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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Aventuras, Fantastico, Juvenil

El retorno de los Dragones (15 page)

BOOK: El retorno de los Dragones
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Frunció el entrecejo; algo iba mal. No pudo localizarlo de inmediato, por lo que no le dijo nada a Riverwind, pero se quedó mirando la línea del cielo. Al norte había un grupo de nubes tormentosas, más espesas que nunca, cuya sombra proyectaba largos dedos grises rastrillando la tierra y moviéndose hacia ellos. Apretando el brazo de Riverwind, Tanis señaló con el dedo. Riverwind aguzó la vista, pues al principio no distinguía nada, pero, de pronto, lo vio: un humo negro ascendía hacia el cielo. Sus cejas espesas y pobladas se contrajeron.

—Hogueras de campamento —dijo Tanis.

—Cientos de hogueras —añadió Riverwind en voz baja—. El fuego de la guerra. Es el campamento de un ejército.

—O sea, que los rumores se confirman, hay un ejército en el norte —dijo Sturm cuando regresaron.

—Pero, ¿qué ejército?, ¿de quién?, ¿y por qué?, ¿qué es lo que van a atacar? —Caramon, incrédulo, reía—. Nadie organizaría un ejército sólo para buscar una vara —el guerrero hizo una pausa—. ¿Creéis que son capaces de hacer una cosa así?

—La Vara es sólo parte de todo esto —siseó Raistlin—. Recordad las estrellas caídas.

—¡Bah, cuentos de niños! —farfulló Flint abriendo el odre, agitándolo y suspirando al ver que estaba vacío.

—Mis historias no son para niños. ¡Y harías bien en prestarle más atención a mis palabras, enano!

—¡Ahí está! ¡Ahí está el ciervo! —dijo de pronto Sturm mirando fijamente un gran pedrusco, por lo menos eso les pareció a sus compañeros—. Ya es hora de continuar la marcha.

El caballero comenzó a caminar y los demás, reuniendo rápidamente sus fardos, se apresuraron tras él. El sendero parecía materializarse justo antes de que ellos pasaran. Comenzó a soplar un viento proveniente del sur, una cálida brisa que transportaba la fragancia de los últimos capullos de las otoñales flores silvestres y que, no obstante, consiguió alejar a las nubes tormentosas. En el momento en que llegaron a la hendidura existente entre las dos mitades del pico, el sol brillaba en medio de un cielo totalmente despejado.

Era más de mediodía cuando se detuvieron a descansar una vez más antes de ascender por la estrecha hendidura. El ciervo les había indicado el camino a seguir, insistió Sturm.

—Pronto será la hora de la cena —dijo Caramon lanzando un impetuoso suspiro y mirándose los pies — ¡Sería capaz de comerme hasta las botas!

—A mí también están empezando a apetecerme —declaró Flint malhumorado—. Desearía que el ciervo fuera de carne y hueso. ¡Quizás así nos serviría para algo más que para conseguir que nos perdamos!

—¡Cállate !

Sturm se volvió hacia el enano con los puños apretados, repentinamente furioso. Tanis se levantó rápidamente y agarró al caballero por el hombro, sujetándolo.

Sturm contempló al enano con los bigotes temblorosos y luego se apartó de Tanis murmurando:

—Vayámonos.

Al entrar en el estrecho desfiladero los compañeros vieron que, al otro lado, el cielo estaba despejado, y que el viento del sur seguía silbando en las blancas paredes del escarpado pico que se elevaba sobre ellos. A pesar de que caminaron con cuidado, resbalaron varias veces a causa de pequeños guijarros. Como el paso era tan estrecho, podían recuperar el equilibrio fácilmente agarrándose a las paredes.

Después de caminar durante un largo trecho, llegaron al otro lado del Pico del Orador y se detuvieron para contemplar el valle. Una exuberante extensión de praderas de ondulantes olas verdes besaban la orilla de un bosque de álamos. La tormenta había quedado atrás y el sol centelleaba brillante en un cielo limpio y azul.

Por primera vez, encontraron que sus capas eran demasiado pesadas y todos se las sacaron excepto Raistlin, quien permaneció cubierto con su encapuchada capa roja. Flint, que se había pasado toda la mañana quejándose de la lluvia, ahora comenzó a refunfuñar por el sol: era demasiado brillante y lo deslumbraba.

—Propongo que tiremos al enano montaña abajo —gruñó Caramon.

Tanis sonrió socarronamente.

—Haría tanto ruido al bajar que nos delataría.

—Pero si no hay nadie allá abajo que pueda oírle. Aseguraría que somos los primeros seres vivos que contemplan este valle.

—Los primeros seres
vivos
—suspiró Raistlin—. Hermano mío, has acertado, pues lo que estás viendo es el Bosque Oscuro.

Nadie habló. Riverwind se agitó inquieto, Goldmoon trepó hasta donde él estaba y miró con los ojos abiertos de par en par hacia los verdes árboles. Flint se aclaró la garganta, pero se quedó callado mesándose su larga barba, y Sturm miró con calma hacia el bosque, al igual que Tasslehoff.

—No tiene mal aspecto —dijo el kender alegremente, sentado en el suelo con las piernas cruzadas y con un pliego de pergamino sobre las rodillas. Estaba dibujando un mapa con un trozo de carboncillo, intentando trazar el camino que habían seguido hasta el Pico del Orador.

—Las imágenes son tan engañosas como los kenders de dedos largos —susurró irónicamente Raistlin.

Tasslehoff frunció el ceño dispuesto a replicar pero vio que Tanis lo miraba fijamente y continuó dibujando. El semielfo se dirigió hacia Sturm que estaba en pie en un saliente, con el pelo desordenado y la capa ondeante debido al viento que soplaba.

—Sturm, ¿dónde está el ciervo, lo estás viendo ahora?

—Sí —contestó Sturm señalando hacia abajo —, se ha ido caminando por las praderas, puedo ver las huellas que ha dejado en la hierba, se ha metido entre los álamos, allá abajo.

—Se ha metido en el Bosque Oscuro —susurró Raistlin.

—¿Quién dice que eso sea el Bosque Oscuro? —Sturm se giró hacia Tanis.

—Raistlin.

—¡Bah!

—El es mago.

—Está loco. Pero si lo preferís, quedaos aquí, arraigados a este lado del pico. Yo seguiré al ciervo, como hizo Huma, incluso si me lleva al Bosque Oscuro.

Envolviéndose en su capa, Sturm descendió por la pendiente y comenzó a caminar por un sinuoso sendero que llegaba hasta las llanuras.

Tanis regresó con los otros.

—El ciervo lo está guiando hacia un camino que va directo al bosque. Raistlin, ¿estás seguro de que aquello es el Bosque Oscuro?

—¿Se puede estar seguro de algo, semielfo? Ni siquiera estoy seguro de estar vivo dentro de un segundo, pero seguid adelante. Penetrad en el bosque del que ningún ser con malignas intenciones ha salido jamás. La muerte es la única gran certeza que tenemos en la vida, Tanis.

—El semielfo sintió un súbito impulso de tirar a Raistlin montaña abajo. Miró hacia Sturm, que ya casi había recorrido la mitad de la distancia que había hasta el valle.

—Me voy con Sturm —dijo de pronto—, pero esta vez no me hago responsable de la decisión que toméis los demás.

—¡Yo voy con vosotros! —Tas enrolló su mapa, metiéndolo dentro de una pequeña caja y, poniéndose en pie de un salto, se deslizó por las rocas en dirección al valle.

—¡Fantasmas!

Frunciendo el ceño, Flint miró a Raistlin chasqueando burlonamente los dedos y acercándose al semielfo. Goldmoon los siguió decidida, aunque con expresión asustada, y Riverwind, tras unos segundos de dudas, se unió al grupo lentamente. Tanis se sintió aliviado —sabía que en las tribus bárbaras había muchas leyendas terroríficas sobre el Bosque Oscuro. Al final, Raistlin corrió hacia ellos y Caramon se apresuró a seguirlo.

Tanis, esbozando una sonrisa, se quedó mirando al mago.

—¿Por qué vienes?

—Porque me necesitaréis, semielfo. Además, ¿adónde quieres que vayamos? Has permitido que llegáramos hasta aquí, ahora no podemos volvernos atrás. Es la elección del Troll la que ofreces, Tanis: «Muere rápido o muere lentamente». ¿Vienes, hermano?

Cuando los hermanos los adelantaron, los demás miraron a Tanis inquietos. El semielfo se sintió como un necio. Raistlin, por supuesto, tenía razón. Había dejado que la situación se le fuera de las manos, para luego pretender que aquélla fuera una decisión de ellos y no suya, intentando así poder seguir adelante con la conciencia tranquila. En primer lugar, ¿por qué era responsabilidad suya? ¿Por qué se había mezclado en esto cuando todo lo que quería era encontrar a Kitiara y decirle que había tomado una decisión? La amaba y quería estar con ella. Estaba dispuesto a aceptar las debilidades humanas de ella, tal como había aprendido a aceptar las propias.

Pero Kitiara no había regresado con él. Tenía un «nuevo señor». Quizás era esto lo que le ...

—¡Eh! ¡Tanis! —de lejos le llegó la voz del kender. —Ya voy— balbuceó.

Cuando los compañeros llegaron al linde del bosque, el sol comenzaba a desaparecer por el oeste. Tanis calculó que aún les quedaban unas tres o cuatro horas de luz antes de que oscureciese. Si el ciervo seguía guiándolos por senderos limpios y despejados, cabía la posibilidad de atravesar el bosque antes de que cayera la noche.

Sturm los esperaba bajo los álamos, tendido en la hierba, descansando cómodamente bajo la sombra. Los compañeros avanzaron lentamente los pocos pasos que los separaban del bosque, ninguno de ellos tenía prisa por llegar.

—El ciervo ha entrado por aquí —dijo Sturm poniéndose en pie y señalando un lugar donde la hierba estaba muy crecida.

Tanis no vio huellas, bebió un sorbo de agua de su cantimplora, que estaba casi vacía, y se quedó mirando el bosque. Como había dicho Tasslehoff, el bosque no tenía aspecto siniestro sino todo lo contrario, parecía fresco y acogedor tras la exagerada brillantez del sol de otoño.

—Quizás encontremos algún gamo —dijo Caramon balanceándose sobre los pies—. Nada de ciervos, por supuesto, tal vez algún conejo.

—No dispares a nada, no comas nada, no bebas nada en el Bosque Oscuro —susurró Raistlin.

Tanis miró al mago; sus ojos de reloj de arena estaban dilatados, su piel metálica relucía fantasmagórica. Raistlin se apoyó en su bastón, tiritando, como si tuviese frío.

—Cuentos de niños —farfulló Flint sin ningún convencimiento. A pesar de que Tanis conocía la habilidad de Raistlin para olfatear el peligro, nunca había visto al mago tan preocupado como ahora.

—¿Qué es lo que percibes, Raistlin? —le preguntó en voz baja.

—En este bosque se respira una magia poderosa —susurró el mago—. Debéis saber que el Bosque Oscuro es dual, diverso y mágico porque alberga el Bien y el Mal. Para aquellos que penetran en él con rectas intenciones, sin ánimo de dañar a nadie ni a nada, puede ser bondadoso, estar lleno de benévolas sorpresas y de seres salvadores. Pero puede ser también malévolo, implacable y destructor para aquellos que desean el Mal, para los que tienen sus entrañas carcomidas por el odio o por deseos de venganza.

—Entonces tú eres el único que debe temer al bosque —le respondió fríamente Sturm.

El rostro de Caramon se encendió y se dispuso a desenvainar la espada. Sturm hizo lo mismo. Tanis apretó el brazo de Sturm mientras Raistlin sujetaba a Caramon. El mago se quedó mirando al caballero con sus relucientes ojos dorados.

—Ya veremos —sus palabras fueron como sonidos sibilantes que se escurrieron entre sus dientes —. Ya veremos. —y apoyándose pesadamente sobre el bastón, se volvió hacia su hermano—. ¿Vienes?

Caramon, enojado, miró fijamente a Sturm y luego penetró en el bosque caminando junto a su hermano. Los demás fueron tras ellos, menos Tanis y Flint, que se quedaron solos.

—Me estoy haciendo demasiado viejo para estas cosas, Tanis.

—Tonterías, peleaste como un...

—No, no me refiero a los huesos o a los músculos —el enano se miró las nudosas manos—, a pesar de que están bastante viejos. Me refiero al espíritu. Hace muchos años, antes de que los otros hubiesen nacido, tú y yo hubiéramos entrado en un bosque encantado sin pensárnoslo dos veces. En cambio ahora...

—¡Vamos, anímate! —le dijo Tanis intentando quitarle importancia, aunque estaba profundamente preocupado por la súbita melancolía del enano. Por vez primera desde que se habían encontrado en las afueras de Solace, examinó a Flint detenidamente. Parecía un viejo, pero el enano siempre había tenido este aspecto. Su rostro, o lo que podía verse de su rostro a través de la barba y bigotes grisáceos y de sus sobresalientes cejas blancas, estaba oscurecido y arrugado, agrietado como si fuese cuero viejo. Se quejaba y refunfuñaba, pero Flint siempre se había quejado y refunfuñado. La diferencia estaba en los ojos; el brillo fogoso que antes tenían había desaparecido.

—No dejes que te afecte lo que diga Raistlin; esta noche nos sentaremos alrededor del fuego y nos reiremos de sus cuentos de fantasmas.

—Me imagino que sí. —Permaneció callado durante unos segundos y luego dijo —: Algún día perderéis el ritmo por mi culpa, Tanis, y no quiero que tú llegues a pensar: ¿Por qué soporto a este viejo enano gruñón?

—Porque te necesito, viejo enano gruñón. —Posó el brazo sobre el hombro del enano y se dirigieron hacia el bosque tras los otros—. Te necesito, Flint. Son todos tan... tan jóvenes. Tú eres una roca sólida sobre la que puedo apoyarme mientras manejo la espada.

El rostro de Flint enrojeció de placer. Se mesó la barba y carraspeó bruscamente.

—Sí, bueno, tú siempre has sido un sentimental. Vamos. Estamos perdiendo el tiempo, quiero cruzar este maldito bosque tan rápido como nos sea posible. Suerte que aún es de día.

10

El Bosque Oscuro.

El paseo de la muerte.

La magia de Raistlin.

Lo único que Tanis sintió cuando entraron en el bosque fue el alivio de ocultarse de aquel sol otoñal. El semielfo recordó las leyendas que había oído sobre el Bosque Oscuro —historias de espectros contadas alrededor del fuego— y no pudo dejar de pensar en el presagio de Raistlin. Tanis sentía que el bosque tenía más vida que cualquier otro en el que hubiera estado nunca.

En él no reinaba el silencio mortecino que habían sentido anteriormente. Pequeños animalillos parloteaban entre la maleza y los pájaros aleteaban en las ramas superiores de los árboles. Alrededor suyo revoloteaban insectos con alas de alegres colores. Las hojas se movían y crujían, y las flores ondeaban a pesar de que no soplaba brisa alguna —era como si las plantas mostrasen que estaban vivas.

El grupo entró en el bosque arma en mano, avanzando cautelosos con prudencia y desconfianza. Después de caminar durante un rato intentando evitar que las hojas crujiesen, y viendo que por el momento no había nada que temer, todos se relajaron, a excepción de Raistlin.

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