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Authors: Esther Sanz

Tags: #Juvenil

El bosque de los corazones dormidos (17 page)

BOOK: El bosque de los corazones dormidos
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Me extrañó la forma en que usó la primera persona del plural. «¿Cuidaremos?» ¿Qué quería decir con eso?

—Hemos decidido que… —Mi tío vaciló un instante.

«¿Hemos?» ¿Qué estaba pasando ahí? ¿Desde cuándo mi tío, la misma persona que me había dicho que no le molestara si tenía problemas, tomaba decisiones que me afectaban con mi profesora?

—… que deberías regresar a Barcelona.

—¡No! —protesté—. Estoy bien aquí.

—Te equivocas, cariño —dijo Ángela—. No estás bien…

—Solo ha sido un accidente.

—Te fuiste de Barcelona al borde de la depresión. Pensé que el aire de la sierra te vendría bien para sanar heridas… —Me dirigió una mirada compasiva—. Pero es obvio que no ha sido así. Por Dios, Clara, ¡tienes diecisiete años! ¡Esto no es sano! Necesitas salir, estar con chicos de tu edad y no encerrada y aislada en el bosque, en un viejo caserón, como si fueras una ermitaña.

Aquellas palabras me hicieron pensar en mi ángel. Bajo ningún concepto estaba dispuesta a irme de la Dehesa y renunciar a verle. Quería estar allí. Necesitaba estar allí. La idea de volver a la ciudad se me hacía insoportable.

—Quiero quedarme.

—No puedes echar a perder el curso —argumentó mi tío.

—He seguido las clases online y he estudiado todos los días. Ángela lo sabe. —La miré buscando su apoyo—. No he fallado ni una semana y he cumplido con todas las tareas.

—Menos la última semana —dijo Ángela.

—Ha sido por el accidente —protesté—, pero te prometo que no volverá a pasar… Quiero quedarme —repetí una vez más.

—No te conviene —dijo Álvaro.

—¿Qué te hace pensar que sabes lo que me conviene? ¡No me conoces! No te has molestado en conocerme… Solo soy un estorbo para ti.

—Ya has oído a Ángela. Estar sola no es bueno para tu salud mental.

—¿Acaso tienes miedo de que enloquezca y me suicide como mi madre? —Me arrepentí de mis palabras nada más pronunciarlas.

Pero ya era tarde.

Se hizo un silencio incómodo.

En aquel momento, alguien llamó a la puerta.

Era Braulio.

Nada más verme, corrió a abrazarme. Le recibí con un abrazo frío. Estaba demasiado conmocionada por la discusión y, además, no se me olvidaba que había hecho de niñera conmigo a petición de mi tío.

—Estaba muy preocupado… Me llegaron noticias a Madrid de tu desaparición y cogí el primer tren.

Braulio estrechó con fuerza la mano de Álvaro y se presentó a Ángela con una sonrisa encantadora.

—Estábamos tratando de convencer a Clara para que regrese a Barcelona —dijo ella con voz conciliadora—. Ayúdanos a hacerle ver que este no es lugar para ella.

—¿Por qué no? Clara es feliz aquí… —contestó Braulio—. Yo me encargaré de que así sea.

Prólogo de los momentos felices

C
on Braulio de mi lado, ya no tuve que seguir hablando para convencer a mi tío y a Ángela de nada.

Él se encargó de todo.

Me sentí extraña mientras presenciaba en silencio aquella escena, en la que cada uno luchaba por convencer al otro sobre lo que más me convenía. Hablaban de mí como si no estuviera, o, peor aún, como si fuese incapaz de tomar mis propias decisiones. Lejos de indignarme, le dejé hacer a Braulio. Yo solo asentía de vez en cuando para apoyar sus argumentos.

Desde el primer asalto, tuve claro quién sería el vencedor.

Braulio les dijo que pese al lamentable accidente, yo era una persona distinta a la chica asustadiza que había aterrizado en la Dehesa semanas atrás. Según él, había aprendido a valerme por mí misma y a disfrutar de una vida campestre y sana. Rebatió el argumento de la soledad explicándoles lo mucho que la gente de Colmenar me apreciaba. Les habló de mi amistad con Berta, de mis compras semanales en el colmado del pueblo y de mis visitas a Rosa, su madre, con quien merendaba cada vez que bajaba a su casa a consultar mi correo y a descargar los apuntes de Ángela.

Oyéndole hablar, yo misma podía percibir esa mejoría de la que hablaba. Me gustó su forma de describir mi vida en la Dehesa. Me sentí como una Heidi adolescente, enamorada del viento de la sierra y de sus montañas.

—Clara ha ganado seguridad y autoestima… y razones que justifican que se levante cada día —dijo Braulio.

Sabía que exageraba, pero lo dijo con tanta vehemencia, que no pude evitar creerme sus palabras. Me pregunté si entre esas razones se incluía él mismo.

Pensé en Bosco, claro. Volver a perderme en su mirada cristalina y en sus labios perfectos justificaban no solo mi estancia allí, sino mi vida entera. Me imaginé paseando con él —esta vez con el pie curado— por los prados verdes de las inmediaciones de la cabaña del diablo.

—Además —continuó Braulio—, está haciendo un trabajo de botánica sobre la sierra de pinares increíble. Ahora que ha decidido qué estudios quiere seguir, hay que apoyarla. Tiene que estar aquí, al menos hasta que el bosque florezca en primavera. No se me ocurre mejor beca para una futura forestal.

—¿Forestal? —Ángela frunció el ceño al pronunciar la palabra.

Yo también lo hice, pero logré recomponer el gesto de tal forma que no apreciaran mi sorpresa.

—Pensé que eras más de letras, Clarita.

—Yo también —contesté poniendo todo mi empeño en sonar convincente—, hasta que vine a este lugar.

—Me gustará mucho ver ese trabajo… —Ángela sonrió dejando claro que los argumentos de Braulio la habían convencido.

Todas las miradas se centraron en Álvaro.

—Puedes quedarte de momento… —dijo con voz neutra—. Pero si vuelve a suceder algo que ponga en peligro tu vida, yo mismo te haré las maletas.

Después de aquello, mi tío y mi profesora se fueron de la Dehesa más o menos convencidos. Ángela me hizo prometerle que si me sentía sola o deprimida, reconsideraría su oferta para volver a Barcelona. Nos despedimos con prisas. Tenía clase al día siguiente y debía coger un tren esa misma noche. Álvaro se ofreció a llevarla a Soria.

—Marchaos tranquilos —se despidió Braulio—. Yo cuidaré de ella.

Contemplé desde la ventana cómo el Land Rover de mi tío se alejaba.

—¿Dónde te habías metido, Clara?

Corrí la cortina y miré a Braulio con una sonrisa.

Me sentía agradecida por su intervención con mi tío y no quería mentirle, pero tampoco podía explicarle la verdad. Hacerlo suponía traicionar a Bosco. Y eso era algo que no estaba dispuesta a hacer por nada del mundo.

Braulio estaba sentado a mi lado, en el sofá de mi torreón, junto al calor de la chimenea… Había compartido con él momentos agradables allí, ¿por qué estropearlo? En aquel instante, no necesitaba nada más para sentirme tranquila.

Opté por una evasiva.

—¿Qué importa eso ahora? Lo único que cuenta es que estoy aquí ¡y que puedo quedarme! Y es gracias a ti. ¡Menudo poder de convicción! ¿Cómo se te ha ocurrido lo de forestal? Ha sido una excusa genial. ¡Se lo han tragado! Me han entrado incluso ganas de hacer ese trabajo… —reí divertida.

Braulio ignoró mi entusiasmo.

—A mí sí me importa, Clara. ¿Dónde estabas? —Esta vez, su pregunta adquirió un tono exigente y severo.

—¿Por qué quieres saberlo? —murmuré confusa.

—¿Tienes idea de lo preocupado que he estado?

—Lo… lo siento —balbuceé—. Pero… no tenías por qué estarlo…

—¡Demasiado tarde!

El tono seco y elevado de su frase me desconcertó casi tanto como el brillo gélido de sus ojos.

—Vaya, voy a tener que preguntártelo una vez más… ¿Dónde has estado? —Apretó los dientes.

Nos miramos un instante antes de que mis labios repitieran la misma coartada que había expuesto minutos antes a mi tío. No entendía por qué Braulio estaba tan enfadado, pero quería acabar con aquello cuanto antes. Pensé que mi explicación zanjaría cualquier discusión…

No fue así.

—¿Me estás diciendo que te caíste en una trampa y que una pareja que recogía setas oyó tus gritos?

—Sí.

—Mientes.

Abrí la boca para protestar al tiempo que me levantaba del sofá. Me resultaba complicado defenderme con sus ojos escrutándome a tan poca distancia.

Braulio tiró de mi brazo obligándome a sentarme de nuevo. Y ya no me soltó.

—Las trampas para animales están prohibidas. Los cazadores furtivos las ponen monte muy adentro, lejos del alcance de excursionistas o recolectores de setas.

—Tal vez se despistaron como yo… —alegué, recordando que mi tío había llegado a esa misma conclusión.

—¡La gente de aquí no se despista! Conoce el bosque y sus límites. ¡Y no sale a buscar setas cuando ha oscurecido! ¿Cómo has dicho que se llaman?

La reacción de Braulio estaba empezando a asustarme. La presión hizo que dudara un instante.

—Juan y María. Pero ya te he dicho que no son de Duruelo. Solo se alojaban allí unos días para buscar setas…

El rostro de Braulio se tensó.

—¿Con quién has estado?

—Ya te lo he dicho…

—¿Por qué me mientes?

Parpadeé confusa.

—¡Venga, Clara! ¿Qué estás ocultando?

—¡Nada! Me estás haciendo daño… —dije mirando mi brazo, tratando de zafarme de su mano.

—Mira, niña, puede que hayas engañado a tu tío con esa historia de mierda, pero a mí no me la das… Será mejor que me cuentes la verdad o…

—¿O qué…? ¿Qué pasa, Braulio? ¿Por qué me hablas así? Pensé que éramos amigos. —Mi voz se quebró.

—Somos algo más que eso…

Ambos permanecimos en silencio un instante. Las preguntas de mi tío me parecían ahora inocentes comparadas con aquel brutal interrogatorio.

—¿Estás llorando?

Me froté las mejillas rápidamente con la mano para borrar el rastro de unas lágrimas traidoras. Me sentía confusa y asustada, pero no quería que él lo notara.

—Oh, Dios… Clara… Lo siento, lo siento. No quería asustarte… Pero es que… No te imaginas cuánto he sufrido pensando que podía haberte pasado algo.

Braulio tomó mi cara con sus manos y me besó en los ojos.

Me quedé inmóvil.

Después de su reacción violenta, me asustaba decir o hacer algo que pudiera alterarle.

Braulio se levantó un momento y sacó algo de su mochila. Era un paquetito envuelto con papel de seda verde y anudado con un lazo dorado. Lo extendió hacia mí con una sonrisa.

—Es tu regalo de cumpleaños.

Me rasqué la frente confundida. A pesar de su disculpa, se me hacía raro aceptar un obsequio después de su actuación cruel y fuera de lugar. Me sorprendió su facilidad para pasar de un tono duro y amenazador a esa voz dulce y complaciente. Me pregunté si tal vez sufría algún tipo de trastorno bipolar.

—Por favor… Ábrelo.

Lo desenvolví sin emoción, no solo porque conocía perfectamente su contenido, sino porque me sentía demasiado desconcertada como para ilusionarme con un regalo.

Era la libreta que me había prometido antes de irse a Madrid lanoche después de leerme el cuento de «El bosque de los corazones dormidos». En la portada, un angelito con alas de mariposa besaba a una niña sobre una nube de algodón.

—Gracias… —murmuré haciendo ademán de abrirlo.

—No la abras aún. Esta libreta es para que apuntes tus momentos de máxima felicidad. Me he permitido anotar los titulares de algunos de esos instantes… Léelo cuando estés sola.

Cuando Braulio se fue, hice un esfuerzo por sosegarme tomándome una infusión. El efecto sedante de aquellas hierbas solo consiguió que mi cuerpo se destensara un poco, pero no logró que mi mente se relajara y dejara de divagar. No podía entender su reacción exagerada. Siempre había sido atento y cariñoso conmigo. Tal vez incluso demasiado. Después de saber que mi tío le había pedido que cuidara de mí, podía comprender hasta cierto punto su exceso de control… Pero nunca se había comportado de forma agresiva.

Había estado desaparecida dos días, con la nevada, los lobos, y los peligros propios del monte, pero ¿justificaba eso su comportamiento? Me froté la muñeca, todavía dolorida por la fuerza de sus dedos, y recordé su mirada glacial, sus gritos… Y después, su disculpa, su forma de besarme en los ojos. Y su regalo.

Miré la libreta reposando en el sofá y la tomé entre las manos. No estaba segura de querer saber qué cosas había anotado en ella. Aun así, la abrí. Mis ojos se entretuvieron un momento en la leyenda, impresa tras la cubierta, referente a la imagen: «
El primer beso
, de Adolphe William Bouguereau».

Tras una hoja en blanco, había un texto escrito en tinta negra con una letra redondeada e infantil.

Querida Clara:

La otra noche, después de leer «El bosque de los corazones dormidos», prometiste anotarme en la primera página…

Me sentí tan afortunado de saberme protagonista de tus futuros instantes felices, que no he podido evitar redactar un prólogo con los primeros titulares.

Amor mío, esos momentos ya están escritos…

Solo esperan que tú y yo les demos forma para que puedan sumar en nuestro epitafio.

Braulio

Pasé la página con más temor que curiosidad. Una frase encabezaba aquella hoja. La leí al tiempo que se me formaba un nudo en el estómago.

«Prólogo de los momentos felices en la vida de Clara»

Cerré el cuaderno de golpe.

Después subí a mi habitación, me puse el pijama y me metí en la cama. Entre las mantas me sentí más valerosa para enfrentarme a aquellas líneas.

Prólogo de los momentos felices en la vida de Clara:

Primer beso apasionado con Braulio (duración aproximada: 15 minutos).

Cena romántica y paseo por el bosque con Braulio (duración aproximada: 5 horas).

Cita en la Dehesa y pérdida de la virginidad con Braulio (duración: toda la noche).

Solté el cuaderno aterrada y traté de recordar cada momento con Braulio. La última noche, antes de su partida, había habido algún acercamiento entre los dos, alguna insinuación… pero nada que pudiera hacerle pensar que yo estaba dispuesta a… ¿acostarme con él? ¡Ni siquiera recordaba haberle confesado que era virgen! Releí el último punto y sentí cómo un escalofrío recorría mi espalda.

Mis temerosos pensamientos vagaron después por otros sucesos vividos desde mi llegada a la Dehesa: las cosas movidas de sitio, las desapariciones, el asalto a la casa, las amenazas de muerte en los terroríficos e-mails… ¿Y si…? ¿Y si Braulio tenía algo que ver con todo eso?

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