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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

El retorno de los Dragones (32 page)

BOOK: El retorno de los Dragones
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—De acuerdo —dijo Sturm—, pero, ¿cómo, en nombre de Istar, vamos a descender? ¡Sólo Raistlin puede volar!

Bupu extendió las manos.

—¡Enredaderas! —dijo. Al ver la confusa expresión de sus rostros, la enana gully caminó hasta el borde de la catarata y señaló hacia abajo. A lo largo de la rocosa escarpa colgaban enredaderas verdes y frondosas como gigantescas serpientes. Las hojas estaban rotas, desgarradas y, en algunos tramos, completamente arrancadas, pero los tallos, aunque resbaladizos, parecían gruesos y resistentes.

Goldmoon, extrañamente pálida, se acercó al borde y, tras echar una mirada, retrocedió rápidamente. La pendiente, de unos quinientos pies, daba directamente a una calle de piedra cubierta de cascajos. Riverwind la rodeó con el brazo, reconfortándola.

—He trepado por lugares peores —comentó Caramon con satisfacción.

—Pues a mí no me gusta —dijo Flint—. Pero no puede haber nada peor que deslizarse por una alcantarilla. —Sujetándose a la planta trepadora, se descolgó por el saliente y comenzó a descender lentamente, colocando una mano tras la otra—. ¡No está mal! —les gritó a los de arriba.

Tasslehoff se deslizó tras él con tal destreza que recibió un gruñido de aprobación por parte de Bupu.

La enana gully miró a Raistlin y frunció el ceño, señalando la larga y ondeante túnica que éste llevaba. El mago le sonrió con tranquilidad, situándose al borde del precipicio y diciendo en voz baja:
Pveathrfall.
Cuando el cristal de su bastón se iluminó, el mago saltó, desapareciendo entre la niebla. Bupu se estremeció. Tanis la sujetó, temiendo que la enana gully se lanzara tras él.

—No le ocurrirá nada —le aseguró el semielfo sintiendo una punzada de compasión al ver la expresión de angustia que se dibujaba en el rostro de la enana—. Es un mago, utiliza la magia, ¿sabes?

Evidentemente, Bupu no lo sabía, pues miró a Tanis con suspicacia, se colgó la bolsa alrededor del cuello y, agarrándose a una de las plantas trepadoras, comenzó a descender por las resbaladizas rocas. Cuando el resto del grupo se disponía a seguirla, Goldmoon lanzó un ahogado suspiro:

—No puedo —dijo.

Riverwind la tomó de las manos:
Kan-toka.
No pasará nada. Ya oíste lo que dijo el enano. No mires hacia abajo.

Goldmoon negó con la cabeza, le temblaba la barbilla.

—Debe haber otro camino. ¡Lo buscaremos!

—¿ Qué sucede? —preguntó Tanis —. Deberíamos apresuramos...

—Tiene miedo a las alturas —le contestó Riverwind.

Goldmoon le apartó de su lado.

—¿Cómo osas revelarle algo así? —gritó, enrojeciendo de furia.

Riverwind la miró con frialdad.

—¿Por qué no? El no es uno de tus súbditos, por tanto puede saber que eres humana, que tienes debilidades humanas. Ahora sólo tienes un súbdito al que impresionar, reina, ¡Y ése soy yo!

Sintió una punzada de dolor, como apuñalada por las palabras de Riverwind. El color desapareció de sus labios, sus ojos se agrandaron y su mirada se tornó fija, como la de un cadáver.

—Por favor, átame la Vara a la espalda —le dijo a Tanis.

—Goldmoon, él no pretendía...

—¡Haz lo que te digo! —ordenó ella secamente; sus ojos azules relampaguearon furiosos.

Tanis, suspirando, ató la Vara a su espalda con un pedazo de tela. Goldmoon ni siquiera miró a Riverwind, y cuando la Vara estuvo fuertemente atada, comenzó a caminar hacia el saliente. Dando un brinco, Sturm se situó frente a ella.

—Dejadme que descienda delante vuestro, si vos resbalaseis...

—Si resbalo y caigo, caerías conmigo. Lo único que conseguiríamos es morir los dos —le interrumpió ella— Agachándose, se sujetó con firmeza a la enredadera y se descolgó por ella. Un segundo después, sus manos sudorosas resbalaron. Tanis contuvo la respiración. Sturm se abalanzó a pesar de saber que no podía hacer nada, y Riverwind la observó con expresión impasible. Goldmoon se agarraba desesperadamente, colgada de las hojas más grandes y del grueso tallo, incapaz de respirar y de seguir adelante. Temblando, apoyó el rostro sobre las hojas mojadas, cerrando los ojos para no ver la enorme distancia que había hasta el suelo. Sturm, acercándose al borde, se descolgó hasta donde ella estaba.

—Déjame sola —le dijo Goldmoon con los dientes rechinantes. Respiró profundamente y mirando a Riverwind, orgullosa y altiva, comenzó a descender por la planta.

Sturm permaneció cerca suyo, sin perderla de vista mientras se descolgaba habilidosamente por la escarpada pared hasta llegar, por fin, a tocar suelo firme. Tanis deseaba reconfortar a Riverwind, pero temía empeorar la situación. Sin decir una palabra, se acercó al borde del saliente. El bárbaro le siguió en silencio.

Al semielfo el descenso le pareció fácil, aunque resbaló en el último tramo, aterrizando en un charco. Raistlin estaba temblando de frío, y su tos empeoraba debido a aquella atmósfera húmeda. Alrededor del mago había varios enanos gully que le observaban con ojos de adoración. Tanis se preguntaba cuánto duraría aquel encantamiento de amistad.

Goldmoon se había apoyado contra la pared, temblando. No miró a Riverwind cuando éste llegó al suelo y pasó junto a ella con expresión distante.

—¿Dónde estamos? —gritó Tanis para poder ser oído a pesar del tremendo rugir de la cascada. La niebla era tan espesa que lo único que podía verse eran unas columnas destruidas, cubiertas de hongos y enredaderas.

—Hacia la plaza Grande, esa dirección —Bupu señaló hacia el oeste con sus sucios dedos—. Vosotros seguir. ¡Ir a ver a Gran Bulp!

Cuando la enana comenzaba a caminar, Tanis la sujetó, obligándola a detenerse. Ella le miró fijamente, profundamente ofendida. El semielfo retiró la mano.

—Por favor. Escúchame sólo un momento! ¿Qué ocurre con el dragón? ¿Dónde está el dragón?

Los ojos de Bupu se agrandaron.

—¿Quieres dragón?

—¡No! No queremos ver al dragón. Sólo necesitamos saber si el dragón vive en esta parte de la ciudad... —Sintió el brazo de Sturm sobre su hombro y desistió —. Olvídalo, no te preocupes —dijo cansado—. Sigamos.

Bupu miró a Raistlin con profunda simpatía, compadeciéndole por tener que soportar a gente tan chiflada. Tomó la mano del mago y comenzó a trotar por la calle en dirección oeste, seguida de un enjambre de enanos gully. Ensordecidos por el estruendoso ruido de la cascada, los compañeros chapotearon tras ellos, mirándose unos a otros, inquietos, temiendo que en cualquier momento apareciesen los escamosos draconianos armados. Pero los enanos gully no parecían preocupados, chapaleaban por la calle, manteniéndose lo más cerca posible de Raistlin y parloteando en su tosco lenguaje.

A medida que avanzaban, el ruido de la catarata fue ahogándose en la distancia. No obstante, la niebla continuaba arremolinándose a su alrededor y el silencio de la ciudad muerta era opresivo. Caminaron por un cauce de oscuras aguas que fluían y gorgoteaban a lo largo de la calle empedrada. De pronto, la calle desembocó en una inmensa plaza circular. A través del agua, se entreveían en el pavimento de losas los vestigios de un complicado diseño que representaba un amanecer. En el centro de la plaza, al río se le unía otra corriente proveniente del norte. Las aguas formaban un pequeño remolino antes de unirse y continuar hacia el oeste sorteando un grupo de edificios derruidos.

La plaza estaba iluminada, pues por una grieta del techo, a cientos de pies de altura, se filtraba la luz del exterior a raudales, iluminando la fantasmagórica niebla y danzando en la superficie del agua cada vez que la bruma despejaba.

—Otro lado Gran Plaza —señaló Bupu.

El grupo se detuvo entre las sombras de los derruidos edificios. Todos pensaron lo mismo: La plaza tenía un diámetro de unos cien pies y estaba totalmente al descubierto. Una vez se aventuraran a cruzarla, no podrían ocultarse.

Bupu, que trotaba despreocupadamente, de repente se dio cuenta de que sólo la seguían los enanos gully, ya que Raistlin se había soltado de su mano. Miró hacia atrás, enojándose por la tardanza.

—Vosotros venir. Gran Bulp este camino.

—¡Mira! —Goldmoon sujetó a Tanis por el brazo.

En el lado opuesto de la plaza, había unas altas columnas de mármol que sostenían un tejado de piedra. Las columnas se habían resquebrajado, por lo que el techo estaba combado. La niebla se despejó y Tanis entrevió fugazmente un patio; más allá del patio se distinguían unas formas oscuras de edificios altos y abovedados. Un segundo después, la niebla los envolvió. Aunque esa estructura estaba ahora en ruinas, se adivinaba que en su día debía haber sido la más espléndida de Xak Tsaroth.

—El Palacio Real—confirmó Raistlin entre toses.

—¡Shhhh...! —Goldmoon sacudió el brazo de Tanis —. ¿No lo ves? No, espera...

La niebla envolvió las columnas y por unos instantes los compañeros no pudieron ver nada. Cuando nuevamente se dispersó, retrocedieron espantados. Los enanos gully se detuvieron en seco en medio de la plaza y, girándose rápidamente, se apresuraron a esconderse detrás de Raistlin, junto al resto del grupo.

Allí estaba el dragón.

Bupu miró a Tanis sin dejar de agarrarse a la túnica del mago.

—¡Ese ser dragón! —dijo—. ¿Tú quieres?

Negro, brillante, reluciente, con las alas dobladas en los costados, Khisanth surgió bajo el tejado, agachando la cabeza al pasar por la curva fachada de piedra. Sus patas, terminadas en garras, resonaron en las escaleras de mármol hasta que se detuvo y miró hacia la vaporosa niebla con sus ojos rojos y centelleantes. No se le veían ni las patas traseras ni la pesada cola de reptil, pues parte de su cuerpo, que medía como mínimo unos treinta pies, estaba aún dentro del patio. Junto a él caminaba un pérfido draconiano, y ambos estaban enzarzados en una intensa conversación.

Khisanth estaba enojado. El draconiano le había traído noticias preocupantes: ¡era imposible que alguno de aquellos forasteros hubiese sobrevivido a su ataque en el pozo! Pero el capitán le notificaba que había forasteros en la ciudad. Advenedizos que habían atacado a sus ejércitos con destreza y osadía, extraños que llevaban una vara marrón cuya descripción era conocida por cualquier draconiano destinado en esa parte del continente de Ansalon.

—¡Me niego a creer estas noticias! ¡Nadie puede escapar a mi llamarada mortal! —La voz de Khisanth era baja, casi ronroneante; no obstante, el draconiano tembló al escucharla—. Ninguno de ellos tenía la Vara, hubiese percibido su presencia. ¿Dices que esos intrusos están aún arriba, en las cámaras superiores? ¿Estás seguro?

El draconiano tragó saliva y asintió.

—No hay otra forma de llegar abajo, Su Alteza, excepto utilizando el mecanismo.

—Sí que hay otras posibilidades, asquerosa lagartija —dijo Khisanth con desprecio —. Esos miserables enanos gully pasean por el lugar como parásitos. Los forasteros tienen la Vara y planean llegar a la ciudad, eso sólo puede significar una cosa... ¡Están buscando los Discos! ¿Quién les habrá informado de su existencia? —El dragón retorció la cabeza de izquierda a derecha, arriba y abajo, como si pudiese ver a través de la espesa niebla a aquellos que atentaban contra sus planes. Pero la niebla se arremolinaba a su alrededor, más espesa que nunca.

—Podríais destruir los Discos —sugirió el draconiano con gran osadía.

—¿Crees que no lo hemos intentado? —prorrumpió Khisanth levantando la cabeza—. De ahora en adelante será demasiado peligroso permanecer aquí. Si los forasteros conocen el secreto, no deben ser los únicos. Debemos llevar los Discos a un lugar seguro. Informa a Lord Verminaard que me marcho de Xak Tsaroth para reunirme con él en Pax Tharkas, y que llevaré a los intrusos conmigo para que sean interrogados.

—¿Qué yo
informe
a Lord Verminaard? —preguntó el draconiano sorprendido.

—Muy bien —respondió Khisanth con sarcasmo —. Si insistes en la pantomima,
pide permiso
a Lord Verminaard. ¿Supongo que habrás enviado a la mayor parte de nuestras fuerzas arriba, al nivel superior?

—Naturalmente, Su Alteza —el draconiano hizo una reverencia.

Khisanth reflexionó sobre el asunto.

—Mira por donde, quizás no seas tan idiota. Yo me encargaré de este nivel, tú concentra la búsqueda en los niveles superiores de la ciudad. Cuando encontréis a esos intrusos, traédmelos directamente. No les hagáis más daño del que sea necesario para prenderlos y tened cuidado con la Vara!

El draconiano cayó de rodillas frente al dragón, el cual, después de un gesto de mofa, retrocedió hacia las sombras de las que había surgido.

El draconiano bajó corriendo las escaleras, reuniéndose con varias criaturas más que surgieron de entre la niebla. Tras un breve y apagado diálogo en su propio idioma, comenzaron a caminar por una de las calles del norte. Andaban indolentemente, riéndose de algo gracioso. Pronto se evaporaron en la niebla.

—No parecen preocupados —comentó Sturm.

—No lo están —dijo Tanis ceñudo—. Creen que no tenemos escapatoria.

—Afrontémoslo, Tanis, tienen razón. El plan que hemos discutido tiene un gran defecto. Aunque consigamos entrar sin que el dragón se dé cuenta, aunque consigamos los Discos, aún tendremos que salir de esta desolada ciudad perseguidos por todos estos draconianos

—Te lo he preguntado antes, y vuelvo a preguntártelo ahora. ¿Acaso tienes un plan mejor?

—Yo tengo un plan mejor —dijo Caramon bruscamente—. No te lo tomes como una falta de respeto, Tanis, pero todos sabemos lo que los elfos opinan sobre la lucha. —El guerrero señaló el palacio—. Evidentemente, ahí vive el dragón. Apartémosle de ahí tal como hemos planeado, sólo que esta vez luchemos contra él en lugar de entrar sigilosamente en su cubil como si fuésemos ladrones. Cuando nos hayamos deshecho del dragón, podremos conseguir los Discos.

—Querido hermano —susurró Raistlin—, tu fuerza está en tu espada, no en tu cabeza. Tanis es juicioso, como ya dijo el caballero cuando comenzamos esta pequeña aventura. Harías bien en prestarle atención. ¿Qué sabes tú de los dragones, hermano mío? Ya has visto los efectos de su mortífero aliento... —Le sobrevino un ataque de tos y sacó de la manga de su túnica un pedazo de tela. Tanis vio que la tela estaba manchada de sangre.

Segundos después, Raistlin continuó:

—Tal vez pudieras defenderte de ella, y de las agudas garras y colmillos, y de la fustigante cola con la que es capaz de derribar esas columnas. Pero, ¿qué utilizarás, querido hermano, contra su magia? Los dragones son los más antiguos hechiceros. Podría encantarte tal como yo he encantado a mi pequeña amiga. Podría hacer que te durmieras tan sólo pronunciando una palabra, para después asesinarte en tu sueño.

BOOK: El retorno de los Dragones
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