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Authors: Esquilo

Los persas

 

Los persas es una tragedia de la Antigua Grecia escrita en el 472 a. C. por Esquilo. Está ambientada en la Batalla de Salamina, correspondiente a las Guerras Médicas. Es la obra teatral más antigua que se conserva. También destaca por ser la única tragedia griega basada en hechos contemporáneos.

Se produjo en 472 a. C. junto a otras tres obras, que no sobreviven, pero que probablemente se relacionaban también con las Guerras Médicas. La primera obra, Fineo, se dedicaba aparentemente a la figura mitológica Fineo, quien ayudó a Jasón y los Argonautas a pasar a Asia. Los persas era la segunda parte. La obra destaca especialmente al ser la única tragedia griega que se conserva que se basó en auténticos hechos históricos, básicamente, la Batalla de Salamina. Esa batalla tuvo lugar en el año 480 a. C., sólo ocho años antes de que se representara Los persas. Esquilo había participado en la batalla, y es muy probable que la mayor parte de su público ateniense también participase o se viera afectado directamente por ella. Glauco Potnieo, la tercera parte, parece haber tenido como tema la batalla de Platea de 479 a. C. La cuarta obra, un drama satírico, podía haberse referido a Prometeo.

Esquilo

Los persas

ePUB v1.0

Polifemo7
28.10.11

Traducción: José Alsina

Los persas

PERSONAJES DEL DRAMA

CORO DE ANCIANOS PERSAS

ATOSA, LA REINA MADRE

UN MENSAJERO

LA SOMBRA DE DARÍO, PADRE DE JERJES

JERJES, REY DE PERSIA

La acción se desarrolla en Susa. En escena una gradería porticada y la tumba de DARÍO.

(Van entrando lentamente en la orquéstra
los ancianos que forman el
CORO).

CORO. Estos son los fieles —y así se nos llama— de la hueste persa que a la tierra helena partió en son de guerra. Nos nombró guardianes del palacio, en oro y en tesoros rico, el rey de esta tierra, Jerjes, nuestro príncipe, hijo de Darío. Pensando en la vuelta del rey y del rico ejército nuestro, profeta de males se eriza en el pecho mi espíritu todo —que la fuerza entera, en Asia nacida, está ahora muy lejos, y a su dueño llama, sin que llegue nunca, correo o jinete a la tierra patria. Los muros de Susa y los de Ecbatana y el recinto cisio, un día, dejaron, unos a caballo, otros en bajeles, otros como infantes, formando una masa guerrera. Y, entre ellos, se encuentran Amistres, Artafrén y Astaspes, y el gran Megabates, capitanes persas, reyes y vasallos del Gran Rey, Custodios de la ingente hueste; con ellos, arqueros, marchan, y jinetes, de aspecto terrible, y en la lucha invictos por su gran coraje. También Artembares, que ama los corceles, Masistres e Imeo, excelente arquero, y, con Farandaces, Sostanes, que gusta de aguijar caballos. Otros ha enviado el fecundo Nilo: Susiscanes uno, y el hijo de Egipto, Pagastagón, otro; y el jefe de Menfis, la ciudad sagrada, Arasmes el Grande, y el que la vetusta Tebas señorea, Ariomardo, y quienes, barqueros insignes surcan los pantanos, en número enorme. Les sigue la hueste de los blandos lidios, y los que gobiernan sobre todo el pueblo que en el continente vive: Metrogates y Arcteo el valiente, reyes-capitanes, y la rica Sardes, opulenta en oro, envía a la lucha guerreros, en miles de carros de guerra, en sus batallones de dos y tres picas —horrendo espectáculo. También los vecinos del sagrado Tmolo imponer pretenden el yugo de esclavo sobre el país griego: Mardón y Taribis, yunques de la pica, y las flechas misias. Babel, igualmente, abundante en oro, de confusa masa manda contingentes en naves cargados. Detrás de Asia entera les sigue la masa de pueblos que blanden sus cortas espadas, del rey a las duras órdenes cediendo. Tal es, pues, la flor de los combatientes de la tierra persa, que partió a la lucha. Los crió del Asia el país entero y ahora de ardiente deseo aguijados los lloran esposas y padres, contando los días que pasan, y, al ir dilatándose, palpita su pecho.

ESTROFA 1.ª
Sin duda, ya ha pasado la destructora hueste de la armada real a la vecina tierra que está en la otra ribera, en balsa que ata el lino, el estrecho cruzando de Hele, hija de Atamante, tras echar sobre el cuello del ponto el yugo esclavo de innúmeras clavijas, para buscarse un paso.

ANTÍSTROFA 1.ª
Del Asia populosa el impetuoso jefe

su divino rebaño contra la tierra entera dirige, en doble ruta: por la de los infantes, y del mar confiando en sus fuertes caudillos, el áureo descendiente de una raza divina.

ESTROFA 2.ª
Se refleja en sus ojos la fúlgida mirada

de sanguinaria sierpe; con sus miles de brazos y sus mil marineros, y tirando su carro, forjado en tierra siria, contra ilustres guerreros, que picas enarbolan, envía Ares arquero.

ANTÍSTROFA 2.ª
Es imposible que alguien contra ese gran torrente de guerreros se encare, y con fuertes murallas contenga sus ataques. ¡El mar es invencible! Invencible la tropa es de la hueste persa y es su pueblo esforzado.

MESODO.
Mas del artero engaño de los dioses, ¿quién escapar consigue? ¿Quién, con su pie ligero, podrá escapar en salto afortunado? Pues amable, con su halago, Ate atrae hacia sus redes al mortal, de donde al hombre nunca le será posible dar un salto y evadirse.

ESTROFA 3.ª
Por la voluntad divina ha reservado el destino a los persas, desde antiguo, luchas que torres abaten, choques de caballería, y destrucción de ciudades.

ANTÍSTROFA 3.ª
Pero más tarde aprendieron del ancho mar, que al empuje del impetuoso huracán de canas se llena, el prado marinero a contemplar, fiados en frágiles jarcias y en ingenios que transportan.

ESTROFA 4.ª
Por eso mi corazón hoy enlutado, rebosa de temor («¡Oh, hueste persa!») de que la grande ciudad de Susa que está sin hombres escuche este grito infausto;

ANTÍSTROFA 4.ª
de que la villa de Cisia lance su eco doloroso, en tanto femenil corro pronuncia este grito («¡Oh, Da!») y caigan, hechas jirones, sus vestimentas de lino.

ESTROFA 5.ª
Porque todos los jinetes y los soldados de a pie, como un enjambre de abejas, han abandonado el país con el jefe de la hueste, cruzando el marino cabo por ambos lados uncido y que dos costas comparten.

ANTÍSTROFA 5.ª
Los lechos, en su añoranza de los varones, se llenan de lágrimas; cada esposa persa, en lánguidos lamentos, de amor con sus dulces muestras, ha despedido a su brioso esposo y en su hogar, solitaria, se ha quedado.

(Breve pausa).

Mas, ea, persas, vamos a sentarnos bajo ese antiguo techo, y apliquemos nuestro noble consejo, y meditado (que es fuerza hacerlo): ¿cuál será la suerte de Jerjes, nuestro rey, el hijo de Darío, que por línea paterna su nombre nos ha dado? ¿Es la victoria, acaso, de las flechas? ¿O se ha impuesto la fuerza de las picas en punta rematadas?

(Aparece la REINA ATOSA,
y el coro se hinca de rodillas ante ella).

Mas hacia aquí camina —luz semejante al ojo de los dioses— la madre de mi rey, mi soberana. Ante ti me arrodillo. Que con palabras de saludo, todos le den la bienvenida. ¡Oh soberana mía, la más noble de todas las persas de cintura fuertemente apretada, madre anciana de Jerjes y esposa de Darío! Compañera de lecho del numen de los persas, eres también la madre de un dios, si nuestra antigua fortuna no ha dejado, ahora, a nuestra hueste.

REINA. Por ello abandonando mi dorado palacio y el tálamo que un día compartí con Darío, aquí he venido. Que a mí también me roe el alma la angustia —revelarlo quiero a vosotros todo— porque yo, amigos míos, tampoco estoy sin miedo de que esa gran riqueza cubra de polvo el suelo y de una coz derribe la dicha que Darío logró instaurar un día no sin divina ayuda. Por ello aquí, en mi pecho, doble angustia, indecible, anida, sí. ¿Acaso una montaña de riquezas privada de sus amos es digna de respeto? ¿Para aquel que no tiene riquezas la luz brilla condigna con su fuerza? Sí, intacto está el tesoro; el temor que yo abrigo al amo se refiere. Que el ojo de una casa, yo creo, es la presencia del dueño. Así las cosas, venid a aconsejarme, persas que desde antiguo tan fieles me habéis sido. Que en vosotros yo baso mis buenas decisiones.

CORIFEO. Debes saberlo, reina de esta tierra, dos veces no has de pedirme nada, ni palabras, ni actos, en los cuales mis fuerzas puedan servir de ayuda, pues que pides consejo a quien te tiene afecto.

REINA. Vivo constantemente entre nocturnos sueños desde que reclutara mi hijo ingente hueste y hacia la tierra jonia partiera, a devastarla. Mas hasta este momento nunca lo vi tan claro como el que anoche tuve, y voy a relatarlo. Soñé que dos mujeres, bellamente vestidas, tocadas, una de ellas, con ropas a la persa, la otra a estilo dorio —a mi vista acudían— sobrepasando, en talla, con mucho, a las de ahora, de belleza sin tacha, por el linaje hermanas. Como patria tenían, una la tierra griega (que en suerte recibiera), la otra, el país persa. A lo que ver podía, estaban en discordia. Mi hijo, al darse cuenta, intenta contenerlas, intenta apaciguarlas. A su carro las unce luego, y sobre su cuello el arnés les coloca. La una se envanece de aquellos aderezos y a las riendas ofrece su boca obediente, la otra se encabrita, y con sus manos rompe los arneses del carro, y en su empuje lo arrastra con ella, y, ya sin freno, rompe el yugo en dos trozos. Cayó, entonces, mi hijo, y Darío, su padre, acude compasivo, y, al descubrirlo Jerjes rasga las vestimentas que su cuerpo cubrían. Tal sueño tuve anoche, te digo. Al levantarme y tras lavar mis manos en una hermosa fuente hacia el altar acudo, sosteniendo en mis manos una ofrenda; quería ofrecer libaciones a los dioses que alejan, señores de este rito, los presagios malignos. Y un águila diviso junto al altar de Febo. Me quita el miedo el habla, amigos. Y, más tarde, a un milano contemplo lanzado con sus alas a la carrera y que arranca con sus garras plumas de su cabeza; el águila no sabe sino ofrecer su cuerpo, de miedo acurrucada. Tal fue la pesadilla una horrorosa escena y horroroso relato. Porque, debes saberlo, mi hijo, si triunfa, varón será admirable, y si reveses sufre, no debe rendir cuentas. Si consigue salvarse proseguirá reinando sobre esta nuestra tierra.

CORIFEO. No queremos, oh madre, ni aterrarte en exceso, con la respuesta nuestra, ni en exceso animarte. Acude con tus preces a los númenes todos, y, si has visto algo malo, pide que te lo aparten, y que lo bueno, en cambio, lo cumplan en tus hijos, y en ti misma, en la patria, y en todos tus amigos. Luego unas libaciones ofrendar deberías a la tierra, a los muertos. Y pídele a Darío (que dices haber visto esta pasada noche) con religioso acento que mande hacia la luz del fondo de la tierra todas las bendiciones para ti y para tu hijo, y, en cambio, lo contrario oculto en la tiniebla lo tenga, bajo tierra. Estos son los consejos que, profeta inspirado, por ti lleno de afecto alcanzo a sugerirte. Son buenos los presagios: tal es el fallo nuestro.

REINA. Primer juez de mis sueños, sin duda es el afecto que sientes por mi hijo y sientes por mí misma lo que tu fallo dicta: ¡que todo salga bien! Los ritos que aconsejas, vamos a celebrarlos en honor de los dioses y del que está en la tierra, cuando a palacio llegue. Pero saber quisiera, amigos, una cosa: ¿Dónde se encuentra Atenas?

CORIFEO. Lejos, hacia poniente, do acaba su carrera el sol, nuestro señor.

REINA. ¿Es que abrigaba el deseo de apoderarse, acaso, de esta ciudad mi hijo?

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