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Authors: Patricia Cornwell

Tags: #Policíaco, #Thriller

El frente (15 page)

Stump le hace tomar asiento a su lado en el sofá y le obliga a llevar la mano hasta la parte inferior de su pierna, que al golpear la prótesis provoca un sonido hueco.

—No hagas eso —le advierte Win, casi encima de ella; la luz de la vela hace oscilar suavemente la oscuridad—. No lo hagas —le dice, y se incorpora.

—La noche que estuvimos en Sacco's. Se bebió al menos una botella de vino ella sola, empezó a hablar de su padre, un aristócrata, rico, un abogado de renombre internacional, y de cómo ella no tenía la menor importancia para él y cuánto se temía que eso la había afectado profundamente, le hacía incurrir en comportamientos que no llegaba a explicarse y de los que luego se arrepentía. Bueno, había un tipo, y él la había estado mirando fijamente, venga flirtear con ella toda la noche. Acabó llevándoselo a mi casa, y se lo montaron en mi propio dormitorio. A mí me tocó dormir en el sofá.

Silencio. Win empieza a frotarse la nuca.

—Era un perdedor, un pringado estúpido, bruto e ignorante, y, fíjate por dónde, un criminal condenado al que ella envió a la cárcel pocos años atrás. Como es natural, ella no lo recordaba. Con toda la gente que pasa por su sala, tantos malditos casos de los que no recuerda las caras, los nombres… Pero él sí la recordaba, razón por la que había empezado a tirarle los tejos en el bar, ya para empezar.

—Cometió una estupidez —dice Win en voz queda—. Y tú fuiste testigo de ella. ¿Tanta importancia tiene eso?

—Era para vengarse, para joderla a base de bien, como dijo el tipo aquel, para joderla mucho más de lo que ella lo había jodido, eso gritaba aquella mañana cuando salió por la puerta de mi casa. Entonces, ¿qué hace Lamont? Recupera su caso, hurga un poquillo y averigua que se ha saltado la libertad condicional. Vuelven a enchironarlo para seis meses, un año, no lo recuerdo. Un día, él y un par de sus amigos paletos me ven echando gasolina en la Harley en una estación Mobil en la Ruta Dos, me siguen y él empieza a vociferar por la ventanilla, venga gritar, asegurándose de que le viera la cara justo antes de hacer que me empotrase contra el quitamiedos.

Win la atrae hacia sí y apoya la barbilla sobre su coronilla.

—¿Lo sabe ella? —le pregunta.

—Ah, claro. Pero ya no podemos hacer nada al respecto, ¿verdad? O saldría a la luz ante los tribunales cómo conocí al tipo ese. Cómo pensé que era más seguro dejar que los dos se acostaran en mi dormitorio en vez de dejarla desaparecer con un gilipollas al que acababa de conocer en un bar. Cómo, al tratarla igual que a una amiga, en otras palabras, acabé perdiendo una pierna.

Win se la toca, la sigue con la yema del dedo, por encima de la rodilla, apoya la mano en su muslo y dice:

—No tiene nada que ver con el sexo, no tal como lo dabas a entender tú. Esa parte de ti no podría destruirla Lamont por mucho que lo intentara.

* * *

El patólogo que llevó a cabo la autopsia de Janie Brolin vive en una angosta ensenada del río Sudbury, en una casita extraña ubicada en una curiosa propiedad tan plagada de malas hierbas como la de Nana.

Al patio en la parte de atrás le faltan ladrillos, y está cubierto casi por completo de hiedra. Hay una vieja canoa de madera varada en un jardín salpicado de narcisos de tono amarillo intenso, violetas y pensamientos. Win, que no había anunciado su llegada, llama al timbre, y ya comienza el día con el pie izquierdo debido a las buenas noticias del laboratorio. Tracy ha encontrado huellas.

Su idea de probar con Luminol ha dado resultado en un sentido: ha aflorado una huella latente en el envoltorio de la cámara desechable que encontró en la mansión victoriana, lo que significa que quien tocó el cartón tenía residuos de cobre al menos en uno de sus dedos. Tanto el cobre como la sangre se tornan fluorescentes al ser rociados con Luminol, un problema bastante habitual en el escenario del crimen que, en este caso, le ha resultado útil a Win. Por desgracia, la huella con residuos de cobre no casa con ninguna de las almacenadas en la base de datos dactiloscópica AFIS. Por lo que respecta a otras huellas, las de la botella de vino remiten a Stump y a Win, y en lo tocante a Farouk, dejó varias parciales en el sobre que tocó. La lata de Fresca y la nota de Raggedy Ann tienen huellas que concuerdan entre sí, pero tampoco casan con ninguna de las que hay en el AFIS.

Stump mintió.

«No es momento de pensar en ello», se dice mientras llama otra vez al timbre del doctor Hunter.

«¿Cómo pudo mentirme?» En sus brazos, en su cama, a su lado hasta las cuatro de la madrugada. Win le hizo el amor a una mentira.

—¿Quién es?

Win se identifica como agente de la policía del estado.

—Acérquese a la ventana y demuéstrelo —dice una sonora voz a través de la puerta.

Win se desplaza hacia un costado del porche y acerca sus credenciales al cristal. Un anciano con una mini scooter de tres ruedas escudriña las credenciales y luego a Win. Parece satisfecho, regresa a la puerta y le deja pasar.

—Aunque esta zona es bastante segura, he visto más de la cuenta. No confiaría ni en una niña exploradora —asegura el doctor Hunter, que se dirige en su vehículo hacia un carcomido salón de madera de castaño con vistas al agua. Encima de una mesa hay un ordenador con
router
, montones de libros y documentos.

Se detiene delante de la chimenea y Win se sienta frente a ésta, mirando las fotografías en torno, muchas de ellas versiones más jóvenes del doctor Hunter con una atractiva mujer que Win imagina es su esposa. Numerosos momentos felices con la familia, los amigos, un artículo de periódico enmarcado con una fotografía en blanco y negro del doctor Hunter en un escenario del crimen y agentes de policía por todas partes.

—Tengo la sensación de que ya sé por qué ha venido —dice el doctor Hunter—. Ese antiguo caso de asesinato que de pronto está en las noticias, el de Janie Brolin.

He de confesar que no daba crédito cuando lo oí. ¿Por qué ahora? Aunque, naturalmente, nuestra querida fiscal de distrito local es famosa por sus…, digámoslo así, sorpresas.

—¿Alguna vez se le pasó por la cabeza entonces que pudiera haber sido obra del Estrangulador de Boston?

—Vaya tontería. ¿Mujeres violadas y estranguladas con su propia ropa, sus cadáveres exhibidos y todo lo demás? Una cosa es utilizar un pañuelo o las medias y atarlas con un lazo, y otra muy distinta usar el sujetador de la víctima, cosa que, a mi modo de ver, suele pasar cuando el asesino está agrediendo sexualmente a la víctima, le arranca la ropa y el sujetador es la ligadura más práctica y evidente porque está próxima al cuello. Yo añadiría que Janie no era el tipo de persona que deja entrar a cualquiera en su casa por cualquier razón, a menos que tuviera plena seguridad de quién era.

—Porque era ciega —supone Win.

—Yo no ando muy lejos de la ceguera. Degeneración macular —confiesa el doctor—. Pero puedo deducir muchas cosas a partir de la voz de una persona, más que antes. Cuando uno de los sentidos empeora, los demás se agudizan e intentan echarle una mano. Los periodistas eran más prudentes en mil novecientos sesenta y dos, o tal vez su familia no quiso hablar, o la prensa no tenía mayor interés. No lo sé, pero lo que no trascendió a los periódicos, según recuerdo, es que el padre de Janie Brolin era médico en el East End londinense, y no era ajeno al mundo del crimen, sino que se ocupaba de víctimas de delitos a menudo. Su madre trabajaba en una farmacia que había sido atracada un par de veces.

—De manera que Janie no era ninguna ingenua —dice Win.

—Una chica avispada, sabía manejarse en la calle, una de las razones por las que tuvo el coraje para irse un año al extranjero, sola, y venir a Watertown.

—Debido a Perkins. Era ciega y quería trabajar con ciegos.

—Eso se cree.

—¿Llegó a hablar con su familia?

—Con su padre, sólo una vez y muy brevemente. Como bien sabe usted, no todo el mundo quiere hablar con el patólogo. No pueden afrontar el papel que desempeñamos en todo el asunto, mayormente hacen la misma pregunta una y otra vez.

—Si su ser querido sufrió.

—Eso es —asiente el doctor Hunter—. Más o menos lo único que me preguntó su padre. Quería una copia del certificado de defunción, pero no el informe de la autopsia. Ni él ni su mujer se desplazaron hasta aquí. El cadáver fue devuelto a Londres junto con los escasos efectos personales que poseía. Pero no quiso saber los detalles.

—Extraño en el caso de un médico.

—Pero no en el de un padre.

—¿Qué le dijo cuando preguntó?

—Dije que sufrió. No mentí. No se puede mentir.

A Win le viene a la cabeza Stump.

—Le dices a alguien lo que quiere oír, que su ser querido no sufrió, y entonces, ¿qué ocurre si el caso va a juicio y el abogado defensor se entera de que dijiste tal cosa? —le advierte el doctor Hunter—. Si demuestra que mentiste, aunque fuera con la mejor intención, tu credibilidad quedaría en entredicho. Bueno, en cualquier caso, voy a darle lo que tengo. No es gran cosa.

Su silla emite un zumbido quedo de camino hacia el umbral.

—Desenterré todo lo que pude encontrar cuando oí que el asunto volvía a ser noticia. Supuse que alguien indagaría, y supuse bien. —En el pasillo—. Con el desbarajuste que tengo en los armarios, debajo de las camas… —Deja la frase en suspenso—. Unas cuantas cosas de aquellos tiempos, porque entonces sabíamos lo que nos hacíamos.

Aparca la scooter y sigue hablando con un pequeño archivador en el regazo.

—En primer lugar, en Harvard no estaban tan empeñados en tener un departamento de medicina legal, o aún lo tendrían. A algunos de los patólogos nos gustaba la parte relacionada con la investigación, nos encantaba hacer autopsias, ser médicos criminalistas, como nos llamaban algunos, pero nos aferrábamos a nuestros propios informes, a todo aquello que consideráramos importante o quisiéramos utilizar con fines docentes, plenamente conscientes de que cuando saliéramos por la puerta no quedaría nadie a quien le importase un comino nuestro legado. Por cierto. ¿La ha visto en YouTube?

Lamont, lo que lleva a Win a acordarse otra vez de Stump.

—Es increíble lo que hace la gente hoy en día —se maravilla el doctor Hunter—. Me alegro de no tener su edad. Estoy feliz de ir ya cuesta abajo. No hay gran cosa que me ilusione salvo las películas caseras hechas por desconocidos, y bueno… una de mis nietas en Irak. Y se supone que debería estar en una residencia para ancianos con muchos de mis amigos, o al menos con los que quedan. Llevaba en lista de espera cinco años y mi número salió hace poco. No me la puedo costear porque no consigo vender la casa. No hace mucho, la gente se peleaba por ella. —Indica el ordenador sobre su mesa con vistas al río—. Yo lo considero una ciberpandemia. Una vez se abren las esclusas…, bueno, ya sabe.

—Perdone…

—Me refiero a Monique Lamont. La segunda es peor que la primera. Conéctese. —Hace un gesto con la mano para indicar de nuevo el ordenador—. Me llegan alertas de Google de toda clase de asuntos: la fiscal de distrito, el crimen, el ayuntamiento, porque me gusta mantenerme al tanto de lo que ocurre en el condado de Middlesex, ya que, casualmente, vivo aquí.

Win se acerca al ordenador, se conecta a Internet y no le lleva mucho dar con el último vídeo que corre por la Red.

The Commodores cantan:
«Oh, es una mujer de armas tomar…
», mientras Lamont, tocada con un casco, otros funcionarios y obreros de la construcción inspeccionan toneladas de placas de hormigón desprendidas del techo en el interior de un túnel cerca del Aeropuerto Logan de Boston.

Luego una voz en
off
de o de sus antiguos anuncios electorales: «Llega al fondo del asunto, exige justicia», mientras Lamont se inclina e inspecciona una sección de revestimiento de acero retorcida, lo que hace que la falda ceñida se le levante hasta las nalgas.

El doctor Hunter dice:

—Evidentemente, de aquel desastre durante la construcción de una carretera el verano pasado, la Gran Excavación, cuando se vino abajo aquel túnel y aplastó un coche, matando a una pasajera. Nunca he sido partidario de Monique Lamont, pero ahora empiezo a compadecerme de ella. No está bien hacerle algo así a alguien, pero usted no ha venido por eso. Si yo supiera la respuesta al caso de Janie Brolin, se habría resuelto mientras trabajaba en él. Mi opinión es la misma que entonces: un homicidio doméstico escenificado de manera que pareciera un homicidio sexual.

—¿Escenificado por su novio, Lonnie Parris?

—Los habían oído discutir en otras ocasiones, si la memoria no me falla. Hubo vecinos que aseguraron haberlos visto tirarse los trastos. Así que esa mañana, tal vez viene a recogerla para ir a trabajar, se pelean, él la estrangula y luego lo escenifica para que dé la impresión de que lo hizo un depredador sexual. Huye del escenario y tiene la mala fortuna de tener uno de esos encontronazos de tipo vehicular, por así decirlo.

—Lo único que encontré sobre él era un artículo de prensa, no di con el expediente del caso. Supongo que lo tienen en Cambridge, ya que era uno de sus casos. ¿Hizo usted la autopsia?

—La hice. Traumatismo múltiple. Lo que cabría esperar si a uno le pasa por encima un coche.

—¿Por encima? ¿En contraposición a ser atropellado mientras uno está de pie?

—Bueno, le pasaron por encima, eso desde luego, más de una vez. Algunas de las heridas eran post mórtem, lo que me indicó que llevaba muerto en la carretera un rato, lo suficiente para que un par vehículos más le pasaran por encima antes de que por fin alguien notara una sacudida y decidiera que podía ser una buena idea bajarse a echar un vistazo. Era a altas horas de la madrugada, todavía a oscuras.

—¿Cabe la posibilidad de que ya estuviera muerto antes de que lo atropellaran?

—¿Se refiere a que lo prepararan todo de modo que pareciera un accidente? Es posible. Lo único que puedo decirle es que no lo acuchillaron ni le dispararon. Desde luego sufrió traumatismos masivos, sobre todo en la cabeza, mientras estaba vivo.

—Es que me parece interesante que llamara a la policía desde el apartamento de Janie después de que supuestamente entrara y se la encontrase asesinada —dice Win—. Luego desaparece antes de que se presente la policía. Y antes de que transcurran siquiera veinticuatro horas, está muerto en medio de una carretera. Y no debido a un atropello mientras estaba en pie, sino a que le pasaron por encima porque ya estaba tendido en la calzada.

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