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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

El retorno de los Dragones (34 page)

BOOK: El retorno de los Dragones
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—No te dejes embaucar por estos locos, Tanis, estas criaturas pueden ser muy ladinas—le aconsejó.

Cuando los compañeros entraron, el Gran Bulp quedó un poco aturdido, especialmente al ver a los inmensos guerreros. Pero Raistlin hizo un par de comentarios que lo apaciguaron y sosegaron considerablemente.

El mago, entre ataques de tos, le explicó que no querían causar problemas, que sencillamente planeaban recuperar un objeto de valor religioso que se encontraba en el cubil del dragón y que luego se marcharían, preferiblemente sin molestar al monstruo.

Esto, por descontado, no coincidía con los planes de Fudge. Por lo tanto, fingió no haber oído correctamente. Envuelto en ostentosas túnicas, se reclinó en su desconchado trono de doradas hojas y repitió pausadamente:

—Vosotros aquí. Tener espadas. Matar dragón.

—No —dijo Tanis de nuevo——, tal como os ha explicado nuestro amigo Raistlin, el dragón tiene un objeto que pertenece a nuestros dioses. Queremos recuperarlo y escapar de la ciudad antes de que se dé cuenta.

El Gran Bulp frunció el ceño.

—¿Cómo yo sé vosotros no apoderaros de todo el tesoro, dejando al Gran Bulp sólo un dragón furioso? Haber muchos tesoros, piedras bonitas...

Raistlin alzó la mirada, sus ojos relucieron. Sturm miró al mago con desprecio, echando mano a su espada.

—Os traeremos las piedras bonitas —le aseguró Tanis —. Ayudadnos y tendréis todo el tesoro. Nosotros sólo queremos encontrar esa reliquia de nuestros dioses.

Esta respuesta le confirmaba al Gran Bulp que estaba tratando con ladrones y mentirosos, no con los héroes que él esperaba. Aquella gente parecía estar tan asustada del dragón como él, lo cual le dio una idea.

—¿Qué querer de Gran Bulp? —preguntó solícito e intentando ocultar su regocijo.

Tanis suspiró aliviado. Por fin parecían ponerse de acuerdo. Señalando a la enana gully que seguía agarrada de la túnica de Raistlin dijo:

—Bupu nos comentó que vos erais el único de la ciudad que podía acompañarnos hasta el cubil del dragón.

—¿Acompañar? —Por un momento el Gran Fudge perdió su compostura, agarrándose nerviosamente al trono—. ¡No acompañar! Gran Bulp no arriesgar. Gente necesitarme.

—No, no. No quería decir acompañar —rectificó rápidamente Tanis —. Si tuvierais un mapa o pudierais enviar a alguien que nos mostrase el camino.

—¡Un mapa! —Fudge se secó el sudor de la frente con la manga de la túnica—. Haber dicho esto en primer lugar. Un mapa. Sí. Envío buscar mapa. Mientras vosotros comer. Invitados de Gran Bulp. Guardias llevar vosotros comedor.

—No gracias —dijo Tanis educadamente, incapaz de mirar a los otros. Cuando se dirigían a ver al Gran Bulp habían pasado por el comedor de los enanos gully. El fétido olor había sido suficiente para acabar, incluso, con el apetito de Caramon.

—Tenemos nuestra propia comida —prosiguió Tanis —. Nos gustaría disponer de un poco de tiempo para descansar y discutir más a fondo nuestros planes.

—Por supuesto. —El Gran Bulp se deslizó hacia delante y dos de sus guardias se acercaron a ayudarlo a bajar del trono, pues sus pies no llegaban al suelo —. Volver a la sala de espera. Sentar. Comer. Yo envío mapa. ¿Quizá contar planes a Fudge?

Tanis observó al Gran Bulp y vio que sus furtivos ojos relampagueaban ladinos. El semielfo tuvo un escalofrío, comprendiendo, de pronto, que ese enano gully no era un payaso. Tanis deseó haber hablado más a fondo con Flint.

—Aún no hemos ultimado nuestros planes, Su Majestad —dijo el semielfo.

Pero el Gran Bulp lo sabía mejor que ellos. Años atrás, había abierto un agujero en la pared de la habitación llamada «sala de espera», para poder espiar a los súbditos que esperaban audiencia; así se enteraba de sus propósitos antes de hablar con ellos. Por lo tanto, ya sabía bastante sobre los planes del grupo y no insistió en el asunto. Posiblemente, el empleo del término «su majestad» también había influido; el Gran Bulp nunca había escuchado algo tan apropiado.

—Su Majestad —repitió Fudge suspirando de placer. Le dio unos golpecillos en el hombro a uno de sus guardias —. Recuerda. Desde ahora llamar «Su Majestad».

—Sssi, ssu... um... majestad —farfulló el enano gully. El Gran Fudge agitó airosamente su sucia mano y los compañeros hicieron una reverencia y salieron del salón. El Gran Bulp Fudge I se quedó durante unos segundos al lado del trono, sonriendo, manteniendo una actitud encantadora hasta que sus huéspedes abandonaron la sala. Entonces, su expresión cambió, transformándose en una sonrisa tan malévola y taimada que sus guardias se agruparon en torno a él, ansiosos de conocer sus planes.

—Tú —le dijo a uno—, ir alojamientos. Traer mapa. Dar a locos de habitación de al lado.

El guardia saludó y se apresuró a cumplir las órdenes. El otro guardia no se movió, esperando impaciente y boquiabierto. Fudge miró a su alrededor, después se acercó aún más al guardia, intentando encontrar las palabras exactas para su próxima orden. Necesitaba unos héroes, y si se veía obligado a fabricarlos con esa escoria recién llegada, lo haría. Si morían en el intento no sería una gran pérdida. Los enanos gully conseguirían algo más valioso para ellos que cualquiera de las piedras bonitas de Krynn; ¡Volver a los dulces y felices días de libertad y acabar con esa tontería de subir y bajar!

Fudge se agachó y le susurró al guardia en la oreja. —Tú ir al dragón. Llevarle los mejores deseos de su majestad Gran Bulp Fudge 1, el Grande, y decirle que...

20

El mapa del Gran Bulp.

El libro de encantamientos de Fistandantilus

—No me inspira confianza ese pequeño reyezuelo y, además, no puedo soportar su olor —gruñó Caramon.

—A mí me sucede lo mismo —dijo Tanis en voz baja—. ¿Pero qué podemos hacer? Ya hemos accedido a llevarle el tesoro, no ganaría nada traicionándonos.

Se sentaron en el suelo de la sala de espera, una sucia antecámara que daba al salón del trono. En esta habitación, la decoración era tan vulgar como en la anterior. Los compañeros estaban tensos y nerviosos, hablaron poco y tuvieron que hacer un esfuerzo para comer.

Raistlin no quiso comer nada. Acurrucándose lejos de los demás, se preparó aquella extraña mezcla de hierbas que le calmaban la tos. Después se tendió en el suelo y cerró los ojos. Bupu se sentó a su lado y empezó a comer algo que sacó de su bolsa. Cuando Caramon se acercó a ellos, contempló con horror cómo, en la boca de la enana, desaparecía la cola de un animal.

Riverwind se sentó solo, sin participar en la conversación que mantenían los amigos al repasar de nuevo sus planes. El bárbaro miraba al suelo cavilosamente. De pronto sintió que alguien le tocaba levemente el brazo, pero ni siquiera levantó la cabeza. Goldmoon, con la tez pálida, se arrodilló junto a él e intentó hablarle, pero la voz le falló. Se aclaró la garganta y lo intentó de nuevo.

—Tenemos que hablar —le dijo con firmeza en su idioma.

—¿Es una orden?

Goldmoon tragó saliva.

—Sí —le respondió con un hilo de voz.

Levantándose, Riverwind dio unos pasos y se acercó hasta un llamativo tapiz, tejido, probablemente, hacía mucho tiempo, cuando la ciudad estaba en su pleno esplendor. El bárbaro no respondió a Goldmoon, ni siquiera la miró. Su rostro era una máscara impenetrable, pero Goldmoon sabía que bajo esa expresión yacía un corazón herido. Posó de nuevo suavemente la mano en su brazo.

—Perdóname —le dijo en voz baja.

Riverwind la miró sorprendido. La mujer estaba ante él con la cabeza baja y el rostro avergonzado como si fuese una niña. El guerrero extendió la mano para acariciar el cabello de oro y plata de aquel ser al que amaba más que a su propia vida. Su corazón palpitó de júbilo al notar que Goldmoon temblaba al sentir sus caricias. Lentamente deslizó la mano hasta su cuello y la atrajo hacia sí con ternura, apoyando la cabeza de la mujer sobre su pecho. Luego la rodeó con los brazos.

—Nunca te había oído pronunciar estas palabras —le dijo sonriendo para sí, satisfecho de que ella no pudiera verle la cara.

—Nunca las había pronunciado —dijo entrecortadamente sin levantar la cabeza—. Amado mío, no sabes cómo me dolería el que a la vuelta de tu largo viaje encontraras a la princesa en lugar de a Goldmoon. Pero he pasado tanto miedo.

—No. Soy yo el que debería pedir disculpas. —Levantó la mano para secar las lágrimas que caían por las mejillas de la mujer—. No me daba cuenta de todo lo que te había pasado. Sólo podía pensar en mí mismo y en los peligros que había corrido. Ojalá me lo hubieses dicho, querida, amada mía.

—Ojalá me lo hubieses preguntado. He sido princesa durante tanto tiempo que realmente es lo único que sé hacer. Es lo que me sostiene, me da coraje cuando me siento asustada. No creo que pueda dejar de serlo nunca.

—No quiero que dejes de serlo. Me enamoré de la hija de Chieftain la primera vez que te vi. ¿Recuerdas? En aquellos juegos que se celebraban en tu honor.

—Tú te negaste a bajar la cabeza para recibir mi bendición. Reconocías el liderazgo de mi padre pero negabas que yo fuese una diosa. Decías que el hombre no puede crear dioses de otros hombres. Parecías tan fuerte y te mostrabas tan orgulloso al hablar de los antiguos dioses a los que yo, por aquel entonces, ni siquiera conocía.

—Y qué furiosa te pusiste —recordó él—, ¡Y qué bella! Para mí, tu belleza por sí sola ya era una bendición, no necesitaba otra. Y quisiste que me expulsaran de los juegos.

Goldmoon sonrió con tristeza.

—Tú pensaste que me había enojado porque me habías avergonzado delante de tanta gente, pero no era por eso.

Miró directamente al guerrero con sus claros ojos azules y se ruborizó.

—Me enfadé porque cuando te vi allí, en pie, negándote a arrodillarte ante mí, supe que había perdido una parte de mí misma y que no la recuperaría hasta que tú la reclamases.

Como respuesta, el guerrero la apretó contra sí, besando tiernamente sus cabellos.

—Riverwind, la princesa está todavía en mí. No creo que pueda irse nunca. Pero debes saber que Goldmoon está tras ella y que, si algún día finalizamos este viaje y encontramos finalmente la paz, entonces Goldmoon será tuya para siempre y haremos que a la princesa se la lleve el viento.

Sonó un portazo en el cuarto de al lado y todos se sobresaltaron. La puerta se abrió y entró un enano gully que dijo:

—Mapa —y le entregó a Tanis un trozo de papel arrugado.

—Gracias —dijo el semielfo— dale también las gracias al Gran Bulp.

—Su
Majestad
el Gran Bulp —corrigió el guardia dirigiendo un temerosa mirada al tapiz que cubría la pared. Agachando la cabeza, salió torpemente en dirección a los aposentos.

Tanis extendió el mapa. Todos se agruparon en torno a él, incluso Flint. No obstante, después de echarle una mirada, el enano resopló burlonamente y se apartó del grupo.

Tanis no pudo evitar reírse.

—Era de imaginar. Me pregunto si el Gran Fudge recuerda dónde está la «gran cámara secreta».

—Por supuesto que no —Raistlin se incorporó, abriendo sus extraños ojos dorados y mirándoles con los párpados entornados—. Es por ello que nunca ha regresado en busca del tesoro. De todas formas, hay uno de nosotros que sabe dónde está la guarida del dragón. —Todos siguieron la mirada del mago.

Bupu le miró desafiante.

—Tener razón. Yo sé —dijo enfurruñada—. Yo conozco lugar secreto. Voy allá, encuentro piedras bonitas. ¡Pero no decir Gran Bulp!

—¿Nos dirás dónde es? —le preguntó Tanis. Bupu miró a Raistlin y éste último asintió con la cabeza.

—Yo decir —masculló——. Dar mapa.

Raistlin, viendo que los demás estaban distraídos mirando el mapa, le hizo una seña a Caramon.

—¿Habéis cambiado de plan?

—No —Caramon frunció el ceño—. Es el mismo. Y no me gusta, yo debería ir contigo.

—Tonterías, ¡lo único que harías sería estorbarme! No correré ningún peligro, te lo aseguro —posando su mano sobre el brazo de Caramon, se acercó más a él y miró a su alrededor—. Además, hay un favor que debes hacerme, hermano mío. Me has de traer un objeto del cubil del dragón.

La mano de Raistlin ardía, sus ojos relampagueaban. Caramon, no le había visto así desde lo sucedido en las Torres de la Alta Hechicería. Inquieto, quiso apartarse de él; pero la mano de Raistlin se aferraba a su brazo.

—¿Qué es lo que he de traerte?

—¡Un libro de hechizos!

—¡Así que éste es el motivo por el que querías venir a Xak Tsaroth! Sabías que aquí lo encontrarías.

—Leí algo sobre este libro hace años. Sabía que estaba en Xak Tsaroth antes del Cataclismo, todos los de la Orden lo sabíamos, pero supusimos que se habría perdido en la destrucción de la ciudad. Cuando supe que Xak Tsaroth no estaba totalmente derruida, pensé que había una posibilidad de encontrarlo.

—¿Cómo sabes que está en la cueva del dragón?

—No lo sé. Solamente lo supongo. Para los magos, éste es el mayor tesoro de Xak Tsaroth. Puedes estar seguro de que si el dragón lo ha encontrado... ¡debe estar utilizándolo!

—Y quieres que yo te lo traiga... ¿Cómo es?

—Es como mi libro de encantamientos, sólo que en lugar de estar encuadernado en pergamino, lo está en piel azul oscuro, y las runas son de color plateado. Cuando lo toques, notarás un frío mortecino.

—¿Qué dicen las runas?

—Es mejor que no lo sepas...

—¿A quién pertenecía ese libro?

Raistlin se quedó callado, su mirada dorada parecía abstraída, como si estuviese intentando recordar algo.

—A Fistandantilus. Tú nunca has oído hablar de él, hermano. y no obstante, fue uno de los hechiceros más notables de mi orden.

—Tal como describes el libro... —Caramon dudó, temiendo la respuesta de Raistlin. Tragó saliva y comenzó de nuevo—. Este Fistandantilus... ¿vestía la Túnica Negra? —No se atrevió a mirar a su hermano directamente a los ojos.

—¡No me hagas más preguntas! ¡Eres tan desconfiado como los demás! ¡Ninguno de vosotros me comprende! —Ante la mirada de tristeza de Caramon, el mago suspiró—. Caramon, confía en mí. El libro no contiene poderes especiales, de hecho es uno de los primeros libros de magia que Fistandantilus escribió cuando era muy joven... Pero de todas formas, para mí es muy valioso. ¡Debes conseguirlo! Debes... —comenzó a toser.

—Desde luego Raistlin. No te preocupes. Lo encontraré.

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