—¡Ya, ya! —dijo divertido el pequeño vampiro—. ¡Y ahora quisieras que se reconocieran tus méritos en nuestra crónica familiar!
Anton tragó saliva.
—¿Mis... méritos... en vuestra crónica familiar?
—¡Anda, que estás más pálido que una sábana!
El vampiro se rió entre dientes.
—Yo... —de repente Anton sintió sus manos gélidas—. ¡Yo..., yo no quiero salir en vuestra crónica familiar! —dijo con voz temblorosa.
—¡Pues entonces! —el vampiro se revolcó de risa—. Y como yo eso lo sabía, le conté toda la historia a mi abuela, Sabine la Horrible, como si me hubiera ocurrido a mí... Y todo eso lo hice solamente por ti..., ¡por verdadera amistad! Lo comprendes, ¿no? —Sss... sí —tartamudeó Anton.
—¡¿Lo ves?! —dijo el vampiro riéndose irónicamente—. Así soy yo..., Rüdiger, ¡tu amigo de verdad!
Y con una voz repentinamente cambiada por completo, exigente, añadió:
—¡Y ahora júralo!
—¿Que lo jure?
—¡Sí! ¡Que no hablarás con nadie de la crónica!
—¿Tampoco... con Anna?
—¿Con Anna? —el vampiro se rió a sus anchas—. Sí, con Anna sí puedes hablar de la crónica. Al fin y al cabo, ella pertenece a la familia.
»—Bueno, y ahora júralo —añadió impaciente—. Yo no tengo todo el tiempo del mundo.
—¿Y co..., cómo tengo que jurarlo? —preguntó desconcertado Anton.
—Muy fácil —contestó el vampiro cerrando con tanta fuerza la crónica que levantó una nube de polvo—. ¡Pones la mano sobre el libro y luego repites lo que yo diga!
—¿Repetir lo que tú digas? ¿Qué es lo que vas a decir?
—¡No preguntes tanto! ¡Primero pon tu mano sobre el libro!
Anton se levantó lentamente de su incómodo asiento. Fue hasta el pupitre de madera y, temblando, extendió su mano derecha.
—¡La derecha no! —dijo áspero el vampiro—. ¡La izquierda..., que es la del corazón!
Anton se quedó indeciso. ¿Debía poner realmente su mano sobre la crónica de los vampiros... (y encima la izquierda porque, según había dicho Rüdiger, es la del corazón)... y jurar? ¿No debería temer que haciéndolo... podría convertirse él mismo en vampiro?
Sintió un estremecimiento helado.
Como si viniera desde muy lejos oyó la atronadora carcajada de Rüdiger.
—¡Eh, pones la misma cara que si te hubieras tragado una rata! —se rió.
—No... no me pasará nada, ¿verdad? —preguntó preocupado Anton.
—¿Qué es lo que te puede pasar? —repuso el vampiro.
—Yo..., tal vez después...
—¿Qué?
—Que después también... ¡perteneciera a la familia! —dijo titubeando Anton.
—¡Eso no es así de fácil! —repuso el vampiro—. ¡Y además, tendría que ser queriéndolo tú!
—¡Pero yo no quiero! —exclamó Anton... con más fuerza de lo que era realmente su intención.
—¡Está bien, está bien! —le tranquilizó el vampiro—, ¡Y ahora hazlo ya de una vez..., que me gruñe el estómago!
Temblando aún, Anton puso su mano izquierda sobre el grueso libro. Cuando tocó la gastada cubierta dorada un extraño calor pareció fluir por sus dedos...
Dio un respingo..., pero luego se sobrepuso y volvió a colocar la mano sobre el polvoriento libro.
—¿Estás preparado? —preguntó el vampiro, que también se había puesto de pie.
Anton asintió con la cabeza. El corazón se le salía por la boca.
—Bueno, ¡presta atención! —dijo el vampiro.
«Hasta el sudario callarme
sobre este libro aquí juro.
Drácula venganza clame
si alguna vez no lo cumplo.»
A Anton se le hizo de repente un nudo en la garganta. Tragó saliva y con voz ronca empezó a pronunciar el juramento:
«Como un sudario callarme
sobre este libro aquí juro...»
Se interrumpió. De repente notaba muy caliente bajo su mano la cubierta de cuero...
—¿Qué pasa? —exclamó el vampiro—. ¡Sólo has pronunciado la mitad del juramento! Y además: ¡hay que decir «hasta el sudario»!
—
... Drácula venganza clame
—continuó Anton con voz compungida—.
Si alguna vez no lo cumplo
.
—¡Exacto! —dijo el vampiro riéndose con un graznido.
Luego le arrancó de un tirón a Anton la crónica de debajo de la mano y se la puso al brazo.
—¡Vamonos! —dijo con voz sepulcral.
—¿No... no vas a seguir leyendo? —preguntó sorprendido Anton echando preocupado un vistazo a su mano izquierda; pero aunque le ardía mucho la mano, no se advertía ninguna quemadura...
—No —contestó brevemente el vampiro empezando a apagar las velas a soplidos.
—¿Y tu historia? —exclamó Anton—. ¡Me prometiste que me la ibas a leer hoy!
—Ah, ¿sí? ¿Eso hice? —contestó el vampiro con una sonrisa de orgullo y autocomplacencia. Era evidente que se sentía halagado con la curiosidad de Anton.
—¡Sí! ¡Y sobre la crónica tampoco me has contado aún nada!... ¡Por ejemplo, lo que significa año quinientos nueve de la era vampiresca!
El pequeño vampiro se rió maliciosamente.
—¡Mejor deja para mañana lo que puedas hacer hoy! —dijo en un tono muy misterioso.
Luego apagó de un soplido la última vela.
De pronto la capilla quedó completamente a oscuras.
—¡Vamos, date prisa! —siseó el vampiro, y Anton oyó que se dirigía hacia la puerta.
Salió detrás de él tanteando con pasos inseguros... y se alegró muchísimo cuando llegó al exterior sin haberse caído.
Fuera de la capilla el pequeño vampiro le estaba esperando sosteniéndose impaciente ahora sobre un pie, ahora sobre el otro.
—Sabrás regresar tú solo, ¿no? —preguntó.
—Sss... sí —asintió Anton, sorprendido por la repentina amabilidad del vampiro.
—Bueno, pues entonces... —dijo Rüdiger preparándose para marcharse.
—¡Un..., un momento! —dijo Anton.
—¿Qué pasa ahora? —gruñó el vampiro.
—Yo... —Anton carraspeó—. ¿Nos vamos a ver mañana?
—Ya no puedes aguantar más tu curiosidad, ¿eh? —se rió entre dientes el vampiro—. ¡Está bien! Vente mañana por la noche a la capilla... ¡Yo estaré aquí!
Con estas palabras se dio la vuelta y se dirigió apresuradamente hacia el edificio principal del castillo en ruinas. Anton esperó hasta que Rüdiger desapareció por la oscura entrada; luego emprendió el camino de regreso. Fue a pie y deteniéndose con miedo en la sombra de los árboles.
Pero no vio ni oyó nada sospechoso y Anton llegó sin contratiempos a la Cueva del Lobo. Después de aguzar el oído durante un instante y de comprobar que no salía ningún sonido del interior de la cueva, echó a un lado cautelosamente la mochila y se introdujo en la oscuridad.
Entonces percibió la uniforme y tranquila respiración de su padre y se atrevió también a encender su linterna. ¡Su padre estaba allí tumbado, durmiendo pacíficamente!
Anton cerró aliviado la entrada de la cueva, se metió en el saco de dormir y apagó la linterna. Pero en esta ocasión no se durmió enseguida. La noche había sido tan emocionante... Igual que si se tratara de una película vio a Anna con tanta claridad... Cómo había estado primero furiosísima con él; cómo luego, sin embargo, habían vuelto a reconciliarse... Y a Rüdiger, sentado en el antiquísimo pupitre de madera, leyendo la crónica familiar... Y luego el juramento...
Anton volvió a pronunciarlo en voz baja:
Hasta el sudario callarme
sobre este libro aquí juro.
Drácula venganza clame
si alguna vez no lo cumplo.
A Anton le parecía que realmente no sonaba a un antiguo juramento vampiresco auténtico... sino, más bien, a una rima de Rüdiger.
¿O sí sería auténtico? Después de pronunciar una vez más el juramento le pareció de repente que remitía el ardor de su mano...
¡Sí! ¡El ardor ya había desaparecido y Anton sentía su mano como siempre!
Anton suspiró profundamente... ¡y luego se durmió!