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Authors: Alcohólicos Anónimos

Tags: #Autoayuda

El Libro Grande (35 page)

BOOK: El Libro Grande
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En un momento de lucidez recordé una de las muchas veces que mi esposa me había pedido que buscara la ayuda de Alcohólicos Anónimos. Jamás le había hecho caso pero, al momento, hice la llamada que cambiaría el resto de mi vida. Me recomendaron que asistiera a una reunión en el noreste de la ciudad.

Asistí a mi primera reunión de Alcohólicos Anónimos a principios de agosto de 1965 y, gracias a mi Poder Superior tal como yo lo concibo y la ayuda de un gran número de personas de la agrupación de Alcohólicos Anónimos, no me ha sido necesario volver a ingerir nada que contenga alcohol hasta la presente fecha.

Llegué un poco tarde a la reunión pero allí encontré a un compañero de trabajo que me presentó al grupo. Les conté mi doloroso problema y ellos inmediatamente me hicieron sentirme en casa contándome un poco de sus historiales y urgiéndome a que siguiera asistiendo a las sesiones. Mi compañero, que ya llevaba más de un año en el programa, actuó como mi primer padrino. Asistimos a muchas reuniones consecutivas en varias áreas de la ciudad hasta asegurarnos de que no iba a comenzar a tomar de nuevo.

Hablé con mi esposa y le conté que anhelaba algo en mi vida sin saber lo que era; pero estaba seguro de que por fin había encontrado lo que buscaba y que con este hallazgo había perdido el deseo de ingerir el alcohol. Me sentía liberado del Señor Alcohol y estaba seguro de que mi vida había cambiado. Esta vez no le pedí que volviera conmigo como lo había dicho tantas veces antes, pero ella y mis hijos volvieron de nuevo a mi lado.

Al poco tiempo mi padrino y yo fuimos ascendidos a puestos administrativos del distrito escolar con aumentos de sueldo. Al mismo tiempo asistíamos a reuniones de Alcohólicos Anónimos en muchos lugares y en muchas ciudades.

Me habían recomendado que iniciara un grupo de Alcohólicos Anónimos en español en nuestra ciudad y lo logré con la ayuda de un compañero que llevaba más tiempo que yo en el programa. De este grupo nacieron algunos otros grupos de habla hispana. Hoy en día existen muchos grupos en español en nuestra área.

Mi esposa y la de mi compañero iniciaron los primeros grupos familiares de Al-Anón en español en esta ciudad y en las ciudades vecinas. Mi esposa falleció en 1995 después de darme 45 años de comprensión y cariño. Los últimos treinta años los gozamos felices en el amable ambiente que solamente se encuentra en la comunidad de Alcohólicos Anónimos y en los grupos familiares de Al-Anon.

Sigo viviendo abstemio y contento, esforzándome por hacer un poquito más de progreso espiritual, un día a la vez. Si Dios quiere, nos encontraremos algún día caminando por el sendero de vida conocido como «el camino del destino feliz». Ojalá que así sea.

SEGUNDA PARTE

DEJARON DE BEBER A TIEMPO

Entre los principiantes que se unen a A.A. hoy en día, hay muchos que no han progresado hasta las últimas etapas del alcoholismo, aunque con el tiempo es posible que todos lo hubieran hecho.

La mayoría de estos compañeros afortunados no tienen la menor familiaridad con los
deliriums tremens
, los hospitales, los manicomios y las cárceles. Algunos eran muy bebedores y habían pasado por algunos episodios graves, Pero para otros muchos la bebida no era sino una ocasional molestia incontrolable. Rara vez perdieron su salud, sus negocios, su familia o sus amigos.

¿Por qué se unen a A.A. personas así?

Los DIECISÉS individuos que ahora cuentan sus experiencias responden a esta pregunta. Se dieron cuenta de haberse convertido en alcohólicos, reales o potenciales, aunque aún no se habían causado graves daños.

Se dieron cuenta de que el no poder controlar su forma de beber, a pesar de repetidos intentos, cuando realmente querían controlarla era el síntoma fatal de tener un problema con la bebida. Esto, junto con los cada vez más graves y frecuentes trastornos emocionales, les convenció de que el alcoholismo compulsivo ya se había apoderado de ellos; que la ruina total era solamente cuestión de tiempo.

Al ser conscientes de este peligro, acudieron a A.A. Se dieron cuenta de que el alcoholismo podría acabar siendo tan mortal como el cáncer; claro que ninguna persona cuerda esperaría a que un tumor maligno llegara a ser intratable antes de buscar ayuda.

Por lo tanto, estos DIECISÉIS miembros de A.A., y cientos de miles como ellos, se han ahorrado años de infinitos sufrimientos. Lo resumen más o menos así: «No esperamos a tocar fondo porque, gracias a Dios, podíamos ver el fondo. De hecho el fondo subió y nos tocó a nosotros. Esto nos convenció de acudir a Alcohólicos Anónimos».

(1)
 
DEL AMOR AL ODIO Y DE A.A. AL AMOR

Asistía a las reuniones esperando la llegada de su esposo que nunca llegó, pero con el tiempo, en compañía de los A.A., al escuchar sus historias personales, se dio cuenta de que ella también estaba afligida de la enfermedad del alcoholismo.

V
IVÍA y trabajaba en un pueblo chico lleno de árboles de naranja. Durante siete años desde que llegué aquí me había dedicado a trabajar en la agricultura. Mi esposo y yo éramos una familia feliz. Tres de mis hijos no eran de él, pero los amaba como si lo fueran. En 1991 hubo una tremenda helada que acabó con todos los árboles frutales del pueblo y el área fue declarada zona de desastre por el gobierno. Todo el pueblo se quedó sin trabajo. Teníamos mucho tiempo para quedarnos en casa y convivir más. Entonces me di cuenta de que el alcoholismo de mi esposo estaba bastante avanzado; lo veía tomar por la mañana, dormía y se levantaba sólo para volverse a emborrachar. Eso me provocaba rabia, impotencia y frustración; y aunque yo sabía que fui yo quien le invitó a la primera borrachera, no lo había reconocido, y eso nos fue alejando poco a poco. Habíamos sido felices ocho años y yo creía que tenía el matrimonio perfecto.

Este último año estaba pasando lo peor de mi vida. No sólo había perdido mi trabajo, sino que estaba perdiendo lo que más había amado en mi vida. Él era todo para mí y, día tras día, se me estaba hundiendo cada vez más en el pantano del alcohol. Aunque estábamos cerca todo el día, lo sentía ausente. Dejamos de comunicarnos. Ya no había besos. Dejamos de compartir nuestra cama y yo me sentía cada día más sola y triste. Y también tomaba, pero podía controlar mis tragos. Al menos eso pensaba entonces: que el problema era de él y no mío. Desde diciembre de 1990 hasta octubre del 91 lo pasamos entre insultos y pleitos. Se cruzó una mujer en el camino y vino la infidelidad, lo cual me hizo tocar fondo. Sentí que me habían quitado parte de mi vida. Sin él no podía vivir. Me habían mutilado. Mi dolor era muy grande porque él se había llevado a la otra mujer en una de sus borracheras. Ahora era yo la que tomaba a diario y a solas. Quería morirme. No podía soportar mi dolor y mi tristeza. No me importaba que mis hijos me vieran consumirme; ni los escuchaba. Varias veces tuvieron que romper la ventana de mi cuarto para saber cómo estaba, pues yo me encerraba a tomar y llorar. Mi hijo más pequeño un día me dijo: «Mami, no te dejes morir que yo te necesito». Pero yo sólo pensaba en mi esposo y su traición. El dolor y el odio me estaban consumiendo. Cada día pensaba en él; no podía dormir. El techo de mi cuarto se convertía en una pantalla de cine y los imaginaba de la peor manera. Todo era horrible. Hubiera querido estar loca y en un manicomio y que cuando saliera, me dijeran que todo era una pesadilla: «Aquí no ha pasado nada». Pero todo era realidad; cada noche buscaba sus brazos para dormir en ellos y no estaban. Y más odiaba y más tomaba. Los problemas económicos no se hicieron esperar y no pude pagar la casa ni el carro. Me tuve que declarar en bancarrota. Tenía que vender la casa, y rápido. La casa era grande sin él. Todo me recordaba lo feliz que ahí había sido y ahora no tenía nada. Con el pretexto de vender la casa, lo busqué, pues yo sabía dónde estaba. Ya no vivía con la otra pues sólo se la llevó en esa borrachera que acabó con mi vida, y la de mi hermano, porque esa mujer era la esposa de mi hermano, a la cual yo había recibido en mi casa dos años antes, cuando todo era maravilloso entre nosotros. Ahora yo culpaba a mi hermano de tener una cualquiera como mujer y él me culpaba a mí por tener un marido que no lo respetó a él y, después de estar tan unidos como familia, todo se había acabado. Perdí mucho peso por no comer y tomar tanto. Mi odio no tenía límite y empecé a planear mi venganza. Quería matarlo pero lo amaba. Mis emociones me estaban volviendo loca. Amaba y odiaba. Un día cuando salí del baño, pasé frente al espejo y no me gustó lo que vi: una mujer flaca y demacrada que no era ni la sombra de lo que yo había sido. Ese día decidí no volver a tomar. Hablé con mi esposo por teléfono para que viniera a firmar la venta de la casa. No se negó y aceptó venir. Fui por él al aeropuerto. Cuando lo volví a ver, después de tres meses, se me olvidó todo. Yo sólo quería estar con él, pero venía borracho y traía una botella de mezcal. Caminamos sin hablar y estaba tan tembloroso que la botella se le cayó al suelo, y a mí me dio gusto; pero él se enojó tanto que empezamos a pelear. Así llegamos a la casa después de ocho horas. En casa lloramos, nos pedimos perdón, hablamos con mis hijos y ellos dijeron: «Pues, si se aman tanto, dense otra oportunidad; nosotros no nos oponemos». Así empezamos a vivir; pero todo fue diferente: siempre callados, con el ceño arrugado, peleas continuas y reclamos. Pasaron treinta días. Un día llegó mi hermano lleno de dolor y lo agarró a golpes; por poco no lo mata. Días después mi esposo me dijo: «Te tengo una sorpresa para demostrarte que quiero cambiar». Esa noche no podía dormir; se la pasó dando vueltas de un lado a otro y diciendo: «No puedo entender por qué he hecho tanto daño. No tengo perdón, pero quiero cambiar. Ya no quiero tomar». Pero temblaba por falta de alcohol. Así amaneció y llegó una noche de marzo del 92 y me dijo: «Acompáñame. Necesito que estés conmigo». Salimos sin saber adónde íbamos. Llegamos a una sala de A.A. Bendita noche y bendito grupo. Cuando el coordinador preguntó: «¿Hay algún nuevo entre nosotros?», mi esposo se paró frente a todos y dijo: «Quiero que me ayuden a dejar de tomar, porque no puedo dejar de hacerlo». Yo estaba viendo a todos esos hombres que fumaban, y cuadros que colgaban de la pared, y no entendía nada. Un hombre corpulento se paró y subió a la tribuna para dar información. Vi que estaba lleno de tatuajes, y empezó a relatar su experiencia. Pensé: «Y éstos, ¿en qué nos van a ayudar si están peor que nosotros?» Aunque yo estaba como ida pude ver que pasaron varios y que le dijeron: «Quédate con nosotros». Acabó la junta y varios de ellos nos rodearon y amablemente me dijeron: «Señora, siga apoyándolo». Sentí que ellos podrían ayudarnos, pero cuando llegamos a casa, mi esposo volvió a tomar. No podía vivir sin el alcohol. Y yo volví a la carga con mis reclamos; le decía que era un hipócrita que no deseaba dejar de tomar. Así pasó una semana. Seguíamos yendo al grupo con peleas e insultos. Un día manejando empezó la pelea y le arrebaté el volante y forcejeamos; quería estrellarnos y matarnos. Estaba totalmente loca de rabia y dolor. Al no conseguir mi propósito tuve una crisis de llanto, y lloramos los dos y nos dijimos cuánto nos amábamos, pero que no podíamos vivir juntos porque nos estábamos haciendo mucho daño. Acordamos que él se fuera de la casa cuando yo no lo viera, porque si lo veía no lo dejaría partir. Para mí era mi otra mitad.

Pasó otra semana. Una tarde, cuando llegó a casa después del trabajo, yo estaba enojada como siempre y le dije que me acompañara a la tienda a comprar la comida para la semana. Él aceptó y me metí a bañar. Cuando salí no estaba. Corrí como loca a buscarlo. Me acordé de lo convenido y fui al parqueo. El carro no estaba, y supe en ese momento que se había ido. Teníamos el dinero que habíamos ganado de la casa y fui a contarlo. Sólo se había llevado cien dólares. Fui a buscarlo a la estación del bus más cercana, y no estaba. Lloré mucho pero me sentí aliviada. Sabía que había hecho lo correcto. Tuve muchas ganas de tomar pero no lo hice. Me acordé de aquel grupo de hombres que decían: «Pase lo que pase, no tomamos». El carro que se había llevado apareció tres días después en una huerta de naranjos y la policía me avisó. Seguí yendo al grupo con la ilusión de que algún día él regresaría y me encontraría allí. Pensé: «Aquí me va a encontrar».

A.A. no era para él. Nunca llegó, y yo me quedé noche tras noche esperándolo.

Empecé a abordar la tribuna para contarles mi dolor, mi odio y mis tristezas. Todos me escuchaban muy atentos; eso me gustó. Alguien me ponía atención y no me juzgaban, sólo me decían: «Siga viniendo». Después de seis meses y tanto escuchar, me di cuenta de que yo también tenía el problema del alcoholismo. Me habían hecho recordar todo lo que yo había pasado y no quería aceptarlo. Había hecho eso y más que él, así que un día, no supe cuándo ni cómo, me paré en la tribuna y dije: «Soy María y soy alcohólica». Todos me aplaudieron y me dijeron: «Sólo faltaba que tú lo dijeras». Cuando acepté mi condición alcohólica empecé con mi Primer Paso y, con la ayuda de un buen compañero, comencé a practicarlo. Después me decía: «Ora mucho por él, para que puedas perdonarlo». Yo creí que estaba loco: ¿Cómo iba a pedirle a Dios por alguien que me había hecho tanto daño? Y mi compañero me volvía a decir: «¿Quieres estar bien?» «Claro», le contestaba. «Entonces sigue orando por él». Pasé por muchas cosas: en mi familia, cada uno se fue por su lado; mis hijos dejaron la escuela. Cuando me di cuenta, estaban metidos en la droga y el alcohol; pero ya no estaba sola. En el grupo encontré muchos esposos, padres e hijos que con sus experiencias me hicieron saber lo buena que era mi vida. Me devolvieron el deseo de vivir, de ser buena madre, esposa y hermana. El programa de A.A. entró en mi corazón. Me enamoré del programa. Del odio vino el amor. Me enseñaron a tener fe, esperanza y a perdonar, y que las promesas se cumplen, a veces pronto y otras lentamente, pero se cumplen. Nunca más volví a recordarlo con odio. Siempre guardé lo mejor que vivimos y empecé a vivir feliz y disfrutar lo que ahora tengo, pues aprendí a vivir sólo por 24 horas. Jamás pensé en la posibilidad de verlo algún día y mucho menos de estar juntos. Después de ocho años, me divorcié en su ausencia y así quedé libre otra vez. Y todo lo puse en manos de Dios.

Como nos indica el Tercer Paso, solo Él sabe sus planes para mí. Mis dos primeros hijos, después de estar yo diez años en el programa, llegaron a un programa hermano. Hoy disfruto de ellos y mis nietos cada día y podemos hablar como compañeros al mismo tiempo. Pero la vida da vueltas como la ruleta. Pasaron dos años: mis hijos en su grupo, y la calma en nuestro hogar. Después de no saber nada de mi ex marido —habían pasado ya catorce años desde la separación y siete desde el divorcio— un día recibí una llamada por teléfono y era mi ex, pidiéndome perdón y diciéndome que nunca me había dejado de amar ni me había olvidado, y que estaba solo y esperando un milagro; y, si yo lo perdonaba, que quería casarse conmigo otra vez. Yo hacía mucho que lo había perdonado y también seguía estando en mi corazón, pero jamás pensé que él siguiera solo y que pensara en mí. Continuamos con la comunicación por teléfono y quedamos en vernos en mis próximas vacaciones. Yo quería saber cómo iba yo a reaccionar después de tanto tiempo sin verlo. Ya no había odio en mi corazón, pero no sabía qué sentiría cuando lo tuviera cara a cara. No pude esperar mucho tiempo; al cabo de tres meses nos encontramos. Vi a un hombre lleno de canas y físicamente mal. El alcohol había acabado con su hígado y el cigarro con sus pulmones, pero su corazón era el mismo. Todo fue sin emoción. Con mucha madurez hablamos, nos pedimos perdón y otra vez lloramos, como en la última pelea, pero ahora sin odio y con mucho amor. Le platiqué que soy alcohólica anónima, que gracias a este programa lo perdoné y que gracias a él yo me quedé en el grupo, y conservé mi amor por él. Gracias a ese compañero que me enseñó a orar y perdonar, yo acepté ser su novia como hace veintidós años, cuando lo conocí. Ahora yo tengo 53 años y él 49, y tenemos planes de casarnos por segunda vez. Él no está en A.A. pero dejó de tomar hace once años. Hay muchos obstáculos por salvar por parte de mi familia, por todo el pasado, pero si es la voluntad de Dios, Él pondrá los medios como siempre.

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