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Authors: James Becker

Tags: #Thriller, Religión, Historia

El primer apóstol (25 page)

BOOK: El primer apóstol
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El mayor problema al que se enfrentaban era el gran volumen de información con el que tenían que trabajar. Carlotti, el compañero de Mandino que había permanecido en Italia, le había enviado tres archivos en Excel, de los cuales dos contenían las entradas de las búsquedas de los cibercafés en los que creía que Bronson había estado, mientras que el tercero, de un tamaño considerablemente mayor; mostraba la lista de las cadenas de búsqueda de seis cibercafés más, que se encontraban dentro de un radio de ocho kilómetros, que Mandino había solicitado.

Él y Rogan ejecutaron búsquedas internas de las palabras que sabían que sus presas habían estado consultando, entre las que se incluían «LDA», «cónsul» y «senador», entre otras. Cada vez que alguno de ellos encontraba una coincidencia, copiaba las siguientes cincuenta cadenas de búsqueda y las guardaba en archivos independientes.

Solo eso les llevó mucho tiempo, y al final, en realidad no habían avanzado mucho.

—Esto no nos lleva a ningún sitio —dijo Mandino con tono de enfado—. Ya sabíamos que probablemente Bronson intentaría averiguar lo que significaban las tres letras adicionales de la inscripción en latín. Lo que todavía no hemos encontrado es algo que parezca hacer referencia a la segunda inscripción.

Rogan se apartó de su portátil.

—Sí, igual aquí—dijo él.

—Creo que lo que debemos hacer es intentar averiguar qué intenciones tiene Bronson —dijo Mandino reflexionando—. Me pregunto...

Contaba con un arma poderosa en su arsenal. El libro que guardaba en una caja fuerte en Roma contenía los primeros renglones del texto en latín de la reliquia perdida, y lo que era más importante, incluía un par de páginas potencialmente útiles, en las que se explicaban en detalle los intentos del Vaticano por seguirle el rastro a la ubicación del documento a lo largo de los siglos.

—La casa en Italia —preguntó, girándose para mirar a Rogan—. ¿Encontraste la fecha exacta en la que fue construida?

Su compañero negó con la cabeza.

—No. Llevé a cabo una búsqueda en el registro de la propiedad de Scandriglia, y aparecieron numerosos registros de ventas, pero todos ellos bastante recientes. La referencia más antigua que pude encontrar era la de una casa que aparece en esa ubicación en el mapa de la zona, fechada en el año 1396, por lo que sabemos que fue construida hace al menos seiscientos años. Había también un mapa más antiguo de la primera mitad del siglo XIV que no mostraba ningún edificio en la zona. ¿Por qué, capo?

—Es solo una idea —dijo Mandino—. En el libro que recibí del Vaticano, hay un apartado que proporciona una lista de los grupos que pudieron haber sido dueños de la reliquia durante siglos. Entre los posibles candidatos se incluyen los bogomiles, los cátaros y Mani, el fundador del maniqueísmo.

»Vale —prosiguió Mandino—, creo que Mani y los bogomiles son demasiado antiguos, pero los cátaros son una posibilidad, porque esa casa debió de ser construida poco después del final de la Cruzada Albigense del siglo XIV.

»Y hay algo más. Esa cruzada fue una de las más sangrientas de la historia, y en ella miles de personas fueron ejecutadas en el nombre de Dios. La justificación del Vaticano para las masacres y el sistemático saqueo era la determinación del papa por librar al mundo cristiano de la herejía cátara. Sin embargo, el libro sugiere que el verdadero motivo fue la creciente sospecha del papa de que los cátaros, de alguna forma, habían logrado conseguir la Exomologesis.

—¿El qué?

—La reliquia perdida. El papa Vitaliano la denominó la Exomologesis de assectator mendax, que significa «La confesión de los pecados de la disciplina falsa», pero finalmente, dentro del Vaticano comenzó a conocerse con el nombre de la Exomologesis.

—Entonces, ¿por qué creían que los cátaros la habían encontrado?

—Porque los cátaros se oponían, de manera implacable, a la Iglesia católica, y el Vaticano pensaba que debían de tener un documento irrefutable como base de su oposición. La Exomologesis hubiera cumplido las expectativas, pero la Cruzada Albigense no fue del todo exitosa. La Iglesia consiguió eliminar a los cátaros como movimiento religioso, pero nunca encontró la reliquia. De acuerdo con lo que he leído, es probable que los cruzados estuvieran a punto de recuperarla en Montségur, pero de alguna forma se les escapó de las manos.

»Vale —prosiguió Mandino—, observando las fechas, que parecen concordar, me pregunto si un cátaro colocó la segunda inscripción en la casa italiana, o puede que incluso la construyera. Por lo que nos contó Hampton, los versos fueron escritos en occitano. ¿Por qué no intentas buscar palabras como «Montségur», «cátaro» y «occitano»? Yo me encargaré de las expresiones en cátaro.

Mandino se conectó a Internet y rápidamente identificó una docena de frases en occitano, junto a sus traducciones en inglés, y entonces dirigió su atención a las cadenas de búsqueda, y casi de inmediato encontró dos coincidencias.

—Sí —dijo en voz baja—. Aquí están. Bronson, o alguna persona del cibercafé, buscó «perfección», y luego la expresión «Sea arriba como abajo». Voy a probar con «Montségur».

Esa palabra no generó ninguna coincidencia, pero «segura montaña» sí lo hizo, y cuando le echó un vistazo, Mandino descubrió que las tres búsquedas habían sido efectuadas desde un único ordenador del segundo cibercafé de Cambridge, en el que creía que Bronson había estado.

—Este es el factor primordial —dijo él, y Rogan se inclinó para mirar la pantalla de su ordenador portátil—. La tercera expresión que buscó fue una frase completa: «De la segura montaña la verdad descendió». Estoy seguro de que la frase hace referencia al final del asedio de Montségur, e implica además que los cátaros se adueñaron de la Exomologesis (su «verdad»), y lograron sustraerla de manera clandestina de la fortaleza.

—Y todas las búsquedas son en inglés —comentó Rogan.

—Lo sé —dijo Mandino—, lo que significa que Bronson debió de conseguir una traducción de la inscripción de Goldman prácticamente en cuanto llegó a Gran Bretaña. Aunque el taxi no lo hubiera atropellado, tendríamos que haberlo matado de todas formas.

Estuvieron realizando búsquedas durante media hora más, pero no encontraron nada interesante.

—Capo, ¿qué hacemos ahora?

—Tenemos dos opciones. O encontramos a Bronson lo antes posible (lo que no parece demasiado probable) o volvemos a Italia y esperamos a que aparezca y empiece a cavar en el jardín, o donde él crea que se encuentra la Exomologesis escondida.

—Yo reservo los billetes —dijo Rogan, girándose para volver a mirar a su ordenador portátil.

III

—¿Estás de broma? —dijo Bronson.

—No lo estoy —contestó Ángela—. Mira estas fechas. Me dijiste que la casa de los Hampton se construyó aproximadamente a mediados del siglo XIV. Eso fue alrededor de cien años antes de la caída de Montségur, y más o menos veinticinco años después de que fuera ejecutado el último parfait cátaro conocido.

»Y una vez en Italia, su principal prioridad consistía en ocultar su «tesoro», la «verdad» que lograron sustraer de manera clandestina de Montségur al final del asedio, a fin de esconderlo en un lugar seguro. Necesitaban un escondite permanente, algún lugar que perdurara, y no solo un agujero escondido en la tierra. Creo que decidieron ocultar la reliquia en algún lugar permanente, o al menos en algo que pudiese durar mucho tiempo, y una clara opción era una sólida casa, probablemente en los cimientos, para que las reformas típicas que se realizan en una vivienda no la destaparan.

»Pero tampoco deseaban enterrarlo para que nunca fuese recuperado, ya que se trataba del documento más preciado que poseían, y debían de tener la esperanza de que algún día su religión resurgiera. Así que, quienquiera que escondiese la reliquia debió de dejar un indicador, algún tipo de pista, que más tarde permitiese a alguien que conociera la religión cátara, descifrar el mensaje codificado, a fin de recuperarlo. Si estoy en lo cierto, entonces esa era la función de la inscripción en occitano.

Bronson dejó de mirar hacia la relajante autovía que tenía delante y dirigió a su ex mujer una mirada. Tenía las mejillas enrojecidas de la emoción ante su descubrimiento, y aunque él siempre había sentido un enorme respeto hacia su habilidad analítica y experiencia profesional, la forma en que había analizado el problema y llegado a una conclusión lógica (aunque prácticamente increíble), lo había dejado atónito.

—De acuerdo, Ángela —dijo él—, lo que dices tiene sentido. Siempre le encuentras un sentido a todo, pero, ¿qué posibilidades hay de que la segunda casa de los Hampton en Italia fuera la ubicación elegida? No sé, de alguna forma me parece poco probable.

—Pero tesoros, de los de verdad, ha habido en todas las épocas, y a menudo en los lugares más insospechados. Mira el tesoro de Mildenhall. En 1942 un labrador se encontró la mayor colección de plata romana jamás descubierta en medio de un campo del este de Inglaterra. ¿Te parece acaso algo probable?

»Además, ¿qué otra explicación puede haber para la piedra tallada? Las fechas concuerdan a la perfección; parece que la piedra tuvo un origen cátaro, y ha permanecido en la casa desde que el lugar fue construido. El hecho de que la inscripción haya sido escrita en occitano muestra un vínculo evidente con la zona del Languedoc, y el contenido de los versos solo tiene sentido si conoces y entiendes a los cátaros. Existe también una enorme probabilidad de que un «tesoro» cátaro fuera extraído clandestinamente de Montségur. De ser eso cierto, tuvo que ser escondido en algún sitio, así que, ¿por qué no en una casa?

CAPÍTULO 18
II

—Por fin —masculló Bronson, mientras conducía la Renault Espace por el camino de gravilla de Villa Rosa en las afueras de Ponticelli. Era bastante después de medianoche, y llevaban en la carretera desde aproximadamente las ocho de la mañana.

Bronson apagó el motor, y durante un momento, se dejaron deleitar por el silencio y la tranquilidad del lugar.

—¿Vas a dejarla aquí? —preguntó Ángela.

—No me queda otra alternativa. Mark cerró con llave el garaje antes de irse al funeral, así que las llaves deben estar por algún sitio de su apartamento en Ilford.

—¿Tienes las llaves de la casa? Espero que las tengas.

—No las tengo, pero eso no será problema. Mark siempre solía dejar un juego de más en el exterior de la casa. Si no está, tendré que hacer un poco el caco para poder entrar.

Bronson recorrió un lado de la casa, utilizando la diminuta linterna de su llavero para iluminar el camino. Aproximadamente a mitad del trayecto, había una piedra de un color marrón claro, y justo a su derecha, lo que parecía otra con forma ovalada y de color gris claro, de menor tamaño. Bronson cogió la piedra falsa y le dio la vuelta, abrió la tapa, la sacudió y sacó la llave de la puerta principal, luego volvió junto a Ángela, y abrió la puerta.

—¿Te apetece beber algo? —preguntó, mientras dejaba las bolsas en el vestíbulo—. ¿Te apetece güisqui, brandi o cualquier otra cosa? Te ayudará a dormir.

Ángela negó con la cabeza.

—Esta noche, lo único que necesito para dormir es una cama.

—Escucha —dijo Bronson—. Estoy preocupado por las personas que nos están buscando. Creo que, mientras estemos aquí, por nuestra seguridad, deberíamos dormir en la misma habitación. Hay un dormitorio de invitados con dos camas en la planta de arriba. Creo que utilizaremos ese.

Ángela se quedó mirándolo durante algunos segundos.

—Vamos a llevar esto de la forma más profesional, ¿vale? No vas a intentar acostarte conmigo, ¿verdad?

—No —dijo Bronson, con un tono de voz casi convincente—. Solo pienso que debemos estar juntos, por si esos tipos deciden volver.

—De acuerdo, pero siempre que te haya quedado muy claro lo que te acabo de decir.

—Voy a comprobar que todas las puertas y ventanas están cerradas, ahora subo —dijo Bronson, mientras cerraba con pestillo la puerta principal.

Después de la muerte de Jackie y Mark, resultaba extraño estar de vuelta en la casa. De repente Bronson sintió que lo invadía un sentimiento de tristeza ante la pérdida de sus amigos, y ante el hecho de que no volvería a verlos nunca más, pero lo reprimió con decisión. Ya habría tiempo de apenarse cuando todo esto hubiera terminado; mientras tanto, tenía trabajo que hacer.

Bronson se despertó justo después de las diez, miró a Ángela, que seguía durmiendo profundamente en la otra cama individual, se puso un batín que encontró en el cuarto de baño incorporado al dormitorio, y bajó a la cocina para preparar el desayuno. Cuando hubo preparado una jarra de café, encontró medio paquete de pan de molde en el congelador de los Hampton y preparó dos tostadas ligeramente quemadas, y entonces Ángela apareció en la entrada.

—Buenos días —dijo ella, restregándose los ojos—. Ya veo que sigues quemando las tostadas.

—Pues para que lo sepas —contestó Bronson—, el pan de molde estaba congelado, y no estoy acostumbrado a utilizar el tostador.

—Excusas, excusas. —Ángela se dirigió a la encimera donde se encontraba el tostador y echó un vistazo a las dos rebanadas—. En realidad, no están demasiado quemadas —dijo ella—. Yo me como estas, y tú puedes quemar otro par para ti.

—¿Quieres café?

—¿Tienes que preguntármelo? Claro que quiero café.

Treinta minutos más tarde, se habían vestido y estaban de vuelta en la cocina, que aparte de los dormitorios, era la única habitación de la casa en la que los muebles no estaban cubiertos con sábanas polvorientas, y Bronson puso la traducción de la inscripción en occitano sobre la mesa.

—Antes de empezar a mirar eso, ¿podría ver las dos piedras talladas? —preguntó Ángela.

—Por supuesto —dijo Bronson, y se dirigieron al salón. Bronson llevó a rastras una escalera de mano hasta la chimenea y Ángela subió por ella para examinar la inscripción en latín y, una vez arriba, pasó los dedos por encima de las letras talladas con cierta reverencia.

—Siempre tengo una sensación extraña cuando toco algo tan antiguo como esto —dijo ella—, quiero decir, cuando caes en la cuenta de que el hombre que talló esa piedra vivió alrededor de mil quinientos años antes incluso de que Shakespeare naciera, se tiene una verdadera sensación de antigüedad.

Ángela echó un último vistazo a la inscripción, y luego se bajó de la escalera.

—¿Y dices que la segunda piedra estaba justo detrás de esta, pero en el comedor? —preguntó ella.

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