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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

El retorno de los Dragones (14 page)

BOOK: El retorno de los Dragones
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—Me pondré bien, pero debo descansar.

—A todos nos irá bien descansar un rato.

Nadie dijo nada y todos se dejaron caer agotados, intentando recuperar las fuerzas. Sturm cerró los ojos y se recostó contra una roca cubierta de musgo. Su rostro era una sombra espectral de color gris blanquecino y tanto sus largos bigotes como su cabello estaban manchados de sangre y apelmazados. La herida era un corte rasgado que poco a poco iba tomándose morado. Tanis sabía que el caballero prefería morir antes que formular una sola palabra de queja.

—No te preocupes —dijo Sturm secamente—. Concédeme simplemente unos momentos de paz —Tanis le dio un leve apretón en el brazo y fue a sentarse junto a Riverwind.

Durante unos minutos ninguno de los dos habló, luego Tanis le comentó:

—Riverwind, sospecho que ya te habías enfrentado antes contra esas criaturas, ¿verdad?

—En efecto, Tanis, las encontré por primera vez en la ciudad destruida —Riverwind se estremeció—. Lo recordé todo cuando miré dentro del carromato y vi aquella cosa que me miraba con expresión maligna. Por lo menos... —Hizo una pausa y movió la cabeza, dirigiéndole a Tanis una especie de sonrisa—. Por lo menos sé que no me estoy volviendo loco. Esas terribles criaturas existen... Había llegado a dudarlo. ¿Cómo lo adivinaste?

—Lo supuse cuando observé tu estupefacción al contemplar a esas repugnantes criaturas. Tengo la impresión de que están invadiendo todo Krynn. ¿Está cerca de aquí esa ciudad destruida?

—No. Llegué a Que-shu por el camino del este, estaba lejos de Solace, más allá de las Llanuras —miró a Tanis y sonrió; por un momento la máscara inexpresiva desapareció y el semielfo vio que sus ojos castaños eran cálidos y profundos—. Te doy las gracias, semielfo, a ti y a todos vosotros. Habéis salvado nuestras vidas en más de una ocasión y yo me he comportado como un desagradecido. Pero... —hizo una pausa— es todo tan extraño.

—Será todavía más extraño —dijo Raistlin en tono misterioso.

El grupo, tras un breve descanso, reanudó la marcha. Se estaban acercando al Pico del Orador; desde el camino ya lo habían visto elevándose sobre los bosques. El resquebrajado pico tenía la forma de dos manos unidas en actitud de oración, de ahí su nombre. En los bosques flotaba un silencio mortecino. Los compañeros empezaron a pensar que los pájaros y demás animales del bosque se habían evaporado dejando tras ellos un silencio vacío y misterioso. Todos se sentían inquietos —excepto Tasslehoff— y miraban continuamente a su alrededor, desenvainando la espada ante cualquier sombra.

Sturm insistió en caminar en la retaguardia, pero comenzó a rezagarse a medida que su dolor de cabeza aumentaba. Comenzaba a sentir náuseas. Al poco rato perdió la noción de dónde estaba y de lo que estaba haciendo, sólo sabía que debía seguir caminando, colocando un pie detrás del otro y moviéndose hacia delante como uno de los autómatas de Tas.

¿Cómo era la historia que Tas le había contado? Sturm intentó recordarla a pesar de la ofuscación que le producía el dolor. Los autómatas servían a un hechicero que había invocado a un demonio para que hiciese desaparecer al kender. Como todas las historias de los kenders, era una auténtica tontería. Sturm puso un pie delante del otro. Tonterías. Como los cuentos del anciano de la posada. Cuentos sobre el Ciervo Blanco y los antiguos dioses. Historias sobre Huma. Sturm se llevó las manos a sus palpitantes sienes como si intentase mantener unida su cabeza. Huma...

De niño, Sturm había escuchado las historias de Huma. Su madre —hija de un Caballero de Solamnia y casada también con un Caballero— no conocía otras para contarle. Sturm comenzó a pensar en su madre, el dolor que sentía le hacía recordar los tiernos cuidados que ésta le prodigaba cuando se encontraba enfermo o herido. El padre de Sturm había enviado al exilio a su mujer y a su hijo, pues el niño —su único heredero — era un blanco fabuloso para aquellos que deseaban que los Caballeros de Solamnia desapareciesen para siempre de las tierras de Krynn. Sturm y su madre se refugiaron en Solace, y el joven caballero en seguida había hecho amigos, sobre todo con otro chico, Caramon, quien compartía con él su interés por lo militar. Su madre, en cambio, era orgullosa y consideraba a todas las personas inferiores a ella. Por ello, cuando la fiebre la consumió, murió sola, con la única compañía de su hijo adolescente a quien encomendó a su ausente padre —si éste aún vivía, algo que Sturm estaba empezando a dudar.

En Solace, Sturm había conocido también a Tanis y a Flint, quienes, al morir su madre, lo adoptaron como habían hecho con Caramon y Raistlin, convirtiéndolo en un diestro guerrero. Junto con Tasslehoff y, en algunas ocasiones Kitiara, la bella y salvaje hermanastra de los gemelos, Sturm y sus amigos habían viajado por las tierras de Abanasinia.

Cinco años antes, igual que el resto de los compañeros, él también había abandonado Solace para investigar los extraños rumores que corrían sobre la maldad que parecía proliferar en aquellas tierras.

En su viaje, Sturm se había dirigido a Solamnia para, además, averiguar el paradero de su padre y obtener su herencia. No consiguió su propósito. Logró escapar con vida de milagro, salvando únicamente la cota de mallas y la espada de doble puño de su padre. El viaje a su tierra fue una experiencia desgarradora, pues, aunque Sturm ya sabía que los Caballeros habían sido denigrados y vilipendiados, se sorprendió al percibir el gran resentimiento que había contra ellos. En la Era de los Sueños, Huma, Portador de Luz y Caballero de Solamnia, había acabado con la oscuridad y así empezó la Era del Poder. Después —de acuerdo con la tradición popular—, los dioses abandonaron al hombre y sobrevino el Cataclismo. La gente pidió ayuda a los Caballeros tal como éstos, en el pasado, habían pedido ayuda a Huma. Pero Huma hacía tiempo que había muerto y los Caballeros sólo pudieron observar, impotentes, la lluvia de terror que caía del cielo, destrozando Krynn en pedazos. Los Caballeros no pudieron hacer nada, y esto nunca se les llegó a perdonar. De pie ante las ruinas del castillo de su familia, Sturm juró restaurar el honor de los Caballeros de Solamnia —aunque esto significara perder la vida en el intento.

Pero ¿cómo podía conseguirlo luchando contra un puñado de clérigos?, se preguntó amargamente mientras el sendero se le aparecía cada vez más confuso. Dio un traspié, pero rápidamente se levantó de nuevo. Huma había luchado contra dragones. «Dadme dragones», soñaba Sturm. Levantó la mirada; las transparentes hojas de los árboles se diluyeron en una dorada neblina. Supo que iba a desmayarse. Parpadeó y volvió a verlo todo claro y con nitidez.

Ante él se erigía el Pico del Orador. Habían llegado al pie de la vieja montaña y podían ver los senderos que se retorcían y serpenteaban por la frondosa ladera, normalmente utilizados por los habitantes de Solace cuando deseaban acampar en la parte este del Pico. Cerca de uno de estos senderos Sturm vio un ciervo blanco. Se lo quedó mirando; era el animal más imponente que hubiera visto nunca. Era inmenso, medía varios palmos más que cualquier otro ciervo que Sturm hubiese cazado jamás. Levantaba la cabeza orgulloso, y su espléndida cornamenta relucía como una corona, sus ojos eran de un marrón profundo en contraste con su blanca piel, y miraban al caballero intensamente, como si lo conocieran. Después de un leve movimiento de cabeza, el ciervo comenzó a caminar hacia el sudeste.

—¡Detente! —le gritó el caballero con voz ronca. Los otros se giraron alarmados sacando sus armas; Tanis corrió hacia él.

—¿Qué sucede, Sturm?

El caballero, involuntariamente, se llevó una mano a la dolorida cabeza.

—Lo siento, Sturm —le dijo Tanis —. No me he dado cuenta de que estabas tan enfermo, podemos volver a descansar. Estamos al pie del Pico del Orador, escalaré la montaña y veremos...

—¡No! ¡Mira! —El caballero, agarrando a Tanis por el hombro, hizo que se volviera y señaló—. ¿Lo ves? ¡EI ciervo blanco!

—¿El ciervo blanco? ¿Dónde? No lo...

—Allí —dijo Sturm bajando la voz. Caminó unos pasos hacia el animal que se había detenido y parecía esperarlo. El ciervo asintió con su gran cabeza y corrió de nuevo hacia delante unos cuantos pasos, luego se detuvo y se volvió a mirar al caballero una vez más.

—Quiere que lo sigamos —murmuró Sturm— ¡Como Huma!

Los demás se habían reunido con ellos y miraban al caballero con expresiones que iban desde la más viva preocupación hasta el más obvio escepticismo.

—Yo no veo ningún ciervo —dijo Riverwind escudriñando el bosque con sus ojos oscuros.

—Una herida en la cabeza... —Caramon sonrió irónicamente—. Vamos, Sturm, será mejor que te eches y descanses un rato.

—¡Grandísimo ignorante! No me extraña que no veas al ciervo, teniendo como tienes el cerebro en el estómago. Probablemente le dispararías y te lo comerías. ¡Os digo que debemos seguirlo!

—La locura de la herida en la cabeza —le susurró Riverwind a Tanis —, la he visto a menudo.

—No estoy seguro. Aunque yo no haya visto al ciervo blanco, conozco a alguien que una vez lo siguió, tal como el anciano contó en su historia.

Mientras hablaba, sin darse cuenta, le iba dando vueltas al anillo de hojas de enredadera que llevaba en la mano izquierda, recordando a la elfa de cabellos dorados que había llorado cuando él abandonó Qualinesti.

—¿Sugieres acaso que sigamos a un animal que no vemos? —preguntó Caramon.

—Después de todo, hemos hecho cosas aún más extrañas —comentó sarcásticamente Raistlin con su voz sibilante—, pero tened en cuenta que fue aquel anciano, el que contó la historia del Ciervo Blanco, el que nos metió en esto...

—Fuimos nosotros los que nos metimos en esto —respondió Tanis bruscamente—. Podríamos haberle devuelto la Vara al Sumo Teócrata y habernos evitado el problema. Yo seguiría a Sturm. Evidentemente ha sido elegido, como Riverwind cuando recibió la Vara.

—¡Pero si nos está guiando hacia una dirección equivocada! —discutió Caramon—. Sabes tan bien como yo que no existen sendas en la parte oeste del bosque. Nadie va nunca en esa dirección.

—Mejor —dijo de pronto Goldmoon—. Tanis dijo que los clérigos debían haber bloqueado los senderos. Quizás por aquí podamos avanzar. Yo propongo seguir al caballero.

Se giró y comenzó a caminar tras Sturm sin siquiera volver la vista atrás, evidentemente acostumbrada a ser obedecida. Riverwind se encogió de hombros y movió la cabeza, arrugando la frente, pero siguió a Goldmoon. Los demás los siguieron también.

El caballero dejó atrás los caminos del Pico del Orador y avanzó hacia la ladera suroeste de la montaña. Al principio parecía que Caramon tenía razón: no había ningún sendero y Sturm, fuera de sí, caminaba abriéndose paso por la maleza; pero, de pronto, ante ellos apareció un sendero amplio y despejado. Tanis lo miró sorprendido.

—¿Quién habrá despejado este camino? —le preguntó a Riverwind, que estaba tan asombrado como él.

—No lo sé. Por lo que se ve, hace tiempo que está así. Este árbol caído lleva así el tiempo suficiente como para que la mitad se haya hundido en el barro y esté cubierto de musgo y enredaderas. Pero las únicas huellas que hay son las de Sturm, no hay ninguna señal de que nadie más, ni siquiera algún animal, haya pasado por aquí. De todas formas, ¿cómo es que no está cubierto de plantas y hierbajos?

Tanis no pudo responder ni tomarse tiempo para pensárselo, ya que Sturm: avanzaba rápidamente y lo único que podían hacer era intentar no perderlo de vista.

—Goblins, el bote, hombres-lagarto, ciervos invisibles; ¿qué vendrá después? —se quejó Flint al kender.

—Ojalá pudiera ver al ciervo. —Haz que te golpeen la cabeza, aunque, tratándose de ti, lo más seguro es que no apreciáramos la diferencia.

Los compañeros siguieron a Sturm, que avanzaba con un extraño alborozo, olvidando el dolor de su herida. A Tanis le resultaba difícil alcanzarlo y, cuando lo consiguió, el brillo febril de sus ojos le sobresaltó. Pero era evidente que algo estaba guiando al caballero; el sendero subía por la ladera del Pico del Orador en dirección al hueco que había entre las «manos» de piedra, hueco que, por lo que él sabía, nunca había sido explorado por nadie.

—Aguarda un momento —dijo, jadeando y acelerando el paso para alcanzar a Sturm. Aunque el sol estaba escondido detrás de unas nubes grises y puntiagudas, calculó que ya debía ser casi mediodía—. Descansemos. Voy a echar un vistazo desde allí —dijo señalando un saliente de roca que sobresalía en la ladera del pico.

—Descansar —repitió Sturm vagamente, deteniéndose y recuperando la respiración. Miró hacia delante y se volvió hacia Tanis —. Sí. Descansemos —sus ojos brillaban.

—¿Estás bien?

—Muy bien —Tanis le miró dubitativo y luego se dirigió hacia los demás, que en aquel momento llegaban al final de la pequeña subida que había antes de llegar al prado.

—Descansaremos aquí.

Raistlin suspiró aliviado, dejándose caer sobre la húmeda hierba.

—Voy a echar un vistazo para ver qué está ocurriendo en el camino de Haven.

—Iré contigo —se ofreció Riverwind.

Tanis asintió y ambos dejaron el camino, dirigiéndose hacia el saliente rocoso. Los demás aprovecharon la parada para tomar algún alimento, aunque sus provisiones estaban prácticamente agotadas. Mientras caminaban juntos, Tanis observó al alto guerrero; empezaba a sentirse cómodo con aquel bárbaro serio y rudo. Siendo profundamente reservado, Riverwind respetaba la intimidad de los demás y nunca osaría cruzar las fronteras que Tanis tejía alrededor de su alma. El semielfo sabía que sus amigos —porque eran amigos suyos y lo conocían hacía muchos años— especulaban sobre sus relaciones con Kitiara y se preguntaban por qué había decidido cortarlas tan bruscamente cinco años atrás y por qué su aparente disgusto cuando ella no acudió a la reunión. Riverwind no sabía nada de Kitiara, pero Tanis creía que, si el bárbaro lo hubiera sabido, no le hubiese afectado.

Avanzaron lentamente hasta que llegaron al borde de la húmeda roca del saliente. Desde allí divisaron el camino de Haven y los viejos senderos que conducían a los prados y desaparecían por una de las laderas de la montaña. Riverwind señaló a Tanis varios de los hombres-lagarto subiendo por los senderos. El semielfo apretó los labios; eso explicaba el misterioso silencio que reinaba en el bosque. Las malditas criaturas debían estar esperando para tenderles una emboscada. Probablemente, Sturm y su ciervo blanco les habían salvado la vida. De todas formas, aquellos seres no tardarían mucho en encontrar ese nuevo sendero, pensó Tanis mirando hacia abajo. Pero... ¡si no había ningún sendero! Tan sólo el bosque, frondoso e impenetrable. ¡El sendero se había cerrado tras ellos! «Debo estar imaginándome cosas», pensó mirando hacia el Camino de Haven y a las criaturas que avanzaban. Después miró hacia el norte, y luego su mirada vagó por el horizonte.

BOOK: El retorno de los Dragones
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