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Authors: Douglas Niles

Tags: #Fantasía, #Aventuras, #Juvenil

El pozo de las tinieblas (30 page)

BOOK: El pozo de las tinieblas
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—¿Cómo has montado en Avalón? —preguntó, en tono acusador.

—Se acercó a mí en mi campamento del bosque. Monté en él y galopamos por el valle hasta este lugar. Y ahora, ¿por qué os habéis dirigido a mí?

—¿Dejó él que lo montases? —interrogó ella.

—Pues sí.

—Por favor, ¿cuál es tu nombre? —preguntó la amazona, visiblemente impresionada.

—Soy Tristán Kendrick, príncipe de Corwell.

La reacción que provocó su declaración en las amazonas no fue la que Tristán esperaba. Todas ellas, con ágiles movimientos a pesar de la armadura, bajaron sus banderolas y desmontaron. El príncipe advirtió que la llamada Carina, a diferencia de las otras, parecía vacilar antes de desmontar.

Entonces, la amazona que estaba ante él desenvainó la espada y se arrodilló a sus pies. Tendió la hoja delante de él y dijo:

—Señor, soy Brigit. Te presento a mis compañeras, las Hermanas de Synnoria. Somos guerreras de los llewyrr y estamos a tu servicio.

Pawldo casi se durmió mientras hacía el último turno de guardia antes de la aurora. De pronto, se levantó de un salto, pasmado ante las figuras que salían de la oscuridad.

—¡Ha vuelto! ¡Y todavía conserva el caballo! Y... Pawldo se interrumpió, asombrado, al ver que una hilera de jinetes salía del bosque detrás del príncipe y se agrupaba en el pequeño claro.

—... ha traído un ejército —terminó con poca convicción, mientras Robyn y Keren se acercaban.

Daryth hizo callar a los perros, cuyos pelos se erizaron al aproximarse los desconocidos. Incluso Gavin levantó con recelo la mirada al ver que se acercaban.

El príncipe desmontó delante de sus compañeros. Sonriendo, señaló a las amazonas y dijo con sencillez:

—Os presento a Brigit y a sus lugartenientes, Carina y Maura.

Carina frunció el entrecejo con aire desconfiado y los miró con desdén, pero las otras dos los saludaron con evidente sinceridad.

—Son amazonas de los llewyrr, de Synnoria. Nos ayudarán contra los hombres del norte.

—No está mal —murmuró Pawldo, impresionado.

Por cierto, las amazonas parecían aptas para la lucha. Sus armaduras estaban bellamente trabajadas y ofrecían plena protección. Las delgadas lanzas y las largas y finas espadas parecían casi frágiles, pero también aquí la buena artesanía sugería fuerza en el metal.

Las amazonas se quitaron los yelmos al disponerse a acampar, y Tristán pudo ver por primera vez sus facciones. Todas tenían los cabellos rubios y largos, encuadrando unas caras delicadas y unos grandes ojos castaños o verdes, y las puntas de las afiladas orejas asomaban entre las trenzas de muchas de ellas. Resultaban casi infantiles y daba gusto mirarlas.

Tristán no había asimilado del todo los acontecimientos de esa noche de verano. Brigit con su manera tranquila y cortés, pero con el talante de un guerrero resuelto, le había explicado la situación mientras cabalgaban hacia el campamento. Le había dicho que su compañía debía prestar un año de servicio a la persona de sangre real que montase el semental. El gran caballo se llamaba Avalón y había roto la puerta de su establo dos noches antes. Las amazonas habían salido en su persecución.

Por lo visto, el príncipe había encontrado primero al caballo. O tal vez, pensó Tristán, recordando cómo había salido el caballo de entre los árboles en el lugar donde él montaba guardia, el semental lo había encontrado a él. Esto era lo que creían Brigit y las demás.

También durante el trayecto de regreso al campamento, Tristán había descrito las experiencias de sus amigos en las últimas semanas y resumido su misión actual. Vio que las hermanas conocían la presencia de los invasores y sabían que una parte de su ejército estaba viajando ahora hacia el valle de Myrloch.

El príncipe reunió a Robyn, Daryth y Keren, así como a Brigit y sus dos lugartenientes, para celebrar un consejo en el claro a la luz de la luna.

—El ejército al que seguimos se compone de un gran grupo de jinetes y de muchos miles de hombres de a pie. Parece que ahora pretenden violar el valle de Myrloch —empezó a decir el príncipe.

—Nosotras descubrimos ayer a este ejército —declaró Maura.

Era la más pequeña de las hermanas, no mucho más alta que Pawldo, y su voz era tan suave que los otros tenían que inclinarse hacia adelante para oírla.

—Los jinetes son tal vez unos cien —continuó Maura—; unos hombres extraños cubiertos con capas de pieles, y todos montan caballos negros. Hay algo maligno y antinatural en ellos. Son de temer.

—Alguien había marcado el camino hacia el paso de Dynloch —gruñó Carina, en tono casi acusador— Lo descubrimos demasiado tarde para poder despistarlos.

—Ahora —concluyó Brigit—, es probable que hayan alcanzado el paso y entrado en el valle de Myrloch.

—¿Y qué podrán hacer una vez allí? —preguntó el príncipe—. Yo no conozco bien el terreno del valle

—Tendrán dos alternativas —explicó Brigit— Como el camino hacia el oeste está bloqueado por las montañas más altas en Gwynneth, pueden girar hacia el norte, en cuyo caso todo el valle de Myrloch esta abierto para ellos. O bien pueden dirigirse al sur, cruzar un paso bajo y, en pocos días, ocupar todo el centro de Corwell.

Las posibilidades estratégicas no pasaron inadvertidas al príncipe.

—Si el ejército entrase en Corwell, como tú sugieres, podría partir el reino en dos. La carretera de Corwell es el único camino fácil entre las mitades oriental y occidental del reino, ¡y podrían cortarla!

—¡No olvidéis el otro ejército! —exclamó Robyn— Está bajando por el camino de Corwell desde el este; atraparán a miles de refugiados entre las dos fuerzas, si los jinetes llegan a aquel camino antes que nosotros.

—Sería una matanza como jamás han sufrido los ffolk —dijo Keren en voz baja.

La mente de Tristán buscaba una solución al problema. Esta pequeña fuerza no podría en modo alguno detener al ejército norteño, pero había que tratar de ayudar a escapar a aquella gente.

—¿Hay algún otro camino hacia Corwell desde aquí? ¿Un camino que no nos obligue a cruzar por el paso de Dynloch?

Las hermanas se miraron con nerviosismo durante un instante. Carina clavó los ojos en Brigit y sacudió la cabeza, arguyendo en silencio con ella sobre la conveniencia de hablar. Por último, la capitana de las hermanas se volvió de nuevo al príncipe.

—Existe un camino y es todavía más corto que el del paso de Dynloch. Pero atraviesa Synnoria y nuestro pueblo no acepta a la ligera la llegada de forasteros.

Al príncipe le saltó el corazón en el pecho.

—¡ Debeis conducirnos por ese camino!

Miró a Carina a los ojos. Ella se mordió el labio, venciendo la tentación de replicar airada, y sus grandes ojos parecieron brillar con recelo y desconfianza.

Brigit, con una mirada inquieta a sus hermanas, respondió al fin por ellas.

—Será como tú deseas.

Cuando se disponían a acostarse, oyeron un débil grito, traído por el viento desde una distancia inverosímil. Aquel ruido aumentó de volumen y era acuciante y gozoso al mismo tiempo. Las amazonas y el príncipe y sus acompañantes escucharon juntos la canción de los lobos.

Un coro irreal vibró sobre los paramos, en notas místicas que llenaron el aire de medianoche. La luna llena iluminó a la Manada, vertiendo sobre ella la brillante radiación del solsticio de verano. Lobos aislados se encaramaron a los altos riscos y a las mesetas rocosas, uniéndose a todos los otros lobos en su canto de alabanza a la Madre.

Las criaturas del bosque y tocios los animales silvestres se estremecieron ante aquel sonido. Los perros de toda la isla aullaron en respuesta, al despertar aquella llamada un instinto primigenio en ellos.

La diosa oyó la loanza de sus hijos, y su dolor sehizo mas tolerable.

13
Rapsodia synnoriana

No todas las novedades traídas por la luna llena eran benignas o anunciaban la grandeza de la diosa. En una sucia caverna a no muchas jornadas de la Manada, Erian esperaba el solsticio de verano con una atormentadora mezcla de miedo y de afán.

Después de semanas de vivir como un animal, demacrado y cubierto de mugre, el hombre tenía ahora poco parecido con un ser humano.

Al alcanzar los implacables rayos de luna las paredes de piedra de la caverna, iluminando con su reflejo el interior, Erian se arrastró hacia fuera. Ya en el exterior, expuesto a toda la iluminación de la luna llena, suplicó que le fuese dado el cuerpo que ahora ansiaba. Quería tener las patas y los dientes poderosos, los finos olfato y oído que le correspondían como lobo. Como ser humano, no le quedaba nada que quisiera conservar.

Y así cambió, bajo la luz plateada de la luna, por tercera y última vez. El cuerpo de lobo y los sentidos lobunos seguirían siendo lo suyo hasta su muerte. El cambio era como una bendición que se reflejaba en su semblante, pues ahora sentía que su vida tenía un objeto y poder.

Sus oídos, mucho más agudos que los que había tenido como hombre, oyeron, aunque débilmente, el triste lamento de la Manada. Levantándose de un salto, Erian empezó a cruzar el páramo con paso regular y saltarín.

Pronto estaría en casa.

Los caminos de acceso a Synnoria eran como un laberinto de valles, cañones, puertos y senderos de bosque. Aunque siempre eran anchos y fácilmente transitables, estaban tan bien disimulados que Tristán comprendió que nunca podría volver sobre sus pasos sin un guía.

Después de subir durante todo el día, la senda entró en un cañón que, al parecer, no tenía otro acceso que el que ellos seguían.

—Acamparemos por aquí esta noche —anunció Brigit—. Mañana por la mañana entraremos en Synnoria.

—Ahora comprendo por qué no tenéis muchos visitantes —observó Tristán—. ¡Me siento absolutamente perdido!

Brigit lo miró. Pareció sopesarlo con sus ojos grandes y serios, tratando de averiguar cómo reaccionaría a lo que iba a decirle. Respiró hondo y habló:

—Mañana tendremos que vendaros los ojos a todos

Tristán iba a protestar, mientras sus compañeros miraban con recelo a las hermanas. Pero Brigit atajó los argumentos antes de que pudiese formularlos.

—No negaré que, en parte, se os vendarán los ojos para nuestra propia seguridad. —Su voz era delicada pero firme como el acero—. Pero también será pora vuestra protección.

»La belleza de Synnoria supera en mucho toda la del mundo que conocéis. Se dice que un visitante forastero se volvería loco por las vistas y los sones de nuestro pequeño valle. Quien entre en Synnoria por primera y vea el país a la luz del día, ¡ya nunca podrá marcharse !

ȃste es un riesgo que no quiero correr, ni por mi tierra, ni por vuestra cordura.

»Debéis aceptar que os vendemos los ojos, o no os llevaremos a través de Synnoria.

Brigit miró al príncipe con aire resuelto.

Al príncipe le costaba creer lo que decía la mujer, pero no veía alternativa.

—Será como tú deseas.

Las hermanas se levantaron antes de que la aurora empezase a iluminar el cielo. Las estrellas titilaban todavía, aunque los primeros indicios del sol naciente coloreaban el horizonte del este, cuando las hermanas vendaron con fuerza los ojos de Tristán y de sus compañeros.

Las mujeres los ayudaron a montar y tomaron las riendas de los caballos. Tristán maldijo en silencio la forzada ceguera, sintiéndose extrañamente desorientado a lomos de Avalón.

Podía advertir cuando pasaban por un estrecho pasadizo entre las rocas. Las resonancias le ofrecían claves para adivinar cómo eran los alrededores y, de vez en cuando, sentía una ráfaga fría en la atmósfera. En una ocasión, alargó un brazo y tocó un saliente de roca fría y fragmentada, confirmando sus sospechas. Luego sintió que resbalaba hacia la grupa de su caballo y dedujo, en consecuencia, que subían una cuesta.

Cuando el grupo salió al fin del pasadizo rocoso, una cálida brisa acarició la cara del príncipe, llevando fragancias que le hicieron pensar en la advertencia de Brigit sobre la belleza del valle. El sol derramó calor vital sobre su piel, infundiendo una agradable calidez a todo su cuerpo después del fatigoso viaje a caballo de la mañana.

Cerca de donde estaban, una cascada caía entre rocas con un tintineo musical. El sonido era tan delicioso que Tristán habría detenido a Avalón para escuchar si hubiese llevado las riendas. Sintió un nudo de pesar en la garganta y las lágrimas subieron a sus ojos cuando aquel sonido apaciguador se perdió a lo lejos.

Ahora oyó que el viento suspiraba agradablemente al pasar entre ramas frondosas. Las ramas murmuraban en tono seductor y los pájaros gorjeaban como llamándolo. Cruzaron un puente, repicando los cascos sobre las tablas de madera como el tañido de una enorme campana.

El sonido era tan rico y armonioso que el príncipe tiró con fuerza de la crin del semental, pues no podía soportar seguir adelante. Pero alguien tiró con fuerza de las riendas, y lo obligó a continuar a su pesar. Llorando sin avergonzarse, tiró impaciente de la venda, pero el grueso paño permaneció firme sobre sus ojos. Angusiado, volvió la cabeza para saborear los últimos e hipnóticos sonidos que brotaban del puente.

De pronto oyó de nuevo el sonido musical de una cascada. Ésta parecía más caudalosa que la otra y sus notas eran más nítidas y tenían una gama de tonos más amplia. Si era posible, pensó el príncipe, estos sonidos eran aún más bellos que los de antes.

Tomó su resolución. Nunca volvería a ser fel¡z en su mundo. Su futuro estaba aquí, en Synnoria, aunque belleza del lugar tuviese que volverlo loco. Pasó una pierna por encima de la grupa de Avalón presto a dejarse caer sobre el suelo invisible.

Un ruido como de chatarra llegó hasta él como un cubo de agua fría, haciendo que se detuviese antes soltar las riendas del caballo. Los sones discordantes repicaron en sus oídos por segunda y por tercera vez.

—¡No! —gritó—. jNo puedo oír la cascada!

Pero las estridentes notas continuaron; eran las de un arpa desafinada y sin armonía. El príncipe oyó vagamente que otras voces protestaban, pero el arpa siguió tocando. Sus acordes, dolorosos al oído, carentes de todo valor musical, sólo servían para confundir los sonidos adorables de la cascada.

El príncipe reconoció el sonido, ya que no el tono del arpa de Keren.

—¡Basta! —ordenó—. ¡No toques ese instrumel

En vano gritó al bardo, despotricando contra Keren hasta enronquecer. Y Keren siguió tocando el arpa con fuerza y sin parar, de manera que ni él ni sus acómpañantes pudiesen disfrutar de los sones de la cascada y de los árboles y de todas las cosas que hacían que Synnoria fuese tan... seductora.

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