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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Policíaco, #Thriller

El frente (6 page)

Lamont sale de repente por la puerta de atrás del palacio de justicia a toda prisa con el maletín, las llaves en la mano y el auricular inalámbrico, que emite un destello azul intermitente mientras habla por el móvil. No alcanza a oír lo que dice, pero salta a la vista que discute con alguien. Se sube en el Mercedes y pasa por su lado a toda velocidad sin reparar en él: no hay razón para que reconozca el coche de Nana. A Win le sobreviene una sensación curiosa y decide seguirla. Guarda varios vehículos de distancia con respecto al suyo en la calle Broad, luego por Memorial Drive a lo largo de la ribera del río Charles, de regreso hacia Harvard Square. En la calle Brattle, ella aparca el Mercedes en el sendero de entrada de una mansión victoriana de unos seis u ocho millones de dólares, calcula Win, teniendo en cuenta la ubicación y las dimensiones de la finca. No hay luces encendidas, parece deshabitada y falta de mantenimiento adecuado salvo por el césped segado.

Win rodea la manzana y aparca un par de calles más allá, coge una pequeña linterna que siempre guarda en la guantera de Nana. Vuelve a la casa al trote y repara en que la hierba y parte de los arbustos están húmedos. El sistema de riego debía de estar encendido hace poco. Una ventana con cortina se ilumina levemente, un resplandor apenas discernible, oscilante. Una vela. Win avanza en silencio y a resguardo de la oscuridad, y se queda inmóvil al oír que una de las puertas del fondo se abre y luego se cierra. Tal vez ella, tal vez otra persona. No está sola. Silencio. Win aguarda, se plantea irrumpir en la casa para asegurarse de que Lamont está bien, le sobreviene una desagradable sensación de
déjà vu
. El año pasado. La puerta entornada, la lata de gasolina entre los arbustos, y luego lo que descubrió en la planta superior. Lamont habría muerto. Hay quien dice que lo que le ocurrió fue peor que la muerte.

Sigue esperando. La casa está oscura, y no brota de ella el menor sonido. Transcurre una hora. Justo cuando está a punto de hacer algo, oye que se cierra la puerta trasera, luego pasos. Se agazapa tras un seto alto, observa cómo una silueta oscura se transforma en Lamont conforme camina hacia su coche, llevando algo. Abre la puerta del acompañante y la luz interior se ilumina. Parece que se trata de ropa de cama doblada de cualquier manera. La lanza sobre el asiento. Win la ve arrancar, sin el menor indicio de la persona con la que ha estado en el interior de la casa, sea quien sea. Se le pasan por la cabeza ideas de lo más extrañas. Anda implicada en algo ilegal. Drogas. Crimen organizado. Sus recientes excursiones para ir de compras: igual está recibiendo dinero sucio. El nuevo destino de Win tal vez tenga que ver con algo más grave que otra de sus farsas políticas. Igual hay alguna razón para que no lo quiera en la oficina, para que no lo quiera cerca de ella.

Se queda un poco más en su escondite, luego empieza a explorar el perímetro de la casa, su linterna emite un haz luminoso que barre los desperfectos en la fachada lateral donde las tuberías parecen haber sido arrancadas por la fuerza, y la línea del tejado, con más desperfectos, los canalones también arrancados. El cobre ofrece una reluciente pátina verde, lo que indica que las tuberías y los canalones que faltan podrían ser de viejo cobre herrumbroso. Por una ventana junto a la puerta trasera, alcanza a ver el panel de la alarma antirrobos: luz verde, no está activada. Se sirve de la linterna para quebrar a golpecitos uno de los vidrios, introduce la mano con cuidado de no cortarse y abre la puerta. Estudia el panel de alarma, obsoleto, desactivado, cuya luz verde indica que únicamente está conectado a la red eléctrica. La casa huele a cerrado, la cocina está manga por hombro, los electrodomésticos arrancados, pedazos de tuberías de cobre deslustrado dispersos por el suelo.

Con el haz de luz abriéndose paso por el polvoriento entarimado de madera noble, camina en dirección a la estancia donde está casi seguro de que ha estado Lamont poco antes. Hay huellas de pies por todas partes, algunas notablemente visibles, tal vez de gente que ha pisado la hierba húmeda antes de entrar en la casa. Se acuclilla, observa más de cerca las huellas que no indican una trayectoria determinada, la conocida impresión en forma de lágrima dejada por los tacones: Prada o una imitación. Por un instante confuso, se pregunta si los ha dejado él mismo. No es posible. Para empezar, aún lleva puestas las botas de motorista. Recuerda con asombro que se había olvidado de los zapatos Prada, se los dejó en la bolsa del gimnasio, que ahora, según Nana, ha sido robada.

Hay otras huellas de calzado, el tamaño es similar pero indican una manera de andar diferente, tal vez calzado deportivo, botas para caminar por el campo, quizá dejadas por diferentes personas. O igual es que las mismas dos personas han estado aquí en múltiples ocasiones, evidentemente con distinto calzado. Se sirve de la linterna para iluminarlas de cerca a ras de suelo, las fotografía con su iPhone desde tres perspectivas diferentes, utilizando como escala un proyectil de nueve milímetros de su pistola. Calcula que el número de los zapatos Prada o similar es un cuarenta y cinco, tal vez cuarenta y seis, más o menos el suyo. Sigue rastreando un poco más, hace brillar el haz de luz sobre lámparas ornamentadas, molduras en relieve, cornisas y adornos de escayola, probablemente de la construcción original de la casa. Encuentra la habitación que está buscando, seguramente un salón en el pasado lejano.

Hay huellas por todas partes, algunas en apariencia iguales a las de otras áreas de la casa, y en medio del suelo hay un colchón sin sábanas. Al lado se ve una gruesa vela, la cera en torno a la mecha cálida y fundida, y una botella de vino tinto sin abrir, un pinot noir Wolf Hill de 2002, el mismo pinot, incluso la misma cosecha que le ha dado Stump horas antes cuando ha estado hablando con ella en Pittinelli's. El mismo pinot, la misma cosecha, de la botella que se ha dejado accidentalmente en la bolsa del gimnasio junto con los zapatos Prada.

Saca más fotos, vuelve a la cocina y se fija en algo en una encimera que le resulta peculiar. El envoltorio de cartón y plástico de una cámara desechable, una Solo H
2
O con flash. Tal vez algún investigador de una aseguradora fotografiando los desperfectos de la casa, aunque utilizar una cámara desechable es más bien poco profesional. Abre armarios, hurga, encuentra un viejo puchero, dos cacerolas de aluminio. Con cuidado de no tocarlas más de lo necesario, coloca la botella de vino en el puchero, la vela en una cacerola y el envoltorio de la cámara desechable en la otra. Barre la estancia una vez más con el haz de luz y ve que una de las ventanas no está cerrada, repara en que hay huellas en el polvo a ambos lados del cristal. Más fotografías sirviéndose de la linterna para iluminar de cerca, pero no ve indicios de huellas dactilares, sólo borrones. Han hecho caer cantidad de virutas de pintura desconchada del alféizar y la parte externa del bastidor. Podría haberlo hecho alguien al abrir la ventana desde fuera y tal vez entrar por ella.

Stump suena distraída cuando contesta al teléfono. AI caer en la cuenta de que es él, parece desconcertada.

—Creía haberte dejado claro que eso es asunto tuyo —le espeta en tono autoritario, como si fuera a detenerlo.

—El pinot Wolf Hill de 2002 —dice Win.

—¿Me llamas a estas horas para decirme lo que te parece el vino?

—Has dicho que acababas de recibirlo. ¿Lo ha comprado alguien? ¿Lo vende alguna otra tienda por aquí?

—¿Por qué?

Su tono es distinto, como si no estuviera sola. Salta una alarma en el interior de Win: cuidado con lo que dices.

—Estoy tanteando precios. —Piensa con rapidez—. Lo he descorchado nada más llegar a casa. Asombroso. He pensado que voy a comprar una caja.

—Eres un caradura, ¿sabes?

—Resulta que estaba aquí tan tranquilo y he pensado que igual deberías catarlo conmigo —dice—. En mi casa. Preparo una chuleta de ternera estupenda.

—No me va nada eso de comer ternerillas —responde ella—. Y no tengo el menor interés en cenar contigo.

Capítulo
4

El Buick de Nana se estremece y carraspea al ponerse en marcha el motor, y la puerta del conductor chirría como un pájaro prehistórico.

Win se mete la llave en el bolsillo y se pregunta cómo es que Farouk, el casero, está sentado en la escalera de atrás, encendiéndose un pitillo. ¿Desde cuándo fuma? Y además está quebrantando sus propias reglas: nada de fumar, nada de encender fósforos ni parrillas, no se permite ni una mera chispa en las dependencias de su edificio de apartamentos de ladrillo del siglo XIX, antaño una escuela, impecablemente conservado y alquilado a gente que se lo puede permitir. O, en el caso de Win, a alguien que se lo gana. Es más de medianoche.

—O has cogido un hábito de lo más desagradable u ocurre algo —le dice Win.

—Una
jamba
fea y bajita te estaba buscando —le informa Farouk sentado sobre un trapo, probablemente para no mancharse el traje blanco que tan mal le queda.

—¿Ha dicho que era «mi jamba»? —pregunta Win—. ¿O se lo estás llamando tú?

—Lo ha dicho ella, no yo. No sé qué es.

—Argot pandillero, tía, novia —le explica Win.

—¡Ves! ¡Ya sabía yo que era una pandillera! ¡Lo sabía! ¡Por eso estoy tan cabreado! No quiero gente así, me esfuerzo mucho porque las cosas vayan bien. —Con su acusado acento—. ¡Si esas gentes que ves en tu trabajo vienen por aquí, voy a tener que pedirte que te mudes! ¡Mis inquilinos empezarán a quejarse y perderé los contratos de arrendamiento!

—Tranquilo, Farouk…

—¡No! ¡Te dejo alojarte aquí a un precio increíblemente bueno para que me protejas de la gente chunga, y luego resulta que vienen por aquí esos mismos que deberías mantener alejados! —Señala a Win con el dedo—. ¡Más vale que no la haya visto nadie más que yo! Estoy muy cabreado. Si viene por aquí gente así y me dejas en la estacada, tendrás que largarte.

—Qué aspecto tenía, y dime exactamente qué ha ocurrido. —Win toma asiento a su lado.

—Vengo a casa de cenar y esa chica blanca aparece salida de la nada como un fantasma…

—¿Dónde? ¿Aquí en la parte de atrás? ¿Estabas aquí fumando cuando ha aparecido?

—Me he enfadado mucho, así que he ido ahí enfrente para ver a José, tomarme una cerveza y ver si él sabía algo acerca de la jamba, si la había visto alguna vez, y me ha dicho que no. Así que me ha dado un par de cigarrillos. Sólo fumo cuando ando muy estresado, ya sabes. No quiero que tengas que mudarte, ya sabes.

Win lo intenta de nuevo.

—¿Qué hora era cuando ha venido, y dónde estabas? ¿En tu apartamento?

—Acababa de volver de cenar, así que supongo que quizá las nueve, y ya sabes que siempre entro por aquí atrás, y cuando subía por estas mismas escaleras, ahí estaba, como el fantasma de una película. Como si estuviera esperando. No la había visto nunca y no tengo ni idea. Va y me dice: «¿Dónde está el policía?», y yo le digo: «¿Qué policía?» Entonces ella responde: «Jerónimo».

—¿Eso ha dicho? —Poca gente sabe su apodo, mayormente polis.

—Te lo juro.

—Descríbela.

—No se ve mucho, ya sabes. Debería poner luces. Llevaba un gorro, pantalones anchos y baja. Delgaducha.

—¿Qué te hace pensar que puede tener relación con pandilleros? Aparte de que te haya explicado yo qué es una «jamba».

—Su manera de hablar, como una negra, a pesar de que era blanca. Y hablaba de muy mala manera, en plan callejero, ha dicho un montón de tacos. —Le repite unos cuantos—. Y cuando le he dicho que no conocía a ningún policía que se llame Jerónimo, porque siempre te protejo, me ha soltado unas cuantas maldiciones y ha dicho que sabe que vives aquí, y me ha dado esto. —Saca un sobre del bolsillo de la chaqueta.

—¿Cuántas veces tengo que decirte que no toques las cosas si son sospechosas? —le recuerda Win—. Por eso tuve que tomarte las huellas hace un par de años, ¿te acuerdas? Porque tocaste algo que me dejó otro pirado.

—Yo no soy uno de esos
sexys
de la tele.

A Farouk no le entran los acrónimos. Cree que CSI se pronuncia «sexy». Está convencido de que ADN es «A&D», y que tiene que ver con los tests para el consumo de alcohol y drogas.

—Se pueden obtener huellas y otras pruebas del papel —le advierte Win, a sabiendas de que no servirá de nada. Farouk no se acuerda nunca, le trae sin cuidado.

Desde luego no es la primera vez que alguien le lleva un mensaje no solicitado al edificio o se presenta sin invitación. El inconveniente de que Win lleve viviendo allí tanto tiempo es que le resulta imposible mantener su dirección en secreto. Pero, por lo general, las visitas inesperadas no suponen una amenaza. Una mujer que ha conocido en alguna parte. De vez en cuando, alguien que ha leído algo sobre un caso, ha visto algo, sabe algo, y pregunta por ahí hasta obtener la dirección de Win. Más a menudo, algún alma paranoica que quiere protección policial. La gente le deja notas, desde luego, hasta supuestas pruebas, pero Win no había visto nunca a Farouk tan preocupado.

Coge el sobre sirviéndose de las yemas de los dedos para sostenerlo por dos esquinas, regresa al coche de Nana y se las arregla para recoger las pruebas y llevarlas sin que se le caiga nada. Farouk fuma y lo observa.

—Si vuelves a verla, llámame de inmediato. —Le dice Win—. Si viene en mi busca algún pirado, no vayas a pedir pitillos y te quedes aquí fuera en la oscuridad durante horas, a la espera de que aparezca yo.

—No quiero pandilleros. No me hace ninguna falta que haya drogas y tiroteos por aquí —exclama Farouk.

* * *

El edificio no tiene ascensor, no había tal cosa en los tiempos Victorianos de lectura, escritura y aritmética. Win sube cargado con el puchero y las cacerolas los tres tramos de escaleras hasta su apartamento: dos antiguas aulas que fueron conectadas durante la renovación. Se añadieron una cocina, un cuarto de baño y un aparato de aire acondicionado en una de las ventanas. Puesto que ya vivía allí durante la reconstrucción, ayudó a supervisar y tener vigilado el lugar, e hizo prevalecer su opinión en una serie de cosas, como mantener los suelos de abeto originales, el revestimiento de la pared, los techos abovedados, incluso las pizarras, que utiliza para anotar listas de la compra y otros recados que tiene que hacer, así como números de teléfono y citas. Deja las pruebas encima de la mesa, cierra la pesada puerta de roble, echa la llave, pasa el pestillo, echa un vistazo en derredor tal como hace siempre para asegurarse de que nada está fuera de lugar, y el ánimo se le hunde aún más.

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