helki y la hicieran pedazos por dentro con su rotación.
Pero la mujer-yegua se limitó a contemplarle con sus ojos marrones llenos de pena. Cuando abrió la boca, un chorro de sangre manchó sus labios y acabó cayendo sobre el rostro de Holleb.
—¿Por qué...? —preguntó con voz suplicante.
Y un pensamiento horrible cruzó por la mente de Holleb, y el centauro pensó que había pecado de exceso de confianza en sí mismo y había atacado demasiado deprisa.
Y que había cometido un error y había matado a su compañera.
El horror se adueñó de él y le dejó paralizado. Visiones de Helki desfilaron velozmente por su cerebro: Helki corriendo por las estepas rocosas, orgullosa, libre y desnuda, con la luz del sol brillando sobre sus flancos mientras se burlaba de él y le decía que la alcanzara; Helki sonriéndole animosamente mientras galopaban hacia su primera batalla, haciéndole reír para que Holleb olvidara su miedo; Helki acariciándole los flancos mientras jugaban y chapoteaban en una laguna alimentada por una cascada a kilómetros de la tribu...
Fascinado por el horror, Holleb no vio cómo una de las manos de Helki se transformaba en un gancho escamoso tan temiblemente curvado como la garra de una mantis religiosa. La garra ascendió, lanzándose hacia su garganta para rajarla de un lado a otro...
... y cayó nacidamente sobre el suelo cubierto de hojas, limpiamente cercenada a la altura de la muñeca. Nuevos chorros de sangre mancharon el peto de Holleb, pero aquella sangre era de color marrón.
Helki —la verdadera Helki— había cruzado la arcada de un solo salto, dejando caer la afilada punta de su lanza como si fuese una guadaña para cortar la mano del monstruo antes de que pudiera atravesar la garganta de su esposo.
La centauro movió su lanza en un rápido barrido lateral, y la punta hendió la nuca de la Helki-monstruo y la abrió de un lado a otro con tanta facilidad como si estuviese cortando un melón. Los ojos del fantasma giraron hasta quedar ocultos bajo las órbitas, y su cuerpo se fue doblando nacidamente y terminó derrumbándose sobre el suelo del jardín. Unos minutos después ya se había encogido y marchitado para acabar convirtiéndose en una masa marrón envuelta por pliegues de una especie de cuero oscuro, como un gigantesco capullo abandonado por su ocupante. El rostro de la criatura era largo y anguloso, surcado por tensas tiras de músculos y tan reseco como el de una momia.
Holleb dejó escapar un gemido de alivio al ver con vida a su compañera y comprender que no la había matado.
—Pero ¿qué era...?
Helki empujó la masa de cuero muerto con la punta de su lanza.
—Un doble o un clon. No sé cuál de las dos cosas. Una criatura que imita, nada más... Quizá lo bastante inteligente para engañar a los humanos, medio ciegos como están, pero no a los ojos del centauro. Uno vino a mí y habló con tu voz. Pero llevaba unas cuantas hojas pegadas a las patas, y no sabía que el verdadero Holleb las habría quitado para evitar que crujieran o rozaran algo e hiciesen ruido. Y tampoco tenía la pequeña cicatriz que hay en tu grupa derecha, allí donde la flecha se hundió hace ya tanto tiempo... —Helki alzó la mirada hacia su compañero y sonrió—. Y, por encima de todo, no tenía la sonrisa que siempre está escondida detrás de tus ojos.
Holleb se rió, una mezcla entre carraspeo y trueno ahogado.
—Eso fue lo que eché en falta —dijo después—. Sus ojos estaban muertos, mientras que los tuyos son como la luz del sol a través de una cascada. Pero estaba asustado, porque no cambió cuando la atravesé.
Con un diestro giro de su muñeca, Helki enganchó el hombro del doble en uno de los afilados pinchos de su lanza y le dio la vuelta. La herida infligida por Holleb quedaba bastante abajo en el marchito cuerpo marrón de la criatura.
—Golpeaste allí donde estarían el hígado y los pulmones en un centauro, pero en esta cosa aquí sólo hay tripas. No fue golpe que mata, así que siguió aguantando y mantuvo mi forma para atacarte con garras. Quizá podía curarse a sí mismo rápidamente.
Holleb asintió con expresión solemne, como si lo hubiera sabido desde el principio. Pero después se quitó el casco y se secó el sudor que cubría su frente. La franja de cabellos que adornaba la parte superior de su cabeza antes de convertirse en crines estaba pegada al cráneo.
—Me preocupé, pensando que había golpeado demasiado deprisa, sin pensar...
Holleb sonrió, dio un paso hacia adelante y le besó en el mentón, y después frotó su larga nariz con la suya.
—Eres demasiado listo para que se te pueda engañar mucho rato, mi orgulloso guerrero.
El centauro se limitó a mirarla, como si no estuviera tan seguro de ello, y volvió a ponerse el casco.
—Cojamos a los bandidos. No hará falta mucho tiempo.
* * *
Así fue: una hora después ya habían capturado a los cuatro bandidos restantes y los tenían atados en el patio del jardín. Aturdidos por los golpes recibidos en la cabeza y el cuerpo, los harapientos bribones estaban sentados sobre los arriates de flores y miraban fijamente hacia adelante, temblando y aguardando la muerte. Helki hundió la contera de su lanza en el suelo y se medio apoyó en ella.
—¿Qué hacemos con ellos? —preguntó a su compañero, hablando en un tono excesivamente despreocupado y como si el asunto no tuviera ninguna importancia.
Holleb se señaló una oreja, indicándole que estaba preparado para escuchar, y señaló a los bandidos.
—Hablad.
Los bandidos se miraron los unos a los otros, sorprendidos y un poco asustados. Finalmente la más vieja de las mujeres, que tenía el rostro lleno de suciedad y los cabellos revueltos y enmarañados, se decidió a hablar.
—¡No pretendíamos hacer ningún daño! —gimoteó—. ¡Sólo robamos comida! ¡No teníamos otra elección! ¡Aquellas cosas nos obligaron a hacerlo! Eran muy viejas, y se habían estado escondiendo aquí desde que estas ruinas eran hogares habitados, viviendo como vampiros... Podían parecer cualquiera. Tu madre, tu mejor amigo... ¡Nos atrajeron hasta aquí y tuvimos que robar para alimentarlas! Algunos intentaron huir, pero los mataron...
Holleb alzó una mano y la mujer se encogió temerosamente. El centauro se llevó el brazo a la espalda y se rascó el sitio donde un vendaje cubría dos aguijonazos. Los ojos de la mujer, que esperaba ser torturada, giraron desesperadamente en sus órbitas.
El hombre-corcel habló por fin.
—Deberíamos mataros por crímenes. Es lo prudente. Pero... —Holleb miró a Helki antes de seguir hablando—. Pero Gaviota cree que deberíamos convertir a los enemigos en amigos. Eso es lo que hizo con nosotros, y nos aceptó en su ejército cuando quedamos abandonados lejos de nuestro hogar. Nuestro ejército necesita exploradores. Si podéis robar comida con tanta habilidad y no dejar ningún rastro, entonces seríais buenos exploradores. ¿Aceptaréis? —Hicieron falta unos momentos para que sus palabras fueran comprendidas, y después llegó el alivio.
—¡Sí, sí! —balbuceó la mujer—. ¡Nos uniremos al ejército! ¡Haremos lo que digas, cualquier cosa! ¡Oh, claro que sí! ¡Haremos cualquier cosa con tal de salir de estas ruinas!
Holleb alzó una mano para hacerla callar. No podía soportar la forma en que parloteaban los humanos. Un giro de su robusta muñeca bastó para que la lanza se moviera hacia adelante con la velocidad de una lengua letal y cortase sus ataduras. Los ex bandidos se fueron levantando, moviéndose muy despacio y con cauteloso recelo. Holleb inclinó la cabeza, señalando la arcada y el sendero que llevaba al campamento.
—¿Conocéis el camino? —preguntó con su voz seca y gutural.
Después tuvo que transcurrir un minuto entero antes de que los nuevos exploradores comprendiesen que estaba bromeando y se rieran nerviosamente.
—¿Has cambiado de parecer últimamente, esposo mío? —le preguntó Helki a Holleb en el lenguaje de los centauros mientras el grupo avanzaba por el bosque.
—No —dijo secamente Holleb, aunque sonrió—. Pero las cosas son diferentes tanto si me gusta como si no, y Gaviota estará complacido.
Su compañera dejó escapar un relincho ahogado y le propinó un potente empujón con una de sus robustas ancas.
—Y Helki también...
—Y así Holleb encontró gran idea, y la aceptó como suya propia —concluyó Helki, acabando de contar su historia a Mangas Verdes—. Pero porque idea es más grande que él, entonces Holleb crece para que idea pueda caber.
»¿Entiendes? —La centauro describió un pequeño círculo hasta quedar de cara a su melancólica amiga—. Piensa en lo lejos que has llegado. Sólo tenías media mente, eras boba y tonta. Gaviota cortaba árboles, y podría haber seguido siendo leñador siempre. Lirio era ramera, y podría haber dado placer a hombres hasta volverse vieja y fea y ser arrojada a la calle. Liko era gigante simplón que cogía peces. Stiggur era chico del cocinero. Sorbehuevos era ladrón. Holleb y yo éramos mercenarios que luchaban para quienquiera que nos pagara. Pero todas esas personas aceptan la idea de la cruzada, y entonces se vuelven más grandes y hacen grandes cosas juntas.
»Gaviota se convierte en sabio general que puede prever lo que ocurrirá y es fuerte, pero justo. Lirio es buena madre y furriel. Tú eres poderosa hechicera, y ayudas a muchas, muchas personas. Stiggur aprende a manejar máquinas, y se vuelve muy listo. Incluso Liko nos ayuda. Hasta Sorbehuevos, quizá... Kwam, tu amigo, aprende muchas cosas y nos las dice. Y Holleb, como muestra mi historia, acepta a los dos-patas como amigos.
»¡Por eso luchamos y trabajamos y cavamos y nos sacrificamos y tal vez morimos! ¡No por ninguna razón, sino por bondad de la cruzada y por su bien! La idea hace fuertes a las personas, y ellas devuelven eso a la idea.
—¡Pero todas las batallas, todas las muertes! Si nunca hubiera aprendido a hacer magia...
Helki meneó la cabeza. El yelmo osciló de un lado a otro, y sus crines se agitaron detrás de él.
—Mientras el ejército exista y busque hechiceros para presentarles batalla, será un objetivo que atacar. Pero ¿qué otra cosa hay? ¿Dispersar ejército y volver a casa? ¿Dejar que los hechiceros gobiernen todo, que tiranicen a las gentes como les apetezca? ¡Este ejército es la esperanza para todas las personas sin poderes mágicos de los Dominios!
Mangas Verdes intentó digerir todas aquellas ideas tan nuevas.
—Pero Gaviota y yo...
—Tú y Gaviota sois símbolos, como rey y reina, o dioses, o bandera, o tierra donde se nace. Sois líderes de idea.
—Que llevan a quienes les siguen a la batalla y la muerte.
—Si es necesario. Pero también trabajan, haciendo que la tierra pase de lo malo a lo bueno. Ayudan a aldeas. Hacen amigos de nuevas razas. Aprenden historia. Dibujan mapas. Recogen artefactos de magia... Y enseñan lección a hechiceros.
Mangas Verdes suspiró.
—Ojalá la idea me resultara tan clara como les resulta a todos los demás.
Helki puso la mano sobre la revuelta cabellera de la archidruida y le dio unas palmaditas.
—Con el tiempo. Todas las cosas a su tiempo.
Después se cogió del brazo de Holleb y los dos centauros se perdieron en la noche, alejándose con un trote que hacía oscilar sus colas de un lado a otro y dejando a Mangas Verdes y Kwam solos en la oscuridad.